La flor de los recuerdos (Cuba): 04
Una repetición de Losada - Cuento fantástico
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Capítulo primero: Introducción
editarLuz era un lirio que brotó en la Habana
Mas bien que una mujer. La llamo lírio,
No por satisfacer mi necia gana
De abrir mi narración con un delirio,
De esos que con placer y audacia insana
Los poetas románticos apilan
Y a los clásicos viejos horripilan;
Sino, porque su rápida existencia,
El perfume de amor y poesía
Que ecsalaba de sí mientras vivía,
Y de virtud la espiritual esencia
Que dejó tras de sí, me dan derecho
De compararla aquí, como lo he hecho,
Con un lirio, que es flor que dura un día,
Y cuyo olor suavísimo embalsama
El campo por dó el aura le derrama.
Luz tenia en su candida figura
Y en su alma angelical el suave aroma,
La gracia y la frescura
De esta flor campesina. Su hermosura,
Del tipo de la de Ática y de Roma
En perfección de formas, difería
De aquel en robustez: pues la dulzura
Virginal de sus ojos de paloma,
La ondulante esbeltez de su cintura,
Lo tornátil del cuello y de los brazos,
El lánguido y sereno
Movimiento gentil de su cabeza,
El desarrollo escaso de su seno
Y un aire de poética pereza
Revelado en su calma y andar lento,
Daban a su belleza
Más flexibilidad, más ligereza
Y espiritualidad y movimiento
Que los que dio la antigüedad pagana
De Atenas y de Roma a las figuras
De sus deificadas esculturas,
Que admira con rubor la edad cristiana.
Luz era, pues, una mujer hermosa:
No de esa beldad clásica y completa
Que amó la antigüedad libidinosa,
Sino de esa hermosura vagarosa
Con que sueñan el niño y el poeta.
Luz era una hermosura de occidente
De la raza latina,
En cuya blanca frente
Desleyó un rayo de su luz caliente
La luna que la América ilumina.
Luz era una hermosura verdadera
De tipo griego y perfección romana:
Mas con la gracia lánguida, hechicera,
de las pálidas hijas de la Habana.
Su cuerpo virginal había crecido
Cerniéndose en sus frescos mecedores:
Sus manos de marfil no habían cogido
Nunca más peso que batista y flores;
Sus nacarinos pies no habían hollado
Mas que pulidos mármoles y alfombras ;
Nunca un rayo de sol había tocado
Su tez, y de la noche entre las sombras
Había nada más en su volanta
Salido a los teatros u otra fiesta,
Sin verse nunca a aventurar espuesta
Sobre las calles húmedas la planta.
Rica, feliz, mimada y atendida
De cuantos la cercaron, su persona
Se nutrió lentamente con la vida
De aquel que a la molicie se abandona.
Pero en cambio su espíritu, a la altura
De la moderna educación, nutrido
Con escogido pasto de lectura,
Por instintivo gusto dirigido
Y por los grandes dotes naturales
Ayudado de su honda inteligencia,
Llegó a ser en la música y pintura
Profesora, y nociones generales
Y claras a adquirir en arte y ciencia;
Y comprendiendo bien en la lectura
Las lenguas europeas y orientales,
Con natural deleite y complacencia
Con corrección leia
En su lengua y valor originales
La estrangera y la patria poesía.
Luz era rica: su familia escasa:
Sus padres no existían: un pariente
Viejo, que de la audiencia fue regente,
Es su tutor, cabeza de su casa
Y de sus pingües rentas intendente.
Noble, rica, feliz, bella y querida
Para Luz era plácida la vida.
Luz daba ser, animación y encanto
A los aristocráticos salones
Con su conversación y con su canto,
Con su gracia y sus raras perfecciones.
Mas Luz no era ni altiva ni coqueta:
Su porte era sincero y sin aliño,
Y a la sencilla candidez de un niño
La exaltación unia de un poeta.
Era el astro viviente del buen tono:
Su noble dignidad aristocrática
Del sillón que ocupaba hacia un trono;
Pero Luz en su candido abandono,
A todos superior, era simpática
A todos; siendo en ella tan innato
Tan natural, tan fácil, tan sencillo
Lo que en otra sin duda fuera ingrato,
A todos cautivaba con su trato
Y a nadie daba en ojos con su brillo.
Solo una estraña circunstancia había
En aquella mujer: Luz no bailaba:
Si al baile alguna vez se la impelía
A dos vueltas de vals palidecía:
Y cuando en noches húmedas cantaba,
Alguna vez al concluir tosía.
Por este tiempo apareció en la Habana
Un mancebo galán y cortesano,
Que en misión oficial la soberana
Enviaba al continente americano.
Y era en verdad el mozo mas cumplido
Y mas gentil Don Luis de Altamirano
Que había a las américas venido
Desde el paterno territorio Hispano.
Entroncado con mas de una familia
De blasón titular, rico en hacienda
Y con un tio que a medrar le ausilia,
De quien dicen que nada hay que pretenda
Que no logre en la corte,
Tan mozo y de Santiago caballero,
Rayó Don Luis en posición, en porte
Y en fortuna social donde el primero.
Su edad frisaba en los ventiocho años;
Siempre a las españolas legaciones
Por decoro agregado, las naciones
Recorrió y los paises mas estraños.
Por ajenos o propios intereses
Con nuestra compañía Filipina
Viajó a Calcutta y penetró en la China,
Visitó el Indostan con los ingleses:
En la tierra Argelina
Por Francia se batió con los franceses,
Y venía, empezando por la Habana,
A recorrer la tierra americana.
Don Luis era galán; para buen mozo
Le faltaba una línea de estatura:
Era de aristocrático talante;
Su barba negra: su vigote el bozo
Primero que hubo en él, cuya finura
Juvenil contrastaba en su semblante
Con su espresion viril, y su figura
Masculina y de músculos pujante.
Don Luis tenía numerosos álbums
En cuyas ricas páginas traía
Cuadros y planos mil, apuntaciones
Curiosas, datos amplios, raras notas
Sobre cuanto encontró por las regiones
Estrañas y remotas
Que recorrió en sus viages. Allí había
Relaciones y vistas de mil puntos,
En todos los idiomas, bajo todas
Las formas, sobre todos los asuntos,
Desde la religión hasta las modas,
Desde legislación y astronomía
Hasta la mas pueril manufactura
Empleada en cabanas o en pagodas:
Mil cuadernos de música y pintura,
Manuscritos, impresos, dibujados,
Al lápiz, al pastel, en miniatura,
En cobre, acero y en marfil grabados;
Y allí había un curioso cancionero
De bailes y cantares
Y de aires nacionales populares,
Colección hecha del gentil viagero
Por la curiosidad en los lugares
De donde origen traen; conjunto raro
De todos los lamentos y armonías,
De los diversos modos
Con que en sus desventuras o alegrías
Se espresan con la voz los pueblos todos
En sus gloriosos o funestos días,
Recogidos por él en su camino
Por cultas cortes y salvajes playas,
En Industani, en árabe y en chino,
En coro, a varias voces y a una sola:
Desde la Veneciana barcarola,
Hasta las tristes kásidas Malayas:
Desde el cantar trinado y peregrino
Del pastor del Tirol y el Apenino,
Hasta la Beréber jota Española
Y el monótono canto del Beduino.
Don Luis a la nobleza de la Habana
Presentado una noche en su palacio
Fué por el General: y es cosa llana
Asaz de comprender, tras de lo dicho,
Que se instaló D . Luis en breve espacio
Entre la franca sociedad Cubana,
Y que pudo instalarse a su capricho.
Y no hay pueblo tal vez sobre la tierra
Que reciba mejor al estrangero
Que en sí renombre o méritos encierra,
Como el pueblo habanero.
Una celebridad, propia o estraña,
No importa cuales sean sus condiciones,
Puede segura entrar en sus salones
De que la grave educación de España
No ha de serla importuna
Con altanera sequedad uraña,
Ni con curiosidad inoportuna.
Noble, grata, sencilla, mesurada,
Su cortesía hospitalaria espresa
Con no tenerla en nada coartada;
De admirar ni aplaudir no tiene priesa
La fama que precede al que es famoso:
No se le cuelga nadie de la oreja
Para serle en vez de útil enojoso:
Dó quier se le recibe cariñoso,
Mas vivir a su gusto se le deja
Para que elija a espacio, como es justo,
Sociedad y amistades a su gusto.
En esto, vive Dios! está la Habana
Colocada a la altura
De la nación mas culta y cortesana;
El gobierno, las damas, la nobleza,
El clero y el comercio
Reciben al de fuera con mesura,
Con franca y española gentileza,
Y todo el mundo a hacerle se apresura
En sus empresas o negocios tercio.
Así fue que Don Luis de Altamirano
Mozo, rico, español y caballero,
Se bailó al mes en el círculo cubano
Como si en él no fuese forastero;
Y, al mes, hacía ya catorce días
Que en la casa de Luz y en su piano
Cantaba las exóticas canciones,
Las salvages y estrañas melodías
Que trajo de las índicas regiones:
Y traducía a Luz las poesías
Que aprendió del Oriente en las naciones.
Luz cercada de espíritus vulgares
Que a ella se conocieron inferiores,
No halló almas nunca que a la suya pares
Movieran sus resortes interiores.
Luis, en el universo forastero
Y en todas las regiones pasagero,
No había hallado un alma femenina
Que en su cerrado corazón de acero
Infiltrara el amor: chispa divina
Que cuando menos él se lo imagina,
Incendia y rinde el corazón mas fiero.
Luz, habituada a concentrarse sola
Con sus adormecidos sentimientos,
Y a no ver de su mente la aureola
Alumbrar los ajenos pensamientos,
Su corazón abría dulcemente
Al cariño de Luis, que en él nacía,
Y al torrente de amor y poesía
Que en él derrama su palabra ardiente.
Luis, hecho a no hablar más con las mujeres
Que de frivolidades o placeres,
Grande opinión del sexo no tenía;
Y asombrábale en Luz sinceramente
Encontrar aquella alma inteligente
Que a su alma y sus palabras respondía.
Luz inocente, cándida, sencilla,
Siente arder en su alma oculta hoguera:
Y aunque sentirla arder la maravilla,
Calor la juzga de amistad sincera.
Luis que, al calor de la pasión no hecho,
Sintió en su corazón la hoguera inmensa
Encenderse y crecer, vio que su pecho
Para el volcán naciente era ya estrecho:
Pero su fuego en estinguir no piensa.
Le alimenta al contrario y le acaricia,
Y en su creciente llama
Que se abrasa percibe con delicia;
Y ver quiere en el fuego que a él le inflama
Arder el corazón de la que ama.
Y era una noche límpida y serena,
De esas noches azules de la Habana
En que de amor la atmósfera se llena
Que de la luz del firmamento emana.
Luis dejaba correr su diestra mano
Cabizbajo, callado y pensativo,
Sobre las suaves teclas del piano
Arpegiando al azar; del gas brillante
La luz que se quebraba en el espejo,
Con su vivo reflejo
Alumbraba de lleno su semblante,
Con su esplendor fantástico y radiante
Una aureola ciñendo a su cabeza
De inteligente y varonil belleza.
Luz, cruzada de brazos y apoyada
En el respaldo del sillón dorado
En que estaba sentado,
Contemplaba arrobada
Bajo un aspecto tan radioso y nuevo
La luminosa imagen del mancebo
Sobre la tersa luna reflejada.
Y he aquí que Luis cediendo de repente
A uno de esos impulsos del instante,
En que del arte el entusiasmo ardiente
Arrastra al profesor del suyo amante,
Y en que viendo, inspirado y entusiasta,
Que su emoción vehemente
A contener su corazón no basta
Y que de él se desborda el sentimiento:
Y a contener su impulso sin ser parte,
Bajo la forma que le presta su arte
Lanza fuera de sí su pensamiento;
Aplicó al instrumento las dos manos
Y, con vibrante voz, lanzó en el viento
Uno de esos cantares italianos
Que hoy aquel pueblo rey lanza sediento
De amor y libertad al firmamento.
Al son de las robustas vibraciones
De aquella limpia voz, de notas llenas
Y simpático timbre, sus sentidos
Por el poder magnético invadidos
Sintió Luz, y el fluido misterioso
Correr del entusiasmo por sus venas.
Luis, fijando sus ojos encendidos
De inspiración en el espejo, donde
Los de Luz por los suyos atraídos,
A su mirada límpida y magnética
Trémula de emoción le corresponde
Con su mirada lánguida y poética,
Cambió de su canción el estribillo,
Y donde dice el pescador sencillo
De Nápoles al mar: “mare, io bramo
Teco la libertá: io son tuo figlio!”
Dijo Don Luis con sfogatto brillo
Sosteniendo su voz: “Luz, yo reclamo
Todo tu corazón: Luz, yo te amo!”
Abandonó el piano bruscamente
Luis, y tomando la gentil cabeza
De Luz entre sus manos, la terneza
De una inmensa pasión más que él potente,
Con un beso de amor selló en su frente.
Como el fuego, que oculto se alimenta
Bajo del combustible sofocado,
Rompe voraz en llama violenta
Al soplo de huracán inesperado,
Luz, al contacto cálido y vivífico
De aquel beso de amor, sintió en su seno
Desarrollarse rápido y prolífico
El germen de pasión de que está lleno.
Luz, al sentir su alma devorada
Por el incendio que jamás había
Creído alimentar, miró espantada
Levantarse su llama inesperada
Inestinguible, indómita, bravia,
Dentro del corazón; porque esas gentes
De un colosal artístico talento
Suelen ser unos entes
De alma tan distraída,
Tan cándidos, en fin, tan inocentes
En las cosas comunes de la vida
Y en cuestiones de simple sentimiento,
Que necesitan años
Para dar en cualquiera fruslería
Que desde el primer día
Aperciben muy bien propios y estraños;
Y a veces la ocurrencia mas sencilla,
El mas sencillo y natural afecto
Producen en su espíritu un afecto
Cuya imprevista acción les maravilla.
Así Luz, que jamás había mirado
Su propio corazón por entre el prisma
Del amor, que jamás había sondado
La sima de pasión que hay en sí misma,
De su pasión se apercibió asombrada,
Y delante de Luis que de hito en hito
La contempla en su amor hondo, infinito,
Roja de amor y de rubor turbada
Inmóvil se quedó sin decir nada.
Mas desde el punto aquel todo fue dicho:
Luz y Don Luis se amaban: era un hecho,
Y era el amor que reventó en su pecho
Una pasión voraz y no un capricho.
Luis al tutor de Luz el sentimiento
Reveló de los dos una mañana;
Sancionólo el tutor, y en un momento
Su amoroso secreto por la Habana
Cundió como impulsado por el viento.
Desde este punto los que a Luz tuvieron
Por un ser superior a los pueriles
Caprichos y flaquezas mujeriles,
Con despecho tardío comprendieron
Que aquel genio de luz y de armonía,
Aquel ángel de amor y poesía,
Aquella gran mujer, mujer cual todas,
Era preciso que cayera un día
En la prosa casera de unas bodas.
Y los que en otro tiempo reverentes
Llevaron a sus pies ramos de flores,
Los poetas y músicos que ardientes
La dirijieron cánticos de amores,
Comprendieron al fin que era preciso
Que un día en sus domésticos hogares
Fueran a hacerla ofrenda, previo aviso,
De sus epitalámicos cantares.
El verdadero amor huye y detesta
La gran publicidad; y quien bien ama
A los ojos del vulgo manifiesta
Poner no gusta de su amor la llama.
Luz tenia una quinta; a aquel retiro
Fueron Luz y Don Luis nuevo incremento
A dar a su pasión, y nuevo giro
Tomó en su soledad su pensamiento.
Luz anhelaba ver aquella Europa
Que dio vida a Don Luis: él que veia
La nave de su amor y viento en popa,
Quiso que allí su Luz luciera un día:
Dijeron pues que allá se apuraría
De su ventura conyugal la copa.
Cinco meses después cristianamente
Como todos los novios se casaron
En la Habana, en palacio, entre la gente
Ilustre que a sus bodas convidaron.
El galán general les dio una fiesta
Por convite nupcial y despedida,
Con gran baile, gran cena y doble orquesta:
Mientras para su próxima partida
La nave estaba en la bahía presta.
Amanecía apenas: del palacio
Salieron con no poca compañía;
Cruzaron en un bote el corto espacio
Del muelle al buque: andaban muy despacio:
Había algo de mar, neblina había
Húmeda y la mañana estaba fría.
Luis iba satisfecho, Luz galana
Con su rico albornoz de armiño y grana:
Pero a pesar del arbornoz tosía.
Partió el vapor que les conduce a Europa;
Volvieron sus amigos la bahía
A cruzar; Luz y Luis desde la popa
Con sus blancos pañuelos de batista
Les enviaron al par su adiós postrero;
Traspuso el Morro su vapor ligero,
Y en un punto perdiéronse de vista
Tras él. Entonces el doctor Zambrana
Que la fue a despedir por deferencia
A Don Luis, que amó a Luz como a una hermana
Y que es hombre que ejerce con conciencia
Su profesión, que por sondar se afana
Los secretos mas hondos de su ciencia
Y sin cesar dó quier los escudriña,
De su bote al saltar, dijo: “Esa niña
“Hizo mal en casarse esta mañana:
“Pero hace bien en irse de la Habana.”
¿Por qué diría esto
El buen doctor Zambrana?
Pasa ¡oh caro lector! a la otra llana
Y de una en otra lo verás muy presto.