La fingida ArcadiaLa fingida ArcadiaTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen LUCRECIA y ÁNGELA, criada
LUCRECIA:
"Silvio, a una blanca corderilla suya
de celos de un pastor, tiró el cayado
con ser la más hermosa del ganado.
¡Oh Amor! ¡Qué no podrá la fuerza tuya!
Huyó quejosa, que es razón que huya
habiéndola, sin culpa, castigado;
lloró el pastor, buscando el monte y prado;
que es justo que quien debe restituya.
Hallóla una pastora en esta afrenta,
y al fin la trajo al dueño, aunque tirano,
de verle arrepentido, enternecida.
Dióla sal el pastor, y ella contenta
la toma de la misma ingrata mano,
que un firme amor cualquier agravio olvida."
No se pudo decir más;
hasta aquí la pluma llega.
ÁNGELA:
Pluma de Lope de Vega
la fama se deja atrás.
LUCRECIA:
¡Prodigioso hombre! ¡No sé
qué diera por conocerle!
A España fuera por verle,
si a ver a Salomón fue
la celebrada etiopisa.
ÁNGELA:
Compara con proporción
que no es Lope, Salomón.
LUCRECIA:
Lo que su fama me avisa,
lo que en sus escritos leo,
lo que enriquece su tierra,
lo que su espíritu encierra,
y lo que verle deseo,
mi comparación excusa;
y a él le da más alabanza
lo que por su ingenio alcanza
que a esotro su ciencia infusa.
Tan aficionada estoy
a la nación española,
que porque tú lo eres, sola,
contigo gustosa estoy
lo más del día.
ÁNGELA:
Madrid
es mi patria, corte digna
de España, madre benigna
del mundo.
LUCRECIA:
Valladolid
dicen que es competidora
de su grandeza.
ÁNGELA:
Sí fuera
si el clima y cielo tuviera
que a Madrid hacen señora.
Mas, si sus partes te alego
contestarás que es mejor.
Patria es Madrid del Amor,
y así está fundada en fuego.
Agua los celos la han dado,
si su fuerza hace llorar,
de fuentes que pueden dar
salud al más deshauciado.
Si saber sus frutos quieres
flora sus campos corona,
su tributaria es Pomona,
sus venteros Baco y Ceres.
Dale en olivos Minerva
oro puro y generoso,
ganado, el monte, sabroso,
tomillos el campo y hierba;
las musas un Alcalá
que llamar Atenas puedo;
la cortesía, un Toledo
que doce leguas está;
sus hechizos, la hermosura,
sus hazañas, el valor;
su mansedumbre, el amor;
sus milagros, la ventura;
nuestra religión su ley
de quien es seguro norte,
dos mundos la dan su corte,
la corte la da su rey.
Goza del llano y montaña
que sus términos incluye;
y en fe que en todos influye
valor, es centro de España.
LUCRECIA:
Di patria ilustre también
de Lope, y diráslo todo.
ÁNGELA:
Si a tu gusto me acomodo no
es ése su menor bien.
LUCRECIA:
Yo, después acá, que estoy
en el español idioma
ejercitada, si a Roma
a Tulio por padre doy
de la latina elocuencia,
y al Bocaccio en la toscana,
a Lope en la castellana
no le hallo competencia.
Más de un desapasionado
me ha dicho de tu nación
que en la prosa, a Cicerón,
estilo y gracia ha imitado,
y a Ovidio en la suavidad
y lisura de sus versos,
sonoros, limpios y tersos,
confirmando esta verdad
con lo que en sus libros hallo.
ÁNGELA:
Si él ese favor oyera,
¡qué bien le correspondiera!
¡Qué bien supiera estimallo!
LUCRECIA:
¿Agradece?
ÁNGELA:
Aunque hay alguno
que apasionado lo niega,
es tan fértil esta vega
que paga ciento por uno.
Pero, ¿qué piensas hacer
con tantos libros aquí?
LUCRECIA:
Todos son suyos y así,
ya que no le puedo ver,
mientras gasto bien los ratos
que recreo en su lección,
si los libros suyos son
veré a Lope en sus retratos.
ÁNGELA:
Con tanto libro, parece
estudio éste y no jardín.
Están todas las obras de Lope en un estante
LUCRECIA:
Mejor dirás camarín
que al alma de ley se ofrece.
ÁNGELA:
Aquéste es el Labrador
de Madrid, primero fruto
de Lope.
LUCRECIA:
Hermoso tributo
que a un tiempo da fruto y flor.
ÁNGELA:
Es divino.
LUCRECIA:
De justicia,
lo primero a Dios se debe;
por eso quiere que lleve
Lope, el cielo, su primicia.
ÁNGELA:
No ha escrita él otro mejor.
LUCRECIA:
Imitó, discreto, en él
a la ofrenda que hizo Abel
si Caín dió lo peor.
ÁNGELA:
Ésta es la Angélica bella.
LUCRECIA:
¿Que Ariosto se le compara?
¡Valientes octavas!
ÁNGELA:
Rara
habilidad, y en ella
la Dragontea compite
del rayo de Ingalaterra.
LUCRECIA:
Escribe en la paz la guerra
lo que la pluma permite.
ÁNGELA:
Mira en un cuerpo pequeño
mil almas.
LUCRECIA:
Bien le sublimas.
ÁNGELA:
Éste se llama Las rimas
de Lope.
LUCRECIA:
Son como el dueño.
¡Qué canciones, qué sonetos,
qué églogas, qué elegías!
Las noches gasto y los días
en meditar sus concetos.
¡Si viviera Garcilaso
celebrárale más bien!...
ÁNGELA:
Ésta es la Jerusalén.
LUCRECIA:
No la iguala la del Taso.
Mira sus octavas llenas
de sentencias y doctrinas
sabio en las letras divinas,
pues no escribe verso apenas
sin allegar un autor,
y hallarás en cualquier parte
entre las veras de Marte,
mezcladas burlas de Amor.
ÁNGELA:
Aquéste es el Peregrino.
LUCRECIA:
Más lo es quien lo escribió.
ÁNGELA:
Qué bien faltas enmendó,
siguiendo el mismo camino
de aquel Luzmán y Arborea,
cuyas Selvas de aventuras
por Lope quedan escuras.
LUCRECIA:
¡Qué bien los Autos emplea
que mezclados en él van!
¡Qué elegantes, qué limados!
ÁNGELA:
Y más bien acomodados
que los que mezcló Luzmán.
Los pastores de Belén
son éstos.
LUCRECIA:
Si labrador
fue con Isidro, pastor
sabe Lope ser también.
ÁNGELA:
Resucitó villancicos
en su mocedad cantados,
y agora en Belén honrados
entre amorosos pellicos.
Todas éstas son comedias.
LUCRECIA:
Décima séptima parte
ha impreso.
ÁNGELA:
No hay que espantarte,
que aun esas no son las medias
que tiene escritas.
LUCRECIA:
Pues ¿cuántas
ha compuesto?
ÁNGELA:
Novecientas.
LUCRECIA:
Si los años no le aumentas,
¿dónde hay vida para tantas?
ÁNGELA:
Ésta es verdad conocida
en España.
LUCRECIA:
Yo le diera
por cada una, si pudiera,
Ángela, un año de vida.
ÁNGELA:
A novecientos llegara
siendo otro Matusalén.
LUCRECIA:
En él se lograran bien.
ÁNGELA:
En este último repara
que es La Filomena.
LUCRECIA:
Canta
Lope aquí, por Filomena,
de suerte que ya es sirena
si ave fue, pues nos encanta.
Pero, para echar el resto
al nombre que le hace claro
y afrentar al Sanazaro
en La Arcadia que ha compuesto,
metafóricos amores
en otra Arcadia mira,
sus sutilezas admira,
ten envidia a sus pastores;
que yo, creyendo que piso
márgenes de su Erimanto,
si, con Belisarda canto,
lloro celos con Anfriso.
No sé divertir los ojos
de sus versos y sus prosas,
de sus quejas sentenciosas,
de sus discretos enojos.
De día ocupa mi mano,
de noche mi cabecera.
¡Ay quien transformar pudiera
vida y traje cortesano!
En la comunicación
de sus Leonisas, Anardas,
Amarilis, Belisardas,
¡quién oyera a un Galafrón,
un Menalca, un Enareto,
un Brasildo, un Locriano,
un rústico cortesano,
un Celio, un Lauro discreto!
¡Oh, si el Po que nuestra quinta
riega y fertiliza tanto,
trocándose en Erimanto
la Arcadia que Lope pinta
a Lombardía pasara...!
¡Oh, quién Belisarda fuera!
¡Quién a un Anfriso quisiera
y a su Olimpo desdeñara!
ÁNGELA:
Si en deseos semejantes
te desvaneces, señora,
notable falta hace agora
en nuestra España Cervantes;
que, a su manchego hazañoso
loco por caballerías
le prometió en breves días
hacer legítimo esposo
de otra dama, que, perdida
por quimeras pastoriles,
entre Dïanas y Giles
rematase seso y vida.
Salen cantando don FELIPE, de pastor,
y ALEJANDRA, dama, LARISA, labradora.
Cantan
TODOS:
Alma perseguida
romped la cadena;
que tan triste vida
para nada es buena.
UNO:
Pesares amigos,
haced como tales
que os haré testigos
de mayores males.
OTRO:
Falsas alegrías,
vanas esperanzas;
agora sois mías
porque sois mudanzas.
UNO:
Si el amor se olvida
acabad mi pega.
TODOS:
Que tan triste vida
para nada es buena.
UNO:
¡Ay! mis ojos tristes
no sintáis llorar;
pues mirar supistes
sabedlo pagar.
OTRO:
Quien me mata muera;
vergüenza ha de ser;
pero más lo fuera
dejarlo de hacer.
UNO:
No viva afligida
quien celosa pena.
TODOS:
Que tan mala vida
para nada es buena.
LUCRECIA:
Tan bien venido seáis
como la canción es buena.
Lope sus versos ordena.
A su Arcadia los hurtáis;
para darme gusto a mí
no hallaréis lisonja igual.
ALEJANDRA:
Ya en la Arcadia pastoral
el Po se vuelve por ti;
que puesto que eres condesa
de Valencia del Po, has dado
en ennoblecer el prado
que con tu vista interesa.
Nueva primavera y flores
y dejando la ciudad
en aquesta soledad
gozan fingidos pastores,
que en libros de España miras
lo que a tantos potentados
causa celos y cuidados.
LUCRECIA:
De cortesanas mentiras
huyo, Alejandra; no creo
encarecimientos locos
más ciertos, cuanto más pocos;
amores honestos leo
que ni pueden engañarme
con su sabia sencillez.
ni con lisonjas, tal vez
persuadirme, ni obligarme.
Cuando me cansan los cierro,
cuando me alegran los abro,
en ellos firmezas labro
ya diamantes, si antes hierro;
sobre gustos no hay disputa,
déjame con mi opinión.
FELIPE:
En ella cobran sazón
río y monte, flor y fruta.
Honre, señora condesa,
nuestros campos--¡pesia a tal!--
Personas viste el sayal.
Tal vez en la mejor mesa,
entre el pavo y francolín,
sabe bien el salpicón;
gente los pastores son,
amor nació en su jardín.
En las cortes vive el vicio,
y en el campo el desengaño;
la sencillez viste paño
si sedas el artificio.
Sepa, señora, de todo;
buena Pascua le dé Dios.
LUCRECIA:
Más os precio Tirso, a vos,
cuando me habláis de ese modo,
que cuantos la corte cría.
En sus doseles nací,
ilustre sangre adquirí,
toda esta comarca es mía;
lisonjas sé de palacio,
verdades quiero saber,
aprisa vive el poder,
vivir quiero aquí despacio.
FELIPE:
Yo sé de cierto señor,
harto regalado y tierno
que, acostándose el invierno,
después que el calentador
la cama le sazonaba,
se levantaba en camisa,
y dando causa a la risa
desnudo se paseaba.
Burlábase de él su gente,
y juzgaba a desvarío
que tiritase de frío
y diese diente con diente,
quien abrigarse podía;
más él, después de haber dado
sus paseos, casi helado,
a la cama se volvía,
diciendo, "Para estimar
el calor que agora adquiero
es necesario primero
el frío experimentar."
Ya que su excelencia sabe
tanto de corte y grandeza,
pruebe aquí, vuestra llaneza
más humana y menos grave;
y sabrále allá más bien
el trato y soberbia real,
que quien no ha probado el mal
poco, o nada, estima el bien.
LUCRECIA:
Pastor de Arcadia pareces
según estás hoy discreto.
Sale HORTENSIO, viejo
HORTENSIO:
Lucrecia, por tu respeto,
después que te desvaneces
a estas selvas retirada,
en libros de poco fruto,
de tu ociosidad tributo,
paso una vida cansada.
Soy tu tío, y en tu estado
me has hecho gobernador;
llámame padre tu amor;
como tal, me da cuidado,
el poco con que te veo
de lo que te está más bien.
Tus vasallos que te ven
incasable, con deseo
de que les des un señor
a tus méritos igual,
justamente llevan mal
de que malogres en flor,
sin fruto tus verdes años
tan dignos de apetecer.
El gobierno en la mujer
es violento, y causa engaños.
Dale dueño a tus estados
que envidian a Lombardía
a quien te sirve, un buen día,
y treguas a mis cuidados.
Deja libros fabulosos,
quintas, bosques, soledades.
LUCRECIA:
Basta, que aunque persuades
con afectos amorosos,
primero es el aprender
tío, que el ejercitar.
En libros aprendo a amar;
en sabiendo bien querer,
daré a mis vasallos gusto
y a tu consejo atención;
porque, sin inclinación
ya tú sabes que no es justo.
HORTENSIO:
Muy gentil flema es la tuya
para los muchos amantes,
que juzgan siglos instantes,
deseando que concluya
el amor sus pretensiones.
LUCRECIA:
¡Qué! ¿tantos son por tu vida?
HORTENSIO:
¿No lo sabes?
LUCRECIA:
Se me olvida.
HORTENSIO:
Dos condes y seis barones,
un duque y cuatro marqueses.
¿Caballetos? ¡No hay contarlos!
LUCRECIA:
Si he de escoger y estimarlos,
fuerza será que confieses
que para hacer elección,
algún tiempo es menester.
Mi esposo no ha de tener
ni falta, ni imperfección;
muchas he considerado
en los que su amor me ofrecen,
que, en mi opinión, desmerecen
mi gusto, si no mi estado.
De todos tengo una lista
que, si vuelves esta tarde
te harán un copioso alarde;
pasa por ellos la vista,
y si de alguno supieres
que vive libre de todas,
trátame, Hortensio, de bodas.
HORTENSIO:
Mientras a hacer no le dieres
a un escultor, o platero,
¿dónde le piensas hallar
sin falta?
LUCRECIA:
Yo no he de amar
a quien la tenga. Esto quiero.
No me canses. Déjame.
ALEJANDRA:
En la Arcadia donde miras
disfrazadas las mentiras
podrá ser que alguno esté
con la perfección que pides;
y si haces elección de él,
te casarás en papel
vengando a los que despides.
LUCRECIA:
¿Quieren no darme pesar?
¿Quieren dejarme leer?
HORTENSIO:
O muda de parecer
o no te esperes casar.
Vase HORTENSIO
ALEJANDRA:
Pues gustas quedarte sola
con tus libros, prima, adiós.
Vase ALEJANDRA
LUCRECIA:
Quedáos aquí, Tirso, vos,
que de la Arcadia española
no pequeña parte os cabe.
LARISA:
Oliendo a loca me va
nuestra condesa.
ÁNGELA:
O lo está;
a uno dice y otro sabe.
Vanse ÁNGELA y LARISA
FELIPE:
Seis meses ha, prenda mía,
que disfrazado por vos,
trueco sedas en sayales,
¡metamórfosis de Amor!
Dióme por patria a Valencia
el cielo, en cuya región
cuando hay guerra reina Marte,
cuando hay paz, el ciego dios.
Perdido por lo primero,
juventud e inclinación,
me sacaron de mi patria,
porque siempre mi nación
trasplantada en otros reinos
hazañas fructificó;
que no tiene, donde nace
el oro, tanto valor.
Vine a Milán, plaza de armas,
de Alemania munición,
en que Marte viste acero
telas y brocado el sol;
a la guerra del Piamonte
voló la fama veloz
cubriendo hazañas de plumas
y noblezas de opinión.
Dióme el gran duque de Feria,
milanés gobernador,
una tropa de caballos
debajo la protección
de aquel Pimentel invicto,
valeroso sucesor
de aquel padre de la patria,
de aquel Numa, aquel Catón,
que fertilizando canas
a la Iglesia dió un pastor,
un mayordomo a su reina,
tres columnas a su Dios,
tres Alejandros a Marte,
a España hijos veintidós,
mil glorias a su alabanza
y a medio siglo un nector.
Con él asalté a Verceli,
y después en la facción
de la Valtelina, pude
gratularle triunfador.
Cobróme desde aquel día
generosa inclinación,
no examinada en palabras,
moneda vil de vellón,
sino en obras, que libraron
sus quilates al favor
que eslabonan beneficios
cadenas de obligación.
Venimos desde Milán
hasta Valencia del Po
de quien os llamáis condesa,
cuando fénix suyo sois.
Vuestro nombre, que en Italia
ser posible publicó
el hallarse en un sujeto
la hermosura y discreción,
nos trajo a veros, quedando,
esta vez, corta con vos,
la fama, y no la hermosura,
pues sois su exageración.
Liberal nos festejastes
ya en saraos, donde Amor
fue el maestro de danzar
y su discípulo yo;
ya en banquetes, donde pudo
igualar la ostentación,
la riqueza, el artificio,
la abundancia, a la sazón.
Los propósitos jugamos
una noche entre la flor
de esta quinta, que al dios niño
cría abeja, si áspid no;
mi ventura o mi desdicha
os dio asiento entre los dos,
mi general, el derecho;
yo, el lado del corazón.
Entré libre, salí enfermo,
quema el fuego, ciega el sol.
Pague incendios, llore engaños
quien tan cerca se llegó.
Cuántas veces al oído
os hablaba, bien sé yo
lo que alargaba conceptos
por gozar de aquel favor;
despropósitos del juego,
aunque dieron ocasión
a la risa, declararon
propósitos de mi amor.
Dábanles otro sentido
y tal vez discreta vos,
mudábades mis palabras,
al paso que la color.
Perdí y gané el acabarse
el juego y conversación.
Gané el ser de vos querido;
perdí el seso, que mejor
bien sabéis vos, prenda mía,
que divirtiendo el calor
cuando todos registraban
ya la fuente, ya la flor;
tribunal de mis desvelos
aquel verde cenador,
que en el pleito de mis ansias
sentenciastes contra vos;
agradecida y piadosa
admitistes mi afición,
como equívocos regalos
con recíproco favor;
el cristal será testigo
de esta mano que selló Bésasela
en mis labios el secreto
que conserva el corazón.
Salí del jardín confuso,
si vencido, vencedor;
si amante, correspondido;
si con deudas, acreedor.
Llegó el día de ausentarnos,
--¡noche dijera mejor--
despedímonos corteses,
él contento, triste yo;
pero apenas cuatro millas,
en la breve dilación
de vuestra hermosa presencia,
--¡qué larga me pareció!--
anduvimos, cuando el alma,
conio Clicie tras el sol,
a la luz de vuestra vista
los pasos retrocedió.
Fingí con mi general
que al partir se me olvidó
una joya en vuestra casa
de no poca estimación.
Dije bien, pues en rehenes
el alma se me quedó;
en empeños la esperanza;
la libertad en prisión.
Di la vuelta a vuestra quinta,
¡juzgad con qué prisa, vos,
si las alas que Amor lleva
no son plumas, llamas son!
Disfrazóme en ella, en fin,
el sayal de labrador;
amor siembro, cojo celos,
fruto espero, no dais flor.
Seis meses ha, mi Lucrecia,
que, como mal pagador,
entretienen esperanzas
una y otra dilación;
en el campo, dueño mío,
no hay labranza sin temor;
no hay cosecha sin recelos,
sin trabajo no hay sazón.
Pero, ¿qué ha de hacer quien mira
que malogran mi labor
tanto amante pretendiente
de quien soy competidor?
Soy extraño, propios ellos,
poderosa la acción,
varïable la Fortuna,
ellos ricos, mujer vos.
O matadme o dadme vida;
que ni yo Tántalo soy,
ni para esperanzas largas
tiene flema un español.
LUCRECIA:
Jardinero de mis ojos,
imperio de mi albedrío,
dueño de mis pensamientos,
esfera de mis sentidos,
regalo de mi memoria,
sol que adoro, luz que miro,
--que no sé decir ternezas,
si no se las hurto a Anfriso--
a dar fondo los quilates
de tu amor, la fe que al mío,
horas llamaras los años,
si llamas los meses siglos.
¿Dilaciones encareces?
Caro vendes o amas tibio;
pues enfermo está el amor,
que se cansa en el camino.
Jugando empezaste a amar,
y como tahur no has sido,
cansástete, no me espanto,
que es, Felipe, tu amor niño.
Los propósitos jugamos,
y son tan firmes los míos
en materia de quererte,
que por adorarte olvido
los títulos que pretenden,
con derecho más antiguo,
usurparte el que te doy
de esposo y dueño querido.
Sobre palabras se juega,
el crédito tengo rico,
no te levantes tan presto;
cédulas, mi bien, te libro,
que no son, dirás, quebradas,
pues paga a plazo cumplido
el juez noble cuando pierde,
por palabra o por escrito.
Si cultivando esperanzas
vives, labrador fingido,
yo también, porque te adoro,
cortes dejo y quintas vivo.
¿Qué celos tus flores hielan?
¿Qué mudanzas o desvíos
el fruto te desazonan,
que ya tan cercano has visto?
Tus esperanzas dilato,
porque temo los peligros
que te amenazan, si de ellos
cautelosa no te libro.
Poderosos pretendientes,
¿qué han de hacer, si ven que elijo
en su ofensa a un español
hasta el nombre aborrecido?
Escribamos, pues te ampara,
caro amante, el duque invicto
de Feria, porque a su sombra
no te ofendan enemigos;
y entretanto engaña el tiempo,
pues sustentan a Amor niño
alimentos de esperanzas
que yo, por darlas alivio,
de día, cuando el recato
no me deja hablar contigo,
gasto el tiempo en aprender
cómo amarte, en estos libros;
las noches encubridoras
de enamorados delitos,
lo que estudio con el sol
a la luna te repito;
después que pastor te veo
tan pastora el alma finjo,
que me juzgo Belisarda
y te considero Anfriso;
si, como él, sospechas tienes,
ni hay competencias de Olimpo,
ni fuerzas de Clorinardo,
ni venturas de Galicio.
Triunfa dichoso de todos,
que, ni vuelve atrás el río,
ni retroceden los cielos,
ni se muda al viento el risco,
ni yo, que los aventajo,
y en la eternidad dedico
trofeos de mi constancia,
mientras en firmeza imito
bronces, aceros, diamantes,
sol, esferas, tiempos, ríos,
robles, cedros, lauros, palmas,
muros, montes, peñas, riscos...
Si amarte finjo,
mátenme celos y en ausencia olvido.
FELIPE:
Si deseos dilatados
hallan en ti tal alivio
--¡dulce dueño de mis ojos!--
poco tiempo he padecido.
Más valen las esperanzas
que en ti logro, los suspiros
que en ti alegro, las sospechas
que en ti aseguradas miro,
que las posesiones de otros.
Liberal pagas servicios,
piadosa, remedias penas,
pródiga, haces beneficios.
Injustas mis quejas fueron.
¡Perdón, humilde te pido!
Jacob soy, mi Raquel eres,
su amor y paciencia imito;
no trocaré desde hoy más
estos jardines Elisios,
estos dichosos sayales,
estas fuentes, este río,
por la silla del imperio,
por los tesoros del indio,
por las telas de Milán,
por las púrpuras de Tiro.
Pastor soy, no soy soldado,
galas dejo, armas olvido;
sólo a Belisarda adoro
que me transforma en Anfriso.
Sale ÁNGELA
ÁNGELA:
Cansando están esas puertas
competidores prolijos,
por saber resoluciones
de su amor desvanecido.
Aquí está el duque Alejandro,
los marqueses Federico
y Pompeyo, los dos condes
Marco Antonio y Julio Ursino.
Despídelos de una vez,
o da la mano al más digno;
porque entro tantos llamados
venga a ser el escogido.
LUCRECIA:
¿Hay estado semejante?
Ven; que en un papel que he escrito,
verás, Ángela, cuán bien
de sus locuras me libro.
ÁNGELA:
En fin, ¿no quieres casarte?
LUCRECIA:
De estas selvas he aprendido
gustos de la libertad. A FELIPE
¿Qué os parece?
FELIPE:
Aqueso pido.
Vanse todos.
Salen FELICIANO, ROGERIO, CARLOS,
CONRADO y HORTENSIO, viejo
FELICIANO:
Yo sé que la condesa se retira,
porque, cortés, rehusa desdeñaros,
y mis deseos con cuidados mira,
por más que la pasión llegue a cegaros.
ROGERIO:
La confïanza que tenéis, me admira,
cuando favores, puesto que no claros,
seguros, anteponen mi ventura
a la consecución de su hermosura.
CARLOS:
No he visto yo, hasta agora despreciados
los méritos, que en mí, Lucrecia, estima.
CONRADO:
Si paga amor, y no desprecia estados,
duque de Ursino soy, y ella es mi prima.
HORTENSIO:
Todos sois en Italia titulados,
y a todos la esperanza que os anima
os tiene, en su amorosa competencia,
esperando suspensos la sentencia.
Vuestras ilustres partes la he propuesto.
El término se cumple aquesta tarde,
en esta quinta el tribunal ha puesto
Amor, niño absoluto; el vuestro aguarde
y vaya cada cual con presupuesto,
que Amor en elecciones no hace alarde
de méritos ni partes, pues, si elige,
no por razón, por voluntad se rige.
Uno ha de ser, no más, el escogido;
culpen a las estrellas los llamados.
CARLOS:
Seguro estoy que soy el preferido.
ROGERIO:
Presto veréis que premia mis cuidados.
Sale ÁNGELA
ÁNGELA:
La condesa, señores, que ha sabido
que del hilo de un sí penáis colgados,,
de este papel me manda a ser correo,
remitid a los ojos el deseo.
Vase ÁNGELA
CARLOS:
Léale, Hortensio.
HORTENSIO:
Así dice, Lee el papel
"La condesa de Valencia
que dar gusto a sus vasallos
y elegir esposo intenta,
entre los que en Lombardía
pretensiones manifiestan,
dignas, por sus muchas partes,
de mayor dote y belleza,
no sabe en cuál resolverse,
temerosa que se ofendan
los que, escogiendo a uno solo,
han de excluirse por fuerza.
Además, que, como el alma
se rige por sus potencias,
voluntad y entendimiento
y por sus objetos éstas;
así, como la verdad
es el objeto y esfera
que el entendimiento mira
y no puede obrar sin ella,
del mismo modo que puede
obrar la voluntad ciega
sin la bondad, que es su objeto,
la cual ha de ser perfecta
y bella en todas sus partes;
para que el amor lo sea,
pena que si una le falta
ya no es bondad ni belleza,
en esto no hay poner duda,
pues es, por común sentencia,
Bonum ex integra causa,
nace el bien, de causa entera,
y no siéndola ya es mala,
porque el mal, es cosa cierta
que es Ex quocunque defectu,
por cualquier causa pequeña,
según esto, si ha de amar,
voluntad que no está enferma,
al bien, y éste no lo es
como algún defecto tenga.
La que, sin considerarlo
a marido se sujeta
imperfecto y defectuoso,
o no tiene amor, o es necia.
Yo, pues, por no parecerlo,
entre tanto que no vea
hombre en todo tan cabal
que ser objeto merezca
de mi voluntad y amor,
no he de casarme, aunque pierda
la vida en este deseo,
por no amar, o amar de veras.
He ponderado las faltas
que tienen los que desean
este casamiento mío;
y, porque cuando las sepan
de sus intentos desistan,
me ha parecido ponerla,
en esta breve minuta.
Si las juzgaren pequeñas
para esposo, no lo son;
que el mal, para que lo sea,
Est ex quocunque defectu
como el bien de causa entera."
CARLOS:
Latines sabe esta dama?
HORTENSIO:
Estudian las de esta tierra
que se pican de curiosas;
y eslo mucho la condesa.
FELICIANO:
Ahora bien; vaya de faltas
y veré por cual me deja.
CONRADO:
Ella perderá el juicio
si prosigue en esta tema.
HORTENSIO:
Dice así, "Dejo a Conrado
por puntual melindroso,
que, no es bueno para esposo
un hombre tan delicado."
CONRADO:
¿Yo?
HORTENSIO:
"Dicen que despidió
al que los cuellos lo abría,
porque en él, un puño, un día,
mas un abanico halló
que en el otro, y si así pasa
no hay falta cual la avarienta;
que quien abanicos cuenta
¿qué hará la hacienda de casa?"
CONRADO:
¡Vive Dios, que la han mentido!
HORTENSIO:
"Tampoco a Rogerio quiero,
que, puesto que es caballero,
el serlo ha desmerecido,
pues vive desempeñado
y a mohatras no se atreve;
porque el caballero debe
y no paga el titulado."
ROGERIO:
¡Donosa falta me puso!
HORTENSIO:
"Feliciano me da enojos,
que tiene azules los ojos
y yo quiero ojos al uso.
Guarde lo azul para el cuello,
por que, si le he de admitir
los ojos se ha de teñir
como otros barba y cabello.
Carlos es desaliñado
y yo no he de ser mujer
de quien no sabe comer,
limpiamente un huevo asado.
Favio, habla con estribillo;
Teodoro, en grosero toca,
pues lo es quien trae en la boca
toda la tarde el palillo."
CARLOS:
¿Pues ésa es acción grosera?
FELICIANO:
Si es mondadientes, sacalle
en la boca por la calle,
es ir con la escoba afuera.
HORTENSIO:
"Julio, de barba cerrado,
habla por tiple y sesea,
y hará cualquier cosa fea
un hombre tiple y barbado.
Celio es calvo, y para padre
mejor; Decio si se enoja,
el mayor voto que arroja
es, ¡por vida de mi madre!
Marco Antonio trae antojos;
César, copete y guedejas,
zarcillos en las orejas
y echa la culpa a los ojos.
Y, si coninigo se casa
reñiremos por saber
cuál de los dos es mujer
y quién el que manda en casa.
Federico, no penetra
lo que a caballero debe.
Bebe en invierno sin nieve
y escribe clara la letra.
Valerio ha dado en traer
alzada la sotanilla;
y hay quien piensa que se humilla
y va a fregar o barrer.
Por estos y otros defectos,
soy señores de opinión
que, si Amor es perfección,
yo no he de amar imperfectos.
Y vivan sobre este aviso
mientras con tino no tope
tan perfecto como Lope
en su Arcadia pinta a Anfriso.
ROGERIO:
¿Qué Arcadia o qué Lope es éste?
FELICIANO:
¿Qué se yo? O esta Lucrecia
es loca, o peca de necia.
CARLOS:
Pues aunque no manifieste
amarme--¡viven los cielos!--
que he de hablarla.
ROGERIO:
Yo imagino
que a igualarnos, cuerda, vino,
por no ocasionar los celos
que haciendo de uno elección
a los demás ha de dar.
CONRAD:
Yo, Rogerio la he de hablar
que tengo satisfacción,
aunque sois nobles y ricos,
de que he de verme su esposo.
ROGERIO:
¿Vos puntual, melindroso,
que contáis los abanicos?
CONRADO:
Yo sé que la satisfago.
CARLOS:
A los demás me prefiero,
pues si debe el caballero
yo debo mucho y no pago.
FELICIANO:
Andad que la dais enojos,
y aprended, más aliñado,
a comer un huevo asado.