La fianza satisfecha/Acto II

Acto I
La fianza satisfecha
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen LEONIDO, de moro, y LIDORA, mora.
LIDORA:

  Detente.

LEONIDO:

No hay detener.

LIDORA:

Vuelve la cara.

LEONIDO:

No quiero.

LIDORA:

Eres cruel.

LEONIDO:

Soy acero.

LIDORA:

¡Cruel hombre!

LEONIDO:

¡Necia mujer!

LIDORA:

  Mira que te quiero.

LEONIDO:

¿A mí?

LIDORA:

A ti.

LEONIDO:

Pues que no me quieras.

LIDORA:

¡He de morir!

LEONIDO:

Aunque mueras.

LIDORA:

Y ¿por causa tuya?

LEONIDO:

Sí.

LIDORA:

  ¡Ah, gran Argolán!

LEONIDO:

¡Lidora!

LIDORA:

Qué, ¿no, me querrás?

LEONIDO:

¡Jamás!

LIDORA:

¡Eres cruel!

LEONIDO:

¡Necia estás!

LIDORA:

¡Oye, mi bien!

LEONIDO:

Quita, mora.

LIDORA:

  ¿No te obliga mi hermosura?

LEONIDO:

No, porque la voluntad
no se inclina a tu beldad,
y el intentarlo es locura.
  Si cruel te he parecido
en estas respuestas darte,
no puedo, Lidora, amarte,
aunque a otras he querido.
  Lascivo en extremo he sido,
señora, y en tanto grado,
que he bellos rostros gozado,
y al tuyo le he aborrecido.
  Yo confieso que eres bella;
de serlo puedes preciarte;
pero yo, Lidora, amarte,
no lo permite mi estrella.
  Confieso, conozco y sé
las gracias que tú atesoras,
y aunque me cansan las moras,
te estimo, y no, sé por qué.
  Ese tu gallardo brío,
el donaire, la belleza,
el garbo, la gentileza,
me llevan el albedrío.
  Ese cuello de marfil,
que la misma nieve afrenta;
esos ojos, en que ostenta
amor rayos mil a mil;
  ese tu saber profundo,
de quien es bien que se asombre
el mundo, no puede un hombre,
sino que te adore el mundo.
  Y aunque sé que no merezco
los favores que me has hecho,
no sé que miro, en tu pecho,
que de verdad te aborrezco.

LIDORA:

  Aunque me ves que soy mora,
a los moros aborrezco,
y aqueste amor que te ofrezco,
grandes bienes atesora.
  ¡Quiéreme, Argolán!

(Sale el REY.)
REY:

¿Así
se guarda la ley a un rey?

LIDORA:

¿Cuándo yo falté a tu ley?

REY:

¿Cómo cuándo, si yo vi
  que le estabas persuadiendo
al noble y fuerte Argolán
te sirviese de galán?

LIDORA:

Y en eso, di, ¿qué te ofendo?

REY:

  ¿Qué me ofendes? ¿No me diste
palabra de que sería
mío tu amor, si traía
un cristiano?

LIDORA:

Bien dijiste;
  pero yo no te he agraviado;
que si bien lo consideras,
aunque eso fuera de veras,
el cristiano no me has dado.

REY:

  Ya sé con quién te recreas,
y a quien con tu amor persuades.

LIDORA:

¿Es muy bueno que te enfades
cuando burlarme deseas?

REY:

  ¿Yo burlarte?

LIDORA:

Sí, señor,
pues un cristiano ofreciste,
y, como ves, me trajiste
un moro, a quien tengo amor.
  Y es tan grande la afición
que le tengo, que le diera,
sólo porque me quisiera,
la sangre del corazón.
  ¿Qué digo querer? Por sólo
que algún amor me mostrara,
y a la cara me mirara,
aunque con fingido dolo,
  le hiciera, a estar en mi mano,
según le tengo el amor,
de todo el mundo señor,
y con poder soberano;
  y si más mi amor me prueba
a mostrar que soy mujer,
puedes, Berlerbeyo, creer
que es por el traje que lleva;
  que a no traer traje moro,
y no haber su ley negado,
patente hubiera mostrado
lo que en el alma le adoro.

LEONIDO:

  Y correspondencia hallaras;
mas mi mala inclinación
me fuerza a que tu afición
menosprecie.

REY:

¿En qué reparas?
  Ya, Argolán, patente has visto
lo que esa mujer te adora.
Tú, ¿qué dices?

LEONIDO:

Que Lidora
se cansa, que yo resisto
  a su gusto, y que primero
le faltará luz al día,
a mi brazo valentía
para regir este acero;
  primero verás bajarse
de los cielo s las estrellas,
y en este suelo con ellas
duras piedras barajarse;
  y antes dejará de ser
Mahoma santo Profeta,
que yo en tus cosas me meta
ni estime aquesta mujer.

REY:

  Estos brazos, Argolán,
por el favor que me has hecho,
del gran amor de mi pecho
patentes muestras darán.
  Rige, traza, manda, ordena
en Túnez, cual dueño suyo;
que todo mi reino es tuyo.

LEONIDO:

No quiero yo cosa ajena.

REY:

  Ponte mi corona real.

LEONIDO:

No reino yo en compañía,
porque la soberbia mía
no tiene en el mundo igual.
  Algún día podrá ser
(y esto en mi valor lo fundo)
que sacándote del mundo,
me la pueda yo poner.

REY:

  ¿Estás loco, por ventura?
Mas sí lo debes de estar;
y así le habré yo de dar
el castigo a tu locura;
  que eres villano grosero,
y fuera bien que advirtiera
tu soberbia, que estás fuera
de tu propio gallinero.

LEONIDO:

  Con mostrar las obras callo,
con que he de ponerte freno;
que en el suyo y el ajeno
canta, cuando es bueno, el gallo.
  Llama todo tu Gobierno,
a tu ciudad y a Mahoma;
que haré que mi rabia os coma
y os vomite en el infierno:
  desnuda, moro, el acero.

REY:

¡Ah de mi guarda! ¡Lidora!

(Sale LIDORA.)
LIDORA:

¿Quién mi cuarto altera ahora?

LEONIDO:

Yo, Lidora, yo le altero;
  yo, que afrento vuestra ley;
yo, que asuelo la ciudad;
yo, que rompo la amistad,
yo, que mato vuestro Rey;
  yo, que jamás me acobardo;
y para mostrar mi modo,
saca, Rey, tu reino todo;
que en la ribera te aguardo.
  Salid, que allí mostrará
este brazo varonil,
que a ti, a ciento y a cien mil,
y a Mahoma abrasará.

(Vase.)
REY:

  ¡Espera, perro!

LIDORA:

Detente,
noble Berlerbeyo, aguarda;
deja sosegar tu guarda
y aquese brazo valiente.

REY:

  ¿Qué dices?

LIDORA:

Digo que cese
ese enojo, y que tu brío,
esta vez, por amor mío,
le ha de perdonar.

REY:

Si ese
  es tu gusto, me detengo;
y haz cuenta que un encendido
rayo en el aire has tenido,
de lo cual a inferir vengo,
  Lidora, que sola fueras,
cuando tan furioso estoy,
a la venganza que voy,
quien detenerme pudieras;
  y a mi pecho, de ira lleno,
que tras la venganza vuela,
siéndole el agravio espuela,
sólo tu amor es el freno;
  porque con verte presente,
el enojo se me olvida:
yo le concedo la vida.

LIDORA:

Mahoma la tuya aumente.

(Sale ZARRABULLÍ.)
ZARRABULLÍ:

  Dar a mí albricias, Lidora.

REY:

De alguna graciosa tema.

LIDORA:

Dinos de qué.

ZARRABULLÍ:

Que Zulema
a palacio llega ahora,
  y traer muchos cristianos
presos para que servirte.

LIDORA:

Si es verdad, gusto de oírte.

ZARRABULLÍ:

Decir que son sicilianos.

LIDORA:

  Dile que entre.

ZARRABULLÍ:

Ser Pompeyo.

REY:

Valiente soldado, es.

(Salen ZULEMA, GERARDO, TIZÓN y MARCELA, cautivos.)
ZULEMA:

Pasad y besad los pies,
cristianos, a Belerbeyo.
  Y tú, señora, las plantas
en sus bocas y en la mía
pon con gusto.

LIDORA:

Alegre día,
pues que tanto te adelantas.

ZARRABULLÍ:

  En darle gusto no tardo.

LIDORA:

Cuéntame, Zulema fuerte,
tu jornada.

ZULEMA:

Tuve suerte;
ya prosigo.

LIDORA:

Ya te aguardo.

ZULEMA:

  Al punto, Lidora hermosa,
que cogió su manto oscuro
la enemiga de los hombres
y encubridora de insultos;
cuando el soberbio Boreas
a sus caballos les puso
en los acicates alas
para que huyesen del mundo;
cuando el hijo de Hiperión,
vistiendo de negro luto
los antípodas, nos muestra
gozoso su aspecto rubio,
a cuya vista las aves,
con los piquillos agudos,
siendo los sauces atriles,
forman al sol contrapuntos,
salí de Túnez alegre
 (sólo por buscar tu gusto;
que es mi brazo, bella mora,
a tus placeres conducto).
Con cien africanos moros
las anchas playas ocupo
donde sus palacios tiene
el hidrópico Neptuno;
apenas pisé las aguas,
cuando al paso se me opuso
una nave que el piloto,
sin dormir fue Palinuros,
porque aunque estando despierto
pretendió su fiero orgullo
que llevar, ver y vencer,
como el César, fuera junto;
y en esta ocasión salieron
vanos los intentos suyos,
porque apenas embestimos,
cuando se bajó al profundo.

ZULEMA:

Era la gente cruzada
de aquel Profeta desnudo
que ellos dicen que a su Dios
mostrar con el dedo supo;
pero ni su cruz, ni ellos,
ni su Dios, hicieron fruto,
antes forzados bajaron
a besar el pie a Neptuno;
porque yendo yo a servirte,
noble Lidora, presumo
le faltara al cielo fuerza
contra mi brazo robusto.
Al fin, adelante paso,
y seguro el agua surco;
y aunque en Malta lo supieron,
no salieron de sus muros.
Y al tiempo que el rojo Febo,
cansado de dar al mundo
tan gran vuelta, en el ocaso
escondió su veloz curso
por entre pardos celajes,
aunque a la vista confusos,
de la famosa Sicilia
descubrí sus altos muros;
tomé puerto en sus arenas
como cazador astuto,
buscando a tiento la caza,
y de improviso la escucho.

ZULEMA:

Dividí luego en cuadrillas,
entre unos árboles mudos,
la gente, donde las aves
sonaban tantos arrullos,
y yo, de ellos apartado
medio tiro de trabuco,
dándoles la seña cierta,
de verdes hojas me cubro.
Allí estuve sin dormir,
que como la caza busco,
me fueron los ojos hojas,
aunque al fin ojos nocturnos.
Apenas sonaba el aire,
cuando tengo por seguro
ser cristianos; que la noche
hace de las sombras bultos.
De esta suerte lo pasamos
todo el tiempo que tributo
pagó el mar a las tinieblas,
por estar Febo difunto.
Hasta que saliendo el alba,
al Supremo Alá le plugo
que una mujer con tres hombres
dieran materia a mi triunfo.
No les juzgué bien apenas,
cuando el alfanje desnudo,
y emprendiendo a todos cuatro,
mostré no tener segundo.

ZULEMA:

Murió el uno y traigo tres,
y de lo que más presumo,
es porque son sicilianos,
cosa tanto de tu gusto.
Y yo, por mostrar, señora,
en lo que a servirte acudo,
lo que más has de estimar,
a tus plantas lo reduzco
con mi boca, a quien suplico
no mire el presente rudo,
sino la gran voluntad
con que en servirte me ocupo.

LIDORA:

  Hasme dado tal contento,
Zulema, con tu victoria,
que me dice el pensamiento
sean mis brazos la gloria
del gallardo vencimiento.

ZULEMA:

  Tu discreción has mostrado,
y a nuevas obligaciones
quedo, señora, obligado,
pues en tan breves razones
toda mi historia has pagado.
  No has mostrado ser mujer
en eso poco que hablaste,
dardo bien a conocer
que mejor tú lo pagaste
que yo lo supe vencer.

LIDORA:

  A quien eres corresponde,
gran Zulema, tu opinión.

REY:

¡Mahoma divino! ¿Adónde
llegará la discreción
que en esta mujer se esconde?
  Como veis que cara cuesta,
toda la carta ofrecéis
a quien el premio os apuesta.

ZULEMA:

Yo pienso que la tendréis,
gran señor, por muy bien puesta;
  mas si algún caso siniestro
contra vos en ofrecella
hice, como poco diestro,
quede Lidora con ella,
y yo por esclavo vuestro.
  Y que así tratéis es justo
a quien no debe ignorar,
como yo, vuestro disgusto;
que antes en darla a Lidora,
entendí que os daba gusto.

REY:

  Ella está bien empleada,
como es justo que lo esté
una tan buena jornada,
y yo su esclavo seré
si mi servicio le agrada;
  que tan buena servidumbre
(supuesto que la trajeras)
era de tu cara lumbre,
y en no dársela, me dieras
extremada pesadumbre;
  que quien por su cuenta toma
servir con bríos, lozanos
mi valor, que el mundo doma,
merece, no que cristianos,
mas que la sirva Mahoma.

LIDORA:

  El favor, que no merezco,
dentro el corazón imprimo.

REY:

Yo el presente os agradezco.
y en señal de lo que estimo,
Zulema, este anillo ofrezco;
  recíbelo, no por paga,
sino en señal de afición.

ZULEMA:

El será ocasión que haga
mi brazo en otra acción
presa que más satisfaga.
  Que a toda la cristiandad
los dos juntos me obligáis
rinda a vuestra voluntad,
pues vos con premios me honráis,
y vos con tanta amistad.

LIDORA:

  Id a descansar, señor;
que cansado habréis venido.

ZULEMA:

Agradezco ese favor,
pero el haberos servido
es mi descanso mayor.

TIZÓN:

  ¿Qué habemos de encarecer
la jornada, y el camino,
y dejarnos perecer
sin dar un trago de vino
a quien rabia por beber?
  Que yo no busco regalo
en esta mísera vida,
sino vino bueno o malo;
que ya sé que la comida
ha de ser con algún palo.
  Que si en cualquiera ocasión
los duelos con pan son menos,
yo soy de otra complexión;
que no menos, sino buenos
mis duelos con vino son.
  Mas paciencia; ya me aplaco
entre esta perra canalla,
y mis flacas fuerzas saco;
pero ¿qué paciencia se halla
do no conocen a Baco?

LIDORA:

  Si me das, señor, licencia,
enviaré por Argolán.

REY:

Sí, pero no en mi presencia.

ZULEMA:

Pues qué, ¿reñidos están?

LIDORA:

Tuvieron cierta pendencia;
  mas el enojo destierra,
y vuelva a casa Argolán.

REY:

Todo en tu gusto se encierra.

ZULEMA:

Vengan, y conocerán
los cautivos de su tierra.

REY:

  Váyanle luego a buscar.

ZULEMA:

Yo propio merezco ir.

LIDORA:

Más me quieres obligar.

ZULEMA:

Sólo os procuro servir.

(Vase.)
LIDORA:

Y yo os lo sabré pagar.

REY:

  Porque puedas fácilmente
mejor, Lidora, informarte
de quién es aquesta gente,
quiero con ella dejarte.

(Vase.)


LIDORA:

El cielo tu vida aumente.
  ¿Qué tenéis? ¿De qué lloráis?
Mirad que no conocéis
en cuyo poder estáis;
que aunque cautivos os veis,
me pena que os aflijáis:
  mostrad esa bella cara.

MARCELA:

¡Ay, noble y hermosa mora!
Mi desdicha no repara
en ser yo cautiva ahora,
sino en que fortuna avara
  con aquel honrado viejo
haya sido tan cruel;
que es tal su aspecto y consejo,
que puede mirarse en él
el mundo como en espejo.
  Que te sirva yo no importa;
que bien lo sabré sufrir
si tu enojo se reporta;
pero ¿en qué te ha de servir
quien tiene vida tan corta?
  ¿Cómo, señora, podrá
servir a tus pies rendido;
ni qué gusto te dará
aquel que de ser servido
tan necesitado está?
  Si algún disgusto te diere
(que el darlo será muy cierto
con la mucha edad que tiene),
venga en mí su desconcierto
al doble que mereciere.
  No ejecutes tu desdén
aunque mi padre te aflija;
hazme, señora, este bien;
pague, señora, su hija,
que lo llevará más bien.

LIDORA:

  Deja los tristes enojos,
pon a la tristeza calma,
enjuga los tristes ojos;
que se me llevan el alma
aquellos blancos despojos.
  ¿Cómo te llamas?

MARCELA:

Marcela.

LIDORA:

Pues Marcela, no te aflija,
ni el ver cautivo te duela
a tu padre, que otra hija
ha ya cobrado.

MARCELA:

Consuela
  tu lengua mi corazón.

LIDORA:

Dame, buen viejo, los brazos.

GERARDO:

Que me deis será razón,
vos los pies.

LIDORA:

Estos abrazos
confirman nuestra afición:
  apretad los brazos más;
que el corazón me consuela
este abrazo que me das:
ruégaselo tú, Marcela,
pues que más con él podrás;
  y en este punto diré,
aunque todo Túnez ladre,
que con mi padre encontré:
¿gustaréis de ser mi padre?

GERARDO:

Y vuestro esclavo seré.

LIDORA:

  Pues enjugad esas canas,
y en presencia de los moros
disimulad.

MARCELA:

Mucho allanas
con tu valor.

LIDORA:

Cesen lloros;
que somos, Marcela, hermanas.

TIZÓN:

  Y a mí, ¿qué papel me dan
para cuando estemos solos?

MARCELA:

Calla, Tizón.

TIZÓN:

Callarán,
pues nos va bien con los bolos.

(Sale ZULEMA.)
ZULEMA:

A la puerta está Argolán.

LIDORA:

  Pues dile que entre al momento:
¡cielos santos, qué incentivo,
dentro de mi pecho siento:
que en ver a aquestos cautivos
todo el corazón reviento!

(Sale LEONIDO.)
LEONIDO:

  Aunque de enojo rabiando
contra este Rey arrojado,
en oyendo tu mandado
vine al punto.

LIDORA:

Voy buscando,
  valiente Argolán, tu gusto.

TIZÓN:

Escucha, Marcela, aquí:
¿No es éste tu hermano?

MARCELA:

Sí.

LEONIDO:

Agradecértelo es justo.

MARCELA:

  ¿Qué es esto, cielo supremo,
que tan desgraciada he sido
que a tu poder he venido?

TIZÓN:

Alguna desdicha temo:
  disimula.

LIDORA:

En esta hora
estos cautivos me dan,
y he de mostrar, Argolán,
lo que mi pecho te adora.
  Todos me sirven a mí,
y porque veas mi celo,
ellos y yo, sin recelo,
hemos de servirte a ti.

LEONIDO:

  ¿Qué es esto, santo Profeta?

GERARDO:

Dad las plantas a este viejo,
que por faltarle consejo,
a besarlas se sujeta.

LIDORA:

  ¡Plegue a Alá que no se inquiete!

LEONIDO:

Buena ocasión se me ofrece.

LIDORA:

¿Qué mucho, si lo merece,
que a besarlas se sujete?

LEONIDO:

  De muy poco os espantáis,
y porque no os ofendáis,
yo os pondré do merecéis;
que a mis pies honrado estáis.
  Conoceréis que mi celo
mucho al vuestro se aventaja.
porque cuanto el cielo os baja,
tanto a mí me sube el cielo.
  ¿Vos a mis pies, viejo ingrato?
A cólera me provoca;
no merece vuestra boca
ni llegar a mi zapato.
  Levantad; que habéis mostrado,
viejo, ser muy atrevido,
pues valor habéis tenido
de llegar do habéis llegado.
  Ya que a mis pies os pusisteis,
debajo dellos es justo
que os veáis hoy por mi gusto,
pues tan atrevido fuisteis.
  Hoy vuestra arrogancia loca,
viejo vil, castigaré,
poniendo mi altivo pie
sobre vuestra infame boca.
(Pónele el pie en la boca.)
  Y con esto se concluya
vuestra muy grande insolencia,
que quien no tiene vergüenza,
dice que la tierra es suya.
  Levantad.

(Dale con el pie.)


GERARDO:

¡Divino cielo!

TIZÓN:

¡El puto que se arrodille!

GERARDO:

¡Que así un buen padre se humille
a un mal hijo!

LIDORA:

De ese suelo
  levantad, padre, al instante,
y en vuestras manos protesto
que me pesa haberos puesto
en las de aqueste arrogante.

GERARDO:

  ¡Oh, mal hijo!

LEONIDO:

¡Razón loca!
¿Yo tu hijo? ¡Linda traza!
Haré echarle una mordaza
si hijo me nombra su boca.

ZARRABULLÍ:

  ¿Qué digo? Señor Tizón,
acá estamos. ¿Con quién hablo?

TIZÓN:

Cuerpo de Dios, con el diablo,
¡miren qué linda razón!

ZARRABULLÍ:

  Mirar muy bien lo que habrá,
que ha de comer alcuzcú.

TIZÓN:

¡Que le coma Belcebú!
(Aparte.
Comiera aunque fuera cabra.

ZARRABULLÍ:

  Venir conmigo, e yo hacer
lo que ver vos.

TIZÓN:

Allá voy,
porque tan hambriento estoy,
que al moro me he de comer.

(Vase.)
LIDORA:

  Del enojo que te he dado
perdona; que más me aflijo,
de ver que, siendo tu hijo,
tan vilmente te ha tratado.

LEONIDO:

  ¿Conócesme tú?

MARCELA:

Quisiera,
infame, no conocerte,
y antes de venir a verte,
que a mí la muerte me diera.
  ¿Tú en este traje, villano?

LEONIDO:

Sí, porque con este traje
doy afrenta a mi linaje
y a todo nombre cristiano;
  y aquese caduco viejo,
a quien mi lengua solía
llamarle padre algún día
(de quien ahora me quejo),
  en este traje que ves
y con tu lengua profanas,
pondré las infames canas
mil veces bajo mis pies;
  que se echa claro de ver
que ya de vosotros toma
justa venganza Mahoma,
pues os pone en mi poder.
  Y tú, que tan atrevida
allá mostraste disgusto,
aquí seguirás mi gusto,
o pondré fin a tu vida.
  Aquí no tendrás amparos,
pues tu fortuna te humilla.

LIDORA:

Sentaos, padre, en esta silla;
que me enternece miraros.

MARCELA:

  Moro, deja esa intención,
porque no me has de vencer.

LEONIDO:

¡Quién te pudiera poner
en medio del corazón!
  Marcela, yo he gozar
de tus brazos.

MARCELA:

Serán lazos
para ahogarte.

LIDORA:

En estos brazos
puedes, señor, descansar.

GERARDO:

Dame a besar esos pies.

LIDORA:

  Haz treguas, cese el regar
con llanto, las blancas canas.

GERARDO:

Todo mi disgusto allanas.

(Siéntase en la silla.)
LEONIDO:

No tienes que porfiar;
  que dueño llego a ser hoy
de tu hermosura, Marcela,
porque me sirve de espuela
el afrenta que te doy.

MARCELA:

  Mira que te mira Dios,
y que tu padre te mira.

LEONIDO:

Podrá, Marcela, mi ira
satisfacer a los dos:
  a Dios, porque le ofendí,
me lo pida junto todo;
y a mi padre, de este modo.

(Saca la daga.)
MARCELA:

¡Tente, soberbio! ¡Ay de mí!

LEONIDO:

  Viejo, mi gusto estorbáis
tan sólo porque lo veis,
y porque no lo estorbéis,
haré que no lo veáis.
  Esta daga vuestros ojos
punzará.

(Dale con la daga en los ojos, y llevará GERARDO un lienzo con sangre.)
MARCELA:

Tenle, Lidora.

LEONIDO:

Pues no lo verás; ahora
podrán cesar mis enojos.

LIDORA:

  ¿En qué Libia te has criado,
Hircano tigre, o qué fiera
te dió la leche primera?

LEONIDO:

Aún no estoy desagraviado;
  que no puede mi rigor
sufrir tanto desdén junto;
ahora ha llegado el punto
de conocerlo mejor.
  Humillad, viejo labrador,
a mi alfanje la cerviz,
que tenéis suerte infeliz,
pues hoy con fiero rigor
  la muerte os he de dar yo,
pues vuestra hija atrevida
quiere que os quite la vida
con el rigor que mostró.
  Marcela, alto: a consentir
en mi gusto, o ver la muerte
de este viejo.

MARCELA:

¡Acerba suerte!
¿Qué mal me puede venir
mayor? ¿Puédese sufrir
que me deshonre un infame,
y que la sangre derrame
del padre que me engendró?

GERARDO:

Mejor es que muera yo,
que no su amiga te llame.
  Cierra los ojos al vicio,
y este caso no te tuerza;
déjale que su vil fuerza
ejecute el sacrificio;
que será mejor servicio
al cielo, que está presente,
que padezca un inocente
esta muerte apresurada,
que no verte a ti manchada
con acción tan insolente.

LEONIDO:

  ¿Qué respondes?

MARCELA:

Que le des.

LEONIDO:

Pues ya le doy.

MARCELA:

¡Tente, aguarda!

GERARDO:

Ea, hija, ¿qué te acobarda?

LEONIDO:

¡Ha de morir!

MARCELA:

Muera, pues;
mas no muera.

LEONIDO:

Descortés
eres, infame, a mi gusto.

MARCELA:

Que muera y no muera gusto.

LEONIDO:

Eso no tiene lugar.

MARCELA:

Pues si muerte le has de dar,
que yo no lo vea es justo;
  los ojos cubrirme quiero.

(Cúbrese.)
LEONIDO:

Ya le doy.

MARCELA:

¿Que ya le das?

LEONIDO:

Sí, pues tan cruel estás.

MARCELA:

Dale, lobo carnicero,
degüella el manso cordero,
que en tus acciones registro,
y tu gusto no administro
por ser de vil interés,
un sacrificio al revés
en la causa y el ministro.

LEONIDO:

  Acaba de resumir
lo que has de hacer.

GERARDO:

¡Oh, Marcela!
¿Qué cuidado te desvela,
hija, de verme morir?
No lo quieras diferir:
declara tu voluntad:
no te ciegue la lealtad
que es justo tenerme a mí;
que en no decir luego sí,
pones duda en tu verdad.

MARCELA:

  Pues no quiero, que haya duda,
sino que, patente el mundo,
entienda que no hay segundo
a mi valor. ¿De qué duda
tu infame pecho? Sacuda
el golpe sin embarazo.

LEONIDO:

Pues ya se ha llegado el plazo;
ejecuto mi rigor.

MARCELA:

¡Favor, Supremo Hacedor!

LIDORA:

¡Detén, Argolán, el brazo!

(Detiene LIDORA a ARGOLÁN.)


LEONIDO:

  ¡A detenerme has venido,
perra! Por el Alcorán,
que ha de abrasar Argolán
a ti y al viejo atrevido
y aun el infernal bramido
has de temblar de mi furia,
pues tu presencia me injuria,
cuando con soberbio bando
venga a Túnez abrasando
por vengarme de esta injuria.

(Vase.)
LIDORA:

  ¡Favor, moros! ¿No hay alguno
que venga a favorecerme?

(Sale ZULEMA.)
ZULEMA:

Al mundo pienso oponerme
por ti, aunque soy sólo uno.

(Salen el REY y TIZÓN.)
REY:

¿Quién, Lidora, fue importuno
a tu gusto? ¿Quién te dio
disgusto? ¿Quién se atrevió
de los que en el mundo están?

LIDORA:

El infame de Argolán
con guerra me amenazó:
  dijo que bien se me acuerde,
que a componer va una escuadra.

REY:

Calla, que perro que ladra.
Lidora, muy poco muerde.

TIZÓN:

De esta vez mi amo se pierde.

REY:

Poco tiene que perder,
según su vil proceder.

TIZÓN:

En este punto le dan,
al que prendiera a Argolán,
a Lidora por mujer.

(Vase.)
REY:

  Desde hoy por mí se te ofrece,
pues lo merece mi fe.

(Vase.)
ZULEMA:

De Lidora gozaré,
pues mi valor lo merece.

(Vase.)
LIDORA:

Buena ocasión se me ofrece,
pues que la gente se fue:
  venid, padre, y vos, hermana,
que pues el cielo os guardó,
he de regalaros yo.

GERARDO:

Contigo mi bien se allana.

LIDORA:

  De mi condición extraña
podéis fiar.

GERARDO:

Bien mostraste
lo mucho que me estimaste,
pues con tu vista gallarda,
siendo el Ángel de la Guarda,
hoy a guardarme llegaste.

(Vanse.)
(Salen TIZÓN, y ZARRABULLÍ con alforjas, y ha de llevar un saquillo con higos, otro con pasas, otro con arroz, y un poco de carne.)
ZARRABULLÍ:

  Si tú hacer lo que me ofreces,
yo traer muy bien qué comer.

TIZÓN:

Si quieres a Mahoma ver,
te lo mostraré mil veces.
  La Gramática, en mi tierra,
catorce años estudié,
y muy bien a musa sé,
porque sólo aquesto encierra
  hoy su ciencia mi capricho,
y haré que lo puedas ver.

ZARRABULLÍ:

Pues yo buscar qué comer.

TIZÓN:

Zarrabullí, ya te he dicho
  que comer es desatino
higos sin pan.

ZARRABULLÍ:

Ya traerán.

TIZÓN:

Venga abundancia de pan,
supuesto que falta vino.

ZARRABULLÍ:

  Yo voy por pan, pues te agrada.

(Vase.)
TIZÓN:

Y ¿a quién no puede agradar?
¡Vive Dios, que le he de dar
al perro burla extremada!
  Veré lo que trae aquí
en esta alforja el cuitado:
con un saquillo he encontrado;
higos son. ¿Higos a mí?
  Me dan enfado, ¡por Dios!
Y aquí, para la memoria,
pasas: mala pepitoria.
Y ¿qué habrá en estotro? Arroz:
  algún Lucifer lo abra.
Otro envoltorio está acá:
veamos lo que será:
¡Por Dios, que es carne de cabra!
  Y ¿asada está? Mal agüero;
¿carne asada he de comer?
Pero ¿qué tengo de hacer,
supuesto que no hay carnero?
  Mal en mi estómago forja
cabra asada. ¿Qué haré?
Que si me destemplo, a fe
que ha de ser dentro la alforja:
  disimulemos, que viene.

(Sale ZARRABULLÍ con pan.)
ZARRABULLÍ:

¿En qué diablo haber pensado
que todo lo haber sacado?

TIZÓN:

Moro honrado, así conviene;
  y ahora, mientras yo como,
para que me des contento,
has de decir al momento
quién era tu madre, y cómo
  en este mundo te echó;
que si mi ciencia no yerra,
sospecho que alguna perra
la primer leche te dió.

ZARRABULLÍ:

  Yo, Tizón, ser africano,
y ser nacido en Tripol.

TIZÓN:

Bueno vas.

ZARRABULLÍ:

Adorar sol,
como señor soberano;
  tener mi padre Argolante
con mi madre, que ser mora,
a quien belleza atesora
con gran extremo.

TIZÓN:

Adelante.

ZARRABULLÍ:

  Después que estar ya casada,
puedes, cristiano, creer
que, como al fin ser mujer,
hacerse luego preñada.
  Venir a servir al Rey
mi padre, que te prometo
ser hombre de buen respeto
y moro de buena ley;
  pero tener mala suerte,
que con ser hombre de hazañas,
un día, jugando a cañas,
un caballero dar muerte.
  De la alteración murió
mi madre, y el mesmo día,
con una grande agonía,
a mí en el mundo me echó.
  Morir ella, al fin, de parto,
y perra que criar perrico,
dar leche a mí cuando chico.

TIZÓN:

A fe que me esfuerzo harto
  por darle fin al panote.

ZARRABULLÍ:

Morir mi madre Pompeya,
y quedar yo con plebeya
gente, desnudo y pobrete,
  aquí en servicio del Rey:
ya no saber decir más.

TIZÓN:

Basta: a Mahoma verás,
porque eres moro de ley;
  verás, valiente corsario:
los relieves que han quedado
he de poner en recado
por si fuera necesario.
  Tú te has de poner aquí,
con los dos brazos cruzados
y con los ojos cerrados,
y estarás diciendo así:
  «Ardúa, Mahoma, ardúa,
más que agua tiene el Po,
que ardúa quisiera yo,
y para tú moscardúa.»
  Diciendo esto, arriba mira,
y luego a Mahoma verás:
Zarrabullí, ¿quieres más?

ZARRABULLÍ:

Sólo que no ser mentira.

TIZÓN:

  ¿Mentira yo? Parto listo;
que el negocio es harto grave.
Andando yo en una nave,
hacer esta burla he visto.

(Vase.)


ZARRABULLÍ:

  ¡Qué contento ser, señor,
si a Mahoma santo ver!
Nunca pensar merecer
tan soberano favor.
  Ardúa, santo Mahoma,
tanto como el río Po:
¿Sí responde? Pero no,
que no parece ni asoma.
  Ardúa: aquí se derriba
todo el palacio de Meca,
y aquí siciliano peca
sin ver a Mahoma arriba.

(Pone TIZÓN un cuero hinchado, y dice arriba:)
TIZÓN:

  Ya estoy puesto en alta proa;
alza los ojos y mira.

ZARRABULLÍ:

Que castigar siciliano;
  hacer el Rey que encerrado
estar continua mazmorra.

TIZÓN:

Pues ¿de qué te alteras, zorra?
que la verdad te he contado:
  ¿No advierte que es majadero,
pues tan a pecho lo toma?
Porque en su tiempo, Mahoma
de sólo vino fue arriero.

(Arrójasele.)
ZARRABULLÍ:

  Yo os haré bien castigar
porque ser tan atrevido.

TIZÓN:

La burla pesada ha sido,
mas yo la habré de pagar.