La escuela moderna :16

Francisco Ferrer y Guardia, La escuela moderna, 1908.

.XVI.

BOLETÍN DE LA ESCUELA MODERNA

La Escuela Moderna necesitó y tuvo su órgano en la prensa.

La prensa política o la de información, lo mismo cuando nos favorecía que cuando empezó a señalar esta institución como peligrosa, no solía mantenerse en la recta imparcialidad, llevando las alabanzas por la vía de la exageración o de la falsa interpretación, o revistiendo las censuras con los caracteres de la calumnia. Contra estos daños no había más remedio que la sinceridad y la claridad de nuestras propias manifestaciones, ya que dejarlos sin rectificación era una causa perenne de desprestigio, y el Boletín de la Escuela Moderna llenó cumplidamente su misión.

Por la Dirección se insertaban en él los programas de la escuela, noticias interesantes de la misma, datos estadísticos, estudios pedagógicos originales de sus profesores, noticias del progreso de la enseñanza racional en el propio país o en distintos países, traducciones de artículos notables de revistas y periódicos extranjeros concordantes con el carácter predominante de la publicación, reseñas de las conferencias dominicales y en último término los avisos de los concursos públicos para completar nuestro profesorado y los anuncios de nuestra Biblioteca.

Una de las secciones del Boletín que mayor éxito alcanzaron, fué la destinada a la publicación de pensamientos de los alumnos. Más que una exposición de sus adelantos, en cuyo concepto jamás se hubieran publicado, era la manifestación espontánea del sentido común. Niñas y niños, sin diferencia apreciable en concepto intelectual por causa del sexo, en el choque con la realidad de la vida que les ofrecían las explicaciones de los profesores y las lecturas, consignaban sus impresiones en sencillas notas si a veces eran juicios simplistas e incompletos, muchas más resultaban de incontrastable lógica que trataban asuntos filosóficos, políticos o sociales de importancia.

Al principio se distribuía gratuitamente a los alumnos y servía también de cambio con diversas publicaciones, empezando luego a ser solicitada su adquisición, por lo que fué necesario abrir una subscripción pública.

Llegado este caso, el Boletín, a la vez que órgano de la Escuela Moderna, adquirió el carácter de revista filosófica, en que perseveró con regular aceptación, hasta que llegó el momento de la persecución y cierre de la Escuela.

Como prueba de la importante misión del Boletín, además de su utilidad ya demostrada por los datos y artículos preinsertos, véase el que publiqué en el nº 5 del año 4º, aplicando un correctivo a ciertos profesores laicos que iniciaron inconscientemente una desviación.

EL AHORRO ESCOLAR

En la escuela de un Ateneo Obrero se ha introducido la novedad de la fundación de una caja de ahorro administrada por los niños.

La noticia, difundida por la prensa en tono laudatorio y como pidiendo admiración e imitación, nos induce a manifestar nuestra opinión sobre el asunto, pensando que si unos tienen derecho a hacer y a decir, el mismo derecho tenemos nosotros a juzgar, contribuyendo así a dar consistencia racional a la opinión pública.

Ante todo hemos de observar que la idea economía es muy diferente, por no decir antitética, de la idea de ahorro; y si se trata de inspirar a los niños el conocimiento y la práctica de la economía, no se conseguirá enseñándoles a ahorrar.

Economía significa uso prudente, metódico y previsor de los bienes, y ahorro es reducción y limitación del uso de esos bienes. Economizando se evita el derroche; ahorrando, el que no dispone de lo superfluo, se priva siempre de lo necesario.

¿Poseen lo superfluo esos niños a quienes se quiere enseñar la práctica del ahorro? El título de la corporación que auspicia esa escuela nos da contestación negativa. Los obreros socios de ese Ateneo que envían sus hijos a esa escuela, viven del salario, cantidad mínima que, determinada por la oferta y la demanda, pagan los capitalistas por el trabajo; y con el salario, no sólo no se llega jamás a lo superfluo, sino que hallándose monopolizada por los privilegiados de la riqueza social, distan mucho los trabajadores de alcanzar lo que necesitan para disfrutar vida regular en concordancia con los beneficios aportados a la generación presente por la civilización y el progreso.

Pues esos niños, hijos de obreros, futuros obreros, a quienes se enseña el ahorro, que es privación voluntaria con apariencia de interés, se les prepara, con esa enseñanza, a la sumisión al privilegio, y, queriendo iniciarles en el conocimiento de la economía, lo que se hace verdaderamente es convertirles en víctimas y cómplices del desbarajuste económico de la sociedad capitalista.

El niño obrero es un niño hombre, y como tal tiene derecho al desarrollo de sus aptitudes y facultades, a la satisfacción de todas sus necesidades morales y físicas, porque para eso está instituída la sociedad, la cual no ha de comprimir ni sujetar al individuo a su manera de ser, como por irracional egoísmo intentan los privilegiados, los estacionarios, los que viven gozando de lo que otros producen, sino que ha de representar el fiel de la balanza de la reciprocidad entre los derechos y los deberes de todos los asociados.

Sí; porque se pide al individuo que haga a la sociedad la ofrenda de sus derechos, de sus necesidades Y de sus placeres; porque semejante desorden se quiere que sea el orden por la paciencia, por el sufrimiento y aun por un falso raciocinio, enaltecemos la economía y censuramos el ahorro, y pensamos que no debe enseñarse a niños que han de ser trabajadores en una sociedad en donde el término medio de la mortalidad de los pobres que viven sin libertad, sin instrucción, sin alegría, tiene cifras espantosas, comparado con el de los parásitos que viven y triunfan a sus anchas.

Los que por sociolatría quieran menoscabar en lo más mínimo el derecho del hombre, lean en este enérgico y bello apóstol de Pi y Margall: ¿quién eres tú para impedir el uso de mis derechos de hombre? Sociedad pérfida y tiránica, te he creado para que los defiendas, y no para que los coartes; ve y vuelve a los abismos de tu origen, a los abismos de la nada.

Partiendo de esas consideraciones y aplicándolas a la pedagogía, juzgamos necesario que los niños comprendan que derrochar toda clase de materiales y objetos es contrario al bienestar general; que si el niño malgasta papel, pierde plumas o estropea libros, impide sacar de ellos mayor utilidad e irroga un perjuicio a sus padres o a la escuela. Todavía puede inculcárseles la previsión respecto de abstenerse de adquirir cosas baladíes, y aun haciéndoles pensar en la falta de trabajo, en la enfermedad y aun en la vejez; pero no se diga, y menos lo diga un maestro, que con el salario, que no alcanza a satisfacer las necesidades de la vida, puede asegurarse la vida; porque eso es aritmética falsa.

Los trabajadores quedan privados de la ciencia universitaria; no frecuentan el teatro ni los conciertos; ni viajan; ni se extasían ante las maravillas del arte, de la industria y de la naturaleza esparcidas por el mundo; ni saturan sus pulmones durante una temporada de oxígeno reparador; ni tienen a su alcance el libro y la revista que establezca la común elevación del entendimiento, antes al contrario sufren todo género de privaciones y hasta pueden sufrir tremenda crisis por exceso de producción, y no han de ser los maestros quienes oculten esas tristes verdades a los niños y por añadidura les enseñen que una cantidad menor puede igualar y aun superar a otra mayor.

Hoy que por el poder de la ciencia y de la industria está patente que hay de sobra para todos en el banquete de la vida, no ha de enseñarse en la escuela, para servicio del privilegio, que los pobres han de organizar servilmente el aprovechamiento de las migajas y de los desperdicios.

No prostituyamos la enseñanza.


En mi propósito de evitar desviaciones en la enseñanza popular, me creí en el deber de dirigir desde el Boletín la siguiente censura:

A PROPÓSITO DE SUBVENCIONES

Tristeza e indignación me causó leer la lista de subvenciones que el Ayuntamiento de Barcelona votó para ciertas sociedades populares que fomentan la enseñanza.

Vimos cantidades destinadas a Fraternidades Republicanas y otros Centros similares, y no solamente estas corporaciones no han rechazado la subvención, sino que han votado mensajes de agradecimiento al concejal del distrito o al Ayuntamiento en pleno.

Que suceda esto entre gente católica y ultra conservadora se comprende, ya que el predominio de la iglesia y de la sociedad capitalista puede sólo mantenerse gracias al sistema de caridad y protección bien entendidas con que dichas entidades saben contener al pueblo desheredado, siempre conformado y siempre confiado en la bondad de sus amos. Pero que los republicanos se transformen de revolucionarios que deben ser, en pedigüeños, cual cristianos humildísimos, eso sí que no podemos verlo sin dar la voz de alerta a los que de buena fe militan en el campo republicano.

¡Alerta! les decimos: ¡alerta! que educáis mal vuestros hijos y seguís mal camino al pretender regeneraros recibiendo limosnas. ¡Alerta! que no os emanciparéis ni emanciparéis a vuestros hijos confiando en fuerzas ajenas y en protecciones oficiales o particulares.

Pásese que por la ignorancia de la realidad de las cosas en que vegetan los católicos lo esperen todo de un dios; de un san José, o de otro mito semejante, ya que si bien no pueden asegurarse de la eficacia de sus plegarias en esta vida, se consuelan en la creencia de ser correspondidos después de muertos.

Pásese también que los jugadores a la lotería desconozcan el engaño de que son víctimas moral y materialmente de parte de los gobiernos, puesto que cobran algo de lo mucho que en conjunto pierden, y se puede dispensar a la gente ignorante o jugadora que esperen su bienestar de la suerte y no de su energía.

Pero, que tiendan de ese modo la mano pedigüeña los hombres que en son de protesta revolucionaria se unen para cambiar de régimen; que admitan y agradezcan dádivas humillantes y no sepan confiar en la energía que ha de dar la convicción de su razón y de su fuerza, lo repetimos, entristece e indigna.

¡Alerta, pues, los hombres de buena fe! con tales procedimientos no se va a la enseñanza verdadera de la infancia, sino a su domesticidad.

Tras un año de suspensión, después de la clausura de la Escuela Moderna y durante mi proceso y prisión en Madrid, reapareció el Boletín, insertando en el primer número de su segunda época, 1º de mayo de 1908, la siguiente declaración :

A TODOS

Decíamos ayer...

Nunca con mayor oportunidad que en la ocasión presente, al dar a luz el primer número de la segunda época de nuestro Boletín, podríamos emplear esta histórica frase: La Escuela Moderna continúa su marcha, sin rectificar procedimientos, métodos, orientaciones ni propósitos; continúa su marcha ascendente hacia el ideal, porque tiene la evidencia de que su misión es redentora y contribuye a preparar, por medio de la educación racional y científica, una humanidad más buena, más perfecta, más justa que la humanidad presente. Ésta se debate entre odios y miserias, aquélla será el resultado de la labor realizada durante siglos para la conquista de la paz universal.

No tenemos que rectificar una tilde de nuestra obra hasta el presente; es nuestra convicción íntima, cada vez más intensa, de que sin una absoluta reforma de los medios educadores no será posible orientar la humanidad hacia el porvenir. A ello vamos; por medio de escuelas, donde puedan crearse escuelas; por medio de nuestros libros, cuya Biblioteca aumenta día tras día intensificando la difusión de las verdades demostradas por la ciencia; por medio de la palabra, en conferencias que lleven a los cerebros la luz de la verdad contra los errores tradicionales; por medio de este Boletín, donde adquieren vida nuestras aspiraciones, para que la serenidad del estudio pueda tener su influencia por el vehículo de la palabra escrita.

Nuestros amigos, los que durante cinco años nos han acompañado en nuestra querida Escuela Moderna y se solidarizaron con los hombres progresivos del mundo entero para impedir la injusticia que la reacción pretendiera llevar a cabo en la persona de su fundador, no habrán de volver la vista atrás: al contrario, alta la frente, fija la mirada en un mañana de justicia y de amor, nos ayudarán con mayores energías a realizar esta obra de verdadera y fecunda redención.

A la prensa, la expresión de nuestra solidaridad profesional y nuestro afectuoso saludo.

A los buenos, nuestra mano les estrecha efusiva en signo de paz.

Salud.


Como muestra de la labor del Boletín, inserto a continuación el siguiente artículo, traducido, que une a la competencia pedagógica, la clara visión del ideal de la enseñanza.

LA EDUCACIÓN DEL PORVENIR

La idea fundamental de la reforma que introducirá el porvenir en la educación de los niños consistirá en reemplazar, en todos los modos de actividad, la imposición artificial de una disciplina de convención por la imposición natural de los hechos.

Considérese lo que se hace al presente: fuera de las necesidades del niño, se ha elaborado un programa de los conocimientos que se juzgan necesarios a su cultura, y, de grado o por fuerza, sin reparar en los medios, es preciso que los aprenda.

Pero únicamente los profesores comprenden ese programa y conocen su objeto y su alcance; no el niño. He ahí de dónde proceden todos los vicios de la educación moderna. En efecto, quitando a las voliciones y a los actos su razón natural, es decir, la imposición de la necesidad o del deseo; pretendiendo reemplazarla por una razón artificial, un deber abstracto, inexistente para quien no puede concebirlo, se ha de instituir un sistema de disciplina que ha de producir necesariamente los peores resultados: constante rebeldía del niño contra la autoridad de los maestros, distracción y pereza perpetuas, mala voluntad evidente. ¡Y a qué maniobras han de recurrir los profesores para dominar la irreductible dificultad! Por todos los medios, algunos indecorosos, procuran captar la atención del niño, su actividad y su voluntad, siendo los más ingeniosos en tales prácticas considerados como los mejores educadores.

Tiénense por dichosos cuando logran una apariencia de éxito; pero no se llega jamás sino a las apariencias, allí donde el objeto artificial es la razón única y superior de la acción, la necesidad que impone la necesidad. Todo el mundo ha podido sentir que sólo el trabajo que determina el deseo es realmente valedero. Cuando desaparece esta razón sobreviene la negligencia, la pena y la fealdad.

En nuestras sociedades la razón artificial del trabajo tiende a reemplazar por todas partes la imposición lógica y saludable de la necesidad, del deseo natural de conseguir un resultado, de realizar; la conquista del dinero aparece a los ojos de los hombres de nuestra época como el verdadero objeto del esfuerzo. Pero es lo cierto que la educación moderna no hace nada para reaccionar contra esa concepción perniciosa, sino todo lo contrario. Por eso aumenta de día en día la caza del dinero en sustitución del hermoso instinto del cumplimiento que se encuentra en los únicos hombres cuyas voliciones no hayan sido falseadas, a quienes ha quedado la razón normal del acto y que trabajan para realizar lo que han concebido, en un noble desprecio del dinero. ¿Cómo podría exigirse que unos individuos que han sido habituados desde la infancia a obrar por la voluntad ajena, bajo la opresión de la ley exterior, en vista de un resultado cuya importancia no comprenden -ya que la significación del trabajo se define sencillamente por el castigo y la recompensa- fuesen capaces de interesarse en lo que hace la belleza, la nobleza del esfuerzo humano, su lucha eterna contra las fuerzas ciegas de la Naturaleza?

La mala concepción de la educación ha causado la enfermedad orgánica de nuestras sociedades: la necesidad de llegar a ser algo, de gozar; el desprecio, el odio al trabajo; el ansia de la vida, que no sabe cómo satisfacerse; la hostilidad espantosa de los seres que se odian y tratan de destruirse mutuamente. Se ha olvidado que lo que es preciso defender y conservar a toda costa en el hombre es el juego natural de sus actividades, las cuales, todas, deben dirigirse y desplegarse hacia el exterior en el sentido de todo el esfuerzo social. ¡La lucha por la existencia! ¡Cómo se ha abusado de esa frase, y qué a propósito se ha venido para excusar tantas infamias! y también, ¡qué mal ha sido comprendida! Se entiende de manera que es hasta la negación de los principios naturales de la sociedad: en ninguna parte en la Naturaleza se encuentra ejemplo de la aberración que se la quiere hacer que exprese. No hay organismo, no hay colonia animal donde los elementos individuales traten de destruirse mutuamente; al contrario, todos juntos luchan contra las influencias hostiles del medio, y las transformaciones funcionales que se cumplen entre ellos son diferenciaciones necesarias, cambios saludables en la organización general, no destrucciones.

Ante todo, es preciso que la vida sea tal, llegue a ser tal, que el hombre trabaje y luche únicamente por ser útil a sus semejantes; para esto se necesita sencillamente que guarde y fortifique en sí mismo el instinto de defensa contra las fuerzas hostiles de la Naturaleza; que haya aprendido a amar el trabajo por los goces que procuran los cumplimientos queridos, propuestos y larga y obstinadamente trabajado para conseguirlos, que comprenda la extensión inmensa y la belleza sublime del esfuerzo humano. Nuestros grandes hombres, nuestros inventores, nuestros sabios, nuestros artistas, lo son porque han conservado la excelente cualidad de querer, no contra sus semejantes, sino para ellos. A los ojos de sus contemporáneos, pasan por seres extraños, y, siendo los que más en consonancia se hallan con el conjunto armónico de las leyes de la existencia, antes de alcanzar el éxito, son tenidos por visionarios.

Una educación racional será, pues, la que conserve al hombre la facultad de querer, de pensar, de idealizar, de esperar; la que está basada únicamente sobre las necesidades naturales de la vida; la que deje manifestarse libremente esas necesidades; la que facilite lo más posible el desarrollo y la efectividad de las fuerzas del organismo para que todas se concentren sobre un mismo objetivo exterior: la lucha por el trabajo para el cumplimiento que reclama el pensamiento.

Se renovarán, pues, por completo las bases de la educación actual: en lugar de fundar todo sobre la instrucción teórica, sobre la adquisición de conocimientos que no tienen significación para el niño, se partirá de la instrucción práctica, aquella cuyo objeto se le muestre claramente, es decir, se comenzará por la enseñanza del trabajo manual.

La razón de ello es lógica. La instrucción por sí, no tiene utilidad para el niño. No comprende por qué se le enseña a leer, escribir, y se les atesta la cabeza de física, de geografía o de historia. Todo eso le parece completamente inútil, y lo demuestra resistiéndose a ello con todas sus fuerzas. Se llena de ciencia, y lo desecha lo más pronto posíble, y nótese bien que en todas partes, lo mismo en la educación moral y física que en la educación intelectual, la razón natural ausente se reemplaza por la razón artificial.

Se trata de fundar todo sobre la razón natural. Para esto nos bastará recordar que el hombre primitivo ha comenzado su evolución hacia la civilización por el trabajo determinado por la necesidad de lo necesario; el sufrimiento le ha hecho crear medios de defensa y de lucha, de donde han nacido poco a poco los oficios. El niño tiene en sí una necesidad atávica de trabajo suficiente para reemplazar las circunstancias iniciales, al que basta sencillamente con secundarle. Organícese el trabajo en su derredor, manténgase en él la disciplina lógica y legítima de su cumplimiento, y se llegará fácilmente a una educación completa, fácil y saludable.

No tendremos que hacer más que esperar que el niño venga a nosotros. Basta haber vivido un poco la vida del niño para saber que un irresistible deseo le impulsa al trabajo. ¡Y cuánto se hace para aniquilar en él esa buena disposición! ¿Quién osará después hablar de vicio y de pereza? Un hombre y un niño sanos tienen necesidad de trabajar: lo prueba la historia entera de la humanidad.

El niño abandona poco a poco el juego, que no es en sí más que una forma de trabajo, una manifestación innata de ese deseo de actividad que no ha encontrado dirección aún, o funda su razón de ser en el gusto atávico de la lucha subsistente desde los períodos primitivos de la vída humana; abandona el juego bajo el impulso de la necesidad que nace lentamente y del atractivo del ejemplo: se trabaja cerca de él y aspira con todas sus fuerzas al trabajo.

Entonces se interpone la influencia del educador; influencia oculta e indirecta; su ciencia de la vida le ayuda a comprender lo que sucede en el niño, a distinguir sus deseos, a suplir la incertidumbre y la inconsciencia de sus voluntades; sabe ofrecerle lo que pide; le basta estudiar la vida primitiva de los salvajes para saber lo que desea hacer.

Y en la continuación todo será fácil, natural, sencillo. El oficio tiene su lógica inflexible: conduce el trabajo mejor que lo podría hacerlo la alta ciencia; bastará que los profesores no le dejen desviarse hacia las imperfecciones del trabajo primitivo, hacia un esfuerzo de ignorante, sino que le impondrán tal como ha llegado a través de los progresos de los pueblos avanzados hasta la voluntad del niño, exigiendo de él el esfuerzo de una realización en la cual se entrelazarán todos los conocimientos humanos necesarios.

Fácilmente se comprende que todo oficio en nuestros días, para ser convenientemente conocido y ejercido, se acompaña de un trabajo intelectual que necesita los conocimientos que constituyen precisamente el conjunto de esta instrucción que al presente se limitan a inculcar teóricamente. A medida que el niño avance en su aprendizaje, se le presentará la necesidad de saber, de instruirse, y entonces se tendrá cuidado de no ahogar esa necesidad, sino que, al contrario, se le facilitarán los medios de satisfacerla, y entonces se instruirá lógicamente, en virtud de las necesidades mismas de su trabajo, teniendo siempre a la vista la causa determinante de su querer.

Es inútil insistir sobre la cualidad de semejante trabajo y los excelentes resultados que necesariamente ha de producir. Por la combinación de los oficios, podrán adquirirse los conocimientos necesarios a una educación mucho más fuerte y sana que la compuesta toda de apariencias que se da actualmente.

¿Dónde queda la imposición a todo esto? El educador pedirá sencillamente ayuda a la Naturaleza y donde quiera que halle dificultades indagará en qué pueda haberla contrariado; a ella confiará el cuidado de su disciplina y le será admirablemente conservada.

Trabajando así en la educación de los hombres es como infaliblemente puede esperarse una humanidad mejor empeñada en su tarea; conservando todo el vigor de su voluntad, toda su salud moral; marchando siempre hacia nuevos ideales; una humanidad no mezquinamente dedicada a una lucha estúpida, no sórdidamente sujeta a la hartura de sus apetitos, miserablemente entregada a sus vicios y a sus mentiras, triste, rencorosa, depravada, sino siempre amante, bella y alegre.