La envidia
Dulce es a la codicia cuanto alcanza doblar el oro inútil, que ha escondido; sin tener otro afán, ni por sentido, meditar ya el placer, ya la esperanza. Dulce es también a la feroz venganza, que no obedece al tiempo ni al olvido, los sedientos rencores que ha sufrido apagar entre el fuego y la matanza. A un bien aspira todo vicio humano; teñida en sangre, la ambición impía sueña en el mando y el laurel glorioso. Sola tú, envidia horrenda, monstruo insano, ni conoces ni esperas la alegría; que ¿dónde irás que no haya un venturoso?