La enmienda
Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
LA ENMIENDA
Como corolario del capítulo anterior, daré a ustedes una prueba de lo incurable que es en la mujer española ese vicio de escribir deplorablemente.
Una mujer cuyo corazón fué propiedad mía una temporada, finalizaba una de sus cartas de este modo:
—Adiós, ingato.
No pude tolerar tal palabra, y la escribí:
Me has llamado ingato y eso no está bien. Si alguna vez vuelves a insultarme, insúltame por completo, porque hoy se te ha olvidado una r.
Al día siguiente recibí una carta de aquella mujer, que acababa con estas palabras:
—¡Adiós, ingarto!