La emancipada: Capítulo 6
El secreto de las tempestades atmosféricas está hasta cierto punto descubierto y explicado porque han sido siempre invariables las leyes de la materia; pero hay otras tempestades misteriosas con instintos y albedrío que si una vez llegan a estallar, no se puede saber cuál será el límite de sus estragos: esta tempestad es la del corazón de una mujer hermosa, de sentimientos nobles y generosos a quien la desesperación ha llegado a colocar en mal sendero: ésta caminará vía recta a los abismos, porque finca su orgullo en no retroceder jamás y en devolver a la sociedad burla por burla, desprecio por desprecio, injusticia por injusticia y víctima por víctima; pero con mayor o menor decencia, según los grados de educación a que ha llegado, pues hasta el vicio tiene su dignidad en las almas educadas.
En Rosaura, las cuerdas con que su padre la había atado al estúpido cautiverio, fueron estrechadas hasta romperse. Un mal ministro del altar la ató con el vínculo matrimonial que también por tiránico e injusto hubo de romperse y se rompió. Un ministro de justicia intentó castigar en la víctima los delitos de los verdugos y ella hubo de detestar a los jueces de su tierra.
Entre la corrupción que tiraniza y la corrupción que halaga no es dudosa la elección para una criatura inexperta y de alma ardiente como Rosaura. Los déspotas y los fanáticos son los que empujan la sociedad a la región del libertinaje.
Esto es lo que debe decirse en vez de descubrir los festines, las orgías y los excesos que en casa de Rosaura iban quedando bajo la jurisdicción de las tinieblas. Basta saber que en los primeros días de septiembre, destinados a la afamada feria del Cisne, se veía a esa infeliz mujer en los garitos, dejándose obsequiar hasta por los beodos de los figones.
Pasados estos días de gran bullicio la casa de Rosaura estaba siempre cerrada y las noches en silencio. Alguna mudanza sustancial había ocurrido.