Eso, sí, Fortuna.
Vengan desdichas, que alguna
la vida me acabará.
¡Ah, males con que acrisolo
mi paciencia! Derribad
juntos mi felicidad;
que nunca un mal viene solo.
Padre, ni el honor perdido,
ni la hacienda siento tanto
como ese honrado llanto
que el alma me ha enternecido.
¡Ay, padre! Quién padeciera
cuantas penas puede haber
para que del padecer
ninguna parte os cupiera!
No pequeñas me han cabido.
Infamado de ladrón
estoy, y mi religión
de su gremio me ha expelido.
Pero aunque tanta venganza
a la envidia doy, no intento,
porque crezca el pensamiento,
que desmaye la esperanza;
que si el cielo solicita
contra mí desdichas tales
y, con un tropel de males,
todos los bienes me quita,
sin ellos mi dicha pruebo,
que, pues por tan varios modos,
Dios me desnuda de todos,
es por vestirme de nuevo.
Yo voy a Roma; allí tengo
al cardenal protector,
y de su ayuda y favor
mi felicidad prevengo.
Entretanto, padre mío,
podréis con Chamoso estar;
que de nadie oso fiar
lo que de su amistad fío.
Chamoso por mi respeto
mirara, padre, por vos.
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