La devoción del Rosario/Acto I

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La devoción del Rosario
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

(Sale PEDRO GERMÁN, monje, solo.)
PEDRO GERMÁN:

  ¡Dios sin principio y sin fin,
cuyos soberanos pies
pisa el mayor serafín!
¡Dios uno y Personas tres,
que entender quiso Agustín,
  y en el ejemplo del mar,
que el niño encerrar quería
en tan pequeño lugar,
vio que ninguno podía
tan gran piélago aplacar!
  ¡Dios, de quien sólo creer
es más justa reverencia
que no intentaros ver,
cuál impulso, qué violencia
aquí me pudo traer!
  Señor, en mi celda estuve:
¿cómo me traéis aquí?
Mas... ¿qué prometida nube
de oro y sol se acerca así
que sobre mis hombros sube?
  Como si en una linterna
su cuerpo el sol se encerrara,
le alumbra la luz interna
y la superficie clara,
bañada en su lumbre eterna;
  juntos caminan los dos
al monte de vuestro cielo.

PEDRO GERMÁN:

¿Qué es esto, divino Dios?
O es que Vos bajáis al suelo
o sube algún santo a Vos.
(Suspéndese el monje, y con música sube por una canal una figura de papa, con capa y tiara.)
  ¡Valgame el cielo!, podré
decir por este varón
que por las nubes se ve:
¿Quién es éste, que de Edón
sube, puesto que no fue
  con vestidura vestida?
Sí, que es el alba ceñida,
y la capa y la tiara
vencen del sol la luz clara
por el oriente esparcida.
  ¿Quién serás, confesor santo,
con ese precioso manto,
tú que por corona tienes
tres esferas en las sienes
que tus canas honran tanto?
  Tu luz apenas resisto;
más bien muestras, verde cedro,
ya sobre el Líbano visto,
que eres sucesor de Pedro,
aquel Vicario de Cristo.

(Tocan cajas destempladas; sale un CAPITÁN y cuatro soldados, que son VIVALDO, NICOLO, ALESIO y ANTONIO, con cruces en los pechos.)
CAPITÁN:

  Ya no hay que hacer aquí; cubrid de luto
las cajas, las trompetas y las armas.
El general murió; cesó la guerra.

VIVALDO:

Desdicha general de Italia ha sido,
de España y Francia y las naciones todas
que del nombre católico se precian.

NICOLO:

Descanse el fiero turco, crezca el número
de mamelucos y de zapas fieros;
discurra el mar de Ebrón, ya con sus naves,
pues faltó ya quien le pusiese freno.

VIVALDO:

Ya el otomano, casa prodigiosa,
su nombre ensalce y su corona aumente.

ANTONIO:

Duerme en Constantinopla, turco fiero,
del acero católico seguro,
pues el nuevo Godofre parte al cielo.

PEDRO GERMÁN:

Soldados generosos, caballeros
ilustres, que mostráis en la cruz roja
serlo de Cristo, ¿dónde vais tan tristes?
¿Quién es el capitán que lloráis muerto?

CAPITÁN:

El muerto general que nos preguntas,
que, como en soledad estás, lo ignoras,
es el Sumo Pontífice, el gran Pío.
Pío segundo es muerto, y el primero,
que, después de las armas celestiales,
con las humanas quiso echar del mundo
el fiero turco, destrucción de Hungría,
llevósele la muerte; el pastor muerto,
las ovejas se esparcen.

PEDRO GERMÁN:

¡Triste caso,
aunque para el bendito Padre alegre,
pues ya sus obras y deseo santo
el ciclo premia con laurel eterno!

VIVALDO:

Bendícenos y ruega por nosotros.

PEDRO GERMÁN:

El cielo os dé su bendición.

(Vase.)
CAPITÁN:

Vivaldo,
aquí no hay más que hacer, que ya de Ancona
quieren sacar el cuerpo.

VIVALDO:

Yo querría
acompañarle.

CAPITÁN:

Vamos.

ALESIO:

Pues concede
tantas gracias el cielo a quien a Roma
llegare con el cuerpo, ¿qué soldado
dejará de ganarlas? ¡Cuerpo santo,
a vuestro lado iré deshecho en llanto!

(Vanse; quedan solos ANTONIO y NICOLO.)
NICOLO:

  ¿De qué tan suspenso estás,
Antonio, en esta ocasión?

ANTONIO:

De que mi buena intención
llegó hasta serlo, y no más.
  Mi estudio dejado había
por las armas de la fe,
que en naciendo profesé,
que es ciencia que a Dios me guía.
  El Pontífice supremo,
como sabes, me había dado
de esta facultad el grado,
para el alma honor extremo.
  Porque de esta borla roja,
cruz santa que traigo al pecho,
fue de aquel gran sabio hecho
que los infiernos despoja.
  Llegamos todos a Ancona,
muere el santo general,
que en mejor carro triunfal
divino laurel corona,
  y vuelvo con tal tristeza
de ver que me he de quitar
la cruz sin pasar el mar
que con tanta fortaleza
  mártir pensaba yo ser
a manos del turco fiero,
que temo como primero
a mi estudio no volver.
  Porque si otra vez el mundo
me vuelve a su confusión,
¿qué más cierta perdición
que entrar en su mar profundo?

NICOLO:

  Todos habemos venido
a ser de Cristo soldados,
por ver, de tantos llamados,
quién llega a ser escogido;
  pero pues la santa empresa
que hacía contra el impío
turco el Pontífice Pío
aquí con su muerte cesa
  y no hay príncipe cristiano
que la quiera proseguir,
con su cuerpo quiero ir
ansí, Antonio, porque gano
  tan grandes indulgencias
como por tener que hacer
en Roma.

ANTONIO:

No puede ser,
por algunas diferencias
  que traigo conmigo en mí
en materia de mi Estado,
acompañarte, que he dado
en lo que nunca creí.
  Vete, Nicolo, en buen hora.

NICOLO:

Prospere tu vida el cielo,

(Vase.)


ANTONIO:

¡Adiós, peligros del suelo,
bien que el cielo vulgo adora!
  ¡Adiós, locas pretensiones!
¡Adiós, esperanzas vanas,
pues no os desengañan canas
ni os obligan sinrazones!
  ¡Adiós, servir y no ver
para siempre el galardón!
¡Adiós, hermosa opinión,
vanaglorioso placer!
  ¡Adiós, amistad fingida!
¡Adiós, verdad despreciada,
que quiero en breve jornada
poner en salvo mi vida!
  Servir a Dios es seguro;
todo lo demás, dudoso.

(Sale COSME, camarada de ANTONIO, soldado roto con cruz al pecho.)
COSME:

¡Adiós, celada! ¡Adiós, coso!
¡Adiós, berberisco moro!
  ¡Adiós, morillos, pues ya
Murió Pío y yo quedé
de defensor de la fe.
......................................................

ANTONIO:

  ¡Cosme!

COSME:

Cóseme tú a mí,
que tú harto cosido estás.
¡Ah, guerra de Satanás,
medrado vuelvo de ti!
  De donde pensé sacar
fama eterna y un tesoro,
dándome el alarbe moro
ocasión de pelear,
  Pío, por estarse holgando,
allá en el ciclo se fue
a descansar; yo quedé,
pollo aterido, piando.

ANTONIO:

  Cosme, criado y amigo
de aqueste Antonio, que ya
huyendo del mundo va
como de un grande enemigo.
  Pues ya la santa jornada
que hacía el segundo Pío
contra el turco poderío
para que dio la cruzada,
  cuya divina señal
nuestros pechos ilustraba,
se acabó por lo que acaba
todo aquello que es mortal,
  yo no pienso dar la vuelta
a la patria sin vencer
otro enemigo.

COSME:

Si el ver
que tu voluntad resuelta
  quiere la guerra seguir
no me pone inclinación,
¿bajos mis intentos son?
¿No te merezco servir?
  ¿Tan mal camarada he sido?
¿No te he dado en las posadas
las gallinas encerradas,
el cabritillo escondido?
  ¿Qué Pollo se me escapó,
como yo de ojo le viese,
que a tu plato no trujese?
¿Quién te sirvió, como yo?
  Y como tú te inclinaras,
¿quedar hermosa doncella
que no durmieras con ella?

ANTONIO:

Calla, Cosme. ¿No reparas
  que de aquesas sinrazones,
hechas contra voluntad,
de sus sueños se ha de dar
cuenta? En confusión me pones.

COSME:

  ¿Ya predicas? ¡Pesía a tal!
Vamos y el pesar destierra.

ANTONIO:

No, Cosme; no es esta guerra
la que tú piensas.

COSME:

Pues ¿cuál?

ANTONIO:

  Es contra el mundo.

COSME:

Que sea
contra mil mundos.

ANTONIO:

Tu celo
conozco; pero es el cielo
por lo que aquí se pelea.

COSME:

  ¿El cielo?

ANTONIO:

Sí, que dél son
el mundo, carne y demonio
contrarios.

COSME:

Sospecho, Antonio,
que tratas de religión.
  Mas dime claro tu intento.
Tu hechura soy, ¿qué reparas?

ANTONIO:

Pues el tuyo me declaras,
escucha mi pensamiento.
  El ilustre y noble Cosme
de Médicis, que a Florencia
dio el más rico ciudadano
que las historias celebran;
aquel de quien pronostican
todos los hombres de letras
que dél han de suceder
pontífices a la Iglesia,
reyes en Francia y España;
aquel que en virtud y hacienda
sobrepujó a cuantos hombres
sin título el mundo cuenta;
aquel que cuando murió
Pedro, que su hacienda hereda,
mirando la que tenía,
halló en sus libros de cuenta
que ningún hombre, alto o bajo,
de cuantos hay en Florencia
le dejaba de deber
dineros, que fue grandeza
que de ninguno se escribe;
entre muchas excelencias,
tuvo la mayor de todas,
que fue conocer la deuda
en que estaba a Dios, y así
propuso satisfacerla,
porque solía decir,
lleno de risa y modestia:

ANTONIO:

«Aunque más a Dios le pago,
cuando a las cuentas se llega,
hallo que siempre me alcanza,
siempre quiere que le deba.»
En los montes Pesulanos,
por ser tan propias las peñas
de aquel santo que solía
buscar el cielo por ellas,
aquel jerónimo insigne
que, por ser tan dura puerta
del alma el pecho de un hombre,
llamó en él con una piedra,
edificó un monesterio,
y no lejos dél y entre ellas
otro que llama abadía,
cuyo dueño el nombre muestra
al seráfico Francisco,
hombre que desde la tierra
por cinco escalas de sangre
se le entró a Dios por las venas.
Otro edificó notable,
pero dentro de Florencia;
uno a Santa Berdiana,
y al santo mártir de guerra
que hasta los huesos asados
sirvió de Cristo a la mesa,
hizo un templo suntuoso;
y sin éste, en cuatro iglesias,
las capillas y retablos,
y a todas dio tantas rentas,
posesiones, vasos de oro,
ornamentos, perlas, piedras,
que excedió al gran Constantino.

ANTONIO:

Pero entre tantas grandezas,
hizo a San Marcos un templo
y a Domingo le encomienda,
que con sus predicadores
quiso que en guarda le tengan.
Mira el ingenio de Cosme,
que, como Marco nos cuenta
el Evangelio y Domingo
nos lo predica y enseña
con la sangre de sus hijos
y con sus divinas letras,
como se ve en Pedro Mártir
y en tantos que le confiesan
junto a Marcos y a Domingo,
para que Domingo sea
el león con que le pintan
y esté libre, en su cabeza
hacen este monasterio
un prior que el mundo eleva
con la fama de su nombre
y de sus divinas prendas.
Este es el santo Antonino,
a quien dicen que ya ruegan
con tan rico arzobispado
como es su patria Provencia.

ANTONIO:

Confesóme el santo el día
que para tan santa guerra
tomé aquesta roja cruz,
y entre muchas excelencias
para bien del alma mía,
pienso que fue la primera
el santísimo rosario
de la siempre Virgen Reina
de los ángeles y cielos,
que es devoción que profesa
todo el Orden dominico;
que quien devoto le reza,
no dudes, Cosme, no dudes
que eternamente se pierda,
porque, al fin, le da la mano
esta celestial Princesa.
Yo, pues, he dado en rezarle;
y del santo hablar con ella
me ha nacido una afición
que hasta el alma me penetra.
Iba a la guerra del turco;
pero pues la guerra cesa,
contra el mundo, y el demonio,
y la carne quiero hacerla.
bomingo me dio las armas;
allá quiero entrar con ellas;
vestirme quiero las suyas.
Cosme amigo, adiós te queda,
que por dar cuenta mejor
de estas soberanas cuentas
quiero que Domingo santo
mi padre y padrino sea.

COSME:

¿Ha tenido fin la historia?

ANTONIO:

Sí, Cosme.

COSME:

Sin duda es buena
pues que yo no me he dormido
siendo tan larga tu arenga;
y aunque siento dejar mucho
el mundo por ciertas cuerdas
de amigos que, en vez de gorras,
ya hasta vamos a una mesa
y por otras zarandajas,
cabellos, cintas y prendas
que son regalos del alma,
memorias de mi gallega,
todo, Antonio, lo antepongo
a ti, y es justo me creas
que me debes este amor.
A la Religión me lleva,
donde seré motilón,
que no faltará una puerta,
la cocina o refectorio
o el cultivar una huerta,
que en estos oficios es
donde un religioso medra;
que yo de vista lo sé,
ya que no por experiencia.
Y si la huerta me entregan,
con mis lágrimas en ella,
sobre un bodigo y torrezno
plantaré rosas tan bellas
que si nacen entre espinas
podrá ser, y Dios lo quiera,
que en mi pecho humilde nazcan.

ANTONIO:

Ahí, Cosme, el ciclo te enseña.
Dame mil veces tus brazos.

COSME:

Oye, Antonio, ¿es cosa cierta
que puedo mudarme el nombre?

ANTONIO:

Sí, amigo; como tú quieras.

COSME:

Vamos; no he de ser más Cosme.

ANTONIO:

Cuentas son tus rosas bellas.
¡Dios permita, quiera Dios,
Pues sois rojas y estáis negras,
que, teñidas con mi sangre,
cuentas de coral os vuelva!
(Vanse. Salen EL REY DE TÚNEZ, BECEBA, alcaide; ROSA, mora.)

BECEBA:

  Engañóme tu privanza.

REY:

No te quejas con razón,
antes te doy confianza;
que niega la posesión
quien concede la esperanza.

BECEBA:

  Cuando a Rosa, tu sobrina,
hayas de dar, rey famoso,
compañía igual, no es dina
persona de tu espacioso
reino, al extraño te inclina.
  Mas si en Túnez se ha de hallar,
¿quién en la paz y en la guerra
pueda al Beceba igualar?
¿Quién te ha puesto en paz la tierra
y asegurado la mar?
  ¿Por quién tiemblan las galeras,
las de Italia, que en las suyas
toquen tiemblan tus banderas?
  ¿Quién más cautivos te ha dado?
¿Quién más servicios te ha hecho?

REY:

Yo me confieso obligado
y bien estoy satisfecho,
Beceba, de tu cuidado.
  Yo no te he negado a Rosa.
No es negarla el dilatar
de que ahora sea tu esposa.

BECEBA:

¿Qué más cansado negar
que dilatar una cosa?
  ¡Pluguiera a Alá que dijeras:
«Beceba, Rosa ha de ser
de otro dueño!», y tú me vieras
justo sentimiento hacer,
cubrir luto mis galeras.
  Lo que da tormento inmenso
es ver que el bien no se niega,
porque, como estoy suspenso,
mientras que llega o no llega
peno más mientras más pienso.

ROSA:

  Envía, invicto señor,
al adcaide a alguna empresa
donde temple tanto amor,
que amor en ausencia cesa;
y así cesará el rigor,
  que pues no le das razón
de la dilación del bien,
sentirá su dilación.

BECEBA:

Y ausente dura también
la verdadera afición.
  ¡Oh, qué medio has escogido
tan conforme a tu desdén,
tan semejante a tu olvido!
¿Eso dices?

REY:

Ahora bien,
que la obedezcas te pido.
Haz, Beceba, alguna cosa
para que obligues a Rosa.
Parte el mar de Italia; corre
la costa de España hermosa.
  No dejes el paso libre,
ni leño que no se espante,
ni que a su sombra esté libre
de Cartagena a Alicante
y desde Denia al Colibre.
Enciende fuego en sus playas
y pase el mar de sus rayas
azotado de tus remos,
tocarán a sus extremos
los pies de sus atalayas.
  Vuelve los aires oscuros,
tiemble la tierra en su centro
tanto, que los fuertes muros
se retiren más adentro
para estar de ti seguros,
  que cuando vuelvas tendrás
esta prenda que deseas.

BECEBA:

Si estriba en eso no más,
yo juro Alá que tú veas
el hombre a quien hoy la das.
  Guárdate, Italia, que baja
un rayo de Túnez fiero,
que con tan alta ventaja,
con piedras, fuego y acero
tus leños quebranta y raja.
  Guárdate, España, que sube
de la exhalación del llanto
al sol de Rosa la nube,
que ha de llover más espanto
que yo de sus ojos tuve.
  Puertos en cerradas calas,
riberas, costas, recodos;
rayo soy de amor con alas:
llorad todos, temblad todos
mis suspiros y mis balas.
  ¡Hola, soldados! ¿Qué hacéis?
Cubrid mis seis galeotas
de flámulas; no dejéis
ni velas ni jarcias rotas
que no adornéis y enlacéis
de bengala de Lisboa.
Cubran con el nombre y loa
de amor que estas flechas fragua
desde el carel hasta el agua
y de la popa a la proa.

BECEBA:

  Vista roja tamarete
la chusma, que es necesaria
no se mire filarete
que no tenga luminaria
ni jarcia ni gallardete.
  Izad el cañón que cubre
con sus jarcias la cureña
y, en viendo que se descubre
de Túnez o casa o peña
a quien la distancia cubre,
  haced salva al rey y a Rosa;
Pero mejor es volviendo
de Italia rica a su hermosa...
.... .... .... .... .... .... .... .... .... ....
Ea, herid a esos cristianos.
¿En qué os detenéis, villanos?,
que antes que pase este mes
habéis de estar a sus pies
y no besando sus manos.
(Vase.)

REY:

  Gallardo parte,

ROSA:

En efeto,
¿me prometes a Beceba?

REY:

Rosa, cierto amor secreto
dilatarle intenta y prueba
el bien que yo le prometo;
  pero esto ha sido no más
que alejarle, bella Rosa,
del lugar adonde estás,
que hay otra afición forzosa
a quien remediar podrás.

ROSA:

  El valor de tu sobrina
me ha dado mil pretendientes.

REY:

No es la sangre la que inclina
por más que cubrir lo intentes,
sino esa beldad divina
  de la cual esta persona
que yo te digo está presa.

ROSA:

Si la beldad le aprisiona,
delito has hecho.

REY:

Confiesa;
Pero eso mismo le abona;
que si es delito querer
a quien se puede ofender
de ser un hombre ofendida,
la hermosura pretendida
le puede satisfacer.

ROSA:

  ¿Es hombre el que me pretende
que me merece?

REY:

Si quien
te pretende no te ofende,
ninguno el quererte bien
con más méritos emprende.

ROSA:

Pues si iguala a mi valor
y es tu gusto, gran señor,
di quién es y sea mi esposo.

REY:

Luego, ¿soy tan venturoso?

ROSA:

¿Qué? ¿Tú me tienes amor?

REY:

  ¿No me dio el cielo del alma
tres potencias, que en despojos
llevas para triunfo y palma?
¿No me dio, Rosa, estos ojos
que dejas mirando en calma?
  ¿No tengo yo entendimiento
que de tu rara beldad
alcance el conocimiento?
¿No tengo yo voluntad
con que lo que entiendo intento?
  ¿No podrán por mis oídos
entrar tus dulces razones,
espíritus encendidos
con que al alma fuego pones
por los más nobles sentidos?
  ¿Parécete que el quererte,
siendo tu sangre, no es cosa
más fácil, pues de esta suerte
quiero en ti mi sangre, Rosa,
que en una las dos convierte?
  Sobre parentesco, amores;
bien es como guarnición
de oro en azul los favores;
deudas entre deudos son,
y más mientras son mayores.
  Ves aquí la causa, Rosa,
por qué no quiero casarte.

ROSA:

Si fuese, tío, justa cosa
quererme bien por ser parte
de tu sangre generosa,
  ¿cómo yo no siento en mí
quererte bien, digo bien,
más que a rey y deudo a ti?

REY:

La costumbre del desdén
te obliga a tratarme así.
  Míralo mejor.

ROSA:

Señor,
no dudes que te quisiera;
mas fuera notable error,
rey de Túrez, que pusiera
en tu condición mi amor.
  Si fueras un rey cristiano
que a mí sola me quisieras,
que yo te quisiera es llano,
porque estoy cierta que dieras
sólo a una mujer la mano.
Mas siendo moro, ¿no ves
que has de tener otras tres
y más de tres mil amigas?

REY:

Yo me obligo, si te obligas,
que sola en el alma estés.
  Yo seré en el casamiento
cristiano, y en la ley, moro.

ROSA:

Durará tu juramento
mientras que seguro adoro
tu gusto y tu pensamiento;
mas después que amor siniestro
llegue al efecto que muestro,
serás moro en olvidarte
y cristiano en descasarte
por el parentesco nuestro.
  Dame licencia.

REY:

Oye un poco.

ROSA:

Perdona esta libertad,

REY:

A más amor me provoco.

ROSA:

Déjeme tu majestad.

REY:

No puedo.

ROSA:

¡Suelta!

REY:

¡Estoy loco!
  ¡Oye a un rey!

ROSA:

Su hechura soy.

REY:

¡Oye a tu amante!

ROSA:

No puedo.

REY:

¡Oye a tu tío!

ROSA:

Aquí estoy.

REY:

¿Qué tienes?

ROSA:

Respeto y miedo.
Perdóname si me voy.
(Vase.)

REY:

  ¿Qué es la causa que un hombre valeroso
con la espada en la mano, altivo, fuerte,
corta el cuello arrugado, rompe y vierte
saliente humor del tronco sanguinoso;
o discurre un ejército furioso,
dando mil muertes sin temer la muerte,
amando una mujer tiemble de suerte
que le vence y derriba un rostro hermoso?
¿Cómo pedir el hombre, si concede
el sueño y el sustento cada día
sin que afligido y sin vergüenza quede,
y cuando pide amor tiembla y porfía?
Debe de ser que sin comer no puede
pasar el hombre y sin amor podía.

(Entran FRAY ANTONINO, prior; ANTONIO, de fraile, y COSME, de lego muy mesurado.)

ANTONIO:

  Ya, santísimo Antonino,
que este vuestro siervo Antonio
para hacer guerra al demonio
a vuestra milicia vino.
  Ya que de las quince rosas
el dichoso cuello enlazo
y me habéis puesto en el brazo
dos armas tan poderosas
  como oración y lición
y el hábito blanco y negro,
de verme galán me alegro
y serlo en el corazón
  de aquella Reina del cielo
cuyas rosas son tan bellas,
que no hay corona de estrellas
que mire tan alta el suelo,
  decidme, padre divino,
qué es lo que ahora mandáis.

ANTONINO:

Hijo que a Sicilia vais,
puesto que es largo el camino,
  y que estas cartas llevéis
para el prior de Mesina,
ciudad puesta en la marina,
de quien al punto sabréis
  para lo que allá os envío.

ANTONIO:

Fray Cosme está muy contento
con el hábito.

COSME:

Yo siento
algo de hambre, padre mío.
  Como, pues, ya nos han dicho
cuanto tenemos que hacer,
no se trata de comer,
¿tiene el comer entredicho?

ANTONIO:

  No le dé aquesto cuidado;
que quien a su cargo está,
en siendo hora llamará.

COSME:

Bien puede haberse olvidado,
  que como el refitolero
come cuando tiene gana,
harásele de mañana.

ANTONIO:

Calle, no sea tan grosero.
  Tenga, padre, sufrimiento;
dadme esa mano bendita.

(Al prior.)

ANTONINO:

Hijo, estos padres imita
con humilde pensamiento;
  toma ejemplo de sus vidas
y de sus santas acciones,
y para que entre aflicciones
el divino auxilio pidas,
  ningún día se te olvide
pasar las rosas suaves
de esas cuentas, de esas aves.
Con ellas, Antonio, pide,
  que cuanto alcanzar quisieres,
como esta Orden lo profesa,
que alcanzará la Princesa
bendita entre las mujeres.
  Nuestro santísimo padre
Domingo fue de este voto,
como galán, tan devoto
de la siempre Virgen madre.
  Que la azucena que ahora
la Iglesia pinta en su mano,
aunque muestra el soberano
bien que el ser casto atesora,
  yo por María imagino
espejo en que se miraba,
que el Padre eterno lo alaba.
De este atributo divino
  es azucena y espejo,
y ansí en Domingo se ve,
de cuya mano tomé
este divino consejo.

ANTONIO:

  Padre, pues me he de partir,
por que pueda acompañarme,
a fray Cosme puedes darme,
si conmigo quiere ir;
  que con él me hallaré bien,
pues que fue mi compañero
en el siglo.

ANTONINO:

De él espero
que sabrá acudir también
  a su justa obligación.
Yo gusto que, como amigo
y hermano, vaya contigo.

ANTONIO:

Pues danos tu bendición.

COSME:

  ¿No pudieras, padre amado,
darme mayor testimonio
que no apartarme de Antonio,
de su amoroso cuidado?
  En el siglo le seguí
cuando fui su mochilero,
y ansí hasta el cielo no quiero
padre, apartarle de mí.
  ¡Qué lindos pollos rapaba
y gallinas!...

ANTONIO:

¿Está en sí?
Calle, que no es para aquí.

COSME:

Perdone, no me acordaba.

ANTONINO:

  El cielo os guarde y bendiga.
Partid luego, que es ya tarde.
(Vase.)

ANTONIO:

El mismo, padre, te guarde.
¿Quién habrá, Cosme, que siga
  la gran virtud, la excelencia
de este famoso varón?

COSME:

Muchas sus virtudes son.

ANTONIO:

Puede entrar en competencia
  con aquellos soberanos
anacoretas de Egito.

COSME:

Ha obrado bien lo que ha escrito
con sus doctísimas manos.

ANTONIO:

  ¿Tomó bien aquel consejo
de rezar siempre el rosario?

COSME:

O forzoso o voluntario.

ANTONIO:

Que le rece le aconsejo,
  y, no piense en argüir
en si es fuerza o voluntad.

COSME:

Si le he de decir verdad,
luego me empiezo a dormir.

ANTONIO:

  ¿Luego rézale sentado?

COSME:

No, de rodillas estoy;
pero tan presto me voy
como si estuviera echado.

ANTONIO:

  Pues, padre, récele en pie.

COSME:

Póngome a peligro grande
de que a dos pasos que ande
conmigo en el suelo dé.

ANTONIO:

  «Deo gratias». Pues el cuidado
que a la oración se le debe,
¿no le despierta o le mueve?
Todo lo tengo probado.
  Si estoy en la portería,
no me dormiré en un mes
aunque no mueva los pies
de un lugar en todo el día;
  si en la huerta, es de manera
que tengo en Argos los ojos,
sin que el sueño me dé enojos,
y lo mismo si voy fuera.
  Pero en tomando el rosario
no sé qué se tiene en sí,
que no hay purga para mí,
ni hay huevos, ni letuario
  de suaves adormideras
que a tal sueño me provoque.

ANTONIO:

Dios le despierte y le toque.
Ya es tiempo de hablar de veras.
  Diga, ¿el lunes no rezó
cuando el rosario le di?

COSME:

¿El lunes, padre? No y sí.

ANTONIO:

¿Cómo puede ser sí y no?

COSME:

  Comencé, y a las primeras
avemarías...

ANTONIO:

¿Durmióse?

COSME:

No, padre; pero atrevióse
el sueño con mil quimeras;
  resistí por todo el diez,
y al «Pater noster»...

ANTONIO:

¿Qué hubo?

COSME:

Tan necio y pesado estuvo,
que me dormí de una vez
  desde las diez a las siete.

ANTONIO:

Luego el martes bien podría
rezar.

COSME:

Ya recé ese día
por el bien que nos promete
  él haber en él nacido
la hermosa Reina del cielo;
pero en el mayor desvelo
que jamás, padre, he tenido.
  Di en pensar si vencería
con descabezar el sueño,
que era de mis ojos dueño,
y que luego rezaría;
  comencé a dormir por ver
qué tal remedio le doy...

ANTONIO:

¿Despertó luego?

COSME:

A eso voy.
Sí, padre, al amanecer.

ANTONIO:

  Si durmió de esa manera,
el miércoles rezaría,
pues que ya dormido había
para la semana entera.

COSME:

  El miércoles comencé
los misterios del rosario,
y, a Pesar de mi contrario,
hasta la oración llegué
  donde Pedro se durrnió,
y en aquel huerto tendido
lo contemplé tan rendido,
que también me dormí yo.

ANTONIO:

  Pues el jueves, que podía
en la cena contemplar
el misterio del altar
y la santa Eucaristía,
  ¿no rezaría también,
si en San Juan, dormido el pecho,
de Cristo pensó?

COSME:

Sospecho
que le contemplé muy bien.

ANTONIO:

  ¿Hasta qué hora?

COSME:

Fue mucho,
por ser los misterios tantos.

ANTONIO:

¿Y el viernes?

COSME:

Días tan santos
porfío, batallo y lucho,
  que este viernes comencé
a ir tras judas.

ANTONIO:

¡Buen cuidado!
¿No ve que estaba ahorcado?

COSME:

En él, padre, contemplé,
  y como en él suspiraba,
me sucedió...

ANTONIO:

¿Dormiría
hasta el alba?

COSME:

Hasta otro día.

ANTONIO:

¡Muy bien la semana acaba!
  El sábado apostaré
que con los guardas durmió
si el sepulcro contempló.

COSME:

Durmiendo los contemplé.

ANTONIO:

  En fin, toda la semana,
¿qué habrá rezado?

COSME:

En seis días,
padre, treinta avemarías.

ANTONIO:

Sí; mas será cosa llana
  que el domingo habrá cumplido
lo que dejó de rezar.

COSME:

Pues, padre, ¿no es día de holgar?

ANTONIO:

De holgar a los que han tenido
  oficios, porque su vida
trabajando han de pasar.

COSME:

¿Y no es trabajo rezar?

ANTONIO:

Por ser hoy nuestra partida
  no le riño como fuera
justo; mas, ¿propone aquí
la enmienda?

COSME:

Mi padre, sí.

ANTONIO:

Rece esta semana entera.
  Y pues sueño no le deja
ser al rosario fiel,
ate de un clavo un cordel
y el cordel ate a la oreja,
  para que cuando a dormír
se vaya le tire della.

COSME:

Podráse salir con ella.

ANTONIO:

¿Con ella se ha de salir?

COSME:

  Por Dios, padre, que de suerte
me suele el sueño cargar
que me la puede sacar
primero que yo despierte.

ANTONIO:

  Ahora bien; venga conmigo,
que habemos de partir luego.

COSME:

Que me quite, a Dios le ruego,
aqueste sueño enemigo.

ANTONIO:

  Por la Virgen, que le dio
las rosas. lo ha de pedir.

COSME:

Si el rezar fuera dormir,
¿quién rezara como yo?

(Vanse.

Salen LUCIFER y SATANÁS.)

LUCIFER:

  ¿Quién podrá tener sosiego
viendo que el cielo perdió,
de justa soberbia ciego,
y para siempre heredó
noche, tinieblas y fuego?
  ¿Quién, ya que Dios le destierra,
no envidia sus maravillas
viendo que un hombre de tierra
ocupa las altas sillas
que pierdo en tan justa guerra?
  Si no tuviera mi mal
en la venganza el remedio,
por morir en pena igual
tomara por justo medio
que Dios me hiciera mortal
  después de su muerte santa,
con cuya cruz no se espanta,
con cuya llave abre el cielo,
con cuya luz ve en el suelo
y el hombre muerto levanta.
  Varias cosas intenté,
muchos hombres he quitado
al cielo en que me crié,
por que al de tierra formado
no suba adonde bajé.

LUCIFER:

  Mas tantas estratagemas
vence la cruz y enmudece
nuestras víboras blasfemas,
que va del hombre parece
que son las armas extremas;
  y esta cruz yo la llevara
en paciencia, que no al hombro,
que, como es de Dios la vara,
soy delincuente y me asombro
sólo de verle la cara.
  Pero tantas invenciones
de armas como le han dado
mi tormento y mis prisiones.
en el infierno han doblado
mi tormento y mis prisiones.
  ¿Qué rosario, di, Satán,
es este que me atormenta?
De escala nombre le dan,
y es bien, pues de cuenta en cuenta
por él al cielo se van.
  ¿Qué rosas son éstas, di,
o avemarías, pues fui
de ella muerto en Nazaret?
¿Qué «pater noster» también,
si es padrastro para mí?
  ¿Has visto, Satán, la gente
que este rosario me escapa?
¿Qué haré, que estoy impaciente?

SATANÁS:

De este Domingo la capa
te cubre la vista ardiente;
  este fraile, infernal toro,
te da en los ojos con ella;
las capillas de este coro
de aquella siempre doncella
descubre estas rosas de oro.
  Estos son los jardineros
de este divino rosal;
por cultivarle ligeros
te ha venido tanto mal.
Con las rosas te hacen fieros,
  que con las cuentas divinas
las dan tan maravillosas,
que, aunque espino le imaginas,
ellos se llevan las rosas
y a ti te dan las espinas.
  Del mundo se te libró,
donde le pusiste al cebo
que a los principios picó
por el rosario el mancebo
que en Florencia se vistió
  el blanco y negro vestido
de aquel perro negro y blanco
que ha tu destrucción pedido;
que como Dios es tan franco,
le ha dado cuanto ha querido
  Pues ya por su devoción
ha estado la Virgen santa,
cuyas estas rosas son,
en gracia y privanza tanta,
que nos pone en confusión.

LUCIFER:

  No; es que va navegando
a Sicilia y que Antonino
le dio el hábito.

SATANÁS:

Si cuando
de la guerra santa vino
no se me fuera volando
  de ese Antonino a los pies,
que ya, como sabes, es
arzobispo de Florencia,
yo pusiera en contingencia
los pasos en que le ves.

LUCIFER:

  ¿Qué importa que esté seguro
a la sombra del rosal,
como la hiedra en el muro,
contra el Poder celestial?
Desde hoy vencerle procuro.
¿Nunca has oído, Satán,
cómo las mujeres dan
mayor victoria a su nombre
cuando enamoran un hombre
que es de otra dama galán
  Pues ésa es la fuerza mía.
Poco podrá mi porfía
si, aunque fea, no enamora
mi envidia y le quita agora
este galán a María,
  que le ha dado por favor
para empresa de mirarlas...

SATANÁS:

¿Las rosas de su color?

LUCIFER:

Unas rosas marchitarlas
con mi veneno y furor.
Advierte el intento.

SATANÁS:

Di.

LUCIFER:

¿Beceba no viene aquí
moro de Túnez corsario?

SATANÁS:

El mismo.

LUCIFER:

Pues ¿qué rosario
librará Antonio de mí?
  Ea, que ya vio la nave
donde aquestos frailes van;
(Hace que lo ve.)
ya la sigue como al ave
medrosa el pardo alcotán.
Da en popa viento suave.
  Ya llegó, ya les previene
de que amainen, ya dispara,
(Suenan tiros.)
ya la nave temor tiene,
ya se rinde, ¿quién la ampara?
Ya el moro a los bordes viene.

SATANÁS:

  Fray Cosme, aquel motilón,
con un remo se defiende
de cuantos contrarios son;
ya al suelo derriba y tiende
la sarracena nación.
  A bordo las cuerdas trepa;
entró dentro.

LUCIFER:

Estoy aquí.
¿No quieres que hacerlo sepa?

SATANÁS:

¿Ríndensele todos?

LUCIFER:

Sí;
sólo el motilón increpa
  el sarraceno valor.
Ya la chusma sobre él viene.

SATANÁS:

Todo ese valor mantiene
ese rosario traidor.
(Salen FRAY COSME, con un remo defendiéndose de BECEBA y ARCHIMA AMET, y SULTÁN y FRAY ANTONIO, atadas las manos, y CAMILO, pasajero, y MARCELA, dama.)

BECEBA:

  ¡Date, papa!

COSME:

Papear
y verlo.

ANTONIO:

¿Está sin sentido,
fray Cosme?

COSME:

Estoy descosido.

ANTONIO:

¿Qué hace, padre?

COSME:

Pelear.
  ¿No os arrimáis, desleales?
Llegad, veréis cuál se escapa,
que pues me habéis hecho papa,
yo os quiero hacer cardenales.
  Llegad, perros, que aquí espero
de manos en la ocasión.

ANTONIO:

Fray Cosme, dése a prisión.

COSME:

No quiero, padre, no quiero;
  dése vuestra reverencia.

ANTONIO:

Ya que estoy atado, hermano,
dése, ¡por Dios!

COSME:

Es en vano.
Ya se acabó la paciencia.

BECEBA:

  Pues muera. Hacelde pedazos.

ANTONIO:

Su perdición, padre, temo.

COSME:

Llegad, sabréis qué es un remo
regido por estos brazos.

ANTONIO:

  Yo le mando en obediencia
que se deje, padre, atar.

COSME:

Sólo eso pudo obligar
mi rigor y mi impaciencia.
  Muy bien me podéis ligar,
perros, a vuestro placer,
pues sé que es obedecer
mejor que sacrificar.
(Atanle las manos.)

ARCHIMA:

  Aquí no hay más que ofrecerse
a este cordel.

CAMILO:

Ten piedad
si ejecutas tu crueldad.

COSME:

Mas, ¿quieren todos perderse?

MARCELA:

  ¡Duélete, señor, de mí;
no me trates con rigor!

ANTONIO:

Dios lo ha permitido así,
que como soy pecador
y veinte años le ofendí,
  quiere que pague cautivo
las ofensas que le hice

COSME:

Notable pena recibo.

ANTONIO:

Tenga paciencia. ¿Qué dice?

COSME:

¡Atado yo estando vivo!

ANTONIO:

  Fray Cosme, si él hoy rezara,
como yo se lo avisé,
nunca aquí el moro llegara,
que, puesto que yo recé,
si en mis pecados repara,
  verá que no he merecido
ser de la Virgen oído.

BECEBA:

Por la cristiana gallarda,
remedio esta gente aguarda.

MARCELA:

Que tengas piedad te pido.

BECEBA:

  Pienso que serás presente
para que el rey dé por ti
un ángel que adoro ausente.

COSME:

Por él, padre, estoy yo así.

ANTONIO:

Fray Cosme, no sea impaciente.

SULTÁN:

  Estos padres no quisiera
que llevaras, que hacen mal
a los cautivos.

ANTONIO:

Si fuera
tal mi dicha, mi bien tal
que yo a tus manos muriera,
  ¿qué fin mejor puedes dar
a mi jornada que el cielo?

BECEBA:

Pues yo te quiero matar.
Daré tu cabeza al suelo
y echaré tu cuerpo al mar.

LUCIFER:

  El fraile, Satán, se escapa;
al cielo se va por pies
envuelto en su negra capa.

SATANÁS:

¿No hay un remedio que des?

LUCIFER:

¿Qué furia tus ojos tapa?
  ¿Quién tu entendimiento ciega?
¿Tú no ves que a nadie llega
más presto un grande rescate
que a un fraile?

BECEBA:

Pues no se mate;
el oro por ti me ruega.

ANTONIO:

  ¿Qué, no merecí morir?

COSME:

Calle, que bien vamos vivos.

BECEBA:

Apresta y ¡alto!, partir.

ANTONIO:

¿Parécete que cautivos
no es morir?

COSME:

Bueno es vivir.

ARCHIMA:

  Pasad a las galeotas,
cautivos, que a Túnez vais.

CAMILO:

¡Qué diferentes derrotas!

ANTONIO:

Hoy, señor, me regaláis.

BECEBA:

¿Cómo esa chusma no azotas?
  Cristiana, tened consuelo.

MARCELA:

No hay mi desdicha en el suelo.

ANTONIO:

¡Virgen santa, en Vos confío!

LUCIFER:

Este fraile ha de ser mío
o he de revolver el cielo.