La devoción de la Cruz/Acto I

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La devoción de la Cruz
de Pedro Calderón de la Barca
Acto I

Acto I

Dentro.
MENGA

¡Verá por dó va la burra!

GIL

¡Lo demonio, jo mohína!

MENGA

Ya verás por do camina:
¡arre acá!

GIL

¡El diabro me aburra!,
¿no hay quien una cola tenga,
pudiendo tenerla mil?

(Salen.)
MENGA

¡Buena hacienda has hecho, Gil!

GIL

¡Buena hacienda has hecho, Menga,
que tú la culpa tuviste!
Que como ibas caballera,
que en el hoyo se metiera
al oído le dijiste
por hacerme regañar.

MENGA

Por verme caer a mí
se lo dijiste, eso sí.

GIL

¿Cómo la hemos de sacar?

MENGA

¿Pues en el lodo la dejas?

GIL

No puede mi fuerza sola.

MENGA

Yo tiraré de la cola;
tira tú de las orejas.

GIL

Mejor remedio sería
hacer el que aprovechó
a un coche que se atascó
en la corte esotro día.
Este coche, Dios delante,
que arrastrado de dos potros,
parecía entre los otros
pobre coche vergonzante,
y por maldición muy cierta
de sus padres, ¡hado esquivo!,
iba de estribo en estribo,
ya que no de puerta en puerta.

GIL

En un arroyo atascado,
con ruegos el caballero,
con azotes el cochero,
ya por fuerza, ya por grado,
ya por gusto, ya por miedo,
que saliesen procuraban,
por recio que lo mandaban,
mi coche quedo que quedo.
Viendo que no importa nada
cuantos remedios hicieron,
delante el coche pusieron
un harnero de cebada.
Los caballos, por comer,
de tal manera tiraron,
que tosieron y arrancaron,
y esto podemos hacer.

MENGA

¡Que nunca valen dos cuartos
tus cuentos!

GIL

Menga, yo siento
ver un animal hambriento,
donde hay animales hartos.

MENGA

Voy al camino a mirar
si pasa de nuestra aldea
gente, cualquiera que sea,
porque te venga a ayudar,
pues te das tan pocas mañas.

GIL

¿Vuelve, Menga, tu porfía?

MENGA

¡Ay burra del alma mía!

(Vase.)
GIL

¡Ay burra de mis entrañas!
Tú fuiste la más honrada
burra de toda la aldea;
que no ha habido quien te vea
nunca mal acompañada.
No eras nada callejera,
di mijor gana te estabas
en tu pesebre, que andabas
cuando te llevaban fuera.
Pues ¿altanera y liviana?
Bien me atrevo a jurar yo,
que ninguno burro la vio
asomada a la ventana.

GIL

Ya sé que no merecía
tu lengua desdicha tal;
pues jamás para habrar mal
dijo «aquesta boca es mía».
Pues como a ella le sobre
de lo que comiendo está,
luego al punto se lo da
a alguna borrica pobre.
(Dentro ruido.)
Mas ¿qué ruido es este? Allí
de dos caballos se apean
dos hombres, y hacia mí vienen,
después que atados los dejan.
¡Descoloridos, y al campo
de mañana! Cosa es cierta,
que comen barro o están
opilados. Mas ¿si fueran
bandoleros?, ¡aquí es ello!
Pero lo que fuere sea,
aquí me escondo, que andan,
que corren, que salen, que entran.

(Salen LISARDO y EUSEBIO.)
LISARDO

No pasemos adelante,
porque esta estancia encubierta
y apartada del camino,
es para mi intento buena.
Sacad, Eusebio, la espada,
que yo de aquesta manera
a los hombres como vós
saco a reñir.

EUSEBIO

Aunque tenga
bastante causa en haber
llegado al campo, quisiera
saber lo que a vós os mueve.
Decid, Lisardo, la queja
que de mí tenéis.

LISARDO

Son tantas,
que falta voz a la lengua,
razones a la razón,
al sufrimiento paciencia.
Quisiera, Eusebio, callarlos,
y aun olvidarlos quisiera;
porque cuando se repite
hace de nuevo la ofensa.
¿Conocéis estos papeles?

EUSEBIO

Arrojaldos en la tierra,
yo los alzaré.

LISARDO

Tomad,
¿qué os suspendéis? ¿qué os altera?

EUSEBIO

¡Mal haya el hombre, mal haya
mil veces aquel que entrega
sus secretos a un papel!
Porque es disparada piedra,
que se sabe quién la tira,
y no se sabe a quién llega.

LISARDO

¿Habeislos ya conocido?

EUSEBIO

Todos están de mi letra,
que no la puedo negar.

LISARDO

Pues yo soy Lisardo, en Sena ,
hijo de Lisardo Curcio.
Bien excusadas grandezas
de mi padre consumieron
en breve tiempo la hacienda
que los suyos le dejaron;
que no sabe cuánto yerra
quien, por excesivos gastos,
pobres a sus hijos deja.
Pero la necesidad,
aunque ultraje la nobleza,
no excusa de obligaciones
a los que nacen con ellas.
Julia, pues, ¡saben los cielos
cuánto en nombrarla me pesa!,
o no supo conservallas,
o no llegó a conocellas.
Pero, al fin, Julia es mi hermana,
¡pluguiera a Dios no lo fuera!,
y advertid que no se sirven
las mujeres de sus prendas
con amorosos papeles,
con razones lisonjeras,
con ilícitos recados,
ni con infames terceras.

LISARDO

No os culpo en el todo a vós,
que yo confieso que hiciera
lo mismo, a darme una dama
para servirla licencia.
Pero cúlpoos en la parte
de ser mi amigo, y en esta
con más culpa os comprende
la culpa que tuvo ella.
Si mi hermana os agradó
para mujer (que no era
posible, ni yo lo creo,
que os atrevierais a vella
con otro fin, ni aun con este;
pues, ¡vive Dios!, que quisiera
antes que con vós casada,
mirarla a mis manos muerta);
en fin, si vós la eligistes
para mujer, justo fuera
descubrir vuestros deseos
a mi padre, antes que a ella.
Este era término justo,
y entonces mi padre viera
si le estaba bien el darla,
que pienso que no os la diera;
porque un caballero pobre,
cuando en cosas como estas
no puede medir iguales
la calidad y la hacienda,
por no deslucir su sangre
con una hija doncella,
hace sagrado un convento,
que es delito la pobreza.

LISARDO

Aqueste a Julia mi hermana
con tanta priesa la espera,
que mañana ha de ser monja,
por voluntad o por fuerza.
Y porque no será bien
que una religiosa tenga
prendas de tan loco amor
y de voluntad tan necia,
a vuestras manos las vuelvo,
con resolución tan ciega,
que no solo he de quitarlas,
mas también la causa dellas.
Sacad la espada, y aquí
el uno de los dos muera,
vós, porque no la sirváis,
o yo, porque no lo vea.

EUSEBIO

Tened, Lisardo, la espada,
y pues yo he tenido flema
para oír desprecios míos,
escuchadme la respuesta,
y aunque el discurso sea largo,
de mi suceso, y parezca
que estando solos los dos,
es demasiada paciencia;
pues que ya es fuerza reñir,
y morir el uno es fuerza,
por si los cielos permiten,
que yo el desdichado sea,
oíd prodigios que admiran
y maravillas que elevan;
que no es bien que con mi muerte
eterno silencio tengan.

EUSEBIO

Yo no sé quién fue mi padre,
pero sé que la primera
cuna fue el pie de una cruz,
y el primer lecho una piedra.
Raro fue mi nacimiento,
según los pastores cuentan,
que desta suerte me hallaron
en la falda de esas sierras.
Tres días dicen que oyeron
mi llanto, y que a la aspereza
donde estaba no llegaron
por el temor de las fieras;
mas ninguna me hizo mal;
pero ¿quién duda que era
por respeto de la cruz
que tenía en mi defensa?.
Hallome un pastor, que acaso
buscó una perdida oveja
en la aspereza del monte,
y trayéndome al aldea
de Eusebio, que no sin causa
estaba entonces en ella,
le contó mi prodigioso
nacimiento, y la clemencia
del cielo asistió a la suya.

EUSEBIO

Mandó, en fin, que me trujeran
a su casa, y como a hijo
me dio la crïanza en ella.
Eusebio soy de la Cruz,
por su nombre, y por aquella
que fue mi primera guía
y fue mi guarda primera.
Tomé por gusto las armas,
por pasatiempo las letras;
murió Eusebio, y yo quedé
heredero de su hacienda.
Si fue prodigioso el parto,
no lo fue menos la estrella,
que enemiga me amenaza
y piadosa me reserva.
Bello infante era en los brazos
del ama, cuando mi fiera
condición, bárbara en todo,
dio de sus rigores muestra.
Pues con solas las encías,
no sin diabólica fuerza,
partí el pecho de quien tuve
el dulce alimento; y ella,
del dolor desesperada
y de la cólera ciega,
en un pozo me arrojó,
sin que ninguno supiera
de mí; oyéndome reír,
bajaron a él, y cuentan
que estaba sobre las aguas,
y que con las manos tiernas
tenía una formada cruz,
y sobre los labios puesta.

EUSEBIO

Un día que se abrasaba
la casa, y la llama fiera
cerraba el paso a la vida,
y a la salida la puerta,
entre las llamas estuve
libre, sin que me ofendieran,
y advertí después dudando
que haya en el fuego clemencia,
que era día de la Cruz.
Tres lustros contaba apenas,
cuando por el mar fui a Roma,
y en una brava tormenta,
desesperada mi nave,
chocó en una oculta peña;
en pedazos dividida,
por los costados abierta,
abrazado de un madero
salí venturoso a tierra;
y este madero tenía
forma de cruz. Por las sierras
de esos montes caminaba
con otro hombre, y en la senda
que dos caminos partía,
una cruz estaba puesta.

EUSEBIO

En tanto que me quedé
haciendo oración en ella,
se adelantó el compañero;
y después, dándome priesa
para alcanzalle, le hallé
muerto en las manos sangrientas
de bandoleros. Un día,
riñendo en una pendencia,
de una estocada caí,
sin que hiciese resistencia
en la tierra; y cuando todos
pensaron hallarla ajena
de remedio, solo hallaron
señal de la punta fiera
en una cruz que traía
al cuello, que en mi defensa
recibió el golpe. Cazando
una vez por la aspereza
deste monte, se cubrió
el cielo de nubes negras,
y publicando con truenos
al mundo espantosa guerra,
lanzas arrojaba en agua,
balas disparaba en piedras.

EUSEBIO

Todos hicieron las hojas
contra las nubes defensa,
siendo ya tiendas de campos
las más ocultas malezas;
y un rayo, que fue en el viento
caliginoso cometa,
volvió en ceniza los dos
que de mí estaban más cerca.
Ciego, turbado y confuso,
vuelvo a mirar lo que era,
y hallé a mi lado una cruz,
que yo pienso que es la misma
que asistió a mi nacimiento,
y la que yo tengo impresa
en los pechos, pues los cielos
me han señalado con ella
para públicos efetos
de alguna cosa secreta.
Pero aunque no sé quién soy,
tal espíritu me alienta,
tal inclinación me anima
y tal animo me fuerza,
que por mí me da valor
para que a Julia merezca;
porque no es más la heredada,
que la adquirida nobleza.

EUSEBIO

Este soy, y aunque conozco
la razón, y aunque pudiera
dar satisfación bastante
a vuestro agravio, me ciega
tanto la pasión de veros
hablando de esa manera,
que ni os quiero dar disculpa,
ni os quiero admitir la queja.
Y pues queréis estorbar
que yo su marido sea,
aunque su casa la guarde,
aunque un convento la tenga,
de mí no ha de estar segura,
y la que no ha sido buena
para mujer, lo será
para amiga; así desea,
desesperado mi amor
y ofendida mi paciencia,
castigar vuestro desprecio,
y satisfacer mi afrenta.

(Sacan las espadas, riñen y LISARDO cae en el suelo, y procura levantarse, y torna a caer.)
LISARDO

Eusebio, donde el acero
ha de hablar, calle la lengua.
¡Herido estoy!

EUSEBIO

¿Y no muerto?

LISARDO

No, que en los brazos me queda
aliento para... ¡Ay de mí!
Faltó a mis plantas la tierra.

EUSEBIO

Y falte a tu voz la vida.

LISARDO

No me permitas que muera
sin confesión.

EUSEBIO

¡Muere, infame!

LISARDO

No me mates, por aquella
cruz en que Cristo murió.

EUSEBIO

Aquesa voz te defienda
de la muerte. Alza del suelo,
que cuando por ella ruegas,
falta rigor a la ira,
y falta a los brazos fuerza.
Alza del suelo.

LISARDO

No puedo,
porque ya en mi sangre envuelta
voy despreciando la vida,
y el alma pienso que espera
a salir, porque entre tantas
no sabe cuál es la puerta.

EUSEBIO

Pues fíate de mis brazos,
y anímate, que aquí cerca
unos penitentes monjes
viven en oscuras cuevas,
donde podrás confesarte
si vivo a sus puertas llegas.

LISARDO

Pues yo te doy mi palabra,
por esa piedad que muestras,
que si yo merezco verme
en la divina presencia
de Dios, pediré que tú
sin confesarte no mueras.

(Llévale en los brazos, y sale GIL de donde estaba escondido, y TIRSO, BLAS, y MENGA y TORIBIO.)
GIL

¿Han visto lo que le debe?
La caridad está buena;
pero yo se la perdono.
¡Matarlo, y llevarlo a cuestas!

TORIBIO

¿Aquí dices que quedaba?

MENGA

Aquí se quedó con ella.

TIRSO

Mírale allí embelesado.

MENGA

Gil, ¿qué miras?

GIL

¡Ay Menga!

TIRSO

¿Qué te ha sucedido?

GIL

¡Ay Tirso!

TORIBIO

¿Qué has visto?

GIL

¡Ay Toribio!

BLAS

¿Qué es lo que tienes?

GIL

¡Ay Blas!
No lo sé más que una bestia.
Matole y cargó con él;
sin duda a salar le lleva.

MENGA

¿Quién le mato?

GIL

¿Qué sé yo?

TIRSO

¿Quién murió?

GIL

No sé quién era.

TORIBIO

¿Quién cargó?

GIL

¿Qué sé yo quién?

BLAS

¿Y quién le llevó?

GIL

Quien quiera.
Pero, porque lo sepáis,
venid todos.

TIRSO

¿Dó nos llevas?

GIL

No lo sé, pero venid,
que los dos van aquí cerca.

(Vanse todos y salen ARMINDA y JULIA.)
JULIA

Déjame, Arminda, llorar,
una libertad perdida;
pues donde acaba la vida,
también acaba el pesar.
¿Nunca has visto de una fuente
bajar un arroyo manso,
siendo apacible descanso,
el valle de su corriente;
y cuando le juzgan falto
de fuerza a las flores bellas,
pasa por encima dellas
rompiendo por lo más alto?
Pues mis penas, mis enojos
la misma experiencia han hecho:
detuviéronse en el pecho,
y salieron por los ojos.
Deja que llore el rigor
de un padre.

ARMINDA

Señora, advierte...

JULIA

¿Qué más venturosa suerte
hay, que morir de dolor?
Pena que deja vencida
la vida, o ser gloria ordena;
que no es muy grande la pena,
que no acaba con la vida.

ARMINDA

¿Qué novedad obligó
tu llanto?

JULIA

¡Ay, Arminda mía!
Cuantos papeles tenía
de Eusebio, Lisardo halló
en mi escritorio.

ARMINDA

¿Pues él
supo que estaban allí?

JULIA

Como aqueso contra mí
hará mi estrella cruel.
Yo, (¡ay de mí!), cuando le vía
el cuidado con que andaba,
pensé que lo sospechaba,
pero no que lo sabía.
Llegó a mí descolorido,
y entre apacible y airado,
me dijo que había jugado,
Arminda, y que había perdido,
que una joya le prestase
para volver a jugar:
por presto que la iba a dar,
no aguardó a que la sacase.
Tomó él la llave, y abrió
con una cólera inquieta,
y en la primera naveta
con los papeles topó.
Miróme y volvió a cerrar,
y sin decir nada, ¡ay Dios!,
buscó a mi padre, y los dos
(¿quién duda para tratar
mi muerte?) gran rato hablaron
cerrados en su aposento.
Salieron, y hacia el convento
los dos sus pasos guiaron,
según Octavio me dijo.
Y si lo que está tratado,
ya mi padre ha efetuado,
con justa causa me aflijo;
porque si de aquesta suerte,
que olvide a Eusebio desea,
antes que monja me vea,
yo misma me daré muerte.

(Sale EUSEBIO.)
EUSEBIO

([Aparte.]
Ninguno tan atrevido,
si no tan desesperado,
viene a tomar por sagrado
la casa del ofendido.
Antes que sepa la muerte
de Lisardo, Julia bella,
hablar quisiera con ella,
porque a mi tirana suerte
algún remedio consigo
si, ignorando mi rigor,
puede obligarle el amor
a que se vaya conmigo;
y cuando llegue a saber
de Lisardo el hado injusto,
hará de la fuerza gusto
mirándose en mi poder.)
Hermosa Julia.

JULIA

¿Qué es esto?
¿Tú en esta casa?

EUSEBIO

El rigor
de mi desdicha y tu amor
en tal peligro me ha puesto.

JULIA

Pues ¿cómo has entrado aquí
y emprendes tan loco extremo?

EUSEBIO

Como la muerte no temo...

JULIA

¿Qué es lo que intentas así?

EUSEBIO

Hoy obligarte deseo,
Julia, porque agradecida
des a mi amor nueva vida,
nueva gloria a mi deseo.
Yo he sabido cuánto ofende
a tu padre mi cuidado,
que a su noticia ha llegado
nuestro amor, y que pretende
que tú recibas mañana
el estado que desea,
para que mi dicha sea,
cuanto mi esperanza, vana.
Si ha sido gusto, si ha sido
amor el que me has mostrado,
si es verdad que me has amado,
si es cierto que me has querido,
vente conmigo, pues ves
que no tiene resistencia
de tu padre la obediencia;
deja tu casa, y después,
que habrá mil remedios piensa;
pues en mi poder es justo
que haga de la fuerza gusto,
y obligación de la ofensa.
Villas tengo en que guardarte,
gente con que defenderte,
hacienda para ofrecerte,
y un alma para adorarte.
Si darme vida deseas,
si es verdadero tu amor,
atrévete, o el dolor
hará que mi muerte veas.

JULIA

¡Oye, Eusebio!

ARMINDA

Mi señor
viene, señora.

JULIA

¡Ay de mí!

EUSEBIO

¿Pudiera hallar contra mí
la fortuna más rigor?

JULIA

¿Podrá salir?

ARMINDA

No es posible
que se vaya, porque ya
llamando a la puerta está.

JULIA

¡Grave mal!

EUSEBIO

¡Pena terrible!
¿Qué haré?

JULIA

Esconderse es ya forzoso.

EUSEBIO

¿Dónde?

JULIA

En aquese aposento.

ARMINDA

Presto, que sus pasos siento.

(Escóndese EUSEBIO, y sale CURCIO, viejo venerable, padre de JULIA.)
CURCIO

Hija, si por el dichoso
estado que tú codicias,
y que ya seguro tienes,
no das a mis parabienes
la vida, y alma en albricias,
del deseo que he tenido
no agradeces el cuidado.
Todo queda efetuado,
y todo tan prevenido,
que solo falta ponerte
la más bizarra y hermosa,
para ser de Cristo esposa,
¡mira que dichosa suerte!,
hoy aventajas a todas
cuantas saben envidiar,
pues te verán celebrar
aquestas divinas bodas.
¿Qué dices?

JULIA

[Aparte.]
¿Qué puedo hacer?

EUSEBIO

[Aparte.]
Yo me doy la muerte aquí,
si ella le dice que sí.

JULIA

([Aparte.]
No sé cómo responder.)
Bien, señor, la autoridad
de padre, que es preferida,
imperio tiene en la vida,
pero no en la libertad.
¿Pues que supiera antes yo
tu intento, no fuera bien?
¿Y que tú, señor, también
supieras mi gusto?

CURCIO

No,
que sola mi voluntad,
en lo justo o en lo injusto
has de tener por tu gusto.

JULIA

Solo tiene libertad
un hijo para escoger
estado; que el hado impío
no fuerza el libre albedrío.
Déjame pensar y ver
despacio eso, y no te espante
ver que término te pida,
que el estado de una vida
no se toma en un instante.

CURCIO

Basta, que yo le he mirado,
y yo por ti he dado el sí.

JULIA

Pues si tú vives por mí,
toma también el estado.

CURCIO

¡Calla infame!, ¡Calla loca!;
que haré de aquese cabello
un lazo para tu cuello,
o sacaré de tu boca
con mis manos la atrevida
lengua, que de oír me ofendo.

JULIA

La libertad te defiendo,
señor, pero no la vida.
Acaba su curso triste,
y acabará tu pesar;
que mal te puedo negar
la vida que tú me diste:
la libertad que me dio
el cielo, es la que te niego.

CURCIO

En este punto a creer llego
lo que el alma sospechó,
que no fue buena tu madre,
y manchó mi honor alguno;
que hoy el error importuno,
ofende el honor de un padre
a quien el sol lo igualó
con resplandor y belleza,
sangre, honor, lustre y nobleza.

JULIA

Eso he entendido yo,
por eso no he respondido.

CURCIO

Arminda, salte allá fuera.
[Vase ARMINDA.]
Y ya que mi pena fiera
tantos años he tenido
secreta, de mis enojos
la ciega pasión obliga
a que la lengua te diga
lo que te han dicho los ojos.
La señoría de Sena,
por dar a mi sangre fama,
en su nombre me envió
a dar la obediencia al Papa
Urbano Tercio. Tu madre,
que con opinión de santa
fue en Sena común ejemplo
de las matronas romanas,
y aun de las nuestras (no sé
cómo mi lengua la agravia;
mas, ¡ay infelice!, tanto
la satisfación engaña),
en Sena quedó, y yo estuve
en Roma con la embajada
ocho meses, porque entonces
por concierto se trataba
que esta señoría fuese
del Pontífice: Dios haga
lo que a su estado convenga,
que aquí importa poco, o nada.

CURCIO

Volví a Sena, y hallé en ella...
Aquí el aliento me falta,
aquí la lengua enmudece,
aquí el ánimo desmaya.
Hallé, ¡ay injusto temor!,
a tu madre tan preñada,
que para el infame parto
cumplía las nueve faltas.
Ya me había prevenido
por sus mentirosas cartas
esta desdicha, diciendo
que, cuando me fui, quedaba
con sospecha; y yo la tuve
de mi deshonra tan clara,
que discurriendo en mi agravio
imaginé mi desgracia.
No digo que verdad sea,
pero quien nobleza trata,
no ha de aguardar a creer
que el imaginar le basta.
¿Qué importa que un noble sea
desdichado, (¡oh ley tirana
de honor!, ¡oh bárbaro fuero
del mundo!), si la ignorancia
le disculpa? Mienten, mienten
las leyes; porque no alcanza
los misterios al efeto
quien no previene la causa.

CURCIO

¿Qué ley culpa a un inocente?
¿Qué opinión a un libre agravia?
Miente otra vez; que no es
deshonra, sino desgracia.
¡Bueno es que en leyes de honor
le comprenda tanta infamia,
al Mercurio que le roba,
como al Argos que le guarda!
¿Qué deja el mundo, qué deja,
si así al inocente infama,
de deshonra para aquel,
que lo sabe y que lo calla?
Yo entre tantos pensamientos,
yo entre confusiones tantas,
ni vi regalo en la mesa,
ni hice descanso en la cama.
Tan desabrido conmigo
estuve, que me trataba
como ajeno el corazón,
y como a tirano el alma.
Y aunque a veces discurría
en su abono, y aunque hallaba
verosímil la disculpa,
pudo en mí tanto la instancia
del temor que me ofendía,
que con saber que fue casta,
tomé de mis pensamientos,
no de sus culpas, venganza.

CURCIO

Y porque con más secreto
fuese, previne una caza
fingida, porque a un celoso
solo lo fingido agrada.
Al monte fui, y cuando todos
entretenidos estaban
en su alegre regocijo,
con amorosas palabras,
(¡qué bien las dice quien miente!,
¡qué bien las cree quien ama!),
llevé a Rosmira, su madre,
por una senda apartada
del camino, y divertida
llegó a una secreta estancia
deste monte, a cuyo albergue
el sol ignora la entrada,
porque se la defendían
rústicamente enlazadas,
por no decir que amorosas,
árboles, hojas y ramas.
Aquí, pues, donde apenas
huella imprimió mortal planta,
solos los dos...

(Sale ARMINDA.)
ARMINDA

Si el valor
que el noble pecho acompaña,
señor, y si la experiencia
que te han dado honrosas canas,
en la desdicha presente
no te niega o no te falta,
examen será el valor
de tu ánimo.

CURCIO

¿Qué causa
te obliga a que así interrompas
mi razón?

ARMINDA

Señor...

CURCIO

Acaba,
que más la duda ofende.

JULIA

¿Por qué te suspendes? Habla.

ARMINDA

No quisiera ser la voz
de mi pena y tu desgracia.

CURCIO

No temas decirla tú,
pues yo no temo escuchalla.

ARMINDA

A Lisardo, mi señor...

EUSEBIO

[Aparte.]
Esto solo me faltaba.

ARMINDA

...bañado en su sangre traen
en una silla por andas,
cuatro rústicos pastores,
muerto (¡ay Dios!) a puñaladas;
mas ya a tu presencia llega:
no le veas.

CURCIO

¡Cielos! ¿Tantas
penas para un desdichado?
¡Ay de mí!

(Salen los villanos con LISARDO en una silla, ensangrentado el rostro.)
JULIA

Pues ¿qué inhumana
fuerza ensangrentó la ira
en su pecho? ¿Qué tirana
mano se bañó en mi sangre,
contra su inocencia airada?
¡Ay de mí!

ARMINDA

Mira señora...

BLAS

No llegues a verle.

CURCIO

Aparta.

TIRSO

Detente, señor.

CURCIO

Octavio,
no puede sufrirlo el alma.
Dejadme ver ese cadáver frío,
depósito infeliz de heladas venas,
ruina del tiempo, estrago del impío
hado, teatro funesto de mis penas;
¿Qué tirano rigor, ¡ay hijo mío!,
trágico monumento en las arenas
construyó porque hiciese en quejas vanas
mortaja triste de mis blancas canas?
¡Ay, amigos! Decid: ¿quién fue homicida
de un hijo en cuya vida yo animaba?

MENGA

Gil lo dirá, que al verle dar la herida,
oculto en unos árboles estaba.

CURCIO

Di, amigo, di, ¿quién me quitó esta vida?

GIL

Yo solo sé que Eusebio le llamaba,
cuando con él reñía.

CURCIO

¿Hay más deshonra?
Eusebio me ha quitado vida y honra.
[A JULIA.]
Disculpa agora tú de sus crueles
deseos la ambición; di que concibe
casto amor, pues a falta de papeles,
lascivos gustos con su sangre escribe.

JULIA

Señor...

CURCIO

No me respondas como sueles;
a tomar estado te apercibe,
o apercibe también a tu hermosura,
con Lisardo temprana sepultura.
Los dos a un tiempo el sentimiento esquivo,
en este día sepultar concierta,
él muerto al mundo, en mi memoria vivo,
tú, viva al mundo, en mi memoria muerta.
Y en tanto que el entierro os apercibo,
porque no huyas cerraré esta puerta;
queda con él, porque de aquesa suerte
liciones al morir te dé su muerte.

(Vanse todos, y queda JULIA en medio de LISARDO y EUSEBIO, que sale por otra puerta.)
JULIA

Mil veces procuro hablarte,
tirano Eusebio, y mil veces
el alma duda, el aliento
falta, y la lengua enmudece.
No sé, no sé cómo pueda
hablar, porque a un tiempo vienen
envueltas iras piadosas
entre verdades crueles.
Quisiera cerrar los ojos
a aquesta sangre inocente
que está pidiendo venganza
desperdiciando claveles.
Y quisiera hallar disculpa
en las lágrimas que viertes,
que al fin heridas y ojos
son bocas que nunca mienten.
Y en una mano el amor,
y en otra el rigor presente,
quisiera a un tiempo, quisiera
castigarte y defenderte.
Y entre ciegas confusiones
de pensamientos tan fuertes,
la clemencia me combate,
el sentimiento me vence.

JULIA

¿Desta suerte solicitas
obligarme?, ¿desta suerte,
Eusebio, en vez de finezas
con crueldades me pretendes?
Cuando de mi boda el día
resuelta espera, ¡quieres
que en vez de apacibles bodas,
tristes obsequias celebre!
Cuando por tu gusto era
a mi padre inobediente,
¡funestos lutos me das,
en vez de galas alegres!
Cuando, arriesgando mi vida,
hice posible el quererte,
¡en vez de tálamo, (¡ay cielos!)
un sepulcro me previenes!
Y cuando mi mano ofrezco,
despreciando inconvenientes,
de honor, ¡la tuya bañada
en mi sangre me la ofreces!
¿Qué gusto tendré en tus brazos,
si para llegar a verme,
dando vida a nuestro amor,
voy tropezando en la muerte?
¿Qué dirá el mundo de mí,
sabiendo que tengo siempre,
si no presente el agravio,
quien le cometió presente?

JULIA

Pues cuando quiera el olvido
sepultarle, solo el verte
entre mis brazos será
memoria con que me acuerde.
Yo entonces, yo, aunque te adore,
los amorosos placeres
trocaré en iras, pidiendo
venganzas, pues ¿cómo quieres,
que viva sujeta un alma
a efetos tan diferentes
que esté esperando el castigo,
deseando que no llegue?
Basta, por lo que te quise,
perdonarte, sin que esperes
verme en tu vida, ni hablarme.
Esa ventana, que tiene
salida al jardín, podrá
darte paso; por ahí puedes
escaparte; huye el peligro,
porque, si mi padre viene
no te halle aquí. Vete, Eusebio,
y mira que no te acuerdes
de mí, que hoy me pierdes tú,
porque quisiste perderme.

JULIA

Vete, y vive tan dichoso,
que tengas felicemente
bienes, sin que a los pesares
pagues pensión de los bienes.
Que yo haré para mi vida
una celda, prisión breve,
si no sepulcro, pues ya
mi padre enterrarme quiere.
Allí lloraré desdichas
de un hado tan inclemente,
de una fortuna tan fiera,
de una inclinación tan fuerte,
de un planeta tan opuesto,
de una estrella tan rebelde,
de un amor tan desdichado,
de una mano tan aleve,
que me ha quitado la vida
y no me ha dado la muerte,
porque entre tantos pesares
siempre viva y muera siempre.

EUSEBIO

Si acaso más que tus voces,
son ya tus manos crüeles,
para tomar la venganza,
rendido a tus pies me tienes.
Preso me trae mi delito,
tu amor es la cárcel fuerte,
las cadenas son mis yerros,
prisiones que el alma teme.
Verdugo es mi pensamiento,
si son tus ojos los jueces,
y ellos me dan la sentencia,
por fuerza será de muerte.
Mas diga entonces la fama
en su pregón: «Este muere
porque quiso», pues que solo
es mi delito quererte.
No pienso darte disculpa,
no parezca que la tiene
tan grande error; solo quiero
que me mates y te vengues.
Toma esta daga, y con ella
rompe un pecho que te ofende,
saca un alma que te adora,
y tu misma sangre vierte.
Y si no quieres matarme,
para que a vengarse llegue
tu padre, diré que estoy
en tu aposento.

JULIA

¡Detente!
Y por última razón,
que he de hablarte eternamente,
¿has de hacer lo que te digo?

EUSEBIO

Yo lo concedo.

JULIA

Pues vete
adonde guardes tu vida.
Hacienda tienes, y gente
que la podrá defender.

EUSEBIO

Mejor será que yo quede
sin ella; porque si vivo,
será imposible que deje
de adorarte, y no has de estar,
aunque un convento te encierre,
segura.

JULIA

Guárdate tú,
que yo sabré defenderme.

EUSEBIO

¿Volveré yo a verte?

JULIA

No.

EUSEBIO

¿No hay remedio?

JULIA

No le esperes.

EUSEBIO

¿Que al fin me aborreces ya?

JULIA

Haré por aborrecerte.

EUSEBIO

¿Olvidarasme?

JULIA

No sé.

EUSEBIO

¿Verete yo?

JULIA

Eternamente.

EUSEBIO

Pues ¿aquel pasado amor...?

JULIA

Pues ¿esta sangre presente...?
La puerta abren; vete, Eusebio.

EUSEBIO

Iré por obedecerte.
¡Que no he de volver a verte!

JULIA

¡Que no has de volver a verme!

(Ruido dentro, vanse cada uno por su puerta y llevan el cuerpo.)