La despedida (Blasco)
Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
LETRILLA
En el retrete de Luisa
entra un joven, y al momento
le señala ella un asiento
con amorosa sonrisa.
Y él, con voz harto sonora,
mirándola con misterio,
dice entre irónico y serio:
«A los pies de usted, señora.»
—¿Qué significa ese acento
y ese usted? —dice la bella —
—Señora, si el labio sella,
concluiré en un momento.
No con escusas ahora
me quiera usted aplacar:
hoy acabo ya de estar
a los pies de usted, señora.
—Mas ¿qué motiva ese gesto
y esa manera de hablarme?
—¡Pérfida! ingrata! ¡engañarme así!
—Pero ¿á qué viene esto?
—Sepa usted que nada ignora,
este incauto enamorado:
no puedo estar a su lado...
a los pies de usted, señora.
Pues no: no quiero irme
sin decirla lo que siento:
es mucho mi sufrimiento,
y... los sordos van a oirme;
usted, con engañadora
pasión, de mí se ha burlado...
¡Y qué yo me haya postrado
á los pies de usted, señora . . . !
Hace mes y medio, creo,
vi a usted con su tío el conde
no recuerdo bien en dónde...
me parece fué en paseo.
Al verla tan seductora,
confundido y admirado
dije al pasar por su lado:
«a los pies de usted, señora. »
Usted ¡de pensarlo sudo!
fingiendo serle agradable,
con una sonrisa amable
volvióme al punto el saludo.
Con gracia fascinadora
la falda se levantó...
mi vista se dirigió
a los pies de usted, señora.
¡Y qué pies. Dios bendecido!
ellos causaron mi ruina
y mutación repentina
en mi espíritu abatido.
Desde entonces hasta ahora
nunca los pude olvidar,
y no he dejado de estar
a los pies de usted, señora.
Tiene usted cartas de Juan,
y billetes de Agustín,
y epístolas de Martín,
y esquelas de Sebastián:
Todos ellos sin demora,
pues no están en el secreto,
firman con mucho respeto,
«a los pies de usted, señora.»
Pero ya esto se acabó;
hoy se descubre el engaño;
un funesto desengaño
voy a darles luego yo.
En vano el perdón implora:
no hay de convencerme modo;
voy a descubrirlo todo;
a los pies de usted, señora.
—¡Un instante!
—¡No hay piedad!
La villa vá a murmuraros,
las bellas a señalaros,
y a huiros la sociedad.
Ha llegado vuestra hora;
la máscara os quitaré,
y... ni aun deciros querré
a los pies de usted, señora.
—¡Espera!
—¡Vana porfía!
—¡Escucha!
—No atiendo a nada.
—¡Ah! ¡me haces muy desgraciada!
—Cada cual tiene su día.
—Pero ¿no admite demora
tu partida?
—Ni un momento.
Usted lo quiso.... lo siento...
a los pies de usted, señora.
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Marchóse; y Luisa, llorosa,
a su balcón se asomó,
y cuando salir le vio
Volvióle a llamar ansiosa.
Y él, con faz que corrojjora
sus deseos de vengarse,
dijo riendo al marcharse:
a los pies de usted, señora.