La de los tristes destinos/XXXVIII

XXXVIII

TERESA.- (En una estancia del Hotel Ezcurra, despertando.) Pienso como tú. Vámonos hoy mismo. Aquí ya no hacemos nada. También Úrsula desea volver a su casa.

IBERO.- (Saltando del lecho.) Démonos prisa; no perdamos el tren de hoy... A París, a París pronto... Como anoche te decía, voy contento. Toda ilusión de grandezas políticas y militares se me ha ido de la cabeza. Pero te tengo a ti; contigo me conformo; tú eres mi gloria y mi grandeza...

TERESA.- (Vistiéndose muy a la ligera.) ¿Y qué me decías anoche de esa revolución que habéis hecho?

IBERO.- Empecé a contarte... Pero tú no cesabas de reír y reír con la divertida historia de los Muñoces de Tarancón. ¿Quieres que hablemos otra vez de las fatigas que pasé por los malditos Muñoces?

TERESA.- Ahora no: tengo que bañarme... tengo que avisar a Úrsula para que se vaya preparando... Nos vamos hoy. Yo estoy contenta. ¿Verdad que somos felices? No me canso de celebrar que rechazaras los cien duros que quiso darte el sinvergüenza de Tarfe.

IBERO.- ¿Qué dinero tenemos? Paréceme que es muy poco. Yo me río contemplando la nada espléndida de nuestros bolsillos.

TERESA.- Y yo... Con que tengamos para llegar a París, basta.

IBERO.- París nos dirá: «Pobretones, venid a mi Reino...».

TERESA.- Nos dirá: «Venid a mi Paraíso. Comeréis la fruta no prohibida de mi Industria y de mis Artes...». Iberillo, arréglate pronto. (Vase.)

IBERO.- (Solo.) Sí que soy feliz. Cada cual obedece a sus propias revoluciones. Yo no tengo que poner los andamiajes de que habla Confusio para revocar un viejo caserón. Mi casa es una choza nueva y linda. En ella tengo mi Trono y mi Altar. En ella venero mis Instituciones.

TERESA.- (En la estación.) Me dio mucha pena ver partir a la pobre doña Isabel.

IBERO.- Doña Isabel no volverá, ni nosotros tampoco... Ella, destronada, sale huyendo de la Libertad, y hacia la Libertad corremos nosotros. A ella la despiden con lástima; a nosotros nadie nos despide; nos despedimos nosotros mismos diciéndonos: corred, jóvenes, en persecución de vuestros alegres destinos.

TERESA.- (Meditabunda.) Huimos del pasado; huimos de una vieja respetable y gruñona que se llama doña Moral de los Aspavientos, viuda de don Decálogo Vinagre...

IBERO.- (En Hendaya. Vuélvese hacia la orilla española del Bidasoa, y haciendo bocina con sus manos, grita:) Adiós, España con honra. Nos hemos muerto... Adiós; que te diviertas mucho. No te acuerdes de nosotros.

TERESA.- (Gritando.) No te acuerdes... Nosotros te olvidamos.

IBERO.- (Andando el tren.) Somos la España sin honra, y huimos, desaparecemos, pobres gotas perdidas en el torrente europeo.


FIN DE «LA DE LOS TRISTES DESTINOS»


Madrid, Enero a Mayo de 1907.