La danza pastoril
de Félix María Samaniego


A la sombra que ofrece
Un gran peñón tajado, 
Por cuyo pie corría 
Un arroyuelo manso, 
Se formaba en estío 
Un delicioso prado. 
Los árboles silvestres 
Aquí y allí plantados, 
El suelo siempre verde, 
De mil flores sembrado, 
Más agradable hacían 
El lugar solitario. 
Contento en él pasaba 
La siesta, recostado.
Debajo de una encina, 
Con el albogue, Bato. 
Al son de sus tonadas, 
Los pastores cercanos, 
Sin olvidar algunos
La guarda del ganado, 
Descendían ligeros 
Desde la sierra al llano.
Las honestas zagalas, 
Según iban llegando, 
Bailaban lindamente, 
Asidas de las manos, 
En tomo de la encina 
Donde tocaba Bato. 
De las espesas ramas 
Se veía colgando
Una guirnalda bella 
De rosas y amaranto. 
La fiesta presidía
Un mayoral anciano; 
Y ya que el regocijo 
Bastó para descanso, 
Antes que se volviesen 
Alegres al rebaño,
El viejo presidente 
Con su corvo cayado 
Alcanzó la guimalda 
Que pendía del árbol, 
Y coronó con ella 
Los cabellos dorados 
De la gentil zagala 
Que con sencillo agrado 
Supo ganar a todas
En modestia y recato. 
Si la virtud premiaran 
Así los cortesanos,
Yo sé que no huiría 
Desde la corte al campo.