La dama del olivarLa dama del olivarTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen don GASTÓN,
doña PETRONILA,
LAURENCIA y LABRADORES
PETRONILA:
Bueno y apacible está
el prado, sentaos aquí.
GASTÓN:
Si vuestro sol luz le da
en tapetes de tabí
estrados os prevendrá.
En vuestras hebras derrama
su tibia tez la retama,
vuestras mejillas hermosas
dan nuevo ser a las rosas
que Venus adora y ama.
Las maravillas se ven
en vuestros ardientes ojos,
la frente es jazmín también,
en la nariz los despojos
de la azucena están bien.
Si los dientes son azahar
que en grana pudo enlazar
Amor, que nació en verjeles,
muros hizo de claveles
en que se puedan guardar.
Y así el prado con su flor
imita vuestra belleza,
siendo planteles de olor
él de la Naturaleza,
vos, señora, del Amor.
PETRONILA:
Favores de vuestra mano,
¿a quién no enriquecerán?
Si por venir con vos gano
las ternezas de galán
y los regalos de hermano.
Basta, señor don Gastón,
que por no dar ocasión
a que el alma se divierta,
tenéis tomada la puerta
a toda imaginación. Como
hermano me guardáis,
como galán me servís,
como esposo regaláis,
y a serlo todo venís,
pues que con todo os alzáis.
GASTÓN:
No tanto, mi Petronila,
que no sepa que en el alma
sus flechas Amor afila,
y que el pensamiento en calma
esperanzas recopila.
Yo sé que tenéis capaz
la voluntad para extremos
del atrevido rapaz,
tanto, que en ella cabemos
otro y yo viviendo en paz.
Porque en casa semejante,
si él es aposentador,
posada dará bastante
para un hermano el Amor
y también para un amante.
PETRONILA:
Si ése en el alma ha de entrar,
de vos vendrá acompañado,
pues cuando os quiera hospedar
costumbre es que un convidado
a otro pueda convidar.
GASTÓN:
Como forastero pasa
un rayo, y de paso abrasa,
y es tal don Guillén, por Dios,
que, por quedarse con vos,
temo que me eche de casa.
Aunque si os caso con él,
diré, Petronila mía,
puesto que es trance cruel,
que por vuestra mejoría
dejaré mi casa en él.
PETRONILA:
Eso no, que será poca
voluntad la que mostráis
si a dejarme se provoca,
y para que no salgáis
cerrará el alma la boca.
GASTÓN:
Don Guillén de Montalbán
es mozo, noble, galán,
comendador generoso,
en las paces amoroso
y en las guerras capitán.
Escogíle para vos,
y pienso que agradecéis
la elección que hice en los dos;
mas para que en él penséis
quedaos, bella hermana, adiós.
Que apacible compañía
os dejo, y yo, como suelo,
por ser inclinación mía,
de aves que mate al vuelo
volver cargado querría.
Vase don GASTÓN
PETRONILA:
Pues Laurencia ¿en qué se entiende?
LAURENCIA:
Nunca falta, mi señora,
a la gente labradora
en qué, y más la que pretende
casarse y se le despinta.
PETRONILA:
¿Echastes hogaño gansos?
LAURENCIA:
Veinte hay que gordos y mansos
la nieve en ellos se pinta.
CORBATO:
Dos de esos serán del cura.
LAURENCIA:
¿Diezma en todo?
CORBATO:
Como lleva
en toda cosecha nueva
el diezmo de la verdura,
de los pollos, los lechones,
la fruta, el pan y cebada.
¿No fuera cosa extremada
que diezmara en las quistiones,
los males y calenturas?
¡Mala landre que le tome,
como las maduras come
comiera también las duras!
PETRONILA:
¡Mal estáis con él!
CORBATO:
Quisiera
que de diez días que he estado
en la cama desahuciado,
uno al cura le cupiera;
diez melecinas me echaron
una le vien de derecho.
NISO:
Ley fuera ésa de provecho
para el otro que azotaron,
pues de quinientos tocinos
cincuenta el cura llevara.
ARDENIO:
Yo sé que a alguien le pesara,
a usarse esos desatinos;
que nadie quisiera ser
casado en tales porfías,
porque de diez en diez días
le había de dar su mujer.
CORBATO:
¡Plugiera a Dios que él tuviera
tres veces en cada mes
esa carga! Que después,
yo sé que el diezmo perdiera
de lo demás que le damos,
por no sofrir tanta pena.
ARDENIO:
¿Hay plomo, hay costal de arena
como aqueste que llevamos
a cuestas con las mujeres?
LAURENCIA:
¿Y nosotras que sufrimos?
¡Que hechas esclavas vivimos
aguándonos los placeres
vosotros; de hijos cargadas;
ya callando, ya meciendo,
mil dolores padeciendo,
nueve meses de preñadas,
siempre con temor y susto
de que el parto nos asombre,
dejándonos cualquier hombre
la pena, y llevando el gusto!
NISO:
No golosmeara Eva
de la manzana el sabor
y pariera sin dolor;
mas si tal trabajo lleva,
Laurencia, la que se casa,
¿por qué os morís vos por ello?
LAURENCIA:
¿Yo?
NISO:
Vos, pues que por sabello
no hay diabro que os tenga en casa.
MONTANO:
En fin, ¿no quiso Maroto
desposarse?
NISO:
No es la boda
para él. Sólo se acomoda
al ganado, monte y soto.
Mas ¿qué es esto?
ARDENIO:
Don Guillén
viene acá, que como sabe
que estáis aquí, y es tan grave,
al que como él quiere bien
la ausencia, el estar sin vos
tendrá por tormento extraño.
LAURENCIA:
Todo es mentira y engaño
el hombre. Líbreme Dios
de creer más sus desvelos;
amarme fingió el traidor,
y mudándose su amor
sembró gusto y cogí celos.
Salen don GUILLÉN,
GALLARDO y CRIADOS
GUILLÉN:
¡Oh, serranos! A gozar
de vuestra conversación
me ha traído la ocasión.
NISO:
Viniéndonos vos a honrar
será apacible esta tarde,
por más que el sol la molesta.
GUILLÉN:
¡Qué mucho abrase la fiesta
el prado, si haciendo alarde
el sol que flores perfila
con el oro que en él pasa,
otro sol de amor abrasa,
bella doña Petronila,
en vuestra hermosa presencia!
PETRONILA:
Si como lo decís bien
amáis, señor don Guillén,
dichosa es por excelencia
la que serviros merece.
Sentaos, si gustáis, aquí.
GUILLÉN:
Jamás la ocasión perdí
cuando el Amor me la ofrece.
Con vuestro hermano, señora,
he concertado de ser
vuestro esposo, y por tener
mientras se llega esa hora,
en quien el amor que os debo
se ejercite, que no es justo
que ocioso se embote el gusto,
esta serrana me llevo,
ensayaré en su hermosura
la que en vos pienso gozar.
Cogen don GUILLÉN y GALLARDO
a LAURENCIA y llévansela
PETRONILA:
¿Qué es eso?
TODOS:
¡Aquí del lugar!
GUILLÉN:
El que morir no procura
sosiéguese, o--¡vive Dios--
que le cuelgue de ese roble!
NISO:
¿Pues es ésa hazaña noble?
GUILLÉN:
Llevadla vosotros dos
a Montalbán.
LAURENCIA:
¡Ay de mí!
GUILLÉN:
Gallardo, aprisa con ella.
GALLARDO:
No os quejéis, Laurencia bella,
que os lleve Gallardo ansí,
que también tiro yo gajes
de don Guillén y su amor,
pues lo que sobra al señor
viene a parar en los pajes.
Seréis de su gusto presa
y hartaréisle en breve rato,
gozándoos yo como plato
que levante de la mesa.
Vanse con ella
PETRONILA:
Don Guillén de Montalbán,
respetad, si sois prudente,
el ver que estoy yo presente.
GUILLÉN:
El que no fue buen galán
no puede ser buen marido.
Quien cañas ha de jugar
primero se ha de ensayar.
Sólo a ensayarme he venido
en Laurencia. Si os molesta
la osadía que en mí veis,
consolaos con que seréis
de aqueste ensayo la fiesta.
Vase don GUILLÉN
NISO:
¿Hay tan gran bellaquería?
¿Que esto suframos, serranos?
¿Para qué mos dieron manos
los cielos?
CORBATO:
No sufriría
tal afrenta aunque muriese.
Juntemos todo el lugar.
PETRONILA:
A mi hermano id a avisar.
¡Que a mis ojos se atreviese
a tal insulto! ¡Ay Amor,
qué mal me habéis empleado!
MAROTO:
¡Todo Estercuel salga armado
y muera aqueste traidor!
Niso será el capitán,
pues es alcalde.
NISO:
Eso intento.
Vos alférez, vos sargento;
abrasaré a Montalbán
si aquesto adelante pasa.
TODOS:
Vamos.
PETRONILA:
Y mis desconsuelos
me abrasarán en sus celos
mientras Montalbán se abrasa.
Vanse los villanos.
Sale don GASTÓN
GASTÓN:
¿Qué alboroto, hermana mía,
es éste? ¿Quién os da enojos
y las perlas de esos ojos
agravia, luz de mi día?
¿Dónde mis vasallos van
confusos y alborotados?
PETRONILA:
Van a vengarse afrentados
del señor de Montalbán.
Confieso que le he querido;
porque como una afición
se funda en la inclinación
y no en consejos, han sido
en vano los que me han dado;
porque aun las travesuras,
por no llamarlas locuras,
que en don Guillén han causado
común aborrecimiento,
pudieran curar. Mi amor
es loco, y al fin furor
que ciega el entendimiento;
pero ya el no aborrecerle
fuera, más que amor, locura.
GASTÓN:
Pues ¿qué hizo?
PETRONILA:
¡Gran ventura
fuera, hermano, no quererle!
Sin respetar mi presencia
ni el amor que le he tenido,
descortés como atrevido
llevó robada a Laurencia
con ayuda de crïados,
que en la escuela de sus vicios
aprenden estos oficios.
Los pastores agraviados
han convocado el lugar
para intentar su venganza,
y yo ya sin esperanza
todo lo libro en llorar.
GASTÓN:
¿Es posible que este loco
a mis vasallos se atreva?
Si a Laurencia, hermana, lleva,
yo haré que la goce poco.
¡Vive Dios! Que ha de saber
quién es a quien ha ofendido.
¿Él en mi tierra atrevido?
PETRONILA:
¿Qué es lo que intentas hacer?
GASTÓN:
Pegar fuego a Montalbán,
hacerle entender así
que es don Gastón Bardají
a quien ofende. Hoy verán
los que sustenta Aragón,
ya que mi paciencia instiga,
de la suerte que castiga
a don Guillén don Gastón.
PETRONILA:
Hermano, su poco seso
perdona.
GASTÓN:
¿No te ha ofendido?
PETRONILA:
Aunque es loco y atrevido,
que le adoro te confieso.
Busca otros medios más sabios.
GASTÓN:
Pagará lo que merece.
PETRONILA:
El amor con celos crece
y se aumenta con agravios.
Vanse.
Salen don GUILLÉN,
GALLARDO y LAURENCIA
GUILLÉN:
Échala de aquí Gallardo.
¡Jesús, y qué mala cosa!
Juzgábala antes hermosa;
ya morir, viéndola, aguardo.
LAURENCIA:
¡Traidor! ¿Después de alcanzada
de ti soy aborrecida?
Huésped vil que la comida
no pagas ni la posada.
¿Será de noble esa empresa?
GUILLÉN:
Echarla de aquí procura.
Vase
GALLARDO:
Siempre echan en la basura
los relieves de la mesa.
Si sacuden los manteles
mándanme que los sacuda.
Adiós, que el amor se muda
en odio.
LAURENCIA:
¡Rabias crueles
me incitan a la venganza!
GALLARDO:
De todo manjar barato
un señor, si es tosco el plato,
un bocado sólo alcanza.
Yo tengo acción desde agora,
Laurencia, a tu hermoso talle,
y así no hay que rehusalle.
Gallardo, mi bien, te adora.
Deja la pena y recelo,
que el caballo que corrió
en silla, lo llevo yo
al pilón y voy en pelo.
LAURENCIA:
¡Grosero desenfrenado!
No incites más mi furor,
que puesto que a su señor
es semejante el crïado,
no conoces bien mis bríos.
GALLARDO:
Estaos, Laurencia, quedita.
Los zapatos que se quita
mi señor son siempre míos;
y así por mía os acoto;
pues después que os ha calzado
venís a ser del crïado,
porque sois zapato roto.
Sosegaos, Laurencia hermana,
que soy discreto y galán,
y vos, si antes cordobán,
ya zapato de badana.
Dadme esa mano nevada.
LAURENCIA:
¡Oh infame! Dale
GALLARDO:
¡Ay, que me mató!
Mano es la que os pido yo,
Laurencia; no manotada.
LAURENCIA:
Presto verá lo que puede
la afrenta en una mujer.
Rayo del mundo he de ser;
no piense el traidor que quede
sin castigo su desprecio.
¡Vive Dios! Si mi lugar
no me procura vengar,
don Guillén, infame y necio,
que, pues estoy deshonrada,
mudando el traje y el nombre,
que ha de verme Aragón hombre,
vuelta la rueca en espada,
hacer de mi injuria alarde.
Aunque la rueca mejor
fuera para ti, traidor,
que es insignia de cobarde.
Mas, pues la suerte nos trueca,
será, traidor, desde aquí
la espada el adorno en mí,
y en ti, villano, la rueca.
Vase LAURENCIA
GALLARDO:
¡Malos años y cuál va!
No quiero más tu afición,
que da coz y mojicón
que el diablo la esperará.
Amansarán sus querellas
si las sabe remediar,
y más que yo sé lugar
donde se curan doncellas. Vase. Salen todos los VILLANOS, menos NISO
MONTANO:
No ha querido don Gastón
dejarnos salir contra él,
como es señor de Estercuel
obedecerle es razón.
Dice que este agravio se hizo
a él solo, y que así le toca
castigar la furia loca
de quien tan mal satisfizo
al honor que con su hermana
pensaba en Aragón darle,
y así va a desafiarle;
que si no a son de campana
habíamos convocado
todo el lugar.
CORBATO:
¿Qué, no hay quien
se libre de don Guillén?
ARDENIO:
No imagino que ha quedado
doncella en esta comarca
que no le pague primicias.
CORBATO:
¿Es cura?
ARDENIO:
De las malicias.
Todas las mochachas marca.
MONTANO:
Aunque fuera el moro entre ellas
y Córdoba Montalbán,
pues el pecho que le dan
es cual el de cien doncellas.
CORBATO:
Éste es turco aragonés.
¡Qué bien hizo en no casarse
Maroto!
ARDENIO:
Fuera cargarse
la cabeza ya hecha pies.
MONTANO:
Él es sabio, aunque parece
ignorante.
ARDENIO:
Es buen cristiano.
CORBATO:
Dios le tuvo de su mano,
y el cuerdo se está en sus trece.
MONTANO:
Y Niso, ¿qué hace?
CORBATO:
Llora
de su Laurencia la afrenta.
ARDENIO:
Si ella quisiera, a mi cuenta
que estoviera honrada agora.
CORBATO:
Como allá dicen que andaba
con don Guillén de escondidas
en cuentos.
MONTANO:
Están perdidas
por él las mozas.
ARDENIO:
Habraba
con él los disantos todos,
ya en el soto, ya en el río.
MONTANO:
Y aun por esa se hacen, tío,
de esos polvos estos lodos.
Tómese lo que se tiene,
y tenga agora paciencia;
mas ¿no es ésta Laurencia?
ARDENIO:
La misma.
CORBATO:
¡Verá y cuál viene!
Sale LAURENCIA
LAURENCIA:
¿Qué hacéis aquí, afeminados,
hombres sólo en la apariencia,
en conversación infame,
que no sentís vuestra afrenta?
Gallinas, y aun no gallinas,
pues ya saben volver éstas
los picos contra el milano
que sus polluelos le lleva.
¿Qué pastor hay tan cobarde
que, con gritos, hondas, piedras,
no libre del lobo vil
la ya acometida oveja?
Una hormiga, si la quitan
el grano que avara encierra,
muerde atrevida al contrario.
Un mosquito se sustenta
de la sangre de un león,
y hasta la más torpe abeja
acomete vengativa
a quien roba sus colmenas.
Pues, gallinas, el milano
se atreve a las pollas tiernas
de vuestro lugar y casas,
¿y no vengáis vuestra ofensa?
El lobo bárbaro os roba,
villanos, una cordera
delante de vuestros ojos,
¿y le dejáis ir con ella?
LAURENCIA:
Volved, hormigas cobardes,
por la agostada cosecha
del honor que os han quitado
de un traidor las insolencias.
Aún menos sois que mosquitos,
pues ninguno hay que se atreva
á sacar sangre afrentosa
a quien derrama la vuestra.
Mas, pues, vuestra cobardía
llevar los panales deja,
del colmenar de la fama
zánganos sois, que no abejas.
No os llaméis hombres, cobardes;
ceñid al lado las ruecas,
pues no sabéis ceñir armas
más que para la apariencia.
Si como sabéis guardar
las espadas que las vean
desnudas contra tiranos
guardarais las hijas vuestras,
no las violara la injuria;
mas si las espadas vuestras
son vírgenes, mal podréis
defender tantas doncellas.
¡Que a vuestros ojos un hombre
haga torpe y loca presa
en una frágil mujer,
en una vecina vuestra!
¡Que os lleve con ella la honra,
y que no tengáis vergüenza
de vivir y no vengaros!
LAURENCIA:
¡Que estéis de aquesa manera
conversando unos con otros
como si en paces o fiestas,
contárades las hazañas
que emprendistes en la guerra!
Diez leguas de Zaragoza
vivís, y la gente de ella
son espejo de las armas,
blasones de la nobleza.
¿Cómo se os pega tan poco,
decid, gente aragonesa?
¿Por qué afrentáis vuestra pata
afeminados en ella?
Si no sois para vengaros,
llamad las mujeres vuestras;
pedidlas que os desagravien,
quejaos llorosos ante ellas,
y mientras se arman valientes
y la aguja en lanza truecan,
el acero por las galas,
las espadas por las ruecas,
quedaos en casa vosotros,
hilad, barred, viles hembras;
jabonad y haced colada,
que aunque la hagáis, yo estoy cierta
que no sacaréis las manchas
que en vuestra honra el agravio echa,
si no es con sangre enemiga
que es la más eficaz greda.
LAURENCIA:
¿Calláis? ¿Teméis? ¿No venís?
Mas ¿para qué? No os den pena
injurias de vuestras hijas,
comprad trompas y muñecas;
jugad, niños, que es razón
que mientras vive Laurencia
ella tomará venganza.
¡Vive Dios! Que en vuestra afrenta
ha de mudar, gente vil,
el traje y naturaleza,
por que os enseñe a ser hombres,
siéndolo vuestra Laurencia.
Bandos hay en Aragón;
volviéndome bandolera,
no he de dejar hombre a vida.
¡Guárdese de mí mi tierra!
Que en vosotros los primeros
he de vengar mis ofensas,
y vestidos de mujeres
sacaros a la vergüenza.
El que hombre fuere, mis agravios sienta.
¡Al arma! ¡Don Guillén, serranos, muera!
Vase
CORBATO:
Salpimentado nos ha.
ARDENIO:
¡Malos años para ella,
y qué sabida que es!
MONTANO:
No tién pelillo en la lengua;
mas sóbrala la razón,
CORBATO:
Si aquí su padre estuviera
también llevara su parte.
Pero ¡qué infamia es la vuestra!
Vamos, aunque mos lo estorbe
don Gastón, y el fuego encienda
a Montalbán y a su dueño,
que si no es de esta manera
corre peligro Estercuel.
TODOS:
¡Al arma! ¡Don Guillén muera!
ARDENIO:
Muera; porque antes de un año
no ha de haber en esta tierra
una virgen por un ojo.
MONTANO:
Si el fuego de Amor le quema
un clavo saca otro clavo,
con un fuego otro se venga.
CORBATO:
La campana de concejo
tocad, por que todos vengan
a vengar nuestras injurias.
ARDENIO:
¡Al arma, serranos!
TODOS:
¡Guerra!
Vanse.
Salen don GUILLÉN y don GASTÓN
GASTÓN:
La cruz que traéis al pecho,
señal de vuestra nobleza,
para adornar la cabeza
de los césares se ha hecho.
Las veces que sin provecho
la veo en hombres que no son
de crédito y opinión,
aunque lástima me da,
sospecho que es cruz que está
pintada en algún rincón.
En el más alto lugar
y sublime chapitel
se pone la cruz, y en él
la suele el cuerdo estimar.
La nobleza suele dar
alto sitio cuando intenta
darle el pecho, mas si afrenta
la posesión, no se estime,
porque en la cruz más sublime
un pájaro vil se asienta.
Digo esto, y no sin razón,
porque aunque con ella os veo
adornar el pecho, creo
que es cruz que está en el rincón;
que puesto que ese blasón,
que ilustre y noble os ha hecho,
en vos es cruz sin provecho,
pues, según dais los indicios,
mil aves de torpes vicios
se asientan en vuestro pecho.
GASTÓN:
Yo, a lo menos, como suelo
adorar la cruz que ensalzo,
con reverencia la alzo
la vez que la hallo en el suelo.
Como es insignia que el cielo
reverencia, del lugar
donde no es decencia estar
la quito, y así al presente,
por no ser lugar decente,
la cruz os vengo a quitar.
Que, pues tan torpe afrentáis
mis vasallos, más castigo
os darán, siendo testigo
la cruz que al pecho lleváis.
Cuando las honras quitáis
a las doncellas, que en vano
os dan nombre de tirano,
sacáis vuestra infamia a luz,
pues delante de una cruz
el que peca es mal cristiano.
En vos está mal empleada,
y así vengo satisfecho,
que la cruz de vuestro pecho
quitará la de mi espada.
Mi tierra llora afrentada
por vos, y no será yerro
que la cólera que encierro,
la cruz os deje, si da
hoy la muerte, y servirá
de cruz para vuestro entierro.
GUILLÉN:
Cuando vi que con cruz tanta
veníades, don Gastón,
os juzgaba procesión
que sale en semana santa.
Mas no me admira ni espanta
lo que os oigo, que el valor
que a mi sangre da favor
me enseña en nuestras querellas
que santiguándoos con ellas
mostráis tenerme temor.
Quistión será peregrina
la que empezáis, dándoos luz
por la señal de la cruz
como niño de doctrina.
Dad en eso, que es divina
traza, y en vos señalada.
Predicad, no se os dé nada,
tendrá por nuevo favor
en vos un predicador,
Aragón, de la cruzada.
Que yo, más travieso y roto,
de mi valor haré alarde,
porque el hombre que es cobarde
siempre da por lo devoto.
Si vuestra tierra alboroto
mi gusto es, y está bien hecho,
y si no estáis satisfecho,
entrad con furia doblada
por la cruz de aquesta espada
a quitarme la del pecho.
Echan mano.
Sale GALLARDO
GALLARDO:
Don Guillén, a Montalbán.
ha puesto fuego Estercuel;
acude al remedio de él,
mira los gritos que dan.
GUILLÉN:
Hazañas vuestras serán
éstas, y vendréisnos luego
a predicar con sosiego
cruz, valor, fe y opinión,
cuando pegáis a traición
a vuestros vecinos fuego.
Pero agradeced ahora
que ayuda mi gente pida,
dándoos término de vida,
a mi pesar, por un hora.
GASTÓN:
La injuria, que es labradora,
se ha vengado de esta suerte.
Id, que en ceniza convierte
la hacienda que os atropella,
que cuando volváis sin ella
entonces yo os daré muerte.
Éntranse por puertas diferentes.
Sale LAURENCIA, de hombre, ROBERTO, y los BANDOLEROS
LAURENCIA:
En otro tiempo sintiera
haber dado en vuestras manos;
pero ya agravios villanos
me mudaron de manera,
que estoy contenta en extremo,
Roberto, de andar con vos,
por que venguemos los dos
agravios que ya no temo.
Bandolero sois, Roberto,
que de esta suerte se alcanza
en Aragón la venganza.
Don Guillén mi honor ha muerto;
vengadme del y cobrad,
si es deuda una obligación,
de mí la satisfación
en oro de voluntad.
Vuestra soy desde este día,
sin honra ni fama estoy
mientras venganza no doy,
Roberto, a la afrenta mía.
Nadie me llame Laurencia,
que soy hombre en restaurar
mi honra, si fui en amar
mujer de poca experiencia.
En este traje pretendo
serviros, acompañaros,
suspenderos, asombraros,
y si en mi amor os enciendo
yo os pagaré de manera
que, no quedándoos deudora,
si me amasteis labradora
me queráis más bandolera.
ROBERTO:
Cuando no haya yo ganado
con los bandos que profeso
sino el escucharos eso
y el traeros a mi lado,
dando deleite a mis ojos,
entretenimiento a amor,
al pecho esfuerzo y valor
y a la voluntad despojos,
tengo por ser bandolero
más dicha que por ser rey.
Compañeros, haced ley
de mi gusto. Desde hoy quiero
que mi Laurencia nos mande.
Ella es nuestro capitán.
BANDOLERO 1:
Si por caudillo nos dan
un sol, en dicha tan grande,
¿quién habrá que nos resista?
Y qué presas no esperamos
si a cuantos vengan les damos
con este sol una vista?
BANDOLERO 2:
Yo la estimo y reverencio.
ROBERTO:
¡Laurencia viva! Decid.
TODOS:
¡Viva Laurencia!
LAURENCIA:
Advertid
que he de llamarme Laurencio,
y que de Roberto soy
amorosa compañera
pero con los demás fiera
leona y tigre desde hoy.
No ha de quedar hombre a vida
de cuantos a nuestras manos
vinieren, ya sean villanos,
ya de sangre conocida;
que quiero, por estos modos,
ya que mi amor banderizo,
que el mal que un hombre me hizo
lo vengan a pagar todos.
ROBERTO:
Tu gusto es, mi bien, el nuestro.
LAURENCIA:
No imagine don Guillén
que su villano desdén,
si en torpezas está diestro,
se ha de quedar sin castigo.
¡Vive Dios! Que ha de saber
que una ofendida mujer
es el mayor enemigo.
BANDOLERO 1:
Gente parece que viene.
LAURENCIA:
¡Ojalá fuera el primero
mi ofensor! Salen don GUlLLÉN y GALLARDO
GUILLÉN:
El fuego fiero
mi tierra asolada tiene.
¡Vive Dios que aquesta afrenta
la tengo de castigar,
si España vuelve a llorar
de su pérdida sangrienta
segunda vez el destrozo!
De enojo y cólera ardo;
yo haré en Aragón, Gallardo,
que se le convierta el gozo
de don Gastón en tristeza.
Yo le allanaré a Estercuel
por el suelo.
GALLARDO:
Hazaña cruel,
indigna de su nobleza,
ha sido; mas--¡vive Dios!--
que, según los dos andamos,
no es mucho que nos perdamos
en esta ocasión los dos.
Los llantos de las doncellas,
que yo te he solicitado
y tú sin razón logrado
han llegado a las estrellas.
Dios por ellas nos castiga.
ROBERTO:
Ténganse y las armas den.
LAURENCIA:
(¡Cielos, éste es don Guillén! (-Aparte-)
Pues mi deshonra os obliga,
hoy verá Aragón en mí
que un agravio basta a hacer
tigre hircana a una mujer.)
GUILLÉN:
¿Que es esto?
GALLARDO:
Purgar aquí
lo que pecamos los dos;
los que ves son bandoleros.
GUILLÉN:
¿Hay más males, cielos fieros?
Mas tengo ofendido a Dios,
no me espanto.
LAURENCIA:
Don Guillén,
¿conocéisme?
GUILLÉN:
Si creyera
los ojos, que eres dijera
Laurencia.
LAURENCIA:
Y dijeras bien.
GUILLÉN:
Pues ¿cómo? ¿Tú en este traje?
LAURENCIA:
De tu amor vil le aprendí,
y por parecerme a ti
en el oficio y lenguaje,
cual ves me vuelvo en razón;
que, como ser ladrón quieres
del honor de las mujeres,
de ti aprendo a ser ladrón.
Cual bandolero asaltaste
mi honor, que era peregrino,
y saliéndole al camino
una joya le quitaste
que todo mi ser valía;
y cual suele el bandolero,
en sacándole el dinero,
la bolsa arrojar vacía,
ingrato me despreciaste;
que la mujer sin honor
es un vaso sin licor,
y como tal me arrojaste.
Yo, pues, que por ti ofendida
a ser salteadora aprendo,
quitarte agora pretendo
la vil y bárbara vida.
Y sirviendo de cadalso
un roble, cual tú cruel,
te mandaré colgar de él
como hacen al peso falso.
GUILLÉN:
Laurencia, humilde confieso
mi crueldad e ingratitud;
mas tu prudencia y virtud
perdonen mi poco seso,
que no querrás dar la muerte
a quien tanto un tiempo amaste.
LAURENCIA:
¡Qué mal mi amor aplicaste!
Con él pienso convencerte.
La miel de un panal sabroso,
si se corrompe, en acíbar
convierte su dulce almíbar.
Del vino más generoso
sale el vinagre mejor,
y a este modo, don Guillén,
se engendra el mayor desdén
del más firme y puro amor.
El corazón--¡vive Dios!--
te he de sacar y comer.
GALLARDO:
¿Y de mí qué vendrá a ser?
¡Cielos!
LAURENCIA:
Venid acá vos,
que sois corredor de oreja,
de vicios casamentero,
de juegos torpes tercero,
el que la ropa que deja
vuestro señor os vestís,
alzáis del deleite platos,
calzáis sus rotos zapatos
y de su sombra os cubrís.
Venid acá.
GALLARDO:
De rodillas
puestas las manos, Laurencia,
Gallardo os pide clemencia.
No armaré desde hoy pandillas.
LAURENCIA:
Sois un gran bellaco.
GALLARDO:
En esto
no hay señora que negar,
es virtud el confesar,
yo pecador lo confieso.
LAURENCIA:
Tenéis muy bellacos hechos.
GALLARDO:
¿Qué mucho si en mí repara
teniendo tan mala cara?
LAURENCIA:
¡Y qué mala!
GALLARDO:
Los deshechos
del mundo, porque se asombre
de lo que alego en mi abono,
mi padre iba a hacer un mono
y por yerro hizo en mí un hombre.
Mire este rostro de cerca
si con gana de reír viene,
que cuando está mejor tiene
color de gamuza puerca.
La nariz, segunda Roma
que porque no me la hurtasen
los que a envidiarla llegasen,
me la remachó Mahoma.
Los ojos de cuya lumbre
son las dos niñas morenas,
de sangre y lagañas llenas
por venirles su costumbre.
Y porque vea mi trabajo,
en tres ojos con que vengo,
sepa que almorranas tengo,
así arriba como abajo.
GALLARDO:
¿Quién de un hombre tal pensara,
aunque más le persiguieran,
que almorranas le nacieran
en los ojos de la cara?
Pues la boca, y dentadura
en ella, una moza echó
el servicio, que creyó
ser carretón de basura.
Los hociquitos dirán,
según son gordos y bellos,
yo muy rubio, y belfos ellos,
que soy inglés o alemán.
Las manos cándidas, pues
que lisas, blandas y bellas,
por anillos traigo en ellas
los juanetes de los pies.
Pues el talle de bacique,
segundo Brunelo en todo,
que no hay dicho, mote, apodo
que al propio no se me aplique.
Pues si por el cuerpo saca
el alma que en él está,
¿qué tal el huésped será
de posada tan bellaca?
Por eso en el alma aguardo
lo que mi cuerpo promete;
traidora ella, él alcahuete,
y un bellacón, Gallardo,
Pues yo me culpo y me riño,
perdóneme, que si erré
como mozo y niño fué.
ROBERTO:
¡Válgate el diablo por niño!
BANDOLERO 1:
¿Tú niño? De Satanás.
LAURENCIA:
Roberto, hoy tienes de ver
nuevas crueldades hacer,
sin que asombre al mundo más
Falaris, Sila o Nerón,
porque aventajarlos quiero.
ROBERTO:
Si amorosa eres cordero,
injuriada eres león.
Pues tengo dicha en quererte,
yo haré como no enojarte;
pues viviré en agradarte
y moriré en ofenderte.
LAURENCIA:
Tráeme atados estos dos,
imaginaré tormentos
tan nuevos como sangrientos.
GUILLÉN:
¡Paciencia, cielos!
GALLARDO:
¡Par Dios,
que es muy linda tu paciencia!
GUILLÉN:
Pagaré locuras mías.
GALLARDO:
Yo engaños, bellaquerías,
mala vida y peor conciencia.
Vanse.
Sale MAROTO
MAROTO:
Soledades discretas,
si es discreción comunicar con pocos
pasiones que secretas
dicen a voces, bárbaros y locos,
con vosotras me entiendo
que habláis callando y regaláis riendo.
Cautivarme quería
quien envidioso está de mi ventura,
con triste compañía,
pues suele ser prisión una hermosura
que con dulces cadenas,
tal vez da por un gusto dos mil penas.
Más precio yo, mi prado,
ser rey de vuestras flores y belleza,
tejiendo coronado
guirnaldas que regalen mi cabeza,
entre el arado y bueyes
que la diadema avara de los reyes.
Más precio los vasallos
de mansas ovejuelas y corderos,
que en coches y caballos
la adulación de hechizos lisonjeros
donde el engaño mira
que a la verdad oprime la mentira.
MAROTO:
Más precio el pan moreno
con la cebolla y rústico tasajo,
que el banquete más lleno;
pues con la dulce salsa del trabajo
sustento mi alegría
sin miedo de la torpe apoplegía.
Más precio, cuando ordeño
las cabras en el tarro que en él eche,
para brindar al sueño,
el pecho que sus pechos paga en leche,
licor blando y sabroso,
que el vino más caliente y generoso.
Oh, soledad hermosa
con vosotras estoy solo casado,
no quiero tener esposa,
que la quietud de vuestro alegre prado
alivia mis desvelos
y conserva el honor sin tener celos. Salen LAURENCIA y los BANDOLEROS
LAURENCIA:
Atados en estos robles
servirán de puntería
hoy a la venganza mía
y a vuestras pistolas dobles.
Tirarán los pedreñales,
en señal de mi dureza,
al blanco de su torpeza,
pues fueron los dos iguales.
Al pedernal duro y ciego
que descalabró mi honor,
pues como su torpe amor
a puros golpes da fuego.
ROBERTO:
Mi Laurencia, haz sacrificio
de quien le hizo de tu fama,
su sangre torpe derrama;
que ya su muerte codicio,
en fe que de don Guillén
estoy celoso y cobarde,
porque al fin se olvida tarde
lo que se ha querido bien.
LAURENCIA:
Bien dices, cuando la injuria
no llega a quitar la honra;
pero el amor que deshonra
sus llamas convierte en furia.
Mas ¿quién es éste? Aguardad.
ROBERTO:
Un pastor grosero y roto.
LAURENCIA:
¿Éste, cielos, no es Maroto?
Pues ya soy toda crueldad;
que él por mujer no me quiso
cuando guardarme pudiera
y mi honor en pie viviera;
pagará su poco aviso.
Prendelde.
MAROTO:
¿Qué es esto? ¡Ay cielo!
LAURENCIA:
Laurencia, villano, soy.
MAROTO:
Sea en buena hora, y yo le doy
el parabién sin recelo,
de ver que se ha vuelto hombre;
que a fe que Dios la ha sacado
de mujer que es de pecado,
y pues en el traje y nombre
se ha convertido en varón,
déle barba Dios también,
que no será hombre de bien
si se convierte en capón.
LAURENCIA:
A lo menos no lo fuera
si yo os dejara con vida.
MAROTO:
Pues ¿qué le he hecho yo?
LAURENCIA:
Ofendida
me tenéis.
.......... [ -era]
...................... [ -ar]
MAROTO:
......... No hay mandamiento
de casaráste.
LAURENCIA:
Tormento,
atado, aquí os han de dar.
MAROTO:
¿Porque casar no me quise?
LAURENCIA:
Colgádmelo de ese olivo.
MAROTO:
¡Mas arre allá, que estoy vivo!
LAURENCIA:
En su mismo daño avise.
Ea, colgadle.
MAROTO:
¡Mas no nada!
¿No ve que falta escalera?
Mas, pues me ahorca soltera,
¿qué hiciera estando casada?
LAURENCIA:
Vivir honrada con vos,
sin llorar mi honor enojos.
MAROTO:
Si me sacara los ojos
tuviéramos paz los dos;
que los maridos al uso,
y más si son cortesanos,
no tienen ojos ni manos,
que el oro vendas les puso.
Y de mi cura he sabido
que Dios sanó, porque pudo,
uno ciego, sordo y mudo,
que pienso que era marido.
LAURENCIA:
Acabad, colgadle.
MAROTO:
Atajo
es del cielo, no me espanta.
Más vale de la garganta
ser de un olivo colgajo,
que serlo en esta ocasión
de la cabeza.
ROBERTO:
¡Simpleza
notable!
MAROTO:
De la cabeza
quedó colgado Absalón,
y si maridos pasaran
como él, quizá los más de ellos,
que traen ganchos por cabellos,
colgados también quedaran. Sale un BANDOLERO
BANDOLERO 1:
Mira, Roberto, por ti;
que todos estos lugares,
para vengar sus pesares,
se van convocando aquí.
Procura hacer resistencia
o embocarte en la espesura.
ROBERTO:
¿Qué haremos?
LAURENCIA:
Probar ventura;
hoy veréis quién es Laurencia.
En matando a don Guillén,
acometerlos podremos
para que ricos quedemos,
que huír no parece bien.
ROBERTO:
Moriré determinado
de defender tu beldad.
LAURENCIA:
A ellos, pues, y dejad
aquí este villano atado.
Pero no, venga conmigo,
que si vitoria alcanzamos
de los que a acometer vamos,
después le daré castigo. Vanse