La cuestión catalana (mayo de 1903)

​La cuestión catalana​ de Pompeyo Gener
Nota: Pompeyo Gener «La cuestión catalana» (mayo de 1903) Nuestro Tiempo 29: pp. 705-719.
La Cuestión catalana.[1]
III

LAS TENDENCIAS AUTONOMISTAS.—SU ORGANIZACIÓN POLÍTICA

 El movimiento político catalanista autonómico se inició dentro mismo del movimiento literario. Una vez persuadido el pueblo de que era de una raza fuerte, con historia propia, una de las más gloriosas entre los pueblos europeos, tendió á diferenciarse según su carácter típico, racional y heroico, mezcla de práctico y de idealista enérgico, y casi espontáneamente se constituyeron centros como la Lliga de Cataluña y el Centro Catalá, que tenían por meta la reconquista de la autonomía para la patria catalana.
 Hay que hacer aquí mención de otra tendencia paralela. En Cataluña, como hemos dicho, todos los movimientos han sido descentralizadores, autonomistas. Y el movimiento revolucionario de Septiembre no podía faltar á esta ley. Así, la primera manifestación republicana ya el año 68 fué, en Barcelona, federalista. No se podía comprender la República de otro modo. Durante toda la Revolución, Cataluña fué la que sostuvo este ideal de la República. Los otros pueblos de España fueron federales de ocasión. Sólo en Cataluña había federales plenamente conscientes. Así, los catalanes se extrañaron al ver que las Comisiones del Congreso, una vez proclamada la República federal, discutían las bases de la federación, sin saber cómo constituirla, y proponían que una Comisión fuera á estudiarla en los Estados Unidos y otra en Suiza. Creían unos que la federación podía establecerse convirtiendo en cantones las actuales provincias artificiales. Otros querían la federación atómica de todas las municipalidades. Otros proponían la de los antiguos reinos. Creo que no hubo ninguno que la propusiera por raza y por molde geográfico, como era natural y lógico.
 Fracasado el movimiento federalista, casi nadie en España, excepto ciertos centros aislados, volvióse á ocupar de federación; sólo en Cataluña quedaron federalistas, pero éstos se dividieron. Unos, con Valentín Almirall al frente, dudando de que las demás regiones de España tuvieran la fuerza suficiente para reclamar y poder constituir su autonomía, se dedicaron sólo á reclamarla y á obtenerla para Cataluña. Estos son los que crearon el Centro Catalá. Los catalanistas, que nunca habían soñado en federarse con las demás regiones españolas, fueron los que se agruparon alrededor de la Lliga de Cataluña. Los primeros eran casi todos de tendencias democrático-republicanas; los segundos hacían caso omiso de la forma de gobierno: lo esencial era para ellos el obtener la autonomía de Cataluña, no importa bajo qué régimen.
 El resto del partido federal continuó con su antiguo programa en Cataluña, con tendencia á la creación de un Estado catalán que sirviera de núcleo á la federación futura. Pero el movimiento catalanista político creció con el movimiento catalanista literario, y por varios incidentes especiales llegó ya á tomar cuerpo y á formular sus peticiones al Rey D. Alfonso XII, el año mismo de su muerte, en un mensaje que luego se ha repetido varias veces; pero el acto verdaderamente transcendental fué el de la convocatoria de la primera Asamblea catalanista, ó sea de todos los partidarios de la autonomía de Cataluña, en Manresa, para redactar unas bases bajo las cuales fuera posible la inteligencia de todos los catalanes que querían la autonomía de su patria. A partir de aquí el catalanismo político estaba ya constituido de una manera fuerte y potente. Más de 300 delegados de pueblos, ciudades y asociaciones acababan de votar un esbozo de Constitución catalana, en la que se fijaban las relaciones de Cataluña con el Estado español. Varias Asambleas siguieron á la primera, añadiéndose ó modificándose las conclusiones de la misma, hasta que en Tarrasa, el año de 1901, se confirmó todo el programa del catalanismo por 400 delegados, con importantes enmiendas en sentido radical autonomista.
 El movimiento se declaró imponente desde el momento después de la pérdida de las colonias. Esta última guerra, sostenida por no cumplir lo prometido á aquellos países, por sostener una burocracia infame y un predominio absolutista de las órdenes religiosas, era ya impopular en Cataluña. Todos opinaban en contra, todos decían que lo mejor era darles la autonomía ó atender sus peticiones. Y hasta en teatros públicos fueron mal recibidas las piezas que se representaron con tendencias contrarias. Hubo conatos de motines al embarco de los reclutas. La mayor parte de los mozos á quienes tocaba ir a Ultramar emigraban al extranjero. Pí y Margall protestó en el Congreso y predijo la pérdida de nuestras posesiones por este sistema absorbente, y en Cataluña se hicieron enormes tiradas de su discurso. Así, al llegar el desastre, los catalanistas y los federales de consuno se lavaron las manos, dejando toda la culpa al gobierno español centralista. Y habiendo dado las circunstancias la razón á los autonomistas, el catalanismo engrosó de una manera enorme. Mandóse otro Mensaje. Ganáronse las elecciones de todas las grandes sociedades científicas, artísticas, etc. El Ateneo tuvo su Junta catalanista. Los intelectuales engrosaron el movimiento y pronto, con los desaciertos del gobierno al reprimir por la fuerza la resistencia al pago del impuesto del comercio en Barcelona, amenazando con deportaciones y penas graves, el comercio y la industria casi unánimes se declararon por el movimiento. Jamás se ha visto una avalancha de opinión engrosar más rápidamente. Los partidos políticos españoles perdían afiliados, lo mismo que los periódicos centralistas perdían suscriciones. Formábase un hormigueo de asociaciones. Surgía un sin fin de periódicos. Ya no se oía hablar de otra cosa. Establecíanse lazos de amistad con Mallorca y luego con el país vasco, que luchaba por una tendencia análoga, y por fin se ganaban varios puestos en las elecciones de Concejales y cuatro Diputados por Barcelona.


 Pasemos á ver las tendencias políticas catalanas (pues las otras, aunque sean tenidas por catalanas, no son catalanas en modo alguno).
 Tres grandes tendencias autonomistas, ó sea patrióticas, hay hoy día en Cataluña:
 1.ª La de los catalanistas históricos, representados por La Renaixensa. Esto es, la que quisiera restaurar la Cataluña antigua, de los Condes de Barcelona y Reyes de Aragón, más ó menos adaptada á las exigencias modernas. Esta tendencia se funda en el pasado, en la tradición. Sin saber científicamente á lo que obedece la superioridad de los catalanes, siente dicha superioridad, venera su historia, se entusiasma ante sus glorias, se siente con fuerzas para defender sus libertades, y aspira á un Estado (que tal vez, si se realizara según sus votos, ó se quedaría algo aislado, ó no marcharía de acuerdo con los demás de Europa. Tiene razón en lo fundamental; pero apoyándose justamente en su pasado glorioso, no se atreve á marchar hacia el porvenir, por miedo que se le destruya ese pasado que tanto venera. En esto no ve lo que los griegos llamaron pislis: es decir, la directriz: la destrucción, ó mejor, la desaparición del pasado es lógica mientras se sigue la misma vía, la misma pista, la misma trayectoria que marcaron la raza, el molde geográfico y el medio ambiente. Lo malo es dejar este pasado por otro que no corresponde á la misma estructura étnica, como han pretendido los castellanos; pero siguiendo las impulsiones de este pasado, es decir, de los genios potentes que lo animaran, hoy, siguiendo su trayectoria, se transforma. Nacional es y castiza su transformación, por más que se aparte del punto de partida.
 2.ª Otro grupo es el partido federalista. Este funda su autonomía en un concepto roussoniano ó proudhoniano, la razón; su argumentación es de razón pura. Creen en la autonomía del individuo y en la del Municipio, y después en la de la región, pero no observando, y sin filosofía determinista, creen, en virtud de un racionalismo puro que sólo se apoya en premisas absolutas, que todos los hombres somos iguales y que todos los Municipios tienen iguales aptitudes para regirse por sí propios, que las naciones y los Estados son hijos de la voluntad absoluta de los individuos que los componen, y partiendo de esto, construyen Estados artificiales y consideran con derecho á la autonomía á regiones que no lo tienen.
 No ven, ni quieren ver, la autonomía que resulta de la energía interna de los individuos, ni de la superior organización social de éstos. Para ellos, Bilbao y Jadraque pueden ser igualmente autónomos, y muchos, en la ideal constitución de un Estado español, no hacen integrar á Cataluña como á nación, sino como á grupo de regiones ó como provincias autonómicas equivalentes á las demás provincias españolas. No obstante, el grupo de federales más importante hoy ha reconocido la autonomía de Cataluña como á nación, como la reconocieron los que á impulsos de Almirall fundaron el Centro Catalá anteriormente.
 3ª El grupo que podríamos llamar de los modernos, los intelectuales, la Cataluña liberal ó de los supernacionales, como se les ha denominado, que se reúnen en torno de varios periódicos y asociaciones artísticas, cuyo órgano principal es el periódico Juventud. Defiende la autonomía de Cataluña, según el sistema científico positivo moderno. La política no ha de ser sentimiento puro, sino una ciencia inductiva, como todas las ciencias lo son hoy día. Y ¿qué es lo que da la inducción respecto á Cataluña? De los estudios etnográficos, geográficos, climatológicos é históricos, resulta ser una nación por la fusión de razas arias casi en su totalidad, con un medio ambiente especial, con un pasado glorioso, con tradiciones propias, con una lengua literaria que ha dado grandes obras maestras, reinando sobre todo el Mediterráneo. Por tanto, apoyan su aspiración á la autonomía, no sólo en el pasado histórico, sino en algo más hondo, en la raza, en la diferenciación antropológica, en la psicología y en la lingüística, en el medio ambiente y en la directriz de la evolución, según el genio de la nacionalidad catalana, cuyas lineaciones una inducción seria determina. Así sueñan en constituir una Cataluña ideal, al nivel y aun superior á las naciones más avanzadas de Europa.
 Seguir el movimiento superior humano del genio de la Europa aria, y figurar en ella en primer término: tal es el propósito de los supernacionales de Cataluña.
 En un manifiesto que dimos expresábamos de una manera concreta nuestras aspiraciones: «Queremos una Cataluña en la cual tengan aplicación todos los adelantos científicos que tienden á conservar, á mejorar y enaltecer la vida; en que las actividades sean aprovechadas en pro de todo lo superhumano, y en la cual ninguna disposición natural beneficiosa se pierda. Y en tal tendencia queremos legisladores regidos por nosotros mismos y por los mejores de entre nosotros. Así como queremos la solución más avanzada en el problema de la libertad de conciencia, queremos también la solución más justa en el problema ó en los problemas sociales, que tanta perturbación hoy día causan, problemas aqu más terribles que en otros puntos de la Península, por ser Cataluña, junto con el país vasco, la región que más trabaja y más produce.»
 Ante todo y sobre todo, queremos que dentro de la nación catalana no se viole ninguna de las leyes de la Naturaleza en la horrible explotación del hombre por el hombre, ínterin ésta acaba ó se atenúa, tendiendo á que acabe lo más pronto posible. La infamia que se comete con los niños y con las mujeres, haciéndoles trabajar en edades y estados imposibles, no ha de tolerarlo la Cataluña que pensamos organizar, como tampoco las malas condiciones higiénicas de las fábricas, ni las tiranías inauditas del capital, ni muchas otras. El profundo amor que tenemos al hombre nos lo impide. ¡Y en esto y en favor de los que sufren, seríamos inexorables!
 Apoyar todo lo que tienda á que cada cual cobre el valor del producto íntegro de las energías gastadas, ha de ser el ideal económico de todo buen catalanista; de no, sería un sectario de una tiranía nueva. Y si Cataluña ha de ser tiranizada, preferimos que lo sea por los extraños á que lo sea por sus propios hijos. ¡Al menos á los extranjeros podremos atacarlos con más valor, reuniendo el título de bárbaros al de tiranos!
 Quisiéramos organizar Cataluña conforme el carácter que nos da la raza, el clima, la vegetación, la situación geográfica y las altas tradiciones de las edades pasadas, todo en armonía con el movimiento general de la civilización europea, con un gran esplendor de arte, de ciencia, de filosofía y de manifestaciones vitales.
 Con un ideal tal, nos declarábamos inactuales y supernacionales.
 Somos inactuales—decíamos—nada del presente organismo político español se aviene á nuestra manera de ser ni á nuestras ideas. No podemos sufrir el caciquismo, no podemos tolerar la hipocresía del encasillamiento que delante de toda la Europa culta finge que aquí existe el universal sufragio, cuando en el fondo lo que hay es sólo la dictadura de unos cuantos ambiciosos, que no sirven para dictar nada, nada que sea vital y provechoso.
 No podemos tolerar que la gente política se sirva de la pluma ó de la palabra para escalar el poder sin más ideal que el de hacer fortuna.
 No podemos tolerar que la instrucción pública esté, no ya peor que en Turquía y que en Persia, sino aun peor que en el Tibet ó en el Afganisthan.
 No podemos tolerar la centralización de unos ignorantes, de unos cuantos políticos de oficio avenidos entre sí, que han tomado eso de la patria como por arrendamiento, para no decir como por asalto, y que lo monopolizan en provecho propio, haciendo sinónimo Patria de Gobierno, de Castilla, de Madrid y de dinastía.
 No podemos tolerar, en fin, la hegemonía de esa España negra, toda llena de supersticiones, paralizada por la remora de los conventos; esa España muerta de la inacción, de la crueldad, de la pereza, en que todos aspiran á vivir del presupuesto, aunque sea en clase de esbirros; de esa España que no mira hacia adelante ni hacia afuera, á los puntos en que se trabaja y se piensa.
 De tales actualidades somos inactuales. Somos supernacionales, porque no queremos una Cataluña que sea un simple recuerdo, una transplantación inadecuada, una menguada supervivencia del pasado. Y aquí advertiremos que si la restauración catalana fuese adecuada, haciéndose ahora relativamente lo que se hizo en los siglos xi, xii, xiii y xiv, aún podríamos darnos por satisfechos. No tendríamos reyes, sino príncipes presidentes de un Consejo soberano, que reprimirían la nobleza y la iglesia en sus demasías, que protegerían las ciencias, las artes y las letras, llevando una marcha más adelantada que la de los demás Estados cultos.
 Pero hay quien quisiera incluir en el catalanismo algo que no es catalán de esencia, sino austro-castellano, de adaptación forzada: la obediencia ciega á un rey absoluto y la sumisión al poder de la iglesia, y más que de ésta, á sus derivaciones más antivitales y fanáticas. Y de esto, que es un virus «espanyol», pues con ello se hizo la uniformación de España, de eso no queremos nada en nuestra ideal Cataluña.
 Eso que se nos ha querido ingertar en la tradición catalana no es catalán en modo alguno, y lo rechazamos con todas nuestras fuerzas. La conciencia, es lo más sagrado del hombre y la respetaremos siempre, sea cual fuere la creencia que el hombre tenga, como en plena Edad Media ya lo hicieron nuestros Concejos y nuestros príncipes. Eso del proselitarismo tiránico-religioso, inmiscuyéndose en la política, no es propio de arios, de griegos ni de latinos: es de cananeos y de cartagineses.
 Somos supernacionales porque á través de los Pirineos (y éstos en Cataluña por suerte son bien bajos) y por el Mediterráneo, recibimos todo lo superior europeo, que sentimos profundamente europeo. Así aspiramos á un ideal de todo lo superior humano que haya en las naciones para trasplantarlo á Cataluña[2].
 Precisamente este grupo se llama supernacional y no internacional pues el internacional sólo es una derivación lógica del principio fraternal cristiano, del principio igualitario democrático. Da por iguales todos los hombres y todas las agrupaciones super-orgánicas, y por tanto, todos los pueblos, todas las naciones para él tienen igual derecho al cambio de energías; así á todos los admite como valiendo lo mismo y todo lo nivela, como si existiera la igualdad absoluta. Pero lo de supernacional indica que queremos sólo todo lo que sea superior en las naciones y á la actual constitución de las naciones, para que florezca en Cataluña y fructifique en ella todo lo primero de ese movimiento que se llama civilización ó humanización moderna.
 Siendo sólo el medio ambiente (clima, suelo, atmósfera, etc.), lo que dé el carácter, ó sea la diferenciación adecuada á este movimiento superhumano. Sí, queremos que los catalanes (como lo han querido todas las naciones superiores), ya que vienen predispuestos para ello por raza y por el pasado, inviertan todas las energías superiores que han acumulado en cuatro siglos de subordinación en que funcionar no podían, queremos que las empleen en producir una raza grande por su energía, por su elevación y su profundidad, que tienda á elevar la vida á una intensidad, á una superioridad desconocidas hoy día, y que no malgaste dichas energías en obras de decadencia, en sub-bizantinismos, como lo hacen la mayoría de las otras razas peninsulares, agotadas que están ya del inmenso esfuerzo que hicieron en el renacimiento para imponer el catolicismo y la monarquía absoluta del mundo, que volvía los ojos con amor al humanismo helénico. ¿Y qué más puede esperar la caduca España que contar en su seno y seguir el ejemplo de un pueblo palpitante de vida, desbordante de actividad, lleno de empuje, cuya juventud, cuyos intelectuales tienen tales tendencias superiores?
 Pero el centro quisiera que en Cataluña hubiera sólo el honrado obrero, el hombre del montón, adocenado, útil, laborioso, empleable y hábil en especialidades, máquina de hacer dinero, para que el Estado tome lo que necesite para enriquecer ministros y mantener los declossés de ambas Castillas, de toda Andalucía y de otras provincias. Así, conviene á los centrales el socialismo nivelador, la democracia unitaria, que prepara una raza de obreros habladores, ricos de palabras y pobres de voluntad, hábiles, pero que tienen necesidad de quien les dirija, les mande, de jefes, de amo, en una ú otra forma; en una palabra, una raza de esclavos en el sentido más profundo de la palabra. Y en cambio en Cataluña, y sintetizada por los supernacionales, la tendencia es diametralmente opuesta. El ciudadano tiende á robustecer su yo. El obrero es ácrata. En nuestra raza abundan los individuos diferenciados, los de excepción, y el hombre cada día es más fuerte, más vital y más rico, cual nunca lo haya sido hasta el presente, gracias á la falta de prejuicios nacionales, gracias á su comunicación con todo lo notable de las demás naciones, gracias á la enorme multiplicidad de práctica, de arte y de industria.
 Este grupo, que tiene tales tendencias y con él todo lo que podríamos llamar las masas de la Cataluña liberal, como sustentan tales ideas, piden la revisión de las bases de Manresa, y su revisión en muchas de sus partes. Creadas por unos cuantos representantes en una primera Asamblea, que sólo se preocupó de afirmar la autonomía de Cataluña, están llenas de concesiones y de principios atrasados sustentados por los Gobiernos reaccionarios que han regido á España hasta la fecha. Los catalanistas liberales no pueden estar conformes con todo lo que en ella se refiere á la religión del Estado, á la propaganda católica y á la conservación del concordato. Miran aún hacia atrás en todo lo que sea constitutivo de un pueblo á la moderna. Con la autonomía de Cataluña, con la de sus regiones y Municipios, queremos la de la conciencia de cada uno, la del individuo, y que se elimine todo lo que sea germen de parálisis y de muerte, todas las corporaciones que, como las religiosas cerradas, tienen un derecho dentro del derecho, una clausura y exigen votos irrevocables de esterilidad, aun en edades en que el individuo no es declarado por la ley plenamente consciente. Y este elemento se prepara ya para reformar en la nueva Asamblea las dichas bases, en todo lo que no tengan de altamente humano.
 Este grupo ó grupos, con los de la Renaixensa, Lliga de Cataluña y otros, son precisamente los que forman la Unión Catalanista. Con ramificaciones á todo el país, y ésta con la Lliga regionalista, de la cual vamos á ocuparnos, forman las dos grandes fuerzas del asociamiento catalán autonómico.
 A última hora, una fracción de individuos distinguidísimos, que podríamos llamar de la aristocracia, ha ido aún más lejos en este ideal, formulando para el porvenir un programa, que más que tal es un verdadero sueño profético. «Por la propaganda—dicen—podemos inducir á las demás provincias de España á que nos sigan. La Península se constituirá entonces en tres ó cuatro grandes grupos alrededor de las capitales naturales. Lisboa para las razas célticas del Oeste. Sevilla para el Centro y Sur, con las razas godo-arábigas. Barcelona á Levante, capital de la España lemosina mediterránea. Y Bilbao ó San Sebastián podían ser la capital de las razas vasco-navarras del Norte. Ya que la hegemonía castellana, esencialmente guerrera y levantisca, ha producido la ruina de España, tócale ahora á Cataluña el conducir á España por las vías de la civilización á la moderna, industrial y super-orgánica. Ella ha de ser la que predomine en el Mediterráneo, aliada con Francia, con Italia y con Grecia; provocaría la libertad de las provincias arias del Imperio turco, y ayudada por los egipcios haría un Estado libre en Oriente, con el apoyo de Rusia. El Mediterráneo volvería á ser un mar greco-latino, y las costas Norte de África colonias tan civilizadas como sus respectivas metrópolis.» Y todo esto bajo el imperio de Barcelona. Y los imperiales catalanistas (que así se les denomina) no vacilan en afirmar que no temerían la alianza anglo-germánica, aunque se opusieran á ella. Pronto sus teorías serán sostenidas por un periódico, el antiguo Avenç, que va á reaparecer reformado.
 Hay otro grupo muy importante que no se diferencia como principios de los indicados, sino como cuestión de conducta. Este es el grupo de la Lliga regionalista, cuyo órgano es La Veu de Cataluña. Este grupo es numeroso y audaz, eminentemente político, pues muchos de sus adeptos han militado en otros partidos españoles, especialmente en los dinásticos. Estos no se llaman abiertamente catalanistas. Van á la autonomía de Cataluña, pero están dispuestos á pactar y aceptar toda clase de transacciones con los gobiernos españoles. Se contentarían con la zona neutral ó con el concierto económico, para pedir luego la diputación única, etcétera. Su organización es vasta, pues cuenta con una gran parte del elemento comercial y fabril; pero habiendo pertenecido la mayoría de sus prohombres á partidos reaccionarios, y llevando en su seno una gran parte del carlismo fuerista, son de ideas atrasadas, y á través de sus actos y escritos trasciende el clericalismo. Si forman en sus filas algunos liberales, no se atreven á funcionar como tales, como sería lógico. Sólo se reservan y procuran esconder su personalidad detrás de la común idea.
 La actitud y tendencias de varios de los leaders de este grupo ha hecho que se tildara de reaccionario y clerical el catalanismo, con sobrada mala fe, por los partidos centralistas.
 Y aquí, pues viene á cuento, hemos de defender el catalanismo de este dictado, pues ni los procedentes del Centro Catalá, ni los supernacionales, ni los de la Unión Catalanista, ni aun muchos de la Lliga, lo son. Los que tal propalan son los partidos centralistas, los amadrileñados, aquellos que juzgaban superior todo lo que del centro político venía. A escuchar las razones de los catalanófobos, no parece sino que la España castellana haya sido el país clásico de la libertad de conciencia y de la República. Cualquiera que no conociera la Historia diría que Torquemada y Pedro Arbués fueron catalanes; que aquellos autos de fe de 300 infelices quemados vivos cada día en presencia y con aplauso de todo un pueblo no fueron en Toledo ó en Sevilla, sino en Reus ó en Barcelona; diríase que la infame corporación de Familiares del Santo Oficio y los cuadrilleros de la Santa Hermandad nacieron en Sabadell ó en San Feliú de Guixols; que Felipe II fué un Rey liberal, librepensador, franco y expansivo como Enrique IV de Francia; que los tercios de Flandes, cuyos asesinatos, robos y violaciones en defensa del altar y el trono horrorizan, estaban todos compuestos de catalanes[3]. Diríase que nuestros Reyes primero, y nuestras Diputaciones y Concejos no se opusieron al establecimiento de la Inquisición en Barcelona. Lo de Pedro II muriendo en defensa de los albigenses no sería verdad. Tampoco lo sería el que Pedro III fuese el enemigo jurado de los Papas. Tampoco habría habido respeto y protección para toda clase de creencias en Cataluña durante la Edad Media. Tampoco habría habido aquí hugonotes (cadells) que de acuerdo con Enrique IV hubieran tratado de formar un reino pirenaico liberal, uniendo el Mediodía de Francia á Cataluña. Tampoco habría habido en Barcelona en el siglo xviii un gran grupo de enciclopedistas, hombres de ciencia, liberales de corazón, que prestaron gran apoyo á Carlos III y al Conde de Aranda. Ni en el siglo xix grandes movimientos en favor de la libertad y de la democracia. Para ellos el movimiento autonomista conocido con el nombre de Junta Central habría sido reaccionario; el federalista de la Revolución de Septiembre, clerical; en fin, que en los elementos de la nacionalidad catalana sólo cabe reacción, clericalismo, dominación arbitraria, lo cual son los atributos de los gobiernos españoles, desde Felipe II hasta la fecha, con contadísimas excepciones. Pero nada; la única manera de ser liberal es á la madrileña, adorando todo lo que del centro se nos prescriba, pues no hay libertad sin Castilla, ni ilustración sin Madrid, ni progreso posible que no parta de esa España que toda Europa y América conoce con el nombre de la España negra y de ese centro conocido con el de la coronada villa tentacular.
 Ningún argumento sólido, más que argucias de mala fe exponen; de que en el catalanismo haya una fracción, un grupo de individuos distinguidos que sean católicos (muchos de ellos más tolerantes que los liberales del resto de España), ya deducen que todo el catalanismo es clerical, reaccionario, absolutista, como si en Castilla todos los partidos fueran democráticos y librepensadores. En el catalanismo, como en el centralismo unitario, hay varias tendencias, desde la que confina con los ácratas, á la tendencia ultramontana. Pero en Madrid y en la Cámara están representados desde los intransigentes del carlismo, desde los inquisitoriales, que encuentran poco católico al Papa, hasta... íbamos á decir hasta los ácratas...; pero no, que en Madrid los partidos llegan sólo al socialismo, pues todos son autoritarios Federales, los hay sólo de nombre. Ácratas, en el sentido científico de la palabra, allí no existen, como no existe nada de lo que tienda á dar la preponderancia al individuo.
 En Cataluña, como ya hemos indicado, todo movimiento social ó político se ha presentado con carácter autonomista, ó mejor, individualista. Todo ha tendido á dar importancia al yo, á la personalidad, y luego á la raza. Pasemos á ocuparnos del movimiento obrero, como una fuerza diferencial que distancia á Cataluña de la otra parte de España.
 En el movimiento obrero no han cuajado en modo alguno las tendencias socialistas autoritarias, que procedentes de Alemania y Francia nos invadían. Estas han tenido más eco en el Norte de España, y aun en Madrid mismo. Antes de la Revolución de Septiembre, el movimiento obrero se sumaba al del partido político más radical. Así habían pertenecido á los exaltados desde 1820. Desde el año 48, el elemento obrero fué ya republicano avanzado. En la Revolución de Septiembre se declaró por la federal, nombró sus diputados (Lostau, Alsina, Rusca, etc.), y confió en Pí y Margall para que dictara leyes que tendieran á su emancipación progresiva. Pero pronto tomó carácter propio, en lo que se llamó entonces La Internacional. La Internacional proclamaba que la emancipación de los obreros sólo podía venir de los obreros mismos, y proclamaba obrero á todo el que produce algo que sirva en más ó en menos á los fines humanos de la vida. La concepción de obrero ya se había agrandado y dignificado; ya no era en Cataluña sinónimo de peón ó de manufacturero. Así, en la Sección varia, se admitían todos los que pertenecían á profesiones liberales, teniendo su clasificación hasta las carreras científicas. El único que no era considerado obrero, sino burgués, era el que vivía del esfuerzo ó del trabajo de otro. Organizóse en Cataluña la Internacional autonómica y federativamente, y en los Congresos europeos á que asistieron sus delegados, declaráronse partidarios de las teorías casi anárquicas de Bakounine, enfrente de la escuela socialista de Kant, Marx, Lasalle y casi todos los alemanes. En cambio éstos influyeron más en los demás obreros españoles, que se declararon por el socialismo del Estado en su mayoría.
 Una vez disuelta la Internacional, los obreros catalanes continuaron como pudieron sus sociedades de resistencia, y á fines del siglo xix han manifestado ya sus tendencias individualistas, hasta el punto de llegar á la concepción del ideal ácrata ó anárquico.
 El socialismo, y especialmente el autoritario, ningún eco ha tenido en Cataluña. Todos piden leyes en favor del obrero, pero sólo leyes que sean impeditivas de su explotación, de que se le puedan quitar las condiciones de vida, ínterin la explotación acaba, y confían más en los Municipios libres, en los cuales es más fácil de organizar libremente el trabajo, que en los grandes Estados unitarios, por liberales que parezcan en su programa político.

IV

LA SOLUCIÓN DEL PROBLEMA

 Hace más de quince años, cuando escribíamos nuestro libro titulado Heregías, apuntamos la solución del problema nacional español, ó sea lo que debería de hacerse para que España se regenerara, como ahora se dice. El punto de vista ha variado algo. La solución que indicábamos se ha hecho cada día menos posible. Para ello se necesitaba en las demás regiones españolas un estado de consciencia y de personalidad que hemos visto que no tienen, y en los políticos que salen de ellas un espíritu de justicia y de vida que les falta por completo. La Revolución es imposible; ni pueden hacerla los monárquicos, ni tienen fuerza ni temperamento para ella los jefes republicanos. El ejército se halla bien tal como está: hablamos de los jefes. Todo es para él y para el clero.
 El ejército que hoy tiene España—dice un escritor militar inglés—es el que proporcionalmente cuenta con mayor número de oficiales de toda Europa, tanto, que dicho número resulta de lo más desproporcionado que darse pueda. Francia, con más de 600.000 hombres regimentados, sin contar las reservas sedentarias, cuenta sólo con 29.000 oficiales, ó sean menos del 5 por 100, y les consagra en su gran presupuesto, como sueldo y demás gastos, 99.000.000 de francos, siendo el presupuesto total de guerra de 640.000.000. Italia, con un efectivo de 230.000, cuenta sólo con 14.000 oficiales y les consagra 48.000.000 de liras sobre su presupuesto de guerra de 280.000.000. España, con un ejército activo de 80.000, cuenta con 23.000 oficiales, consagrándoles 66.000.000 de un presupuesto de guerra de 174.000.000 de pesetas, y lo que abunda más en ella son los oficiales generales. En otros términos: en Francia hay un oficial para cada 21 hombres; en Italia uno para cada 16. En España uno para menos de cuatro. Francia da á sus oficiales un poco más de un 15 por 100 de su presupuesto de guerra. Italia un poco más de un 17. España más de un 38 [4].
 Y continúa dicho escritor: «Todo el mundo creyó que España, después de la pérdida de sus colonias, trataría de desembarazarse de la mayor parte de su Estado Mayor, que ya no necesitaba, conservando en activo los más inteligentes, dejando en el retiro los menos aptos, haciendo estudiar á los jóvenes oficiales, y no haciendo más promociones nuevas que las indispensables. Pero nada de esto. El número de oficiales superiores es tan grande, que los ministros no se atreven á tocarlo.
 El general Polavieja ha rehusado el hacerlo para no atacar derechos adquiridos, y en el fondo ha sido para no provocar la revolución, un alzamiento carlista, ó un simple pronunciamiento. Y no solamente no quiere declarar de reemplazo los oficiales menos aptos excedentes, sino que ni siquiera quiere restringir la admisión de cadetes en los colegios militares, único medio de ir reduciendo paulatinamente y sin trastornos la oficialidad excesiva. Y la razón que dan los periódicos adictos, es que los militares ya cuentan con este medio del Estado para dar carrera á sus hijos, de modo que así se forma y perpetúa una verdadera casta, produciéndose un socialismo militarista.»
 Y lo que dice el escritor inglés del ejército, puede decirse también, aumentado en tercio y quinto, del clero. Jamás había habido más conventos, jamás el clero había sido más rico, ni tenido más apoyo. Por él se perdieron las colonias de Asia, el mando soberano en Fernando Póo. Por esto, y por la falta de vitalidad de la mayoría de las povincias españolas, en las cuales en vez de avanzar se sigue una marcha regresiva, desesperamos hoy de que pueda tener lugar, en conjunto y de un solo golpe, la solución que apuntábamos al final de Heregias.
 Hoy por hoy sólo indicaremos la solución que cabe á la cuestión catalana, la cual influiría poderosamente en todas las demás regiones y, por tanto, en la transformación de España.
 A la mayoría de España, triste es consignarlo, le pasa lo que á todos los individuos incapaces ya de progreso. En cuanto se equivocan, en lugar de rectificar sus planes, sus opiniones y su conducta, en lugar de mirar las cosas más de cerca y más profundamente, huyen miedosos de la realidad, haciendo lo del borrico escapado, que viendo venir á su amo con un palo, metió la cabeza dentro de un portal, figurándose que en no viéndole ya no venía. Sólo la triste realidad de los garrotazos le advirtió, ya tarde, lo funesto de su sistema. Así en España casi todos quieren engañarse á .sí mismos; se encuentran bien cayendo y no tienen fuerzas para evitar la caída, ni quieren. Parece que una voz de perdición les diga: «Nada has de saber que sea contradictorio á la opinión que ya tienes de las cosas. No hay que descubrir verdades nuevas; bastantes hay ya con las antiguas, que son inconcusas.»
 Y así se viene la muerte, tan callando, como decía el poeta. Y hay que vivir.
 Pero ¿qué significa vivir? Pues vivir significa rechazar continuamente todo lo que cae, todo lo que baja, todo lo que oprime, todo lo que se desorganiza, lo que se estaciona, todo lo que quiere morir. Vivir significa ser implacable con todo lo que en nosotros y fuera de nosotros se vuelva débil, paralizado, homogéneo, retrospectivo, decadente, viejo. Vivir significa tender á la individualización cada vez más potente del yo personal, ó sea de lo que se ha llamado la célula social, y de cada agrupación superorgánica, rechazando las impersonalidades; vivir significa diferenciarse, separarse de los cadáveres y de todo lo que tiende á serlo.
 Pues bien: con estas premisas establecidas, la solución española del conflicto estriba en formar una nueva España, no por revoluciones ni golpes de Estado, que ni son posibles ni remediarían nada. La parte de la mayoría no está preparada sino por la instrucción y el trabajo, y la individualización creciente de todos los españoles y de sus agrupaciones según molde geográfico, el pasado histórico, la raza y las tendencias naturales. Así como el partido federal había soñado en decretar la federación de un solo golpe, sin saber aún, á punto fijo, en qué se basarían las unidades de las regiones, ir á ella por grupos naturales, dándose la autonomía enseguida á las que ya tengan individuación propia, como son Cataluña, Mallorca y el país vasco, y luego á las demás en cuanto tengan potente personalidad distinta. Valencia no tardaría, con el ejemplo y el contacto de Cataluña, teniendo la costa abierta, en ponerse á la altura para reclamar su autonomía; Andalucía pronto podría reclamar la suya, Galicia haría lo mismo, y en el centro podría quedar un gran Estado castellano, conforme á sus tradiciones y usos.
 Progresando las naciones de que se compondría esta España unida, progresaría el conjunto. Cada cual podría seguir su directriz especial en el progreso, y de todas estas tendencias resultaría la gran armonía ibérica. Excepto los derechos más fundamentales del hombre, cada gran región podría darse sus leyes sobre instrucción, tribunales, manera de administrarse, y hasta en cuestión de conciencia, habiendo una tolerancia general; Pasaría lo que en Suiza y aun en el imperio germánico. Hay Estados que son protestantes, calvinistas, otros luteranos, otros católicos, otros en que se admiten por igual católicos, protestantes y judíos; otros en que el Estado se desentiende del culto y son los Municipios ó los particulares quienes lo atienden. Estados hay en que aún no se ha abolido la pena de muerte y, no obstante, hace muchos años que no ha habido ejecución alguna. Y todo esto que aquí parecerá extraño, existe en Europa y funciona regularmente en una república y en un imperio, produciendo la prosperidad de ambos países.
 Por el momento, admitamos que, por tener ahora ya una gran personalidad potente y distinta, y como único medio de resolver la cuestión catalana, se diera la autonomía á Cataluña tal como la reclama: pasaría lo mismo que pasó con Austria y Hungría, y como Inglaterra y Australia.
 Objetan los anticatalanistas que sería un Estado absoluto y teocrático, y es todo lo contrario. En las grandes ciudades, en el llano y en las costas, domina el espíritu liberal más avanzado. La fabricación y el comercio lo garantizan y sostienen. Además, la intensidad de bienestar y de cultura, es mayor que en el resto de España. Francia está al lado é Italia muy cerca, y las corrientes modernas nos llegan de continuo directamente. Los catalanes viajan demasiado por Europa y América, para ser reaccionarios en el gobierno que le dieran. El día que Cataluña fuera autónoma, la cuestión del presupuesto del clero que lo correspondería, pondría una valla á éste, pues en Cataluña se sabe contar, y lo mismo pasaría con el militarismo. En Alemania, Hamburgo, para nada se halla oprimida por el presupuesto de su contingente de guerra, que ella se organiza á su manera, ni por el de cultos. Al contrario, Barcelona sería una verdadera y superior cosmópolis, con su puerto franco, y la organización libre de su Universidad y escuelas especiales, y acudirían á ella de las demás regiones de España para aprender organización y cultura.
 No tardaría en seguir el país vasco á Cataluña, pues con sus minas, su navegación y sus industrias metalúrgicas, organizaríase en nación culta á la moderna. Mientras en Cataluña podía dejarse la cuestión de culto y clero á los Municipios ó de una manera libre, los vasco-navarros podrían tener la religión católica como del Estado, con tal de que en su país tuvieran la tolerancia general para las demás creencias consignadas en el pacto federativo. En emulación unas con otras, y sin la hegemonía forzada de ninguna sobre las demás, las naciones diversas de la Península progresarían, no habría odios, y el común lazo fraternal de unión, estrecharía y liaría más eficaz la convergencia. Se destruiría el espíritu de aventuras, se aumentaría el de trabajo especializándose, y cada región se perfeccionaría. Regidos por los naturales del país ó por los que en él hubiesen arraigado, la administración sería mejor; cada cual tendría vergüenza de faltar á sus conciudadanos, y el gran Estado español marcharía rápidamente por convergencia en las nuevas vías del enaltecimiento de la vida.
 Pero á todo esto hay que añadir una reforma que por lo esencial va á parecer un sueño. Esa libertad de las regiones, esa comunión fraternal futura, exige, para que sea posible, ante todo, la descapitalización de Madrid. El Madrid capital, que ha producido la decadencia de Felipe II á nuestros días, capital por el capricho de un Monarca, conservada por la inercia y por ser sólo el centro geográfico de la Península, no puede ser, en manera alguna, la capital de la nueva España. La capital de España debería de estar, como dijo el gran Carlos V, cerca de uno de sus mares; pero el gran Emperador no previo los organismos modernos y hay que añadir algo. Suiza hoy nos da el ejemplo, y su manera de tener la capital de la nación es la más á propósito para anular la casta política que en Madrid se ha formado y que en España predomina, y para hacer que no se renueve ni renazca. La capital debería de ser volante. Cada cuatro años ó cada cinco podríase cambiar, como hace la Confederación Helvética. Así, podría residir el Congreso federal y las direcciones de lo interregional, un quinquenio en Bilbao, otro en Sevilla, otro en Barcelona, Valencia ó Santander, etc., etc. De este modo, turnando, se impediría la influencia de un Estado sobre los otros, y el que el alto personal político se amoldara á ninguna manera de ser especial.
 En segundo lugar, hay otra razón aún más fuerte que la de que Madrid haya formado casta política. Y es la de que Madrid ha formado y formará siempre una mala casta, gracias á su medio ambiente. Está en una gran altura, sin vegetación, como en un desierto, enmedio de un pueblo atrasado. Además su aire, con la poca vegetación y con menor presión, resulta pobre de oxígeno. Véase lo que decíamos en Heregias en las páginas 113 y siguientes.
 Hoy, gracias á haberse descubierto nuevos elementos en el aire, nuestro argumento ha adquirido consistencia. En la atmósfera, á más del oxígeno, del nitrógeno y del ácido carbónico, se ha hallado el helio, cuerpo simple que sólo se había descubierto en la fotoesfera solar. Además, éste se ha desdoblado en otro llamado asterio, que parece escaparse de continuo hacia las regiones siderales, al paso que el helio procede de ellas. Las alturas, y especialmente las desprovistas de grande vegetación que retiene este cuerpo, están mucho más desprovistas de él en ambos estados, pues el helio tiende á bajar á lo más hondo y el asterio á escaparse de la atmósfera terrestre. Hay más; con ázoe se engloba el argón y el protargón, cuerpos pesados que tampoco se detienen en los altos. Así se explica la pobreza de vegetación de ciertas grandes alturas, y el escrofulismo y aun el raquitismo de sus habitantes. Estas causas hacen que Madrid, ni el centro de las Castillas, sean lugares á propósito para la capital de una nación civilizada. La inteligencia tiene que funcionar mal por fuerza, por la mala nutrición del cerebro. Así todas las concepciones que de allí nos vienen son raquíticas, estrechas ó vacías. Sólo algún individuo, raro y privilegiado en su organización nerviosa, lleva en sí las energías de una raza superior, y llegado de provincias conserva, aunque siempre con menoscabo á la larga, su primer funcionalismo intelectual.
 

     Pompeyo GENER.




  1. Con este artículo concluye el original é interesante estudio que para Nuestro Tiempo ha escrito el genial pensador catalán Pompeyo Gener. El radicalismo de las ideas que el Sr. Gener desenvuelve y sostiene, nos obliga á reiterar la declaración que tantas veces hemos hecho acerca del carácter independiente de Nuestro Tiempo, como tribuna libre y abierta á todo pensamiento, siempre que sea, claro es, tal pensamiento. El público de estas Revistas está capacitado para discernir en lo que lee, y consideramos de nuestro deber el servirle sucesivamente y sobre un mismo tema las ideas más contradictorias.—N. de la R.
  2. Diferencia entre supernacionales é internacionales.
  3. Requesens con los catalanes protestó y se opuso á estos desmanes, hasta el punto de aliarse á los habitantes de Rotterdam contra esos infames tercios. Los catalanes pidieron ingresar en los cuerpos de walones. Véanse archivos de Rotterdam.
  4. Este artículo, de un militar inglés, fué traducido y publicado en Le Temps, de París, al subir al poder el general Polavieja.