La cuestión catalana (febrero de 1903)

La cuestión catalana
de Pompeyo Gener
Nota: Pompeyo Gener «La cuestión catalana» (febrero de 1903) Nuestro Tiempo 26: pp. 201-211.
La cuestión catalana[1].


II

EL CONFLICTO

Acentuados ya los opuestos caracteres del pueblo castellano y del catalán por la adaptación al medio ambiente y por la diferencia de las razas, pronto empezó el conflicto en plena Edad Media. En la primera mitad, ocupados los castellanos en la reconquista de los territorios centrales, y los catalanes, recién unidos con los aragoneses, en consolidar su reino, y cada uno con miras distintas, tuvieron poco roce y, por tanto, poca influencia mutua. En la reconquista y en la famosa batalla de Las Navas los catalanes contribuyeron con sus gentes de armas y sus caballeros á tal victoria, ideando el célebre Dalmacio de Creixell el plan de la batalla [2]. Pero pronto los caracteres mostráronse en oposición.
Jaime I, que tanto ayudó á los castellanos en sus conquistas, regalándoles el reino de Murcia que conquistara á los sarracenos, se quejaba de ellos en estos términos: «después me han resultado vanos y orgullosos», y dirigiéndoseles, agraviado por sus desagradecimientos, les dice: «Nada hay en el mundo que vosotros no hagáis salir de quicio, pues hacéis todas las cosas con orgullo, y os empeñáis que todos tengan que hacer lo que á vosotros place» [3].
A partir de aquí, el genio despótico de los Monarcas de Castilla, excepción hecha de alguno, como D. Alfonso el Sabio, nunca bien alabado, habían puesto en grave peligro con intrigas de mal género la paz de Cataluña y Aragón unidos. Los Reyes de Aragón (Condes de Barcelona), que se casaron con princesas castellanas, tuvieron ya con ellas graves disgustos á causa de sus continuas maquinaciones en sentido absolutista. Eran promovedoras de conspiraciones contra las libertades del país, pedían y se hacían otorgar donaciones escandalosas para castellanos deudos ó amigos suyos que en nada habían intervenido ni en Aragón ni en Cataluña, y eran agentes continuos de desorganización de las instituciones seculares de Barcelona y de toda la tierra catalana.
Tipo de estas altas damas castellanas imperativas, fanáticas y absolutistas, fué aquella D.ª Leonor, esposa de nuestro D. Alfonso IV, que cuando D. Guillen de Vinatea, al frente de la noble diputación valenciana, reclamaba al rey que se pusiera remedio á la desorganización que producían los favores y locuras de dicha señora, y las donaciones á los suyos exigidas por ella que empobrecían al reino, exclamó airada: «Señor, tal no consentiría el Rey D. Alfonso de Castilla, hermano nuestro, que él no los degollase á todos.» A lo que el Rey de Aragón contestó aquellas célebres palabras: «¡Reina! ¡Reina! Nuestro pueblo es franco y libre, y no vive subyugado como vuestro pueblo de Castilla; pues ellos, si nos tienen á nos como á guía, nosotros los tenemos á ellos en su derecho como á leales compañeros.»
La Reina D.ª Juana Enríquez y su nuera Isabel la Católica eran del mismo fuste y querían conquistar á la fuerza el reino de Aragón, como si fuera tierra que les perteneciera de derecho y cometiera el horrendo crimen de no doblegarse á sus caprichos.
Sabidos son los conflictos que estas tendencias de Castilla produjeron en el reino de Aragón, y especialmente en Cataluña, en los reinados de Femando de Antequera y de Juan II. Fernando de Antequera subió al trono usurpando la corona al noble y desgraciado Conde de Urgel, gracias á las intrigas castellanas y á la complicidad de un fraile fanático como Vicente Ferrer, que se fué á intimidar en Caspe á los diputados valencianos y aragoneses, mientras el oro corría para vencer á los menos escrupulosos. Sabida es la guerra de desolación que los castellanos trajeron á Cataluña hasta lograr encarcelar y hacer perecer al malogrado Conde heredero, rendido en Balaguer; todos saben lo del envenenamiento, por la reina castellana, del malogrado príncipe de Viana. En la misma conquista de Granada, en el descubrimiento de las Américas, según los cronistas centrales, la gloria es toda de Castilla, y no se cuenta con las tropas catalanas mandadas por los Moncadas, las mejores, según afirma el Gran Capitán, ni el que, si no hubiese sido el caballero Saint Angel, que nunca abandonó á Colón y que le abrió una suscripción entre los mercaderes de Barcelona, obligando casi á Fernando el Católico á que le permitiera el viaje y le diera orden de llevar los bandidos de galeras para ello, la América no se hubiera descubierto.
Hasta el mismo Fernando el Católico, al final de su vida, una vez viudo de la Reina Isabel, se vió tan apurado por las pretensiones de sus cortesanos de Castilla, que determinó volver á separar los reinos de Castilla y Aragón, dejando al primero Andalucía y Murcia, y al segundo lo que ya formaba parte de él, esto es, Valencia, Mallorca con las Baleares, Córcega, Cerdeña, Napóles, Sicilia y demás posesiones mediterráneas, legando esta corona al hijo de su segunda mujer, Germana de Foix, hijo que murió antes que su padre, por lo cual no tuvo efecto tal designio [4].
Carlos I el Emperador siguió al pie de la letra en Aragón y en Cataluña, Mallorca y Valencia, las instrucciones de su abuelo D. Fernando, de que nunca pusiera en los dominios de esos antiguos reinos empleados castellanos ó de la España á ellos sometida, y que dejara que se rigiesen por sus leyes y sus fueros. Y así lo hizo, y hubo paz y concordia, y los catalanes ayudaron al gran Emperador en todas sus empresas. Cataluña suministró gran número de galeras y de hombres para Lepanto. Barcelona los dio para Túnez, mandados por el almirante D. Pedro Gener, un ilustre antepasado mío.
Ya en tiempos de Felipe II se rompió el equilibrio entre el Gobierno central y nuestros reinos. Todos saben lo del Justicia de Aragón. Felipe II no se atrevió con Cataluña, pero sí su tribunal terrible. La Inquisición quiso imponerse; mas sus trastos de torturar fueron echados al agua fuera del puerto, y los inquisidores de Castilla proscritos por la diputación catalana como simples malhechores. El Rey (prudente) pasó por alto el percance, y dejó que las cosas continuaran tal como estaban. En Cataluña el partido hugonote (cadells) progresaba y, por bajo mano, la corte protegió el partido católico (los narros). Estos, no imperando en las ciudades, levantaron partidas, y los famosos bandos ensangrentaron la tierra de Cataluña durante todo el reinado de Felipe III.
Pero cuando estalla el conflicto de una manera formidable, hasta producir la separación de Cataluña de la Corona de España, es en tiempo de Felipe IV, gracias á las brutalidades del Conde-Duque de Olivares. A pesar de haber ayudado Cataluña en gran manera á Felipe IV contra Francia, los tercios castellanos cometían exacciones onerosas en todos los pueblos en que se alojaban. Pronto ya no se contentaron con imponer contribuciones, sino que á la menor dilación al pago de las mismas, entraban á saco en los poblados sin intimación alguna. A los robos y violaciones seguían los asesinatos, y éstos se sucedían con tanta frecuencia que aquellos tercios, más que el ejército de un rey católico, parecían hordas de facinerosos. A las reclamaciones de los habitantes, los jefes contestaban con arrestos y apaleamientos. Pronto al robo y al asesinato se añadió el incendio. Ardió el pueblo de Riuderenas con sus vecinos, quedando reducido á cenizas. Los crímenes de los reales eran tales y tantos que clamaban venganza al cielo. Y los pueblos de Cataluña, en masa, se sublevaron, sin que hubiera en ello conspiración alguna premeditada. Todos saben lo del Corpus de sangre en Barcelona. La muerte del virey y demás que se siguieron. Entonces fué cuando el Rey don Felipe IV, por instigación de su valido, firmó un decreto de muerte contra toda Cataluña, por el crimen de no querer sufrir el mal gobierno del Conde-Duque. Cataluña debía de ser despoblada y arrasada. Así lo había dispuesto S. M. Católica. Entonces fué cuando invadió el Principado aquel ejército feroz, al mando del Marqués de los Vélez y de los Torrecusa, compuesto de tercios procedentes de Castilla, de Navarra, de Italia y aun de Irlanda; tercios que entraban á saco los poblados, que no perdonaban la vida ni de los que se rendían, que asesinaban los prisioneros después de habérseles dado palabra de tener la vida salva. Pero Cataluña se armó y en la montaña de Monjuich dio buena cuenta de todos. Apenas si quedaron restos deshechos para poder contarlo [5]. La República catalana fué constituida. Luis XIII de Francia proclamado Conde de Barcelona, y á partir de aquí las jornadas se contaron por victorias para las armas catalanas á pesar de haber entrado tres ejércitos más contra Cataluña.
Sólo la prudencia y los mejores consejos que tuvo Felipe IV al fin de su reinado, muerto el Conde-Duque, pudieron hacer que Cataluña volviera á España al cabo de veinte años.
Con Felipe V sucedió algo análogo. Triste es contar los catorce años de guerra de sucesión, y de sitio de Barcelona, hasta su caída y la quema de sus fueros y derechos por mano del verdugo. Ya desde este momento el catalán y el castellano fueron dos seres antitéticos, una antinomia nacional, cuya síntesis se presentó dificilísima. Y decimos catalán y castellano queriendo indicar los dos tipos de civilización opuesta; la que denominan los sociólogos civilización industrial y super-orgánica, y la civilización teocrático-militar conquistadora. Fernando VI, Luis I y Carlos III sobre todo, volvieron al derecho común á los catalanes; los capitanes de mar pudieron mandar buques y navegar con bandera española; les fué levantada la prohibición de ir á las Américas, etc. Y en cambio Cataluña dio gran apoyo á tan ilustrados monarcas.
La guerra de la independencia fué un agente de unión, aunque se manifestara en el Principado bajo formas autonómicas. Mas durante el siglo XIX la hostilidad continuó entre los catalanes y el centro. Cataluña tomó parte activísima en los movimientos revolucionarios liberales, y las represiones del centro fueron siempre sangrientas. Aún espeluzna oir contar las fechorías del Conde de España y de sus secuaces, cuya tiranía deja atrás á todas las de la historia. Aunque no tan arbitraria, tiranía fué también la del Conde de Meer. El propio general Espartero, á pesar de tener en Barcelona partidarios fanáticos, la bombardeó sin piedad durante tres días y tres noches. Luego los moderados tenían bandas de asesinos como policía, cual la célebre ronda de Tarrés. El general Zapater fusilaba y deportaba en masa, y Narváez desde Madrid mandaba órdenes draconianas contra Cataluña. Sólo el mal de los catalanes tuvo un alivio durante la Revolución de Septiembre por la parte que en ella tomaron Prim y muchos compatricios suyos. La República tuvo un ministerio casi todo catalán. De sus cuatro presidentes, los dos más avanzados, Figueras y Pí, lo eran. A haber continuado la República federal, la unidad verdadera de España se hubiera hecho. De Barcelona fué de donde partió la idea federativa y allí se concibió la idea de la primera asamblea federal, que fué la de Tortosa.
Se quería la autonomía para Cataluña, pero también se pedía para todas las regiones de España, con sentimiento altamente fraternal para todas ellas. Sólo entonces cesó el odio de una y otra parte del Ebro. Todos debíamos ser españoles, cada cual á su manera, lo que era la verdadera solución del problema.
No queremos historiar el golpe de Estado. Las causas que lo produjeron se fraguaron en Madrid por políticos centralistas no catalanes. Lo mismo pasó con la proclamación de D. Alfonso. La Restauración con sus desaciertos ha vuelto á distanciar Cataluña y Mallorca del centro.
Una observación haremos, y es que el siglo xix se ha pasado casi todo entero en estado de sitio para Cataluña, siendo la proporción de los tiempos de legalidad común muy exigua. Ha llegado la cosa al extremo de prohibirse en el teatro la lengua del país, y de no tener cargos públicos casi más que los individuos de ultra Ebro. Omitiremos los detalles en obsequio al espíritu de conciliación que nos anima; pero no podemos menos de hacer constar que la mayoría de los Gobiernos han puesto especial empeño en subyugar nuestro país y en detener su progreso, por medios directos ó indirectos, tratándose á los catalanes como á españoles irregulares, cuando no como á enemigos ó extranjeros. La palabra catalán rebelado, ha sido de uso común en el elemento oficial central que ha gobernado nuestra tierra, y cuando se ha intentado proteger á alguien, en general se ha apoyado á los peores, á elementos chanchulleros y sin conciencia, que se prestaban á hacer el juego de ciertos gobernantes. Lo mismo ha pasado con el mal llamado apoyo á la industria.
Por lo regular en Cataluña sólo se ha visto al castellano, ó sea al representante del poder español, como esbirro, policía, soldado de ocupación, guardia civil, investigador, gobernante impuesto, gentes que han tratado el país con arrogancia, cuando no con crueldad y con desprecio, como si fuera un país conquistado ó feudo suyo. He aquí las causas que, unidas al temperamento propio y á la personalidad orgánica distinta, han producido el catalanismo.
Ahora veremos cómo este movimiento se inicia, su estado actual y sus tendencias.

III

de cómo surgió el catalanismo.—su organización

La primera manifestación moderna de la conciencia catalana como pueblo distinto, fué la célebre oda de Aribau á la patria, y la restauración de los Juegos Florales. Desde un principio la cosa no se presentó más que como una reivindicación de la hermosa lengua lemosina, hablada del Loire á Murcia:

Plaume parlar la llengua d'aquells sabis
Que l'univers empliren de llurs costums y lleys.

Los Juegos Florales empezaron por reanimar el sentimiento de patria catalana de una manera romántica, tal como hicieron á principios del siglo XIX, en Alemania, Schlegel, Adam Muller, Tieck y Novalis, ayudados por la escuela de Suabia, para formar el patriotismo germánico prusiano. Los poetas estudiaron la historia de Cataluña y con ella las poesías de los antiguos trovadores. Ausias March, Jordi de Sanct Jordí, Masdovelles, Pere Serafí, Arnau de Besalú, Pere Vidal, Guillem de Cabestany, Guillem Bergadá y otros, fueron exhumados. Púsose en boga el leer las crónicas de Muntaner, de D. Jaime el Conquistador, la Cansó de la Cruzada, y otros documentos históricos. Pelayo Briz empezó á recoger cantos populares con sus respectivas tonadas; Milá y Fontanals, y después Víctor Balaguer, publicaron extensos estudios sobre los trovadores, y el resultado de todo este movimiento fué una poesía entusiasta que enalteció las grandes gestas de los reyes, de los caballeros, de los caudillos y del pueblo de Cataluña. La expedición de los catalanes y aragoneses á Oriente, la toma de Mallorca, la conquista de Valencia, la muerte del Rey D. Pedro por los cruzados de Monfort y la guerra de los albigenses, la derrota de Felipe el Atrevido y del ejército franco en el Coll de Panissars, la guerra contra el Conde-Duque de Olivares, la de sucesión contra Felipe V, etc., etc., tuvieron inspirados cantores, que ganaron premios en la Floral Fiesta. Esto por lo que toca á la Patria.
De mil puntos del campo surgieron poetas rústicos que escribieron sentidos idilios, en los que se celebraba el Amor, y se describían los múltiples aspectos de la Naturaleza.
Otros, inspirándose en las leyendas piadosas de los santuarios, de los conventos y de las catedrales, entonaron cantos místicos, cantando la Fe en el sentido más puro.
Patria, Fe y Amor, vinieron á ser los tres lemas de la naciente literatura.
Y mientras ésta crecía y daba á Cataluña poetas como Víctor Balaguer, Adolfo Blanch, Picó y Compamar, Martí y Genis, Aniceto Pagés de Puig, Mateu, Apeles Mestres, Ángel Guimerá, Federico Soler, Jacinto Verdaguer y otros, una corriente popular paralela, en cátala del qu'ara s'parla, es decir, en catalán vulgar, tal cual en el día se habla en Barcelona, daba lugar á una abundante literatura que llenaba los periódicos jocosos y satíricos, producía libros y folletos de una vis cómica indescriptible, é invadía el teatro con piezas chistosísimas que iban del género ultra-bufo (gatadas), á los estudios cómicos de costumbres de la ciudad ó del campo.
Pitarra (Serafín Soler), con Arnau, con Conrado Roure y con Aulés, creaban el teatro catalán, y en él, no sólo tenía cabida lo cómico, sino que pronto entró triunfalmente en él el drama y el melodrama, lo mismo históricos que modernos. Entonces viéronse obras de Guimerá, y pronto aparecieron Feliú y Codina, Iglesias, Rusiñol y otros autores modernos de gran talento. Hubo también su zarzuela y su ópera. Y para que nada faltara, hasta su comedia de magia de gran espectáculo.
Además escribiéronse varios diarios en catalán, como L'Estat Catalá y la Renaixensa, y un sinnúmero de periódicos semanales, de Revistas y de Ilustraciones.
El movimiento este hasta aquí sólo fué literario, aunque en sí denotaba la resurrección de un pueblo, y de un gran pueblo, lleno de vitalidad y de energías. Este movimiento era sólo en lengua catalana. Pero en español el movimiento continuó con notable fruto entre otros escritores catalanes, especialmente los que se dedicaban á las cuestiones científicas ó filosóficas.
Además se produjeron varios otros movimientos como el mercantil é industrial, el de la cultura artística y científica, el movimiento obrero, el agrícola, que contribuyeron al desarrollo de la personalidad catalana y á que ésta al fin reclamara sus derechos políticos. Gracias á toda esa actividad reunida Cataluña ha podido reivindicar su personalidad propia y hoy resucita más fuerte que nunca.
Formada la raza catalana por individuos que ante todo tienen conciencia de su individualidad, y la cultivan según sus medios, trabaja, piensa y se enriquece, cubriendo su suelo de mil industrias fabriles, marítimas, agrícolas, mineras.
«No solamente han cambiado en jardines y hermosas vegas—dice el eminente sociólogo Mr. E. Demoulins [6]—los valles regables que miran hacia el mar, sino que, á su manera, han atacado las pendientes áridas de las montañas y han forzado á la piedra resquebrajada, mezclada con las tierras allí aportadas del llano, á nutrir la viña, el olivo, los cereales, los árboles frutales y hasta la hortaliza, cumpliéndose aquel antiguo adagio que dice:

«Los catalanes
de las piedras sacan panes.»

Pero como esta agricultura, que por su parte, en lo social, es sólo una pequeña cultura, no basta á dar vida á una población siempre creciente, los catalanes han acudido á la industria, y esto no ya de ahora, sino de todo tiempo. Los paños de Berga, las armas de Ripoll, la joyería, la forja del hierro, las fundiciones de cobres y de bronces, el repujado de metales, el grabado, los vidrios, los cueros y pieles, los astilleros, la fabricación del papel y la del pergamino, eran ya grandes veneros de riqueza en Cataluña durante la Edad Media.»
Así, acaba haciendo constar Mr. Demoulins, que en ninguna región vecina al mar, en Europa ó en América, se hallan tantas industrias diversas reunidas, ni hay tanta densidad industrial como en Cataluña. Cataluña tiene ella sola hoy día más del doble de máquinas y de motores, contando por unidades de fuerza, que todo el resto de la península. Y continúa diciendo: «Antes de la guerra de los albigenses Cataluña era ya la intermediaria de la cultura y de las ideas entre los otros pobres pueblos cristianos de la península y los Estados europeos más civilizados, sobre todo los mediterráneos. Entonces Cataluña propagó al resto de España la lengua, la literatura y la civilización románica ó provenzal; hoy le transmite las ideas y las tendencias europeas.»
«Todas las trabas, todas las exacciones, todos los organismos oficiales del centro contrarios, todo el personal policiaco de investigadores y demás, no ha podido cambiar ni el carácter ni el desarrollo inmenso de Cataluña.»
«La personalidad de Barcelona—dice otro estadista—viene acusándose de día en día, haciendo de ella uno de los centros mercantiles primeros del mundo, por el estilo de Hamburgo. Ninguna otra población de España puede comparársele bajo este aspecto, á pesar de la protección que los gobiernos de España han dado á Cádiz ya desde en tiempos de Isabel la Católica, y de las prohibiciones impuestas á los catalanes en diversas épocas. En sus muelles y en sus almacenes concentra Barcelona sola más de la tercera parte de los cambios de la nación en su interior y en sus exportaciones. Si Barcelona fuese puerto franco y tuviese un municipio autónomo como el de Hamburgo, sería al Sur lo que aquélla es al Norte, y tal vez llegaría á adquirir aún mayor importancia» [7].
El desarrollo del comercio en los pueblos hace surgir primero una clase rica. La primera generación es aún tosca, pues está formada por obreros recién emancipados, rústicos con dinero, exentos de cultura y de todo pulimento. Pero como en la Italia del 1300 al 1500, y en la misma Cataluña medioeval, pronto con la clase rica se origina una clase superior. Esta clase, que cada día se va renovando, teniendo medios, se instruye y se forma conocimientos científicos y gustos literarios y artísticos. Los hijos de los menestrales enriquecidos son ya verdaderos gentlemens, ya viajan por las grandes naciones extranjeras; viven parte del año en París ó en otros grandes centros europeos, y adoptan é importan aquella superior cultura. Y esto es lo que ha pasado con nuestra capital.
Barcelona tiene hoy, á más de sus teatros, más sociedades dramáticas, más sociedades musicales, literarias, de artes plásticas, más escuelas libres y centros docentes, más bibliotecas, más centros y casinos extranjeros, más librerías francesas, alemanas, etc., que Madrid. En cuanto á teatros, casi siempre funcionan en ellos dos ó tres compañías de ópera ó de drama francesas ó italianas. Todos los grandes artistas del mundo pasan por sus coliseos. Varios grupos de aficionados traducen y representan, con gran propiedad escénica, las mejores obras de los autores extranjeros. Barcelona ha visto traducciones de Ibsen, de Bjorson, de Hauptmann, de Maeterlinck, bien antes que Madrid, y aun Madrid, cuando las tiene, es desfiguradas por traductores sin conciencia, que les cambian los finales y les suprimen las mejores escenas. Todo catalán que quiere perfeccionarse en algo, tiene su vista puesta en los centros más cultos de Europa. Los que acaban carreras científicas, vánse á pasar largas temporadas á París y á Alemania para perfeccionarse. Los que siguen las industriales y fabriles van á Inglaterra, á Bélgica ó á Alsacia. Los artistas y los literatos, á París ó á Italia. Y todos vuelven agrandados, con mayor personalidad, con factura más potente y más perfecta, con una inteligencia más humana, más vasta y más comprensiva.
Los padres que tienen medios para ello mandan á sus hijos á los colegios y Liceos de Francia, de Suiza, de Inglaterra ó de Alemania. Raro es el joven de veinte años que en Barcelona, y en cualquiera de los puertos de Cataluña ó de las principales poblaciones del interior, no sepa por lo menos dos lenguas á más de la castellana y la catalana. Estas acostumbran á ser el francés y el italiano. Muchos saben otras lenguas vivas y muertas. La clase obrera catalana es la que se diferencia más de la del resto de toda España. En lugar de emborracharse en las tabernas, van á las sociedades corales ó de instrucción, frecuentan las bibliotecas públicas, asisten en los teatros á los estrenos, especialmente á los de las más renombradas obras extranjeras, y leen la bibliografía de las obras serias que ven la luz en España y fuera de ella, que son las más y las mejores. Tienen Ateneos, centros de lectura, sociedades musicales y sociedades dramáticas. Alternan con los jóvenes intelectuales salidos de las aulas, y con la gente notable de todas las carreras, y más de una vez, en discusiones públicas y en los periódicos, han demostrado una instrucción y un buen sentido raro en los demás puntos de la Península aun en las clases altas. Además, esos obreros viajan, cual los individuos de las clases acomodadas. Para perfeccionarse en sus artes y oficios, toman el tren ó el vapor y emigran á otros puntos de Europa ó del Norte América, y con su trabajo viven, y estudian los adelantos de sus respectivas industrias, volviendo superiores á lo que fueron. Yo he tenido ocasión de observarlo en mis viajes por el extranjero. Apenas he estado en ninguna ciudad un poco importante en que no haya hallado obreros catalanes muy considerados en sus trabajos respectivos.
Otros datos. En general el catalán viaja más que los otros individuos del resto de España. En la última Exposición de París, por cada individuo español de las demás provincias, fueron dieciséis de Cataluña. Además, una gran parte de España ha estado ocupada en el oficio de mandar, en provincias ó en colonias, ó viviendo directa ó indirectamente del Estado. Poblaciones de Castilla ó del centro hay, que se les hace un favor llevándoseles sus hijos al servicio militar, pues luego entran á policías, guardias civiles, criados de políticos, porteros de oficinas, alguaciles, etc., etc., y así tienen la vida asegurada. El catalán, por lo general, siempre ha tenido horror á esto. Quiere vivir de su trabajo y mira de reojo al que vive del presupuesto.
El no haber estado más que pocos años en contacto con los musulmanes, que pronto repasaron el Ebro, ha hecho que el fatalismo oriental, la pereza, la indolencia, el espíritu de rapiña, etc., aquí no arraigaran. Así las influencias sanas de la raza Aria han podido fructificar y desarrollarse. Una continua inmigración pacífica de individuos de otras naciones de Europa que han venido á implantar industrias, ó á hacer el comercio, ha dado por resultado un aumento de civilización y un cosmopolitismo superior. La raza del país, continuamente cruzada con otros elementos europeos pertenecientes al mismo grupo Ario, se ha mejorado. La ciencia antropológica demuestra que los cruces con razas afines superiores mejoran las especies, mientras que si estos cruces se efectúan con razas diferentes y muy distantes, salen tipos híbridos, estériles la mayor parte de las veces, malos casi siempre, pues las diversas sangres incombinables están en lucha en cada individuo. Los mestizos siempre son peores que los tipos aislados de que proceden. Y esto es lo que ha pasado en algunos puntos de España.
Y de esta superioridad étnica y social, los catalanes tienen hoy día pleno conocimiento. Saben que en general no son rebaños humanos, seres acarnerados dispuestos á ser conducidos siempre por lobos que hacen de pastores. Tienen conciencia de su superioridad colectiva sobre las provincias centrales, contra lo que se les venía diciendo en lo que oficialmente se les enseñaba. Se había formado por la pseudociencia oficial la leyenda de un tipo único de español perfecto, el cual era solo, el perfecto castellano. Y todo lo que divergiera ó no se amoldara á este tipo era declarado inferior, ridículo y hasta culpable. Y como ni por raza, ni por cultura, podíamos entrar en ese molde, los catalanes éramos declarados españoles inferiores, españoles irregulares.
Pero con la autocultura de Cataluña, esa ilusión se ha desvanecido. Se han estudiado las razas. La sociología nos ha enseñado la base de las buenas agrupaciones super-orgánicas, y hemos visto que teníamos un nivel muy superior, en cuanto pensábamos y sentíamos por cuenta propia, resultando sólo inferiores al hacerlo á la castellana, y en cuanto nuestro tipo de organización social era el tipo industrial, y no el guerrero y teológico, que predominaba en el resto de España; supervivencia pura de organizaciones muertas. Y un ejemplo lo comprueba. En Cataluña ser muy hombre quiere decir tener mucha fuerza de voluntad, talento, empresa, actividad, etc. En muchos puntos de España significa ser muy bruto, pues del hombre sólo se comprende la valentía de la bestia humana y aun de la cruel bestia africana.
Así se comprende que Cataluña no quiera ni pueda ser un feudo, ó un ensanche de Castilla, ni materia castellanizable, y proteste de la hegemonía central, pues se siente superior al centro. Y de aquí ha surgido el gran movimiento catalanista.
En el próximo artículo pasaremos revista á los diversos elementos de este movimiento, é indicaremos la solución eminentemente española de esta cuestión que á todos preocupa.

Pompeyo GENER.




  1. Véase Nuestro Tiempo, núm. 24, Diciembre 1902.
  2. En la batalla del Muradal, ó sea de Las Navas de Tolosa, asistió el Rey de Aragón con 4.000 caballeros, que eran la flor y nata de su caballería, y 20.000 infantes suministrados por las ciudades y villas catalanas, entre los cuales se contaban más de 8.000 arqueros y ballesteros. En dicho ejército figuraban los principales prohombres de Cataluña, lo mismo de la nobleza que de las letras. En él marcharon el Obispo de Barcelona, el Arzobispo de Tarragona, los Condes del Rosellón y de Ampurias, el Vizconde de Cardona, Gerardo de Cabrera, Guillermo de Cervera, Berenguer de Peramola, Guillermo de Cabestany, el famoso trovador de memorable fin trágico, y Dalmacio de Creixell como general en jefe y director de la ingeniería.
  3. Los castelhaus son de gran ufana e ergaylhosos. No hi ha nes almon que vosaltres no faesetz exir de mesura, per go car faetz totes les coses amb erguyl e cuidatzvas que tat ço que vos voletz dega hom faer.—Crónica del Rey D. Jaime I.—Archivos de la Corona de Aragón.
  4. Por esto, Maquiavelo considera á Fernando como el rey más prudente de su tiempo.
  5. Véase Melo.
  6. La Science sociale, 1899, número de Diciembre.
  7. Van Berg: Memoire sur le commerce de I'Espagne. Auvers, 1898.