La corona derribada/Acto III

La corona derribada
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Sale MOISÉS, en hábito de labrador, con una vara en la mano.
MOISÉS:

  Silvestres arboledas,
amigas soledades de mi vida,
donde de ufanas sedas
jamás se vio profanidad vestida,
porque solo se sabe
cómo silba el pastor y canta el ave.
  Aguas murmuradoras,
que de los altos riscos despeñadas
entretenéis las horas
sin sed oídas y sin sed gustadas;
ya he mudado de estilo,
que me ha cansado el vocear del Nilo.
  Ya me entretengo y canto,
de aquella pompa en que me vi, olvidado,
y pido al cielo santo
que me conserve en este humilde estado,
donde no me malsinan
hombres que, de envidiosos, desatinan.
  Con Séfora, mi esposa,
y dos hijuelos que me ha dado bellos,
paso vida gustosa,
de ella querido, entretenido de ellos;
sin que del Rey me acuerde;
que gana mucho quien privanzas pierde.

(Salen JERSÁN y ELIEZER, niños, hijos de MOISÉS, con arcos.)
JERSÁN:

  Entre la libre arboleda
la tímida liebre huyó.

ELIEZER:

Una flecha me costó,
que atravesada me lleva.

MOISÉS:

  Estos mis hijuelos son,
que a caza de pajarillos,
cansándose en perseguillos,
honran mi recreación.
  ¡Ah, centellas de Moysén!
Mostradme esas hebras de oro;
como a vuestra madre adoro,
creedme que os quiero bien.
  ¿Qué habéis cazado? decid:
¿qué os ha dado el arco fuerte?
¿Habéis hecho alguna suerte?

ELIEZER:

Ninguna, sí hallarte a ti.

JERSÁN:

  ¡Oh! Mi padre no me abraza.

MOISÉS:

En verlos, de juicio salgo.

ELIEZER:

¿Tiene que comamos algo?

MOISÉS:

Comamos de vuestra caza;
  sentaos aquí, comeréis;
que en mi zurrón traigo qué.
(Siéntanse y comen.)
¿Y vuestra madre?

ELIEZER:

No sé.

MOISÉS:

¡Cómo que no lo sabéis!
  ¿No queda buena?

JERSÁN:

Sí, padre:
traigo hambre, ya lo ves.

MOISÉS:

De muy buenos hijos es
no saber de vuestra madre.

ELIEZER:

  ¿Y él? ¿No come, padre?

MOISÉS:

Yo
en comer vosotros como.

JERSÁN:

¿Tome un bocado!

MOISÉS:

Sí tomo.
¿Quién tal gusto mereció?
  Estése el rey Faraón
con su dignidad real;
que este bien con aquel mal
no tiene comparación.
  Hijos, enloquezco en veros,
y gusto de haber perdido
el nombre de hijo fingido
por teneros verdaderos.

JERSÁN:

  Padre, pues que nos convidas,
danos a beber también.

MOISÉS:

¡Qué presto ha de dar Moysén
agua de piedras heridas!
  Hijos, pues ya habéis comido,
buscad agua que os sustente;
que no falta alguna fuente
que en veros se ha estremecido
  Gustaréis del agua bella
si os costare algún cuidado,
y diréis que habéis hallado
en mí padre, y madre en ella.
  Y volvedme a ver, Jersán,
y vos, Eliezer, aquí.

ELIEZER:

Vamos.

MOISÉS:

¡Cuándo merecí
El gusto que éstos me dan!
  Al pie de aquella alta peña
hace una balsa en el suelo
un cristalino arroyuelo
que del risco se despeña:
  Allí, hijos, beberéis;
torced un poco el camino;
que a la sombra de este espino
descansando me hallaréis.
(Vanse los niños.)
  Mas ¡santo Dios, que se arde
la zarza! ¿Qué traza es ésta?
¡Mirad qué sombra me presta
en que del calor me guarde!
  Mas, ¿qué alteza se presume
da este milagro estupendo?
¡Vive Dios, que se está ardiendo
la zarza, y no se consume!
  ¿Llegaré a ver la grandeza
mayor que he visto jamás?

(Dentro.)
VOZ:

Tente, Moisés, ¿dónde vas?

MOISÉS:

Divina naturaleza,
  que tal lo debéis de ser,
llégome a ver, aunque os tema,
la zarza, que no se quema
y nunca deja de arder.

VOZ:

  Tente: no llegues calzado.

MOISÉS:

¿Qué asombro es éste, Moisés?

OTRA VOZ:

Descalza presto los pies;
que es este lugar sagrado.

MOISÉS:

  A vuestro advertir divino
y vuestro santo consejo,
los toscos zapatos dejo,
hechos de junco marino;
al vuestro gusto me inclino.

VOZ:

  Ha llegado a mis orejas
la voz de la gente mía,
que desde Egipto me envía
tristes lástimas y quejas;
  y muéveme a compasión
tanto, que por remediallos
determino de sacallos
del poder de Faraón;
  y porque sin fuerza están,
para mejor proveellos
quiero que hagas entre ellos
oficio de capitán.

MOISÉS:

  Atemorízame oíllo
si vos no me dais favor;
pero ¿yo quién soy, Señor,
para ser yo su caudillo?

VOZ:

  No dudes, leal amigo,
que de ayudarte me encargo:
acepta el oficio y cargo:
ve, que yo seré contigo.

MOISÉS:

  Y si preguntan quién es,
Señor, el que me envió,
¿qué tengo de decir yo?

VOZ:

Yo soy el que soy, Moisés.
  Si pretendiese algún hombre
saber la calidad mía,
le responde: El que es me envía,
que éste es mi perpetuo nombre.
  Los ancianos de Israel
junta y hazles relación
de esta Rëal comisión
que te he dado en favor de él;
  diles que sacarlos quiero
del cautiverio en que están.

MOISÉS:

No sé si me creerán,
pero vos sois verdadero.

VOZ:

  Entra a Faraón con ellos,
y di que a tu Dios agrada
que hagáis una jornada,
y tú por caudillo de ellos;
  y que ha de ser de tres días,
porque en el monte codicio
que me hagáis sacrificio.

MOISÉS:

A un gran negocio me envías;
  pero no me han de creer
aunque ser libres desean.

VOZ:

Llevarás con que te crean;
deja esa vara caer.

(Deja caer la vara que lleva.)
MOISÉS:

  No es vara, culebra es.

(Vuélvese culebra.)
VOZ:

Vuelve a tomarla.

MOISÉS:

Ya es vara;
¿quién tal cosa imaginara?

(Toma la vara.)
VOZ:

Lleva esa seña, Moisés.

MOISÉS:

  Hoy el caudillo gitano
quedará de temor lleno.

VOZ:

Mete la mano en el seno.
(Métela.)
Ahora sácala.

(Sácala leprosa.)
MOISÉS:

¿Qué mano
  es ésta leprosa y fea?

VOZ:

Vuélvela otra vez al pecho.

MOISÉS:

Leproso, Señor, me has hecho
para que el pueblo me crea.

VOZ:

  Vuélvela ahora a sacar.

MOISÉS:

¡Oh, santo Dios, sana queda!

VOZ:

De esa suerte, ¿habrá quien pueda
de tu comisión dudar?
  Si por la seña primera
no te creyeren, Moisés,
por la segunda...

MOISÉS:

Está bien:
bien va de aquesta manera.

VOZ:

  Y si a la señal segunda
no dieren crédito, mira
que ejecutando mi ira
hagas que Egipto se hunda
  y vean en sangre vuelta
toda el agua en mar y ríos,
a ver si castigos míos
le obligan y el pueblo suelta.

MOISÉS:

  Sólo de una cosa dudo.

VOZ:

¿Aún te queda que dudar?

MOISÉS:

¿Cómo he de poder hablar
al Rey, que soy tartamudo?

VOZ:

  Tu hermano, el prudente Aarón,
quiero que vaya contigo,
y tú tratarás conmigo,
y él hablará a Faraón;
  yo le daré aviso de esto
y al camino te saldrá.

MOISÉS:

Basta. Señor: bien está:
a la jornada me apresto;
  que pues tú al soberbio humillas,
ayudarme es cosa clara.

VOZ:

Lleva contigo la vara,
con que has de hacer maravillas.

(Cúbrese la zarza con música.)
MOISÉS:

  Caudillo del pueblo soy:
riquísimo de honra quedo:
en favor de Israel voy
desnudo de humano miedo,
pues divinas señas doy:
  hoy, alta esperanza mía,
este suceso os abona:
pronóstico vi algún día;
que la arrojada corona
esto sin duda decía.
  Vamos a mi comisión,
mis pensamientos leales,
y vuelva el pueblo a Sión,
que con plagas y señales
atropello a Faraón
  de mi suegro y de mi esposa
falta despedirme ahora.

(Sale JERSÁN niño, solo, alborotado.)
JERSÁN:

Padre, si tan rigurosa
lástima no siente y llora,
ser piedra es cosa forzosa.

MOISÉS:

  ¿Qué es esto, Jersán, qué ha sido,
qué es de tu hermano Eliezer?

JERSÁN:

Padre, Eliezer es perdido,
ya no ha de volver a ver
más a su hijo querido.

MOISÉS:

  ¿Qué dices?

JERSÁN:

Bebiendo estaba,
en aquel claro arroyuelo,
y cuando el agua gustaba
bajó una nube del cielo
que claras sus lumbres daba,
  y saliendo un mozo bello
de la nube, le llevó
sin poder yo defendello.

MOISÉS:

¿Y no viste en qué paró?

JERSÁN:

No, padre: no pude vello.

MOISÉS:

  Secretos deben de ser
con que Dios probarme quiere,
que es esto inmenso poder;
si por mis delitos muere,
muera yo, y viva Eliezer
  Mucho aguáis el regocijo,
Dios de Isaac, Dios de Abraham;
antes el ser pobre elijo
si el nombre de capitán
tiene que costarme un hijo;
  llama a tu madre y abuelo:
presto, Jersán, no te tardes:
vengan y sepan mi duelo,
que aguardo aquí.

JERSÁN:

Como aguardes,
ellos vendrán, y yo vuelo.

(Vase.)
MOISÉS:

  ¿Qué es esto, inmenso Señor?
¿Cómo así os habéis conmigo?
Mas como soy pecador
queréis hacerme un castigo
grande, tras un gran favor;
  si por mí habéis castigado
a mi inocente hijuelo
¿qué castigo le habéis dado?
Mostrádmele, ángel del cielo,
aunque sea degollado.
(Tocan la música, vese en un monte un ÁNGEL con una espada desnuda, y ELIEZER de rodillas, y prosigue.)
  Ya veo a mi hijo vivo,
aunque desnuda la espada,
y sujeto al golpe esquivo
por Su Majestad sagrada;
que yo este golpe recibo.
  ¿En qué ha pecado Eliezer,
que tal castigo le dan,
si es que la muerte ha de ver?
Yo quiero ser su Abraham,
porque él mi Isaac pueda ser;
  sólo este favor codicio
que a vuestro siervo hagáis;
yo haré por vos sacrificio
para que el ángel seáis
que detuvo el sacrificio;
  si sois serafín de amor,
este renombre os convida
a mostrar menos rigor,
y en vez de ángel homicida
seréis ángel defensor.

ÁNGEL:

  Hame movido tu llanto,
gran caudillo de Israel;
y si la espada levanto
viva tu hijo, aunque de él
Dios está ofendido tanto;
  degollarle Dios mandaba
por no estar circuncidado,
y ya el cuchillo bajaba;
mas por tu llanto obligado,
ya vive a quien ya mataba.
  Al punto le circuncida;
que en habiendo dilación
vendré a quitarle la vida;
que es ley la circuncisión,
y ha de ser cual ley cumplida.
  Baja, Eliezer, y a Moisén
tu padre, alegre recibe,
pues has negociado bien.
Justo Moisés, por ti vive:
la circuncisión le den.

(Cúbrese el ÁNGEL y baja ELIEZER.)
ELIEZER:

  ¡Oh, padre, qué sobresalto
en el monte he padecido!
Decidme de qué estoy falto:
¿por qué falta he merecido
subir a monte tan alto?

MOISÉS:

  Séfora, lástimas tuyas
han sido en esta ocasión:
tú ofendiste, no me arguyas,
pues usas de compasión
con que a tus hijos destruyas,
  ¡cuántas veces te pedí
que a Eliezer circuncidasen!
Pero aunque más voces di,
no hubo voces que bastasen
¡oh Séfora! contra ti.
  El amor que le tenías,
a resistirte obligaba,
pensando que te ofendías
su sangre si la vertías,
en que tus manos manchaba.
  Pues ¡vive Dios! que has de ser
tú hoy quien le circuncide;
vierte la sangre, Eliezer;
que es ley de Dios quien lo pide,
y lo que es ley se ha de hacer.

(Entran SÉFORA, YETRO y JERSÁN.)
SÉFORA:

  ¡Qué mi hijo es muerto, oh cielo!
Llévenme a verle mis pies.

JERSÁN:

Yo le vi morir, abuelo.

SÉFORA:

¿Qué es de mi hijo ¡oh Moisés!
espejo en quien me consuelo?

YETRO:

  No es éste mi nieto. Di,
Jersán, ¿para qué has mentido?

JERSÁN:

Digo que llevarle vi.

SÉFORA:

¿Eres tú, hijo querido?

ELIEZER:

Madre, vivo estoy aquí.

SÉFORA:

  Pues ¿qué me has dicho, ¡oh rapaz!?

MOISÉS:

Séfora, la verdad dijo,
porque el ser vos pertinaz
tuvo a punto a vuestro hijo
de ser de vida incapaz.
  Por no estar circuncidado,
un ángel le degollaba,
de Dios a hacerlo enviado,
si su padre no lloraba
su muerte y vuestro pecado.
  Siempre me habéis resistido,
y vuestro frívolo amor
tal lástima le ha tenido,
que doliéndoos su dolor,
casi su muerte habéis sido.
  Vos pecasteis, y los dos
venimos a padecer;
lo pagaréis, ¡vive Dios!
Tomad, Séfora, a Eliezer
y circuncidalde vos.
  No hay que replicar: tomalde
y a ese monte le subí.

SÉFORA:

¿Hay más fiereza?

MOISÉS:

Llevalde.

SÉFORA:

¿Yo misma?

MOISÉS:

Vos misma, sí;
Séfora, circuncidalde.

SÉFORA:

  No me trates de esa suerte.

ELIEZER:

Hágalo mi abuelo, padre.

MOISÉS:

¡Vive Dios que no he de verte,
por descuido de tu madre,
en otro trance de muerte!

SÉFORA:

  Verdugo quieres que sea
de un hijo.

MOISÉS:

El cielo lo quiso
y él mismo en esto os emplea:
vierta un hijo incircunciso
sangre que su madre vea.

SÉFORA:

  Llevaréle, aunque a pesar
de mi mismo sentimiento.

YETRO:

Vámosle a circuncidar.

SÉFORA:

¡Oh, cómo siento el tormento,
hijo, que habéis de pasar!

MOISÉS:

  Tomad, veis aquí un puñal
con que le circuncidéis.

SÉFORA:

¿Eres hombre racional?

MOISÉS:

Séfora, ¿no obedecéis?

SÉFORA:

Voy, mi bien, a haceros mal.

MOISÉS:

  Vos, pues otro no se halla,
sed padrino de Eliezer.

YETRO:

Yetro te obedece y calla.

MOISÉS:

Esta será menester.
Llevad, hijo, esta toalla:
  a cada uno os he dado
su oficio: ejecutad luego.

SÉFORA:

Haráse cuanto has mandado.

MOISÉS:

Incircunciso le entrego:
dádmele circuncidado.

YETRO:

  Dame ese puñal y espera:
yo seré cruel por ti.

SÉFORA:

No ha de ser de esa manera;
Moisés me lo manda a mí,
yo lo he de hacer aunque muera.
  Moisés, mi esposo querido,
que mi sentimiento tierno
dé en mi alma un estampido;
piérdase el amor materno
y obedézcase al marido.

JERSÁN:

  Madre, a mi hermano consuele:
mire que va sin solaz;
dígale que no recele,
que yo también, más rapaz,
me circuncidé, y no duele.

(Tocan flautas. Vanse, llevando YETRO a ELIEZER de la mano; SÉFORA el puñal desnudo, JERSÁN la toalla.)
MOISÉS:

  De esta manera, Señor,
mi obligación ejecuto,
y excuso vuestro rigor;
que se os debe este tributo
como a tal legislador.
  La ceremonia acabada,
para librar a Israel
encomienzo mi jornada,
que como ministro fiel,
sólo serviros me agrada.
  Venido mi hermano Aarón,
mi camino se endereza
al pueblo de Faraón;
que amoneste mi rudeza
su famosa erudición.

(Entra AARÓN solo.)
AARÓN:

  ¿Con qué ocasión, Señor, me habéis traído
a este desierto que conozco apenas?
En Babilonia estaba entretenido
oyendo quejas y llorando penas.
¡Qué mudanza tan breve aquesta ha sido
que, según dicen, piso las arenas
de Madián la fértil y abundosa,
un tiempo amable a Dios y ahora odiosa!

MOISÉS:

  ¡Cómo se ve que interviene
Dios en librar a Sión!
Vengas, elocuente Aarón,
en paz, pues en ti Dios viene.
Tu hermano soy, no te alteres
de verme como me ves.

AARÓN:

¿Eres Moisés?

MOISÉS:

Soy Moisés.

AARÓN:

Si tú me traes, ¿qué me quieres?
  Desde Babilonia aquí
casi a vuelo he caminado.

MOISÉS:

Y dime Aarón, ¿en qué estado
queda el pueblo?

AARÓN:

Escucha.

MOISÉS:

Di.

AARÓN:

  De la cruel Babilonia,
adonde ladrillos hacen
los israelitas cautivos,
oye, Moisés, las crueldades.
Oirás de los viejos tristes
mil lástimas, que en los aires,
pidiendo al cielo venganza,
causan lástima a las aves.
Verás llenos de suspiros
los bárbaros homenajes
que de tantos pechos fieles
atropellándose salen.
Verás abundosos ríos
de lágrimas de cobardes,
que por no morir con honra
riegan las gitanas calles.
La nobleza de Israel
infames ladrillos hace,
con que levantan los muros
donde se despeña y cae.
La clausura en las doncellas
no la busques ni la aguardes;
que por servir a sus dueños
lavan paños y agua traen.
Aquellos héroes famosos
de rëal estirpe y sangre,
en Babilonia edifican
sus pirámides de jaspe.
De sed revientan los hijos,
los padres mueren de hambre,
mezclándose, tristemente,
voces de hijos y padres.
No hay en Israel matrona
que borde, matice o labre,
porque infames las emplean
en edificios infames.
Si por tus padres preguntas,
ya murieron nuestros padres
con la mayor sinrazón
que pudiera imaginarse;
que mandó el Rey enemigo,
porque al gitano mataste,
que los afligidos viejos
tu culpa, sin culpa, paguen.
Mil lástimas te dijera,
pero por no lastimarte,
a otra ocasión las remito;
quiera Dios que antes acaben.

MOISÉS:

¡Oh, bárbara Babilonia,
en cuyos sepulcros yacen
los más famosos varones
que hace el mundo memorables!
Hoy me parto; allá me espera;
tus puertas bárbaras abre;
que pienso sacar por ellas
mis israelitas triunfantes.
Desbarataré tus muros,
tus molduras y filabres,
y las aguas de tus ríos
haré convertir en sangre.
Comisión llevo del Cielo,
Aarón; caudillo me hace
Dios de su pueblo querido,
para que libre le saque,
y para que tú me ayudes
con tu elegancia, te trae;
que de mí quiere bravezas,
y de ti sólo que hables.
Esta prodigiosa vara
llevo para hacer señales;
que para espantar mil reinos
las menores de ellas baste.
Vamos, Aarón elocuente;
venguemos a nuestros padres;
que hoy verás salir de Egipto
los que en él adobes hacen.

AARÓN:

  Lleno estoy de admiración;
cuanto me has dicho me asombra.

MOISÉS:

¿De qué te espantas, Aarón?
¡Vive Dios, que Dios me nombra
por rayo de Faraón!
  No tienes de qué dudar,
porque yo llevo poder
de hacer la tierra temblar;
llévole de oscurecer,
y llévole de alumbrar.
  Verás, Babilonia airada,
cuánto extiendo mi poder;
que a puros golpes de espada
ha de volver a caer
la corona derribada.
  No me pienso detener;
que el caso brevedad pide.

AARÓN:

Pues vamos. ¿Qué hay que hacer?

MOISÉS:

Cuando un hijo circuncide,
Séfora, que es mi mujer.

(Tocan música. Sale JERSÁN con toalla, y ELIEZER con una tunicela blanca, SÉFORA con el puñal, y YETRO.)
SÉFORA:

  Ya por mi mano airada
queda la sangre de Eliezer vertida;
vesme aquí ensangrentada
con el golpe cruel que di en mi vida.
a quien te restituyo
circuncidado, como hijo tuyo.
  Fuiste esposo de sangre
para mí, pues con ella me ensangrientas,
¿quieres que me desangre
a mí misma, Moisés? Si te contentas
con ver sangre vertida,
tu voluntad se cumplirá en mi vida.

MOISÉS:

  Ahora, hijo adorado,
os conozco por tal: dadme los brazos;
que nunca os habré dado
abrazos tan del alma.

ELIEZER:

Tus abrazos
procuraré, si de ellos me despides,
aunque segunda vez me circuncides.

MOISÉS:

  Mi esposa, Aarón, es ésta,
éstos mis hijos, y este viejo anciano
es quien honor me presta;
padre, dadle los brazos, que es mi hermano.

YETRO:

Seáis muy bien venido.

AARÓN:

Mucho huelgo de haberos conocido.
  Y habéis de perdonar,
que sin saber que os le hacía
he de haceros un pesar:
Moisés va en mi compañía,
porque le vengo a llamar.

MOISÉS:

  Hacemos una jornada
hasta Egipto, de importancia.

SÉFORA:

¿No estoy bien atormentada?

MOISÉS:

Voy a hacer una ganancia
mucho de mí deseada;
  dadme los brazos y adiós.

YETRO:

Hijo, qué, ¿os vais en efeto?

MOISÉS:

Y siento el irme por vos.

SÉFORA:

¿No más de por su respeto?

MOISÉS:

¡Oh, mal dije! Por los dos.

SÉFORA:

  Y qué, ¿te vas sin decirme
cuándo la vuelta has de dar?

MOISÉS:

Séfora, dirélo al irme.

SÉFORA:

Bien sabes atormentar.

MOISÉS:

Y tú bien sabes ser firme;
  vamos, hermano.

SÉFORA:

Venid,
hijos, pues que vuestro padre
quiere dejaros ansí.

ELIEZER:

Llorando deja a mi madre;
padre, ¿vendrá presto?

MOISÉS:

Sí.

(Vanse. Sale LEVÍ solo, preso.)
LEVÍ:

  Si no hay honra en tantos nobles,
dobla, cruel Faraón,
la cruel persecución,
si es posible que la dobles.
  Como que no hay un caudillo
que contra ti se levante,
no hay cosa que así me espante,
avergüénzome en oíllo.
  ¿Por qué me dejas morir
de hambre, cruel gitano?
Pero en poder de un tirano,
¿para qué quiero vivir?
  Tres días debe de hacer
que en esta prisión estoy,
y otros tantos ha con hoy
que no me dan de comer.
  Que el Rey, porque su corona
esté con seguridad,
no hay hebreo en la ciudad
robusto a quien no aprisiona.
  Muriendo estoy: ya no puedo
sufrir tan fiero rigor.

(Entra ROSELIA, mujer de LEVÍ.)
ROSELIA:

Donde hay verdadero amor,
¿cómo puede caber miedo?
  Entraré, a pesar del Rey,
a ver a mi esposo amado.

LEVÍ:

¡Ay, Roselia, que has entrado
a verme contra una ley!
  ¿No sabes que el Rey ordena
que no me visites?

ROSELIA:

Sí;
pero vivir yo sin ti
es para mí mayor pena.
  Cuando me mande matar
el Rey porque te visito,
morir por ese delito
es acabarme de honrar.

LEVÍ:

  Tendré más que agradecerte.

ROSELIA:

Poco la honra procura
mujer que no se aventura
por su marido a la muerte.

LEVÍ:

  Roselia, de hambre muero:
grandes tormentos me dan:
por un pedazo de pan
diera cuanto bien espero.

ROSELIA:

  Pues no morirás, amigo;
que yo traigo pan aquí.

LEVÍ:

¿Y para quién?

ROSELIA:

Para ti.

LEVÍ:

Mi vida viene contigo.

ROSELIA:

  A una mujer lo hurté
que para sí lo tenía.

LEVÍ:

¡Oh, dulce esperanza mía!
¿Cuándo tal bien pagaré?

ROSELIA:

  Y no quiero que recibas
de mi hurto descontento,
pues en hurtar no te afrento.
Que hurto para que vivas.
  Toma.

LEVÍ:

¡Tanto bien me dan!
¡Oh vivo honor de mujeres!
Desde hoy te llamarán,
no Roselia, sino Ceres,
pues eres la que da el pan.
  Fuiste de mis alegrías
el fundamental cimiento,
pero ya, pues ya me crías
dándome en pan mi sustento,
serás el cuervo de Elías.
  He sentido abrir la puerta:
no sé en qué se ha de parar.

ROSELIA:

Entre el Rey, entre y advierta
que soy tan sola en amar,
que aun he de seguirte muerta.

(Entran el REY y DATÁN.)
FARAÓN:

  Quien quebranta la prisión,
pase por la misma pena.

ROSELIA:

Preso está mi corazón,
que no hay más fuerte cadena,
rey, que la de mi afición.
  Pero presa quedaré,
pues fui quien contra tu ley
las prisiones quebranté,
que tú, en efeto, eres Rey,
y yo esclava de mi fe.

FARAÓN:

  Poned esta loca hebrea
donde padecer mis males
su mismo esposo la vea.

ROSELIA:

Haznos en penas iguales;
que harto pena quien desea.

FARAÓN:

  Entre esas redes esté
y de sed y hambre muera.

LEVÍ:

Yo por ella moriré.

FARAÓN:

Llevalda.

(Llévasela DATÁN.)
LEVÍ:

Datán, espera.
¡Todo mi bien se me fue!
  ¿Qué es esto, infiel Avirón?
¿Qué razón hay que permita
que prendan mi corazón
y sea un hombre israelita
ministro de la prisión?
  ¿De qué manera volvéis
por vuestra sangre, insolentes?
Poca lealtad tenéis,
pues vuestros mismos parientes
por un vil privar vendéis.

FARAÓN:

  De muy poco os espantáis,
pues no ha de parar mi ira
hasta que todos muráis.

(Entra ABIUD, viejo cautivo.)
ABIUD:

Los gritos del pueblo mira.

FARAÓN:

¡Perros, en vano los dais!
  Que hoy por la raíz arranco
la vil cepa de Israel.

ABIUD:

Si este mi cabello blanco
te mueve como tan fíe],
procede como tan franco.
  ¿Por qué nos mandas matar
de hambre, no trabajamos?
¿No nos has de sustentar?

FARAÓN:

De propósito os matamos;
no hay más: morir y callar.

(Entra ZABULÓN, viejo cautivo, y DATÁN.)
ZABULÓN:

  Rey, pues siempre el pueblo hebreo
te sirvió, ¡mira que muere!

FARAÓN:

¡Viejos vanos, ya lo veo.
Mi gusto acabaros quiere!

(Vase DATÁN.)
ABIUD:

Por no te ver lo deseo;
  pero si tanto rigor
usas y así te embraveces,
a ese nuestro vencedor,
¿para qué le favoreces?
Dirás que porque es traidor:
  ¡Muera con nosotros, muera,
pues es de nuestra nación!

FARAÓN:

No ha de ser de esa manera.

ZABULÓN:

¡Mueras, ingrato Avirón,
por aquel que más te quiera!

(Sale DATÁN.)
DATÁN:

  En fuertes prisiones queda,
Rey, la esposa de Leví.

LEVÍ:

Lo mismo, infiel, te suceda,
y sucediéndote así,
nadie remediarte pueda.
  Quiera Dios, verdugo infante
de la sangre de Israel,
que un tigre te la derrame,
y habiendo nacido de él,
nadie su hijo te llame.

(Dicen dentro: «¡Libertad, libertad!» Entra un CAPITÁN gitano.)
CAPITÁN:

  ¿Qué haces con tanta flema,
Rey, que no hay hebreo ya
que tus justas leyes tema?
Junto todo el pueblo está
por fuego, y a todos quema.
  Que viéndose maltratados
esos traidores hebreos,
vienen, bien o mal armados,
brotando vanos deseos,
hasta aquí en miedo enterrados.
  Fáciles son de vencer,
aunque en gran número están;
toque Egipto a acometer;
que no tienen capitán
ni nadie lo quiere ser.
  Aunque es tanta tu grandeza,
pienso que hubiera allegado
a lo sumo su braveza,
si aquel pueblo, alborotado,
no estuviera sin cabeza.
  No aguardes a que se elija;
que son hombres de opinión.

FARAÓN:

Falta un traidor cine los rija.

DATÁN:

¿Cómo, si todos lo son?

FARAÓN:

No hay poder que los corrija;
  pero llevarlos por bien
es mayor sagacidad.

DATÁN:

¡Que en tal propósito estén!

(Dentro.)
ISRAELITAS:

¡Libertad, libertad!
y ¡viva Jerusalén!

FARAÓN:

  Vosotros, viejos infames,
habéis de pagar por ellos.

ABIUD:

Primero que tal me llames,
sufriré que en mis cabellos
blancos mi sangre derrames.

DATÁN:

  Trátalos bien, y verás
cómo sujetos los tienes.

FARAÓN:

Sosegaldos, no haya más;
yo les franqueo sus bienes.

ABIUD:

¿Haráslo así?

FARAÓN:

Verlo has;
  y más: haré que el gitano
que ofendiere algún hebreo
le mataré por mi mano.

ABIUD:

Por decirlo un Rey, lo creo;
pues yo voy y los allano.

FARAÓN:

  Libres a todos os dejo;
sosegad al pueblo infiel.

ZABULÓN:

Para morir me aparejo.

ABIUD:

Ea, hijos de Israel:
la libertad aconsejo.

(Éntranse los viejos. Dicen dentro: «¡Libertad, libertad!»)
LEVÍ:

  Pues presa a mi esposa tienes,
mandámela, Rey, soltar,
pues a honrarnos te previenes.

FARAÓN:

Ésa no te puedo dar,
que la dejo por rehenes.

LEVÍ:

  Mándala quitar los hierros.

FARAÓN:

Cuando tanto la regale
verás llanos esos cerros.

DATÁN:

¡Ah de la guardia; el Rey sale:
haced plaza entre esos perros!.

(Dicen dentro: «¡Plaza, plaza!», y vanse el REY y los demás y queda LEVÍ.)


LEVÍ:

  No tiene talle este aleve
de dejar de ser quien es;
ea, hebreos, Dios os mueve;
haced por vuestro interés
cada uno lo que debe.
  Y si por faltar cabeza
que os gobierne enflaquecéis,
vaya aparte la flaqueza;
que algún valiente hallaréis
adonde hay tanta nobleza.
  Yo estoy en esta prisión;
que bien sabe el Rey cruel
que es fuerte mi corazón;
libres sois: ¡viva Israel,
y muera el rey Faraón!

(Vase LEVÍ, y salen AARÓN y MOISÉS.)
MOISÉS:

  Segunda vez, Babilonia,
vuelvo a visitar tus calles;
segunda vez de tus muros
he visto los homenajes;
pero vengo con intento
no de verte ni de honrarte,
sino de vengar injurias
que injustamente te hacen.
Comisión traigo del cielo,
y Aarón mi hermano la trae,
para hacer en Egipto
mil prodigios y señales.
Ya me acuerdo cuando un tiempo
entré en un carro triunfante
por la famosa victoria
que en Sabá alcanzó mi alfanje.
Y ahora vengo, cual debo,
a honrar los de mi linaje,
que en infame servidumbre
entre mil prisiones yacen.
Hijos de Israel, dejad
a esos gitanos infames;
vuestro caudillo Moisés
os llama: salid y habladle.

AARÓN:

A los viejos israelitas
mandé avisar que te aguarden
en este puesto, y se tardan.

MOISÉS:

No tardan, pues que ya salen.

(Salen ABIUD y ZABULÓN, viejos cautivos.)
ABIUD:

¡Oh valeroso israelita!
Si para que te señales
en nuestra defensa vienes,
Israel toda te alabe.
¿Qué comisión es la tuya?
Ya [...]
Que aunque te faltan las canas,
es bien que entre canas mandes.

ZABULÓN:

Aquí nos maltrata el Rey
con castigos miserables:
si puedes sacarnos libres,
ya esperamos que nos saques.

ABIUD:

Muestra famoso Moisés,
en nuestro favor tus partes;
que de tanta gentileza
cualquier bien puede esperarse.

MOISÉS:

Mi comisión, nobles viejos,
es que os libre desta cárcel,
adonde el rey Faraón
tantos agravios os hace:
testigo es aquesta vara,
y el secreto que en sí trae,
de la comisión que traigo,
pues se ardía, sin quemarse.
Vengo por vuestro caudillo
con privilegios bastantes
para que deshaga Egipto
si Egipto me lo estorbare;
¿queréisme por capitán?

AARÓN:

¿Quién mas que mi hermano vale?
Amigos, ¡viva Moisés
para vuestras libertades!

ABIUD:

¡Viva Moisés, israelitas!
Hacedle el digno homenaje
que antiguamente Israel
ha hecho a sus capitanes.
[...] os pies vencedores.

MOISÉS:

Nadie vencedor me llame
hasta que del mar Bermejo
sanos y libres os saque.
Y saldréis de Babilonia,
a do vivís miserables,
que de Madián, la fértil;
Dios a este efeto me trae.

(Éntrense todos apellidando libertad. Dase la batalla dentro con muy gran ruido de cajas y armas, lo mejor que ser pudiere, y luego salgan todos los más cautivos que pudieren, hombres y mujeres y los vicios, y dice ZABULÓN.)
ZABULÓN:

  ¡Viva el famoso Moisén,
por quien todos deseamos
la nueva Jerusalén!

ABIUD:

¡Él viva y todos vivamos!

AARÓN:

Gracias al cielo se den.

ABIUD:

  ¡Viva, gran Moisés, tu espada
para nuestra redención!

AARÓN:

Con esto queda acabada
la milagrosa elección
y corona derribada.