Obras rimadas de Ramon Lull/La conquista de Mallorca

(Redirigido desde «La conquista de Mallorca»)
Obras rimadas de Ramon Lull: Escritas en idioma catalan-provenzal. Publicadas por primera vez con un artículo biográfico, ilustraciones y variantes, y seguidas de un glosario de voces anticuadas (1859)
de Ramon Llull
La conquista de Mallorca
DE LULIO.



LA CONQUISTA DE MALLORCA.





Si hoy canto con placer la grande empresa; si hoy hallo ocasion para cantar al rey Don Jaime el Conquistador, al varon portentoso que siendo terror y escarmiento de los moros, dejó atrás las gloriosas hazañas de Wifredo el Velloso;

Es porque con la toma de Mallorca fué encontrada una maravilla; maravilla que la sabiduría inmensa de Dios y su omnipotente poder, permitió que se descubriese al conquistarse una isla de plata.

Unidad, que te sientas en el lugar mas elevado; para que mi canto sea digno ¿por qué no reunes en mí la ira tremenda, y el esforzado brazo de Abu-Soleyman, y haré que mi pensamiento se dilate del uno al otro confin del mundo?

Pluguiese á Dios que me fuese dado hablar en estilo digno del estruendo de las armas y de la sangre que se vierte en los combates; y que estendiéndome en hondas consideraciones, os pudiese ofrecer una obra que rivalizara con la de los Fastos con que Ovidio dotó al orbe.

Mas ya que no son para mi éstro las mas grandes conquistas del mundo, dignas tan solo del númen de Horacio ó de Bertran de Born y tantos otros poetas insignes; recuerdo en mi canto los hechos siguientes.




I.

Inflamado por el deseo de la conquista, sale el rey Don Jaime á la mar con su armada compuesta de numerosas naves: aompáñanle sus barones, donceles y prelados, los mejores guerreros de su tiempo, los cuales secundan con ardor el bienaventurado deseo de su monarca.

II.

Flotaba la armada de mil galeras, formando sobre las ondas un puente de madera, cuando aquel que tiene en el cielo su esplendente trono, lanzó sobre nuestras riberas y nuestros mares todos los horrores de los vientos desencadenados, del rayo y de la tempestad.

III.

La nave que á su placer conduce el esclarecido rey á la gran conquista, hizo sus señales para reunir la armada que consideraba ya estraviada y perdida; mas la flota no puede favorecer el gran deseo del rey para llevar á cabo la atrevida empresa.

IV.

Dirigió entonces el rey su pensamiento á Dios, y sollozando y vertiendo lágrimas, dijo con mucha tristeza:—«Señor! dignaos prestarme vuestro ausilio en este viaje, que emprendí por honra vuestra, así como protegiste á Nabucodonosor y á Faraon después de haberlos castigado; restituid la luz al cielo y al mar la calma.»

V.

«Plázcaos que pueda llevar á feliz término el hecho que emprendí, para ensalzar la cruz donde espirasteis en el destierro de este mundo. Plázcaos, Señor, que se cumpla mi deseo, á fin de que no oigais mas á los infieles de Mallorca sin que nada de ellos podais esperar.»—

VI.

Entonces el rey hizo enarbolar en el mástil de su nave el pendon de Jesu-Christo, y en los bajeles apareció la bandera aragonesa. Casi toda la armada había estado á punto de perecer, mas no plugo esto á Dios, que había abierto á las armas de Aragón el camino de la gloria.

VII.

Las ondas del mar que enfurecidas habían desbaratado aquel inmenso escuadron de naves, recobró su perdida calma. Las cumbres de la isla aparecian ya á los ojos de los conquistadores: y el brazo de Dios que durante aquel dia tan adverso se había mostrado, hizo aparecer en el cielo la luz del sol, y la armada toda trocó en alegría su tristeza.

VIII.

Entonces el almirante Bonet que guia la navemayor, con gritos de alegría se acercó á la galera del rey y le dijo:—«Ya plugo á Dios por fin! Mirad, señor, mirad otra vez reunida vuestra flota, y si es la voluntad de mi rey, dirijámonos sin tardanza hácia la parte de mediodía.»—

IX.

Cuando el rey vió todas sus naves, que en tanto cuidado le habían tenido, dijo pesaroso, derramando lágrimas de ternura:—«Señor! la grande armada que habeis querido restituirme, salva de los horrores de la tormenta, os prometo que irá por vos á lanzar en las profundidades del infierno el coaligado poder de los mahometanos.»—

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Y en tanto que así hablaba el rey, con sus ojos fijos en el cielo, inquieto por el daño que había sufrido su flota, vió al bajel de Don Nuño que hácia él se adelantaba, y díjole el esforzado caudillo con el gozo y la alegría pintados en su semblante:—«Señor rey! plázcaos seguir adelante en vuestro viaje.»—

XI.

Entonces la nave real hizo seña, á la cual respondieron todos los bajeles, levantando en alto sus confalones. El mar acabó de serenarse, y la brillante lumbrera del cielo hacía mas agradable el camino que la flota seguia; y esta continuó su curso gritando todos:—«Sús! sús! guerra á muerte á los moros!»—

XII.

La flota se desliza rápidamente sobre las aguas sin que apenas lo adviertan los guerreros, entregados todos á la alegría. Don Nuño esclama, fijando sus ojos á la parte de mediodía y distinguiendo los elevados minaretes de la isla:—«Señor rey! si os place, pudiéramos dirigir nuestras preces á la vírgen María.»—

XIII.

Plugo al rey lo que Don Nuño proponia; la nave real dió aviso por medio de sus señales, y la flota contestó levantando en alto sus confalones. Entonces el rey, el obispo y el abad, con ánimo contrito, dirigieron su pensamiento al cielo y la hueste toda se puso en oracion.

XIV.

Y el obispo, con voz trémula, entonó el Ave-Maris en honor de la reina de los cielos, y todos los prelados juntamente con el rey, puestos en fervorosa oracion, cantaron devotamente y con voz triste el Kirieleyson.

XV.

Entonces D. Nuño esclamó:—«Señor rey! puesto que ya dejamos la mar y nos es necesario tomar puerto en Mallorca, pensad en lo que debemos hacer para dar comienzo á nuestra empresa, si os place batallar con la odiosa horda sarracena.»—

XVI.

Reflecsiona el rey lo que en tal ocasion conviene hacer, y dice al obispo y á D. Gaston:—«Si os parece, podríamos enviar un galeote hácia la costa para esplorarla, en tanto que el dia amanece, y elegir el lugar mejor en donde pueda dar fondo nuestra flota.»—

XVII.

—«Si lo teneis á bien, le respondió el obispo, podria prestar este servicio la nave del almirante Bonet, el mas apto para inquirir el sitio, en el cual con menos peligro la armada toda pueda guarecerse, y que ofrezca mayores ventajas para el desembarco de vuestro ejército.»—

XVIII.

Plugo al rey cuanto propuso el obispo y dijo al almirante Bonet:—«Vamos! vamos! adelantáos con vuestro bajel y buscad sin tardanza el punto de la costa mallorquina mas apropósito para nuestro objeto, y volved enseguida á decírnoslo, si habeis conseguido encontrarle.»—

XIX.

Cuando con su nave el intrépido marino hubo hecho la esploracion que se le habia confiado, volvióse á la flota y dijo al rey:—«Señor! por esta mitad de la isla no es posible tomar puerto, porque la costa es brava y escarpada. Si os place podremos dirigirnos hácia la parte de mediodía.»—

XX.

Con acuerdo de lo barones y ricos hombres del ejército, la armada cambió de rumbo, hasta anclar en el lugar llamado la Palomera; y cuando el rey vió allí reunidas todas sus naves, elevó sus ojos y sus manos al cielo, esclamando:—«Ayudadme, ó Dios, en esta grande empresa!»—

XXI.

Y entonces vino el moro Alí en la galera real, y prosternándose de rodillas ante el rey Don Jaime, esclamó:—«Apresuráos, señor! corred hácia la ribera! vuestra es esta preciosa isla en donde el mal nunca se albergó! Así me lo ha dicho mi anciana madre, que escrito lo encontró en el libro de los destinos.»—

XXII.

Mientras esto acontecia, el rey dijo á los marineros:—«Seguid el camino tan luego como entre la noche; y observad cual sea el lugar mejor para nuestro desembarco.»—Y émulos en gloria y valor D. Nuño Sanz y D. Ramon de Moncada, quisieron lanzarse juntos al lugar del peligro.

XXIII.

Y sus naves con mucho silencio y cautela esploraron la costa durante toda la noche, y estuvieron en acecho, y cuando el albor de la mañana apareció en el oriente, dijo D. Nuño al rey:—«Señor! nada temais: por esta parte encontré lugar donde pudiéramos desembarcar felizmente.»—

XXIV.

Y la armada entera levó las anclas sin hacer el menor ruido, y se encaminó hácia el punto designado. Mas los paganos no bien de ello se hubieron apercibido, cuando levantaron hasta el cielo su gritería: y entonces el rey Don Jaime dijo, lleno de ardimiento y valor:—«Pronto, compañeros! adelante en nombre de Dios!»—

XXV.

Obedientes á esta voz D. Nuño Sanz, D. Ponce Hugo y D. Gerardo de Cervellon quisieron los primeros saltar en la enemiga tierra, y D. Guillen de Moncada lo hizo con la mayor decision y denuedo, y trás él su hermano D. Ramon con D. Gaston de Bearne, y luego el rey con todo su séquito de barones y ricos hombres.

XXVI.

Y en tanto que Don Jaime saltaba á tierra, D. Ramon de Moncada acometió valerosamente al enemigo, y con los bravos soldados de su mesnada arrolló las contrarias filas. Espantados los moros con el fuerte empuje, huyeron despavoridos y en desórden, y no hubo sarraceno que quedase con vida de cuantos estuvieron al alcance de las armas cristianas.

XXVII.

Cuando el rey hubo puesto pié á tierra y encontró ganado el primer encuentro, dijo enojado:—«Mucho nos duele! Batalla travóse sin que nos estuviésemos en ella! Malhaya! ¡Sús, caballeros! Seguidme, que tengo afan de ver sangre musulmana.»—

XXVIII.

Y montando Don Jaime á caballo, entróse tierra adentro con varios de los suyos, persiguiendo á los fugitivos. Peleando á derecha y siniestra, muchos fueron los enemigos que cayeron bajo el filo de su espada. Poco despues el monarca y los que le seguian vieron con placer la hueste numerosa de los sarracenos que se habia tomado posicion sobre un cerro.

XXIX.

Entónces distingue el rey á un moro armado de piés á cabeza que hácia él se dirigia, amenazándole con la punta de su lanza. Al columbrarle el rey, le dijo:—«Ríndete, malvado!»—Y el sarraceno respondió:—«Jamas estuve acostumbrado á rendirme!»—Y en tanto un caballero del séquito del rey le hirió de muerte.

XXX.

Y cuando Don Jaime vió mas léjos en el campo á Mem-Ladron que combatia con los sarracenos, dijo á D. Nuño:—«Acechad trás ese collado con Gil de Alagon y Arnaldo de Finisterra, en tanto que voy á vencer aquellos tres moros que mas allá distingo.»—

XXXI.

Mas, Gil de Alagon, desobedeciendo las órdenes del rey, se precipitó sobre dos sarracenos, hiriéndoles el rostro con sus puños, y Don Jaime entónces corriendo hácia D. Gil, le dijo:—«¡Qué! ¿Acaso no sabe el de Alagon el ordenamiento de buen doncel?»—

XXXII.

Y D. Gil de Alagon contestó:—«Señor rey! Sabed que aquí vine para matar infieles. Si es otra vuestra voluntad, podeis reprender al mal baron cuando os desobedece, pero no ofender de tal modo al buen doncel.»

XXXIII.

«Y sabed tambien que Gil de Alagon se separa desde ahora de vuestro servicio. Sarracenos matareis vos si os place; y donceles hay que sabrán batir á los guerreros de vuestro ejército, y aun á Gil de Alagon le será dado hacerlo.»—Y el rey le replicó:—«Id, miserable, id enoramala.»—

XXXIV.

Y la hueste se dirigió entónces hácia el collado cargando sobre los moros, y haciéndoles gran destrozo. Muy cerca de mil de los sarracenos cayeron allí sin vida; y espantados los demas, dando alaridos, huyeron internándose por la selva.

XXXV.

Y luego el rey volvióse al campo muy satisfecho de la jornada, y al verle Ramon de Moncada le dijo con razon y enojado:—«¿Qué hicisteis, señor rey? ¿Os habeis acaso propuesto perderos y perdernos á todos? Si lanzándoos al peligro sucumbierais, ¿quién de nosotros escaparia con vida de esta tierra?»—

XXXVI.

Guardó silencio el rey á estas palabras, y añadió D. Guillen de Moncada:—«En verdad que nos demostrais ser modelo de caballeros. Sin duda que ninguno hay tan valiente y esforzado como vos; mas con poco seso procedeis esponiéndoos así al peligro. No obreis otra vez así, señor rey, no obreis otra vez así.»—

XXXVII.

Y cuando la noche empezaba á difundir la sombra por el cielo, todos los barones pusieron en el campo sus avanzadas; y en tanto el xeque de Mallorca salia con toda su hueste de la capital, que hermosa aparecia en lontananza; y allí sobre los cerros de Portopí se preparó para la gran batalla.

XXXVIII.

Apresuróse Mem-Ladron á dar noticia de esto al rey, enviándole desde luego mensajeros. Entretanto vino la luz del alba y con ella se levantó la hueste toda. Llama el rey á los guerreros para que asistan al santo sacrificio de la misa que ordena celebrar; y acabado que fué, dijo el obispo D. Berenguer:

XXXIX.

—«Marchad, barones! puesto que vuestra mano ha empuñado las armas por la honra de Dios, Dios os acompañará en el combate y á todos os tendrá por suyos. Adelante, paladines! herid con golpes fuertes y certeros, que alcanzará el cielo el que de vosotros muera por la fe de Jesu-Cristo.»—

XL.

Y en seguida empezó á moverse la vanguardia, que se componia de los soldados de D. Guillem y D. Ramon de Moncada y de los templarios; y pronto se distinguió tras el collado á la horda sarracena, preparada para el combate; y dada la señal, con pavoroso estrépito se trabó la lid, haciendo cada parte cuanto podia.

XLI.

La vanguardia hizo esperimentar grandes daños al enemigo, porque los cristianos peleaban con denuedo por la fe de Cristo. Mas allí acabó peleando D. Guillem de Moncada su gloriosa carrera; allí murió tambien D. Ramon de Moncada como un héroe defendiendo su estandarte, y con ellos el valiente Desfar y Hugo de Mataplana, el buen trovador.

XLII.

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Hallábase ya derrotado y vencido el ejército de Infantilla, y las armas de la hueste del rey Don Jaime apenas encontraban ya enemigos que vencer por aquellos alrededores. Plugo á Dios dar á los infieles el castigo que merecian, y dijo el valeroso monarca: —«Entremos en la ciudad!»—

* * *

Y pronto se vió tremolar sobre las torres de sus muros el pabellon aragonés, y reducido á cenizas el de Mahoma: y D. Nuño, con muestras de verdadero gozo, dijo á Don Jaime:—«Señor rey! esta es la puerta de la ciudad que ya os pertenece, tomadla ante todo, y sed vos el primero que entre por ella.»—Y en seguida fué aclamado y victoreado por rey de Mallorca.

—«Adelante! adelante! dijo Don Jaime á sus prelados y barones, cuando vió á la hermosa ciudad llena de escombros, estended vuestras miradas; y pues tenemos segura la posesion de la capital, podeis desceñiros el casco, que con el ausilio de Dios, está ya conquistada la isla de Mallorca.»—

* * *

Y entonces el rey para descansar de las fatigas de aquel dia, y para reponerse del daño que habia esperimentado, se quitó el yelmo, depuso su espada y se desnudó de su armadura. Y luego esclamó:—«Honremos á Mallorca, colmándola de beneficios.»—

* * *

Y ya que el rey, ó Dios mio, ha dejado las armas que con tanto esfuerzo ha empleado en honra y servicio vuestro; ya que las afiladas lanzas están descansando sin que arranquen á los combatientes lágrimas ni lamentos, razon es que suspenda mis versos y dé fin á mi canto.