La conciencia del sexo 2

El Museo universal (1868)
La conciencia del sexo 2
de A. Ribot y Fontseré.

Nota: Se ha conservado la ortografía original.

La conciencia del sexo
Conclusión

La opción no seria en manera alguna dudosa para la generalidad de los hombres, si en lugar del caso que hemos supuesto de dos mujeres hermosas absolutamente iguales por sus cualidades físicas, de las cuales la una fuese, literata y la otra careciese de este requisito, se les diese á escoger entre una literata que fuese fea y una literata que fuese algo menos fea, o entre una literata regularmente parecida y una no literata algo mejor parecida, ó entre una literata bastante bella y una no literata que fuese aun mas bella.

En todos estos casos la lucha seria imposible; la literata quedaría generalmente postergada.

Hablamos de elecciones libres, de elecciones en que no obro mas que la simpatía que atrae unos á otros á los individuos de sexos diferentes. Claro está que si la literata puesta en candidatura tuviese la talla intelectual de Jorge Sand, cuya fecundidad literaria parece inagotable y cuyas obras maestras son vivamente solicitadas de los editores y del público, tendría en su cabeza una hacienda, y no por otra razón la preferirían los que se casan para hacer un buen negocio.

Pero eso no seria elegir entre dos mujeres, sino entre una mujer y una finca.

Debemos también atenernos á la regla, prescindiendo de las escepciones. De gustos no hay nada escrito, y algunos hombres lo tienen tan estragado, que. se enamoran perdidamente de una mujer, en la cual la generalidad no encuentra el menor atractivo.

Si entre dos mujeres avaramente dotadas por la naturaleza de alicientes físicos, alguno escogiese á la peor dotada de las dos y esta fuese literata, la escogería no por ser literata, sino por ser la peor dotada de las dos, es decir, la mas fea, porque el corazón de. algunos hombres, como id paladar y el estómago de algunos enfermos, puede también padecer su malaria, que es como llaman los patólogos al deseo imperioso de comer substancias irregulares. Asi es como sin necesidad de buscar el móvil en una razón de estado, ó en un cálculo mercantil, ó en un motivo de gratitud, ó en un compromiso ineludible, se esplican ciertos amores que llegan á ser hasta impetuosos y ciertos matrimonios bien avenidos, que de otra suerte no tendrían esplicacion posible. Comparamos al que se casa por amor con una fea, con las embarazadas y j opiladas que comen ávidamente tierra ó yeso.

Pero aunque el cultivo de las letras no preste á las mujeres ningún encanto, tampoco les priva de ninguno de los que naturalmente poseen. Mas perniciosa influencia ejerce sobre su moral que sobre su físico. Sirve para entontecerlas, para volverlas redichas y petulantes, pero no es un gran mal que una mujer sea un poco tonta ó, lo que es lo mismo, un poco vana.

La vanidad, ya que no sea instintiva en el bello sexo como el deseo de agradar, es por lo menos una consecuencia lógica de este deseo satisfecho.

Sin embargo, una mujer, que á la vanidad característica de las mujeres reúna la que es característica de los literatos, debe ser una mujer insoportable. ¿Cuál no será su susceptibilidad? ¿Cuál no será su amor propio? ¡Cuán exorbitante, cuán monstruoso desarrollo adquirirá el sistema nervioso, preponderante en todas las mujeres, en la que se permita la hombrada de añilarse en el genus irritabile vatum!

O el marido, si llega á tenerlo, es de esos de pelo en pecho, inaccesibles á los versos y á la prosa cuando se trata de mantener ilesa la autoridad de su sexo, en cuyo caso ó se divorcia de ella antes de haber llegado á su ocaso la luna de miel, ó la encierra en un convento al primer pretesto plausible de que puede asirse, o distrae de su capital una pequeña cantidad para proveerse de una vara de dos cuartos;

O bien es una alma paccha ó alma de cántaro, un marica, un mandria, que abdica completamente en la mujer sus facultades, y en este caso pasa la pena negra, devora en silencio sus amarguras, y se va al otro mundo avergonzado del ridículo papel que ha tenido que desempeñar en éste.

En cuanto á la belleza física, que es la que mas importa, porque, á mas de ser con frecuencia una copia en caracteres gráficos y tangibles de la belleza moral, es la que generalmente engendra el amor en el corazón del hombre, ya que no sea la que lo sustenta; la belleza física, que es casi siempre la que inicia la pasión, por ser ella la que obra sobre los sentidos, y en el alma como en la inteligencia nihil datur quod prius non fuerit in sensu; la belleza física no sufre ningún deterioro con el cultivo de la literatura.

Entendámonos, no sufre ningún deterioro no siendo la literatura que se cultive una literatura profunda y trascendental, encaminada a descubrir ó propagar una gran verdad, á corregir en cada época los vicios y los abusos que en ella predominan, á esparcir alguna nueva semilla de progreso en el campo del porvenir, ó bien á amenizar los ásperos senderos de la ciencia, ó, cuando menos, á penetrar con el escalpelo de la meditación en tel corazón humano para sorprender y espresar sus sentimientos mas íntimos.

Pero la literatura, tal como la mayor parte la cultivan;

La literatura, que no se para en general mas que en la forma, que se reduce toda ella á hablar al oído, sin decir nada nuevo ni nada importante al corazón y á la inteligencia, que no tiene ninguna tendencia filosófica, ningún objeto social, que no abre á la humanidad ningún horizonte desconocido;

La literatura, que, en lugar de procurar destruir las raices de preocupaciones añejas, se pone con frecuencia al servicio de los que de ellas se alimentan, y si alguna vez se permite atacar algún vicio ó algún abuso, no hace mas que remedar con unos cuantos gestos á tal ó cual literato de otros tiempos;

La literatura, de cuyos cultivadores en general pudiera decir Rossini lo que de un famoso compositor, en cuyas obras encuentra mucho bueno y mucho nuevo, sólo que lo bueno que encuentra en ellas no es nuevo y lo huevo que encuentra en ellas no es bueno;

La literatura, que, tal como se cultiva generalmente en algunos países, donde los sastres y zapateros se llaman artistas cuando hasta los literatos deberían en su mayor parte llamarse artesanos, es una arte puramente plástica, mas mecánica que liberal; La literatura, tal como se cultiva generalmente, puede ser cultivada por las mujeres, sin que se espongan á que el arado de la meditación surque su frente, ni á que encima de sus arcos superciliares se manifieste, por el desenvolvimiento escesivo de las abolladuras frontales, la especie de K griega que, según Lavater, es característica de los grandes pensadores.

Bien puede redondear un período, que es á lo que se reduce todo el trabajo de casi todos los prosistas, la que sabe festonear un pañuelo; bien puede casar consonantes, que es a lo que se reduce todo el trabajo de casi todos los poetas, la que sabe casar colores al bordar las zapatillas de cañamazo que ha pensado regalar á su papá el día de su santo.

La literatura, tal como se cultiva en general, no debería ser cultivada por nadie, y en el caso de cultivarla alguien, no debían cultivarla mas que mujeres. Es un pasatiempo indigno de hombres, sobre todo en los periodos de trasformacion y palingenesia como el que atraviesa la sociedad actual, que reclama el vigoroso concurso de todas las inteligencias varoniles para salir del angustioso estado en que se encuentra.

La literatura actual es una puerilidad, un entretenimiento de chiquillos como los soldaditos de plomo. No tiene objeto. Dejémosla á las mujeres que no tengan otra cosa peor que nacer, para que se las pase el dia entre hacer versos ó prosa y regar los tiestos de los balcones.

Mas vale que escriban que no que caven. Entre las dos defecciones deben optar por la primera. La otra es una contra naturalidad, un crimen de leso sexo.

Un hombre, dando vueltas á una noria como un rocín, afectaría menos su propia dignidad que una mujer dedicada como un hombre á las rudas faenas agrícolas. Porque bajo el punto de vista de su aptitud para los ejercicios corporales, mas se parece el hombre al rocin que la mujer al hombre.

¡Y hay, sin embargo, localidades en Europa en que los hombres obligan á las mujeres a trabajar en el campo! ¡Si serán haraganes y egoístas! ¡Qué mengua para ellas, y sobre todo para ellos!

¿Qué hacen, pues, los nombres en esas desventuradas comarcas, mientras las mujeres aran y cavan? ¿Hilan? ¿planchan? ¿hacen calceta? ¿dan de mamar á los chiquillos?

Por repugnante que sea ver á un hombre con barbas ponerse detrás de un mostrador á despachar varas de cinta y madejas de seda, no lo es tanto como ver á una mujer que, condenada como un gañan á destripar terrones, encallece su epidermis, curte su tez, convierte en ásperas cerdas sus sedosos cabellos, vuelve turgentes sus venas como las de un atleta, y desprendiéndose, por el incesante juego de sus músculos que adquieren un desarrollo monstruoso, del tejido adiposo que redondea sus miembros y da morbidez á sus contornos, adquiere esas formas angulosas y secas que son propias de los mozos de cordel y de las bestias de carga. ¡Qué horror! ¡Y donde hay mujeres que manejan la azada hay hombres que manejan la aguja! ¡Y las mujeres llevan sayas y los hombres pantalones!

No concluyamos sin buscar una disculpa para esas estralimitaciones de los dos sexos. Hagámonos cargo de que en los paises en que la actividad humana encuentra difícilmente aplicación, cada cual se gana como puede, y no como quiere, su pan de cada dia.

A. RIBOT Y FONTSERÉ.