La comadreja y el zorro

Fábulas argentinas
La comadreja y el zorro

de Godofredo Daireaux


La comadreja vivía muy tranquila en una cueva donde había establecido su comercio de huevos; siempre tenía buen surtido, completo y variado de huevos frescos. No faltaban malas lenguas para asegurar que iba al mercado... de noche, y que todo lo que vendía era robado; pero nadie lo podía probar, y por fin el comercio es comercio. Lo cierto es que con todos se entendía muy bien, sabiendo evitar disputas y pleitos hasta con sus competidores: el zorrino, el hurón, el lagarto y demás negociantes en huevos. Buena madre, por lo demás, criaba con esmero a su numerosa prole, dando así el más alto ejemplo de moralidad.

Un día cundió la noticia entre el vecindario de que el zorro, de oficio procurador, muy versado en leyes, más aún, avezado en trampas, iba a honrar la población con fijar en ella su domicilio; famoso era el zorro por los pleitos que había ganado, algunos contra toda justicia; y los vecinos, alborotados, contaban maravillas de su astucia y de sus vivezas, y de su ciencia de jurisconsulto, capaz de enredar al juez más recto.

La comadreja no aplaudía con los demás. Se puso los cachorros en la panza y se mandó mudar a otra parte. «Buen abogado, mal vecino», contestó a los que le preguntaban por qué se iba.