La cojita de las injurias

La cojita de las injurias
de Mauricio Bacarisse

  El mediodía en la barriada pobre
 prendía lentejuelas al andrajo
 y, a toda luz, era color de cobre
 el Madrid de la greña y del zancajo.

  De cúpulas de iglesia realzada
 la ciudad en sus perfiles recortados
 parecía una hembra calcinada
 que enseñase los senos abrasados.

  ¡Incandescencia de fulgores duros!
 El astro en sus lumínicas lujurias
 arrancaba luceros de los muros
 en el hoyo que forman Las Injurias.

  El tinte rubio de la purpurina
 embadurnaba las casuchas hoscas,
 y el parpadeo de la venturina
 se destacaba en las paredes toscas.

  Por una cuesta pina y pedregosa
 una chiquilla coja y despeinada
 bajaba como una grulla temblorosa.
 En su muleta corta iba apoyada

  como un náufrago a un remo redentor.
 La pierna ausente parodiaba el palo.
 (Para los que claudican con rencor
 la vida es un sendero áspero y malo.)

  Con un melindre de caricatura,
 excitando el sollozo o el ludibrio,
 bajaba aquella pobre criatura
 haciendo maravillas de equilibrio.

  Un gozquejo sarnoso la seguía
 importunando su marcha acrobática;
 temerosa la niña se evadía
 con precisión perfecta y matemática.

  Se deslizó por la pendiente gualda
 igual que un saltamontes malherido.
 El perro inmundo se enganchó a su falda
 mordisqueando un volante descosido.

  Y la mofa del can, triste e inicua,
 hacía a la infeliz tambalearse.
 Sobre los guijos de la cuesta oblicua
 creí que la cojita iba a estrellarse.

  Por fin llegó al final de la barranca,
 a un africano aduar sucio e infecto
 donde el proscrito duerme y se esparranca
 con el dolor, el hambre y el insecto.
 
  La cojera infantil era simbólica
 en el barrio canalla y condenado
 donde la carne enferma y melancólica
 se revolcaba al sol rudo y dorado.

  Cual la niña alegórica y tullida,
 en las ocres viviendas requemadas
 hay gentes que renquean por la Vida
 bajo los mimos de sus dentelladas.


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