La cautiva (Echeverría)/El desierto

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

PRIMERA PARTE


EL DESIERTO

Ils vont. L'espace est grand.
HUGO.

Era la tarde, y la hora
En que el sol la cresta dora
De los Andes.—El Desierto
Inconmensurable, abierto,
Y misterioso a sus pies
Se extiende;—triste el semblante,
Solitario y taciturno
Como el mar, cuando un instante
Al crepúsculo nocturno,
Pone rienda a su altivez.

Jira en vano, reconcentra zure
Su inmensidad, y no encuentra

La vista, en su vivo anhelo,
Do fijar su fugaz vuelo.
Como el pájaro en el mar.
Doquier campos y heredades
Del ave y bruto guaridas,
Doquier cielo y soledades
De Dios sólo conocidas.
Que él sólo puede sondar.

A veces la tribu errante
Sobre el potro rozagante,
Cuyas crines altaneras
Flotan al viento ligeras,
Lo cruza cual torbellino,
Y pasa; o su toldería[1]
Sobre la grama frondosa
Asienta, esperando el día
Duerme, tranquila reposa.
Sigue veloz su camino.

¡Cuántas, cuántas maravillas.
Sublimes y a par sencillas.
Sembró la fecunda mano
De Dios allí!—¡Cuánto arcano

Que no es dado al mundo ver!
La humilde yerba, el insecto,
La aura aromática y pura;
El silencio, el triste aspecto
De la grandiosa llanura,
El pálido anochecer.

Las armonías del viento,
Dicen más al pensamiento,
Que todo cuanto. a porfía
La vana filosofía
Pretende altiva enseñar.
¡Qué pincel podrá pintarlas.
Sin deslucir su belleza!
¡Qué lengua humana alabarlas!
Sólo el genio su grandeza
Puede sentir y admirar.

Ya el sol su nítida frente
Reclinaba en occidente,
Derramando por la esfera
De su rubia cabellera
El desmayado fulgor,
Sereno y diáfano el cielo,
Sobre la gala verdosa
De la llanura, azul velo

Esparcia, misteriosa
Sombra dando a su color.

El aura moviendo apenas,
Sus olas de aroma llenas,
Entre la yerba bullia
Del campo que parecía
Como un piélago ondear.
Y la tierra contemplando
Del astro rey la partida
Callaba, manifestando,
Como en una despedida,
En su semblante pesar.

Sólo a ratos, altanero
Relinchaba un bruto fiero
Aquí o allá, en la campaña;
Bramaba un toro de saña,
Rugía un tigre feroz:
O las nubes contemplando,
Como estático y gozoso,
El yajá[2] de cuando en cuando

Turbaba el mudo reposo
Con su fatídica voz.

Se puso el sol; parecía
Que el vasto horizonte ardía:
La silenciosa llanura
Fué quedando más obscura,
Más pardo el cielo, y en él,
Con luz trémula brillaba
Una que otra estrella, y luego
A los ojos se ocultaba,
Como vacilante fuego
En soberbio chapitel.

El crepúsculo entretanto,
Con su claroscuro manto,
Veló la tierra; una faja
Negra como uma mortaja,
El occidente cubrió:

Mientras la noche bajando
Lenta venía, la calma
Que contempla suspirando,
Inquieta a veces el alma,
Con el silencio reinó.

Entonces, como el ruido,
Que suele hacer el tronido
Cuando retumba lejano,
Se oyó en el tranquilo llano
Sordo y confuso clamor;
Se perdió... y luego violento,
Como baladro espantoso
De turba inmensa, en el viento
Se dilató sonoroso,
Dando a los brutos pavor.

Bajo la planta sonante
Del ágil potro arrogante
El duro suelo temblaba,
Y envuelto en polvo cruzaba
Como animado tropel,
Velozmente cabalgando;
Víanse lanzas agudas,
Cabezas, crines ondeando,
Y como formas desnudas.
De aspecto extraño y cruel.

¿Quién es?¿Qué insensata turba
Con su alarido perturba,
Las calladas soledades
De Dios, de las tempestades
Sólo se oyen resonar?
¿Qué humana planta orgullosa
Se atreve a hollar el desierto
Cuando todo en él reposa?
¿Quién viene seguro puerto
En sus yermos a buscar?

¡Oid!—Ya se acerca el bando
De salvajes atronando
Todo el campo convecino;
¡Mirad!—Como torbellino.
Hiende el espacio veloz.
El fiero impetu no enfrena
Del bruto que arroja espuma;
Vaga al viento su melena,
Y con ligereza suma
Pasa en ademán atroz

¿Dónde va? de dónde viene?
¿De qué su gozo proviene?
¿Por qué grita, corre, vuela
Clavando al bruto la espuela,

Sin mirar al rededor?
¡Ved, que las puntas ufanas
De sus lanzas, por despojos,
Llevan cabezas humanas,
Cuyos inflamados ojos.
Respiran aún furor!

Así el bárbaro hace ultraje
Al indomable coraje
Que abatió su alevosía;
Y su rencor todavía
Mira con torpe placer,
Las cabezas que cortaron
Sus inhumanos cuchillos,
Exclamando: "ya pagaron
Del cristiano los caudillos
El fendo a nuestro poder.

Y los ranchos[3] de vivieron
Presa de las llamas fueron,
Y muerde el polvo abatida
Su pujanza tan erguida.
¿Dónde sus bravos están?
Vengan hoy del vituperio,

Sus mujeres, sus infantes,
Que gimen en cautiverio,
A libertar, y como antes
Nuestran lanzas probarán."

Tal decía; y bajo el callo
Del indómito caballo,
Crujiendo el suelo temblaba;
Hueco y sordo retumbaba
Su grito en la soledad.
Mientras la noche, cubierto
El rostro en manto nubloso,
Echó en el vasto desierto,
Su silencio pavoroso,
Su sombría majestad.



  1. Toldería: el conjunto de chozas o el aduar del salvaje.
  2. El P. Guevara hablando de esta ave, en su historia del Paraguay, dice:

    El "yahå" justamente le podemos llamar el volador y centinela. Es grande de cuerpo y de pico pequeño. Su color es ceniciento con un collarín de plumas blancas que le rodean. Las alas están armadas de un espolón colorado duro y fuerte con que pelea... En su canto

    repiten estas voces, "yahá". "yahá", que significa en guaraní "vamos", "vamos", de donde se les impuso el nombre. El misterio y significación es que estos pájaros velan de noche, y en sintiendo ruido de gente que viene, empiezan a repetir "yahá", "yahá", como si dijeran: "vamos, vamos, que hay enemigos, y no estamos seguros de sus asechanzas." Los que saben esta propiedad de el "yahá" luego que oyen su canto se ponen en vela, temiendo vengan enemigos para acometerlos...

    En la provincia se llama "chajá" o "yajá" indistintamente.

  3. Ranchos, cabañas pajizas de nuestros campos.