La cautiva (Althaus)

​La cautiva​ de Clemente Althaus

«En vano a mis plantas veo
desparramado un tesoro,
en vano de piedras y oro
resplandece mi prisión:
el recuerdo de otros tiempos
entristece el alma mía,
y tenaz melancolía
Me consume el corazón.
Aves que cruzáis el cielo
al oscurecerse el día,
y que en anheloso vuelo
a otras regiones partís,
descended a la ribera
desde las etéreas salas,
y llevadme en vuestras alas
al lugar donde nací.
Y vosotras, oh viajeras
rápidas olas sonantes,
que a ignotas playas distantes
miro partir sin cesar,
reventad en la ribera
de los lugares amados
donde mi madre me espera,
presa de inmenso pesar.
Decidle que siempre lloro
tan larga prolija ausencia,
y que al cielo siempre imploro
que me devuelva a su amor;
contadle que con vosotras
se mezcló mi triste llanto,
y decidle mi quebranto
y mi infinito dolor.
Cuando salí de mi patria,
sólo diez años tenía:
¡Oh triste y amargo día
de eterna recordación!
Los piratas me arrancaron
de los brazos de mi madre,
y mataron a mi padre
que me defendió cual león.
Recuerdo que cuando el buque
de la orilla se alejaba,
a mi madre oí que enviaba
su despedida postrer:
corí a la popa, y entonces
la vi ondear su pañuelo,
y luego mirar el cielo,
y desmayarse, y caer.
¡Cuán en vano pedí entonces
que hicieran parar la nave,
y por los aires, cual ave,
hasta mi madre volar!
Mirando estuve la costa
con ojos húmedos, hasta
que no vi sino la vasta
circunferencia del mar.
A un príncipe de estas tierras
por los piratas vendida,
doliente paso mi vida
llorando el tiempo que fue:
¡Ah! ¡quién pudiera gozarte
otra vez, tiempo dichoso!
¡Quién tus montes, pueblo hermoso,
trepar con ligero pie!
¡Quién pudiera allá en la tarde,
de la solitaria estrella
reflejada la luz bella
en tu puro lago ver!
Y cruzando la pradera,
cuando la noche llegara,
madre mía, ¡quién pudiera
a tu regazo volver!
En lágrimas me deshacen
mis dulces memorias tristes:
tiempo feliz, ya no existes
y no volverás jamás:
al menos, aunque pasado,
nunca pierdas tus encantos,
nunca tus recuerdos santos,
me permitas olvidar.
Un dulce presentimiento
que nunca en el alma muere
me dice que espere, espere
volver a mi patria al fin:
pise yo la tierra amada,
bese el rostro de mi madre
y el sepulcro de mi padre,
y podré después morir.
Como un ángel, acompáñame
oh esperanza, mientras viva:»
y de la triste cautiva
aquí el acento expiró;
a una roca su cabeza
apoyó en su mano fría,
y la inmensa mar sombría
contemplando se quedó.


(1854)

Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)