La campiña de Huacho

​La campiña de Huacho​ de Clemente Althaus


Aura de estas campiñas fresca y pura,
como en las hojas de árboles y plantas
que con tu soplo inclinas y levantas,
tal en mi canto imitador murmura;
ven, y en torno suspira
de las trémulas cuerdas de mi lira.
Y tú, arroyuelo transparente y terso,
cuya linfa se tarda serpeando,
tu lento curso y tu murmurio blando
remede el murmurante tardo verso;
y, fiel imagen tuya,
diáfano, perezoso, libre fluya.
¡Amadoras felices o inconstantes
de las pintadas flores olorosas:
rojas, blancas, doradas mariposas,
de flor en flor eternamente errantes,
que, en vistosos colores,
sois joyas vivas o volantes flores!
¡Rebaño que ya paces, ya retozas!
¡Oh largas, verdes, rumorosas calles
de ventilados sauces! ¡hondos valles!
¡Rústicas casas y pajizas chozas,
que el amarillo techo
modestas asomáis de trecho en trecho!
¡Larga hilera de huertos que al sendero
frutas y flores sobre el muro asomas!
¡Oh de ocultas blandísimas palomas
ronco arrullo amoroso y plañidero,
y ladridos leales
del vigilante can a los umbrales!
¡Azules mares! ¡encendidos montes
del alba y del ocaso a los reflejos!
¡Confusas perspectivas, vagos lejos,
últimos infinitos horizontes,
límite a la mirada,
mas no a la mente que os traspasa osada!
¡Días alegres, puros, libres, claros,
serenas tardes, fúlgidas auroras!
¡Oh deleitables, bien perdidas horas!
En mis versos venid a retrataros,
como en un fiel espejo,
mientras que abunden fáciles los dejo.
¡Campos de Huacho hermosos! ¡oh Luriama!
En tus prados y huertos y alamedas
el paraíso terrenal remedas
que eterna Primavera habita y amo,
y donde nunca pierde
una flor sola su guirnalda verde.
Tú entre los valles todos que, cual breves
y verdes manchas salpicados muestra
la aridez vasta de la costa nuestra,
justo será que la corona lleves,
ni vi extranjero valle
que tu rival en mis recuerdos halle.
Tú el laso cuerpo alientas, tú recreas
y sosiegas este ánimo afligido,
cansado del tumulto y del rüido
de las grandes Babeles europeas,
y que busca anheloso
la sombra del olvido y del reposo.
Calmarse siento en ti de día en día
el antiguo dolor con que batallo;
y al oprimir el lomo del caballo
que por el prado o la floresta umbría
me conduce al acaso,
en la alba pura o el incierto ocaso;
al leve soplo del delgado viento,
al son de aguas y de árboles mecidos,
poco a poco por todos los sentidos
lánguidamente penetrarme siento
de una dichosa calma
que me llega hasta lo íntimo del alma.
Y de gemir y de agitarme ceso,
y un instante infeliz no soy siquiera,
y parece que casi no sintiera
de la existencia el doloroso peso:
¡Quién pasar escondida
pudiera aquí la solitaria vida!


(1864)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)