Nota: Poema número 23 de Las flores del mal (edición de 1861).

¡Oh, vellón, rizándose hasta la nuca!
¡Oh, bucles, ¡Oh, perfume saturado de indolencia!
¡Éxtasis! ¡Para poblar esta tarde la alcoba oscura
Con los recuerdos adormecidos en esta cabellera
Yo la quiero agitar en el aire como un pañuelo!

¡La lánguida Asia y la ardiente África,
Todo un mundo lejano, ausente, casi difunto,
Vive en tus profundidades, selva aromática!
Así como otros espíritus bogan sobre la música,
El mío, ¡oh, mi amor! flota sobre tu perfume.

Yo acudiré allá donde el árbol y el hombre, llenos de savia,
Desfallecen largamente bajo el ardor de los climas;
Fuertes trenzas, ¡Sed la ola que me arrebata!
Tú contienes, mar de ébano, un deslumbrante sueño
De velas, de remeros, de llamas y de mástiles:

Un puerto ruidoso en el que mi alma puede beber
A raudales el perfume, el sonido y el color;
En el que los navíos, deslizándose en el oro y en la seda,
Abren sus amplios brazos para abarcar la gloria
De un cielo puro en el que palpita el eterno calor.

Sumergiré mi cabeza anhelante de embriaguez,
En este negro océano donde el otro está encerrado;
Y mi espíritu sutil que el rolido acaricia
Sabrá encontrarte ¡oh fecunda pereza!
¡Infinitos arrullos del ocio embalsamado!

Cabellos azules, pabellón de tinieblas tendidas,
Me volvéis el azur del cielo inmenso y redondo;
Sobre los bordes aterciopelados de tus crenchas retorcidas
Me embriago ardientemente con los olores confundidos
Del aceite de coco, del almizcle y la brea.

¡Hace tiempo! ¡Siempre! ¡Mi mano en tus crines pesadas
Sembrará el rubí, la perla y el zafiro,
A fin de que a mi deseo jamás seas sorda!
¿No eres tú el oasis donde sueño, y la calabaza
De la que yo sorbo a largos tragos el vino del recuerdo?