La boda misteriosa III
ALBUM POETICO.
(Conclusión )
III.
Ya sube del santo templo
las gradas la comitiva,
sobre alfombra de azahares,
y ramos de verde oliva,
las lenguas de bronce atruenan,
los ecos del pueblo animan,
los aceros resplandecen,
las plumas el aire agita,
los colores enamoran,
las sedas y el oro brillan,
y como alegres heraldos
la ceremonia publican,
al son pausado y sonoro
de plácidas melodías.
De galanes y doncellas
cuajada esta la capilla
do régio dosel levanta,
en tela vistosa y rica,
al cielo sus pabellones
de oro, plata y bellas cintas.
Por un costado del templo
Anarda y el conde arriban,
y en tanto que sobre el trono
¡os dos felices se sitian,
la muchedumbre se agolpa,
y abre paso entre dos filas
un féretro que conducen
cuatro zagalas vestidas,
con negros y luengos mantos,
que coronan siempre-vivas.
Hequiescat in pace , Amen,
murmuran con voz tristísima,
al contemplar el cadáver,
que se ofrece ante su vista.
Allí hablara un buen anciano,
estas palabras decía:
«Así en el mísero mundo
se ven la muerte y la vida,
las grandezas y miserias,
la penas y la alegría.»
En un rincón apartado
el féretro depositan,
por no turbar con la muerte
aquella escena de vida.
Ya penetra el sacerdote
en ía lujosa capilla;
ya el conde y Anarda bajan
y á su presencia se inclinan.
— «¿Queréis, conde Rosamora,
el ministro le decía,
á Anarda de Claramonte
por vuestra esposa legítima?»
El conde guarda silencio:
nublarse siente su vista,
su rostro se torna pálido,
sus fuerzas se debilitan.
La música cesa, y oye
de muertos ía triste antífona.
Las campanas cuyas lenguas
á repiques aturdían,
á muerto doblan de súbito.
En noche se torna el dia
para el conde infortunado,
que tiembla, duda, vacila,
al escuchar en las bóvedas
una voz triste que grita:
— Traidor conde, traidor conde,
si quieres mujer legítima
vuelve el rostro, mueve el paso
¡acércate... llega... y... mira!
Sudor glacial y copioso
baña entonces sus mejillas:
ve á su lado un esqueleto
que á seguirle le convida.
Quiere hablar, y fuerte nudo
soltar la voz le impedía;
quiere huir, y helada mano
entrambas sus manos liga,
el paso invisible abriendo
entre turbas que se apiñan
sin ver lo que el conde ve,
sin sentir lo que sentía.
A darse viene en el rostro
con la muerta que yacía
en el féretro que guardan
cuatro zagalas vestidas
con negros y luengos mantos
míe coronan siempre-vivas.
¡Zoraida! ¡zoraida! oyóse
resonar por la capilla:
voz del ángel de la muerte
que helaba á los que la oían:
el conde está en tu presencia,
la muerte le llama aprisa
¿que concluya su boda:
estiende tu mano fria.
El buen sacerdote en tanto
con voz que en el templo vibra:
— ¿Queréis, conde Rosamora,
de nuevo le repetía,
á Anarda de Claramonte
por vuestra esposa legítima?
— Aun es tiempo, falso conde
el esqueleto le grita:
aun es tiempo, falso conde,
para enmendar tu falsía.
El alma te dió Zoraida,
dale tú en cambio la vida,
y en tálamo de la muerte
será tu esposa legítima.
Estiende, conde, tu mano,
la voz sepulcral le grila.
Y vióse entonces, gran Dios,
milagro de amor que afirma
cómo fé de fiel amante
no se acaba con la vida,
que Zoraida levantara
la su diestra que yacía
formando cruz en el pecho,
y la del conde oprimía.
Convulso al sentir su tacto
sobre el féretro se inclina,
un ¡ay! profundo del pecho
se le arranca: sus mejillas
tornáronse cadavéricas:
faltóle el pulso y la vida,
y quedó su yerto rostro
junto al de Zoraida fria,
y su mano en la su mano,
que el cadáver tiene asida.
Los testigos de la escena
llenos de horror se retiran.
Anarda abandona el templo
y de luto se vestía;
en negros paños se truecan
las galas de la capilla,
el rico dosel en túmido,
en crespón las sedas ricas,
en doblar de las campanas
las plácidas melodías,
en llanto y réquiems los himnos
e la alegre comitiva,
en tanto que las zagalas
que el féretro conducían
con luengos y negros mantos
que coronan siempre-vivas,
en fúnebre y triste coro
esto dicen de rodillas:
— Traidor y falso fue el conde
y Dios su traición castiga;
el cielo junte las almas
del verdugo y de su víctima.
Para Zoraida y el conde
sólo una fosa se abría,
que separar no pudieron
manos por la muerte asidas:
y Anarda puso en la losa
que guardaba sus cenizas:
«A los amantes traidores
aqueste ejemplo les sirva,
que suele escuchar el cielo
los lamentos de sus víctimas.»