La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí)
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La región de los Quilmes en el Valle Calchaquí se halla situada en el martillo que hace la Provincia de Tucumán en su parte oeste y cuyos límites podríamos indicar del siguiente modo:
Al norte el distrito de Colalao; al este el de Amaicha; al oeste el Cerro de Quilmes (4.200 m.) que divide las aguas entre las vertientes del Cajón y del Valle Calchaquí, y, al Sur, el distrito catamarqueño de Fuerte Quemado.
Este territorio de los Quilmes presenta dos regiones completamente distintas: una montuosa y abrupta, correspondiente al Cerro de Quilmes y sus faldas, entrecortada por algunas quebradas que poseen agua, como las de los Chanchos, Chañares, Las Cañas, Chilca, Talapozo, Anjuana, Pichao y otras menos importantes; y la otra de campo bajo, ó bañado, regada por el río de Santa María y sus afluentes.
La primera es pedregosa, cubierta de una vegetación achaparrada y espinosa cuyas especies predominantes son la brea, la jarilla, la rama negra ó roseta, é innumerables ejemplares de cactus de los géneros Cerens y Opuntia.
La segunda es más bien arenosa, ocupada otrora por un enorme bosque de algarrobos y chañares (Prosopis y Gourliœa), del que aún queda una zona importante.
Esta última parte corresponde al plan mismo del Valle Calchaquí, que, al descender de sur á norte, sigue ensanchándose en la misma dirección, un poco al este, hácia la quebrada de las Conchas, frente á Cafayate, donde desemboca el Río de Santa María ó de Yocavil, nombre primitivo del Valle que nos ocupa, desde la punta de Hualasto hasta dicha quebrada.
Según el Padre Lozano[1], los Quilmes fueron la parcialidad de indios más belicosa y rebelde que tuvieron los Españoles en el Valle Calchaquí. Recien en 1667 pudo sujetarla por las armas el gobernador Alonso Mercado y Villacorta, y, arrancándolos de sus hogares, los hizo transportar, en número de 2000, al lugar cuyo nombre han legado á una localidad de la Provincia de Buenos Aires.
El mismo Lozano[2] asegura que los Quilmes eran una nación de indios que no pertenecía al Valle Calchaquí, sino que, en cierta época, vinieron del lado de Chile para no someterse al dominio del Inca, y narra el episodio con estas palabras, al describir el espíritu de independencia que animaba á los Calchaquíes:
« .... los Calchaquíes se preciaban mucho de no haber admitido jamás dominio extranjero, ni reconocido vasallaje al Inga, como otros de sus vecinos, ni permitir aún á sus vasallos asentar el pié en sus países, en prueba de lo cual se sabe, que como los Quilmes viniesen de hácia la parte de Chile á ésta de Calchaquí por no sujetarse á los Peruanos, que por aquel reino daban entonces principio á sus conquistas, los recibieron los Calchaquíes con las armas en la mano y tuvieron con ellos sangrienta guerra, creyendo eran vasallos del Inga, hasta que enterados de que venían fujitivos de su patria, por no sujetarse á aquel monarca, celebraron paces, y les dieron grata acogida en su país, aplaudiendo su resolución, y después de tiempos, emparentando con ellos, fué esta parcialidad de los Quilmes una de las más famosas de Calchaquí».[3]
Estos datos del Padre Lozano, uno de los autores más serios y más verídicos de la época colonial, son de inestimable valor para nosotros, pues sintéticamente nos refieren la historia pre-colombiana de esta nación india exótica, y, también, su razón de existir, dentro del territorio de otra, los Calchaquíes, tan belicosa como ellos.
Además, esta alianza entre los Calchaquíes y los Quilmes, hasta de sangre, por haber emparentado con los vecinos, nos resuelve el problema de la similitud de los objetos que encontramos en ambos pueblos, y que, sin este dato tan precioso, no habría cómo explicarlo. No por ésto debemos creer que los Quilmes perdieron por completo sus costumbres y carácter propio; pues si bien es cierto que los hallazgos arqueológicos nos demuestran grandes puntos de contacto con los Calchaquíes, ahí están las ruinas colosales de su ciudad, las que, como disposición, y por la abundancia de edificios circulares, son únicas hasta ahora en su género, demostrando con ésto que sus constructores poseían cierto grado de cultura, independiente de la de aquellos, que parecía obedecer á leyes especiales de un atavismo seguramente exótico.
Entre las colecciones que en esta última expedición[4] hemos reunido, vienen siete cráneos de Quilmes, los que, junto á los otros ya existentes en los Museos, podrán decirnos algo de las diferencias étnicas que hayan existido entre los Quilmes y los Calchaquíes.
Como á unas tres leguas ó quince kilómetros, más ó menos, rumbo oeste sudoeste de la finca del Bañado, propiedad del señor don José Antonio Chavarría, hállase el gran Cerro de Quilmes, y en una vuelta ó anfiteatro que hace, mirando al sur, aparecen las ruinas de la vieja ciudad.
La falda del Cerro presenta tres frentes embolsados, separados entre sí por prolongaciones del mismo dirigidas de este á oeste, de cuya base arrancan las diversas construcciones que se dirigen ya hácia abajo, la ciudad propiamente dicha; ya hácia arriba: la fortaleza y el campo de refugio fortificado.
Durante nuestra estadía en la finca del Bañado, visitamos varias veces estas ruinas. La primera, acompañados por el señor Manuel Alvarez, actual arrendatario de esa finca, quien, con gentileza nos mostró la ciudad, haciéndonos conocer los detalles más interesantes, no sólo de ese lugar, sino también de otros cercanos, como la piedra pintada de la Quebrada del Chusudo y las ruinas de la Quebrada de las Cañas.
No satisfechos con esta primera visita, al siguiente día, llevando buena provisión de agua, volvimos á las ruinas, instalando nuestra carpa dentro de una vieja casa; empezando así las exploraciones sistemáticas que han dado por resultado el actual estudio.
La vieja ciudad de los Quilmes puede dividirse en tres partes: la primera se extiende sobre un terreno poco quebrado; pero que arrancando del pié de los cerros antedichos, vá descendiendo hácia el sur con bastante declive, en una extensión más ó menos de un kilómetro cuadrado.
La segunda se halla colocada en las faldas del cerro, desde su pié hasta la cumbre, y la tercera ocupa la meseta superior, ó sea el plano de la misma cumbre.
Difícil es darse cuenta de este enorme hacinamiento de ruinas que causan desde el primer momento una impresión de asombro y confusión. Nada más acertado que la comparación que hizo el Sr. Lafone Quevedo de que, al principio, «le parecieron viscacheras descomunales, porque á la distancia se presentan como montones de escombros con sus entradas correspondientes».
Pero como él mismo agrega: «luego que penetramos á lo edificado, comprendimos lo que había; pues todo ello era una serie de casuchas de piedras apiñadas como los panales de una colmena, de suerte que con la mayor facilidad y sin el menor riesgo, marchábamos á caballo sobre la cima de las murallas, que en parte tenían dos varas, y en lo general, más de una de ancho. De trecho en trecho llegábamos á unas sendas angostas que parecían ser las calles».[5]
El señor Lafone, como él mismo lo confiesa, no hizo sino un rápido paseo por las ruinas, sin tiempo para estudiarlas con detenimiento. Nosotros, más felices, acampando dentro de ellas, pudimos proceder á su estudio, satisfaciendo así el deseo por él mismo expresado más adelante.
Como he dicho ya, ésta ocupará una extensión de unas 8 cuadras ó sea un kilómetro cuadrado.
El suelo sobre el cual se halla edificada, desciende de norte á sur, y éste arranca desde la base del cerro, sin ser quebrado, presenta una serie de desniveles que forman, puede decirse, como escalones en dirección este á oeste, entrecortados por zanjones y pozos de dos y tres metros de profundidad, de forma irregular, y que, á trechos, se hallan separados por algo como terraplenes que se entrecruzan formando une especie de gran red.
Ahora bien, los indios han edificado sus casas aprovechando estos zanjones y pozos, que han rodeado de pircas cuya altura varía entre uno y tres metros, sosteniendo así los terraplenes que les sirvieron de calles y plazas, en una palabra, de vías de comunicación para poder andar entre ese laberinto de edificios.
Por esta razón es que la disposición de las casas se muestra desde el principio muy irregular y formando grupos aislados que son rodeados por estas calles tortuosas; pero, cuando el terreno lo ha permitido, son en lo posible rectas.
Los edificios se presentan de dos formas: una cuadrada y otra circular, ambas en general unidas y raras veces separadas entre sí.
Los edificios cuadrados son regulares ó nó, según lo ha permitido el pozo donde han sido construidos. Aún hoy día que su interior se ha rellenado algo con la tierra transportada por el agua y el viento, hay paredes que miden una altura de dos metros del lado interno y tres exteriormente.
Fig.1[6]
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Estas paredes han sido levantadas con piedra laja, y, del lado interno, los indios se han esmerado en hacerlas lo más á plomo posible, arreglando la piedra de tal manera y calzándola con otras pequeñas, que con facilidad, si fueran rebocadas, quedarían en su mayor parte perfectamente lisas. Del lado interno y en la parte inferior, casi todas han sido empezadas, ó con grandes piedras ó con lajas paradas y clavadas de punta, para evitar con esto que la pared se venciese hacia dentro (fig.1).
Las pircas [7], cuando son muy anchas, parecen haber sido rellenadas en su interior con piedra menuda.
Hácia afuera, las paredes no son tan regulares, y muchas de ellas, en forma de plano inclinado; su espesor varía: las hay hasta de dos metros de ancho en su parte superior.
Los edificios cuadrados tienen dimensiones variables: hemos medido algunos de un largo de 24 metros por 16.80 de ancho; otros de 6 metros de ancho por 10.30 de largo, etc.
Muchos de estos edificios cuadrados, no son enteramente pircados en su interior, siéndolo siempre del lado externo. En alguno se vé á trechos muros de sostén para que la tierra no se desmoronara, los cuales son bien verticales, habiendo medido algunos de 1 metro 70 de alto.
Las esquinas del lado interno también se hallan pircadas, ya sea en forma de ángulos rectos, ya en arco de círculo, todo perfectamente construido.
Todos estos edificios cuadrados poseen una ó dos puertas, generalmente una sola, y casi siempre en su costado norte y en una esquina.
Fig. 2[8]
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En ellas la pirca reviste ambos lados en ángulo recto; la abertura de estas puertas es de ochenta centímetros término medio (fig. 2).
El interior de estos edificios cuadrados ofrece una particularidad, y es la curiosa disposición de unas grandes piedras clavadas en el suelo, paradas, aisladas entre sí, algunas hasta de más de un metro de alto y colocadas en una línea paralela al perímetro, destacadas de las paredes como dos metros término medio.
A veces otra línea de piedras divide en dos el edificio por su parte más angosta.
Al principio no sabía á qué atribuir esta disposición, pero después,
recordando que había visto en Andaguala, Cafayate y otros puntos, algo parecido que ayudaba á sostener un cerco de rama, pude explicarme el caso del siguiente modo:
Entre esas piedras, los indios colocaban ramas paradas, de las muchas especies de plantas y arbustos espinosos que allí abundan, como ser la brea, la rama negra, la roseta, el retamo y aun el algarrobo, etc., que se entrelazan admirablemente, y quizás de esa manera, subiendo la rama y ayudados por palos de cardón, podían unir desde las piedras paradas hasta la pared de pirca y formar asi una porción cubierta que los protejiese del sol y de las lluvias, y donde la familia pudiese reposar.
Porque no es creible que pudiesen techar espacios tan anchos como ser 16 y 6 metros respectivamente, anchura de los edificios á que he hecho ya referencia, no sólo por los grandes tirantes que necesitarían, difíciles de encontrar allí, sino por el trabajo improbo que les hubiese costado el labrar y transportar la madera de algarrobo, única que podía haberles porporcionado tirantes que nunca hubiesen alcanzado esas dimensiones.
Sentada esta hipótesis que me permito exponer á la consideración de mis colegas, dentro de cada edificio cuadrado y con sus costados cubiertos de esta manera, quedaria en el centro un espacio libre, una especie de patio, que la familia aprovecharia para sus faenas cuando no lo impidiesen el sol y la lluvia (fig. 3).
Esas ramadas de dos á dos y medio metros, formando corredor, seguramente siguiendo la misma costumbre aun hoy usada, debía ser cubierta de tierra mojada, la que una vez seca, haría aún más impermeable esas habitaciones.
También es posible que entre esas piedras hubiesen plantado horcones de algarrobo, que sostuvieran tirantes de cardón ó de mismo árbol y techado el todo con rama y tierra, dejando el frente libre hácia el patio central, formando así simples corredores cubiertos, que para atajar los rayos del sol, protegerían con ponchos, etc.
Fig. 4[10]
En cuanto á la división central, bien pudo ser para instalar un simple cerco de rama y separar así á dos fracciones importantes de la familia habitadora de la casa (fig. 4).
En otro de estos edificios cuadrados, con puerta al sur, hallamos en el interior otra pirca como de un metro de alto que formaba un cuadro separado de las paredes este-oeste, como unos cuatro metros, y dos, de las norte-sur.
Esta particularidad no puedo explicármela sino suponiendo que el cuadro formado por la pirca interior estuviera techado, siendo su ancho de unos dos metros y medio y el resto de terreno circundado por la pared exterior, hubiese sido el patio, en una palabra lo inverso del caso anterior (fig. 5).
Dentro de estos edificios cuadrados, se hallan, comunmente en una de las esquinas, grandes piedras con un mortero en el centro, y, en las mismas, pequeños espacios pircados con piedras altas, los que, cavados, nos revelaron el sitio de las cocinas, por la gran cantidad de carbón, cenizas y algunos huesos partidos que hallamos.
En otros encontramos algunas conanas ó piedras de moler grano á mano, como las que todava se usan entre los araucanos, de forma ovalada y de superficie cóncava (fig. 6).
Dentro del patio de otro edificio cuadrado, nos llamaron la atención dos grades piedras chatas y perforadas cerca de su borde superior, enterradas, una frente á otra, en dirección este-oeste, y separadas entre sí por una distancia de 9.50 meros.
Lo curioso es que ambas enterradas á desigual profundidad, coincidían perfectamente los centros de sus agujeros; pues, colocado un hilo dentro de ellos, quedaba horizontal. Visto esto, comprendimos que la razón de la desigualdad aparente de su colocación, era intencional á causa del desnivel del sucio.
¿Qué objeto habrán tenido estas piedras? No lo se; es posible que unidas por una cuerda servirían de línea de separación, ya sea dentro de la casa, ó entre personajes que quizás se reunieran en ella para alguna ceremonia (fig. 7).
En varias casas de éstas, cuando la pirca era muy alta, del lado externo se hallaban como especies de escaleras en plano inclinado, que, desde el suelo, subían dentro de la pirca misma hasta su parte superior.
Como estas pircas son tan anchas, es pre-sumible que, á modo de terrazas, sobre ellas pasarían los indios mucha parte del día ó de la noche, ya para gozar de la brisa en los días de mucho calor, ya para aprovechar del fresco en las noches sofocantes, y entónces, toda esa gran ciudad debía presentar un golpe de vista curioso y animado con sus habitantes moviéndose sobre las altas pircas.
Puede decirse que se hallan exclusivamente en la ciudad baja.
Son construcciones circulares, bien pircadas, de cinco metros ó más de diámetro, que casi siempre dependen de los edificios cuadrados con los cuales se comunican por puertas angostas, de ochenta centimetros
Fig. 9[15]
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Fig. 10[16]
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á un metro de ancho, por otro de alto, cubiertas por lajas de piedra, unas al lado de otras, y con pircas sobre ellas, de manera que pueder considerarse como puertas casi ocultas que miran al norte (figs. 9 y 10).
Estas construcciones circulares que no tienen más comunicación que con los edificios cuadrangulares, desde el primer momento me han parecido almacenes para el depósito de los granos que debían acondicionarse, ya en pirhuas circulares y bajas, como las que todavía se usan en ęstos valles (fig. 11) tapadas con rama y tierra, ó ya bajo un techo có- nico construido más ó ménos como el de la figura 13, cubierto de la paja que abunda en el bañado, ó con rama y tierra.
De esta manera se comprendería entónccs la razón de esa puerta pequeña y cubierta, cuyo piso inclinado tiende á bajar, y es natural que por allí penetraran á extraer las provisiones que necesitaran para el consumo de las familias.
En aquella época, cuando aún se conservaban los inmensos bosques de algarrobo que el hacha, el fuego y imprevisión de los hombres desde la colonia hasta ahora, no habían desvastado, debieron ser esos valles, por la razón lógica de la presencia de esa colosal masa de vegetación, sumamente llovedizos, y por esa razón los viejos habitantes de Quilmes pondrían sus cosechas de maíz, algarroba y quinoa, al abrigo de los temporales, que, á juzgar por algunos de los que ahora se desencadenan, fueron sin duda torrenciales.
Por consiguiene, eran indispensables esas pirhuas cercadas de piedra. y de alli que cada familia ó comunidad tuvierala suya junto á la casa, y algunas hasta dos para asegurarse la conservación del alimento durante la mayor par de no (fig. 12).
Esto por una parte, por otra la necesidad de resguardar esas cosechas de los tremendos ventarrones que allí soplan, y, además, el tenerlas cerca de la casa, al abrigo de los golpes de mano de las tribus enemigas, y como elementos como para sostener largos sitios sin verse expuestos á sufrir los horrores del hambre, dentro de una
ciudad como esa, que por sí sola era una fortaleza, —hacen más presumible mi hipótesis de que esas construcciones circulares tuviesen el objeto de pirhuas en las que guardarían en cierta forma sus vituallas (fig. 13).
Los grupos de construcciones cuadradas, cuadran- —
13
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gulares y circulares se suceden en diversas secciones de la ciudad, principalmente en la del centro, y entre ellas, de diverso tamaño, no dejan de haber otras más pequeñas. En algunos grupos se notan cuartujos de pocos metros, algunos casi como casuchas. Observamos uno, de forma curiosa, irregular, sin salida, de 1 metro 70 y una pirhua cuyo plano se semeja á la forma de un riñón (fig14).
Morteros públicos.
Me permito dar este nombre á unas construcciones de piedra, de forma circular, á flor de tierra, que al principio tomamos como indicación de tumbas. En nuestra exploración tuvimos oportunidad de estudiar dos de estos curiosos monumentos.
El primero, pequeño, de dos metros de diámetro, aparecía como un círculo de piedras clavadas y volcadas en el ángulo de una especie de plazoleta, é inmediato á un grupo de edificios cuadrados de gran tamaño, uno de los cuales poseía dos pirhuas circulares. Extraída la tierra que llenaba su interior, descubrimos en el centro una gruesa piedra muy pesada, que presentaba en su cara externa y en el medio, un mortero excavado (fig.15).
Esta piedra hallábase bien calzada con
otras pequeñas para que su superficie fuese
perfectamente horizontal. El espacio comprendido entre ella y la pirca circular que la rodeaba, estaba embaldozado con lajas, F¡ g I5 colocadas de manera que formaban un piso al mismo nivel de la cara donde se hallaba el mortero. Esta disposición tan interesante, me hizo sospechar al principio, que se tratase de la boca de una tumba, así es que, después de dibujarla, procedimos á levantar las piedras y á efectuar una excavación que nos hizo dar bien pronto con el suelo virgen, no sin antes habernos descubierto restos de carbón y algunos pequeños huesos de llama fragmentados. El segundo mortero es más curioso y de mayor tamaño; la pirca que lo rodea no es perfectamente cii'cular, y, medida, nos dió los si-
Fig. 15. Mortero público de una sola piedra ahuecada. Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/16 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/17 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/18 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/19 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/20 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/21 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/22 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/23 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/24 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/25 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/26 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/27 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/28 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/29 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/30 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/31 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/32 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/33 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/34 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/35 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/36 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/37 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/38 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/39 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/40 Página:La antigua ciudad de Quilmes (Valle Calchaquí).pdf/41 Los de Quitmes en vez creo que han sido esculpidos por medio de cinceles de cobre, fig. 51 y 52, de los que hoy se hallan todavía entre esas ruinas junto á varios otros objetos de cobre y aún de plata; como ser discos, topos ó alfileres con ó sin dibujos.
La forma en que ha sido cortada la piedra para grabar estos petroglyfos no admite otro utensilio sino estos cinceles.
Hasta aquí el resultado de nuestra exploración en Quilmes; exploración que deberá repetirse, pues es una región arqueológica virgen todavía. Hemos dado con los cementerios de niños, pero la fortuna ha sido adversa para con nosotros en lo que se refiere á las tumbas de los adultos. Otros más felices podrán hallar la gran necrópolis y á ellos está reservada la solución de muchos problemas sobre la vida y costumbre de los viejos Quilmes.
- ↑ Lozano. Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, — edición Lamas tomo I. pág. 153.
- ↑ Op. cit. Tomo IV, pág. 9.
- ↑ Este y otros muchos datos que llevo recogidos me permitiran probar oportunamente la sumisión de los calchaquíes al imperio de los Incas.
- ↑ Segunda Expedición enviada por el Instituto Geográfico Argentino á los Valles Calchaquíes, efectuada de los señores Santiago París, Noviembre 1896 á Marzo 1897, con mis compañeros, Federico Voltmer y Emilio Budín.
- ↑ Londres y Catamarca, pág. 3. 1883.
- ↑ Fig. 1. Parte basal de las paredes vistas del lado interno.
- ↑ Llámase pirca á toda pared hecha de piedras superpuestas.
- ↑ Fig. 2. Edificio cuadrangular con puerta al norte, piedras alrededor y mortero en la esquina sudoeste.
- ↑ Fig. 3. Restauración de una casa quilmeña.
- ↑ Fig. 4. Corte vertical de una casa quilmeña para mostrar la disposición del techo.
- ↑ Fig. 5. Editicio cuadrado con otro en su interior y unido á una pirhua circular
- ↑ Fig. 6. Conana de moler grano á mano.
- ↑ Fig. 7. Piedras agujereadas clavadas en el suelo de una casa.
- ↑ Fig. 8. Escalera en una pared.
- ↑ Fig. 9. Puerta cubierta de comunicación entre un edificio cuadrado y uno circular
- ↑ Fig. 10. Detalle de la puerta figura 9.
- ↑ Fig. 11. Pirhua ó parva actual de la región de Quilmes
- ↑ Fig. 12. Plano de una casa con puerta al norte, con dos pirhuas anexas, escalera en la pared este y piedras paradas indicando corredores sólo en sus costados nrte y este.
- ↑ Fig. 13. Restauración de una pirhua ó editicio circular.
- ↑ Fig. 14. Trozo de pirca divisoria entre dos edificios cuadrados y uno circlar dentro del cual hay un cuartujo sin salida de 1 metro 70 y una pirhua en forma de riñón.