La alfarería indígena de Patagonia

La alfarería indígena de Patagonia (1904) de Félix Faustino Outes
Anales del Museo Nacional de Buenos Aires. Tomo XI (Sec. 8ª, t. IV), p. 33 á 41.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época


LA ALFARERÍA INDÍGENA DE PATAGONIA[1]


POR


FÉLIX F. OUTES
Adscripto honorario á la Sección de Arqueología del Museo Nacional de Buenos Aires.


La industria alfarera no alcanzó sino un limitado desarrollo en­tre las agrupaciones indígenas que habitaron los territorios patagónicos. En el momento histórico de la llegada de los primeros descubridores (1520), ya los indios fabricaban tiestos de barro. Uno de los salvajes salidos al encuentro de Magallanes, cuando su es­cuadrilla fondeó en el puerto de San Julián, llevaba consigo una pequeña ollita[2]. Sin embargo, el uso de la alfarería no se había difundido en todos los clanes. Así por ejemplo, cuando en 1525 llegaba á las costas patagónicas la armada de García Jofre de Loaysa, uno de los expedicionarios, el clérigo Juan de Areizaga, tomado prisionero por los Patagones, pudo observar en la rápida visita que hizo á las tolderías de éstos, que para beber agua se va­lían de groseros recipientes fabricados con cuero[3].

Los navegantes que con posterioridad siguieron las huellas de Magallanes y tentaron de hacer mayores descubrimientos en las regiones australes, no mencionan el uso de objetos de barro, y re­cien en 1670, los concienzudos viajeros Wood y Narborough ha­blan en sus relaciones de la visita á un lugar donde se había fabricado y pintado vasijas, de las que aun hallaron algunos ejem­plares[4].

Después de la fecha mencionada continúa el silencio en los tex­tos primitivos, pero creo que en el espacio de tiempo que media entre 1670 y los comienzos del siglo XVIII, los clanes de Patago­nes, especialmente los del norte perfeccionaron en el arte de modelar alfarerías, influyendo para ello en primer término el ma­yor contacto con las agrupaciones de Puelches que vivían en las márgenes del Río Negro.

D'Orbigny menciona el uso de cacharros entre los Patagones que visitó (1829), pero, desgraciadamente, no da en su obra detalle alguno sobre la técnica de fabricación, adornos, etc.[5]. Es induda­ble que fué aquel sabio viajero el último que pudo constatar el uso de la alfarería entre los Patagones, pues Fitz-Roy que llegó pocos años después, afirma terminantemente que los indígenas no fabri­caban objeto alguno de barro[6]. Por último, Musters, que hizo vida común con los Patagones, indica como utensilios que formaban parte del primitivo menage del kau, platos de madera, la cáscara del armadillo (Zaëdyus minutus (Desm.) Amgh.), y objetos usuales de hierro, como ser: ollas, azadores, etc.[7] De modo pues, que los Pa­tagones abandonaron por completo el uso de la alfarería en el es­pacio de tiempo que media entre los años 1829 y 1831.

He dicho que la fabricación de cacharros no se generalizó en to­dos los clanes que recorrían los territorios de Patagonia, y mi afirmación es tan cierta, que actualmente hay lugares en los que á pesar de haber numerosos «paraderos», talleres y enterratorios, los fragmentos de vasos son raros. La vasta región central que se extiende al sur desde el Río Deseado hasta el Santa Cruz, indudablemente muy habitada en otras épocas, ofrece bien pocas alfarerías en su riquísima y curiosa arqueología. En cambio, en las proximidades de los lagos Colhué-Huapi y Musters, cuyas márge­nes, según parece, fueron frecuentadas por una densa población in­dígena, es donde más abundan.

En la extremidad más austral, en la cuenca del río Gallegos y en el anfiteatro basáltico de Guer-Haiken, en cuyas paredes hay multitud de cavernas que fueron habitadas por el hombre, no se ha encontrado hasta ahora alfarería de ninguna clase[8] Y, por último, en la península de Valdez, las hay, aunque no en abundancia. En cuanto á la zona paralela á la precordillera aun no se han hecho en ella exploraciones arqueológicas sistemáticas.

La forma de yacimiento varía en razón de las condiciones del terreno. En el litoral atlántico se las encuentra en los «paraderos»

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que hay al pie de los médanos, mezclados con el pedregal de can­tos rodados y asociadas á otros restos arqueológicos y aun antropológicos. Lo mismo sucede en la península de Valdez, Colhué­-Huapi y el curso medio del río Senguerr. En la zona montañosa que se prolonga al sur del Río Deseado los «paraderos» ya no se hallan al pie de los médanos, sino en pequeños vallecitos en cuyas depresiones se han formado lagunas temporarias, las que han sido aprovechadas por los indígenas. También en algunos tchenkes se suele hallar fragmentos de vasijas, que han formado parte del ajuar funerario[9].

En cuanto al tipo general de la alfarería patagónica presenta algunos caractéres distintivos que me permiten agruparla.

La procedente de Colhué-Huapi, Musters, Senguerr y Valdez es indudablemente mucho más perfecta en su técnica de fabricación y adornos que la recogida hasta ahora en Cabo Blanco, Mazaredo y región al sur del Río Deseado.

Los « paraderos » de Cabo Blanco y Mazaredo ofrecen los tipos más primitivos de la alfarería patagónica. Los ejemplares han sido formados con una pasta arcillo-arenosa cargada de fragmen­tos de silex, cuarzo, etc., de todos tamaños. Los muchos años que ha estado á la intemperie han sido causa de que se hallen cubier­tos de pequeños líquenes. La superficie interna está surcada por profundas estrías hechas al modelar el vaso.

La cocción es deficiente, á veces casi nula, si bien los fragmen­tos presentan un color rosa ó bermejo pálido debido al material terroso que forma la masa. En cuanto á los adornos son sumamen­te simples, y advertiré que se hallan semi-borrados.

Inoficioso me parece decir que la alfarería de todos los « para­deros » de Patagonia se encuentra fragmentada, como sucede también con la procedente de la provincia de Buenos Aires, Pampa Central, etc. Los mismos indígenas seguramente las destrozaban antes de cambiar de « paradero » , como actualmente lo hacen otros pueblos cazadores; los Matacos del Chaco argentino, por ejemplo.

En el grupo más adelantado, la pasta es mucho más homogénea, aunque con la mezcla infaltable de fragmentos líticos, aun en los tiestos adornados, lo que no deja de ser una excepción, pues en la provincia de Buenos Aires aquella clase de alfarería es de masa perfectamente homogénea[10]. La cocción es mucho más cuidada y por lo general, los fragmentos muestran en la rotura dos zonas exteriores bien quemadas.

El espesor de las paredes de los vasos en ambos grupos oscila desde 4 mm. á 11 mm., aunque en la alfarería del norte predomi­nan las paredes delgadas.

Las formas que han afectado los vasos son varias y algunos fragmentos suficientemente grandes me permiten señalar tipos hemisféricos, ventricosos y de paredes un tanto verticales (figuras 1, 2, 3).

Los cálculos del diámetro de la boca de los vasos me han dado, 225 mm. de máximo y 170 mm. de mínimo para la procedente de Colhué-Huapi, etc., y 155 mm. y 145 mm. para la del sur del De­seado.

Es común hallar ejemplares con agujeros de suspensión, los que se hallan á 20 y 30 mm. del borde, á veces uno solo y otras dos juntos. El diámetro exterior de tales agujeros es, término medio, de 5 mm, siendo su sección cónica.

Los bordes, cuando no son verticales al plano de la boca, están plegados hacia el exterior, terminando, ya en una superficie curva

Fig. 4.

ó ya plana ó también en una arista hecha por un chanfle más ó menos suave hacia el lado interno ó externo (figura 4).

No he visto ejemplar alguno pintado, pero se me ocurre que los debe de haber dada la referencia de Wood y Narborongh citada más arriba, y el uso entre los Patagones antiguos y modernos de pintura roja, blanca y negra.

Los ejemplares adornados con dibujos son numerosos. En la composición de aquéllos entra la línea recta, la quebrada y curva en mil combinaciones. Pero lo curioso en el adorno de los vasos patagónicos es el elemento circular perfecto, detalle hasta ahora no conocido en la alfarería de la provincia de Buenos Aires[11], Río
9/12 del tamaño natural.

Negro[12] gobernación de la Pampa[13] y que el mismo D'Orbigny afirma no conocían los Patagones[14].

Los dibujos han sido hechos lo más de las veces con un pedazo de madera puntiagudo, aunque en otros casos es evidente la inter­vención de un instrumento de piedra sumamente aguzado.

En ningún ejemplar los bordes presentan escotaduras, adorno tan común en la alfarería bonaerense.

De los muchos ejemplares con adornos he entresacado algunos con los que he formado la serie que describiré brevemente y que he dispuesto de modo de restaurar en lo posible la evolución que, á mi entender, ha seguido el dibujo.

Las figuras 5 y 6 muestran el elemento más simple, la línea recta; en la primera hecha ejerciendo una igual presión en todo su recorrido, y en la segunda en que se ha apoyado más fuerte el instrumento cada 5 ó 6 mm., de modo que está formada por una serie de depre­siones cuadrangulares. Ambos ejemplares proceden de Mazaredo[15].

En la figura 7 el ejemplar ya muestra combinados ambos ele­mentos. Proviene de un « paradero » próximo á Kaprik-Haiken (río Senguerr)[16]. Luego viene un avance más, la línea quebrada combi­nada con la recta (figuras 8, 9 y 10), ejemplares que han sido reco­gidos en Colhué-Huapi, Mazaredo y sur del Deseado, lo mismo que el de la figura 11 , en el que se ve además el punto alargado[17].

Las figuras 12, 13 y 14 muestran diversas combinaciones de la línea curva en ejemplares de Mazaredo, región al sur del Deseado y Colhué-Huapi[18]. Como los primitivos Patagones también usaron en su instrumental para hacer los adornos de vasos, pequeños fragmentos de caña, éstos han impreso en el barro su contorno cir­cular con una parte libre en el centro (figura 15, sur del Deseado), y fué quizá por esta razón que se atrevieron á estampar en las pa­redes de los cacharros círculos perfectos, á que me he referido an­teriormente.

/12 del tamaño natural.

Dos son los ejemplares de esa clase, el uno (fig. 16) ofrece una faja paralela al borde formada, primero, por una línea quebrada, y á continuación de ésta otra faja de círculos que tienen 30 mm. de diámetro y un punto en el centro; el otro ejemplar (fig. 17), se halla adornado por líneas quebradas y rectas, y además, por una zona de círculos concéntricos, no tan perfectos como los anteriores y que tienen sólo 15 mm. de diámetro los mayores y 5 mm. los menores. Estas curiosas piezas proceden, la primera de los bajos que existen al norte de Cerro Colorado, región situada al sur del Río Deseado, y el segundo de Colhué-Huapi[19].

Tan solo como una referencia ilustrativa haré notar la similitud de estos adornos con las pictografías indígenas de la quebrada de Yateu-huajen (Gobernación de Santa Cruz), en las que figuran tam­bién círculos con un punto central y círculos concéntricos[20].

Continuando con la descripción de los adornos, las figuras 18 y 19 muestran ya combinaciones mucho más complicadas, pues son de Colhué-Huapi[21]. Pero la evolución del dibujo no se detiene allí sino que llega á alcanzar un grado de verdadero adelanto con la representación de la guarda griega, aunque seguramente esto suce­dió en una época muy moderna, dado el carácter general de las al­farerías (figuras 20, 21 y 22, Colhué - Huapi).

Como se habrá notado, la alfarería en Patagonia ha evoluciona­do de una manera rápida, pues es indudable que cuando comenzó la conquista española, no hacía mucho tiempo que los indígenas habían debutado en la fabricación de aquélla.

No puede ocultar tampoco un marcado air de farmille con la que hacían los Puelches, por los que han de haber sido influenciados los alfareros Patagones, dado los contínuos intercambios y activo comercio que en todas las épocas han mantenido los indígenas bo­naerenses con sus vecinos.


Buenos Aires, 17, ii. 1904.



  1. Sólo me ocupo en el presente estudio de los hallazgos verificados en el te­rritorio que se extiende al sur del paralelo 42º, y no lo hago para aquellos he­chos en la región comprendida entre el mencionado paralelo y el Río Negro, pues creo es una zona arqueológica dudosa. En una próxima memoria explicaré con amplitud mis dudas á ese respecto.
    Debo de agradecer infinito á mi respetado maestro el doctor Florentino Ameghino, Director del Museo Nacional de Buenos Aires, el decidido concurso que me ha prestado, al facilitarme, para, que pueda utilizarlas en la presente mono­grafía, las innumerables alfarerías recogidas en Patagonia por su hermano Carlos Ameghino, el distinguido explorador que todos apreciamos.
  2. Antonio Pigafetta, Primo viaggio intorno al globo terracquo ( edic. 1800), 27.
  3. Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdéz, Historia general y natural de las Indias, II, 41.
  4. Charles de Brosse, Hístoire dee navigations aux terres australes, II, 21.
  5. Alcides D'Orbigny, Voyage dans l'Amérique Méridionale (edic. 1839-1843), II, 77.
  6. Robert Fitz-Roy, Proceedings of the second expedition (1881-86), en Narrative of his majesty's ships Adventure and Beagle, II, 172.
  7. George Chaworth Musters, At home with the Patagonians (edic. 1873), 72.
  8. Carlos Moyano, Exploración de los ríos Gallegos, Coile, Santa Cruz y cana­les del Pacífico, 21, 26 y siguientes.
  9. Pedro Lozano, Diario de un viaje á la costa de la mar magallánica, etc., for­mado sobre las observaciones de los P. P. Cardiel y Quiroga, 5 y siguiente, en Pedro de Angelis, Colección de obras y documentos relativos á la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata, I.
  10. Florentino Ameghino, La antigüedad del hombre en el Plata, I, 283.
  11. Ameghino, Ibid, I, 274.
    Félix F. Outes, Los Querandies, fig. 23 á 33.
  12. Francisco P. Moreno, Cementerios y paraderos prehistóricos de la Patagonia, en Anales Científicos Argentinos, I, 8.
    Pelegrino Strobel, Materiali di paletnologia comparatta raccolti in Sudamerica, plancha VIII, figuras 61 á 67.
    Ameghino, Ibid, I, 495.
  13. Félix F. Outes, Arqueología de Hucal, en Anales del Museo Nacional de Buenos Aires, XI, 10 y siguientes, figuras 18 á 27.
  14. D'Orbigny, Ibid, II, 102.
  15. Números 4058 y 4059 del inventario del Museo Nacional de Buenos Aires.
  16. Número 22.362 del inventario de la colección particular del doctor Florentino Ameghino.
  17. Número 4058, inv. M. N., y 1006 y 1007, colec. Ameghino.
  18. Número 4056, inv. M. N. y 22.339 y 1007 colec. Ameghino.
  19. Números 22.346 y 1007 colec. Ameghino.
  20. Carlos V. Burnmeister. Nuevos datos sobre el territorio patagónico de Santa Cruz, en Revista del Museo de La Plata, IV, 238, figura l.
  21. Número 1007, colec. Ameghino.