Cuadro Tercero editar

(La habitación de LA TIGRA, adornada con cierto buen gusto.)


Escena I editar

LA TIGRA Y LUIS (la primera guiando a éste desde la puerta)


LA TIGRA. -Cuidado, que hay un escalón. Entrá nomás. (Enciende una lámpara.) Esta es mi casa.

LUIS. -Y la mía, ¿no?

LA TIGRA. -Por ahora la mía.

LUIS. -Muchas gracias.

LA TIGRA. -Siéntate por ahí un momento. Estoy un poco fatigada y voy a cambiarme esta bata. ¿Querrías tomar alguna cosa: un té, por ejemplo? (Se oculta detrás del paravat a cambiarse la ropa.) Sobre la cómoda encontrarás un calentador. Puedes ir a prenderlo, mientras yo me desnudo. ¡Oh! Conste que está prohibido mirar, ¿eh?

LUIS. -Ya haremos uso del permiso. Oye; yo preferiría algo más tonificante.

LA TIGRA. -¿Whisky? También hay. En la misma cómoda. Te lo has ganado con los sustos de esta noche.

LUIS. -¿Sustos?

LA TIGRA. -No, hijo. Te has portado. Pero es preciso confesar: tiene buenos puños el sinvergüenza ése. La vez pasada, casi me disloca un hombro.

LUIS. -¡Qué canalla!

LA TIGRA. -¡Oh! No vayas a creer que él salió muy parado. ¿Te serviste?

LUIS. -Sí.

LA TIGRA. -Pon el agua. Yo voy a tomar té.

LUIS. -¿De modo que ese miserable ha llegado hasta a castigarte

LA TIGRA. -Castigarme, no; nunca. Nos hemos peleado a veces: me pega él, le pego yo... Es nuestra ventaja. Una señora de sociedad no se atreve a alzar la mano a su marido cuando la insulta o la muele a palos.

LUIS. -Se separa, se divorcia.

LA TIGRA. -¡Pues vaya una gracia! ¡Separarse del hombre a quien tal vez se quiera, por un moquete más o menos! Y a todo esto, te advierto que no son muchas las mujeres que proceden como yo. Casadas o no casadas, lo más conveniente es que se dejen zurrar la badana. (Apareciendo.) ¿Pero te has dado cuenta de los asuntos que hemos tratado esta noche?

LUIS. -Y de las cosas que hemos hecho.

LA TIGRA. -Se podría escribir una historia. ¿Y el agua, desatento?

LUIS. -No entendí el aparato ese.

LA TIGRA. -¡Chambón! ¿Y con todos esos conocimientos prácticos, me proponías instalar un hogarcito?

LUIS. -Contaba con los tuyos.

LA TIGRA. -Una criada, ¿verdad?

LUIS. -¡Oh!

LA TIGRA. -No me enojo, tontito. ¿No me dices nada de mi palacio?

LUIS. -Un nido.

LA TIGRA. -De fieras. (Pausa. LA TIGRA prepara el servicio de té. LUIS observa la habitación.)

LUIS. -Dime: ¿De quién es este retrato?

LA TIGRA. -¿Cuál?

LUIS. -Esta niña de uniforme.

LA TIGRA. -¿De colegiala? Mi nena.

LUIS. -(Asombrado.) ¡Tu nena!

LA TIGRA. -(Volviéndose, un poco bruscamente.) Sí, mi nena. ¿Te extraña? ¡Mi hijita!

LUIS. -(Un tanto confundido.) Como no me habías hablado de ella.

LA TIGRA. -¿Cómo que no? Todos los días.

LUIS. -Es cierto. Hablabas de una nena...

LA TIGRA. -La mía.

LUIS. -Pero sin mayores referencias, sin concretar. ¡Qué linda es! ¡Qué ojos!...

LA TIGRA. -(Dulcificándose.) ¿Verdad que sí?

LUIS. -¿Qué edad tiene?

LA TIGRA. -Doce años cumplidos en abril. Tamaña moza. Parece mentira. ¿Quieres que te muestre otros retratos de ella? Tengo una colección en este álbum. Verás. Siéntate aquí, a mi lado. Este primero no vale la pena, porque está muy manchado, pero fijate en esta ricura, es un encanto, ¿verdad? ¡Nos dio un trabajo para retratarla! Tenía once meses y era lo más huraña. Yo tuve que ponerme detrás del fotógrafo enseñándole un espejo. Asimismo, salió con la trompita fruncida haciendo un puchero. (Contemplando embelesada el retrato y luego volviendo la hoja.) Aquí ya era una señorona. Cuatro años. Muy grave. (Otra hoja.) Cuando tenía seis, un carnaval, de Manola: la gracia viva. (Advirtiendo que LUIS se ha quedado pensativo, y ofendida, cierra de un golpe el álbum.) Me había olvidado. Perdóname la lata. (Se alza enojada.) ¡Todos son iguales!

LUIS. -¡No, Tigra, no! Fue la emoción. Me contagió tu ternura, te lo juro. Sentía en ese momento una sensación bien extraña... Ganas de llorar. Continúa, ¿quieres? Cuéntame.

LA TIGRA. -¿Te interesa, de veras? (Reaccionando.) Es cierto, sí sí... He sido grosera. ¡Pero tratándose de ella, me pongo tan celosa!... ¿Quieres que sigamos? (Señalando la cómoda.) Mira: estos dos cajones son de ella. Recuerdos: vestidos, juguetes. Este sonajero es de cuando le salieron los primeros dientes. Y aquí está su última muñeca (mostrándola.) Hermosa, ¿verdad?

LUIS. -¿La última?

LA TIGRA. -Es claro. Ya no juega. Es toda una señorita, que sabe francés e inglés, y sólo se preocupa de sus estudios. Hombre: ahora que recuerdo: Tú eres medio poeta, ¿por qué no me haces unos versos, o un diálogo, o cualquier cosa para que se luzca en los exámenes? Una cosa muy moral, ¿eh? ¡Se pondría tan contenta!...

LUIS. -¿Dónde la tienes?

LA TIGRA. -Con las madres alemanas. Un gran colegio religioso.

LUIS. -¿La ves a menudo?

LA TIGRA. -Todos los domingos.

LUIS. -¿Viene aquí?

LA TIGRA. -¿Estás loco? Nos vemos en casa de esa señora amiga, de quien te he hablado. Una persona muy respetable. Ella la puso en el colegio y es quien me representa. ¿No te fastidias? Bueno, siéntate. (Le alcanza la copa de whisky.) Te contaré la historia. La de ella no, porque no la tiene: la mía. Cuando la chica entraba en edad de comprender, fui a ver a esa señora y le dije: esta criatura no debe saber nada de mi vida. No quiero perderme tampoco de su cariño. Ahí la tiene. Desde entonces, la buena señora la ha tenido bajo su tutela. Yo le aconsejé que la pusiera en ese colegio, y soy, naturalmente, quien costea el pupilaje. A propósito: ahí tienes otra de las cosas que me impidieron abandonar esta vida. Con la costura no sacaría ni para comprarle los libros. (Gesto nervioso de LUIS.) Los primeros tiempos la veía con mucha frecuencia, pero a medida que iba creciendo, mis visitas fueron escaseando. Hoy la veo los domingos.

LUIS. -¿Y en qué carácter?

LA TIGRA. -En el de madre. Para ella soy viuda. Su padre ha muerto.

LUIS. -¿Y ha muerto?

LA TIGRA. -No sé. Puede ser. Vez pasada supe que estaba preso en Montevideo, complicado en un robo. Bueno; para ella soy viuda y desempeño el puesto de ama de llaves en una gran casa, tan atareada que sólo dispongo de una hora semanal para estar con ella.

LUIS. -¿Y por qué no de todo el día?

LA TIGRA. -Porque podría ocurrírsele que la sacara a paseo, que la llevara a los teatros o a cualquier parte, e imagínate, con todas las relaciones que tengo y con lo guaranga que es la gente, las vergüenzas que pasaría la pobrecita. La señora la lleva a Palermo, a la Recoleta, a algún teatro. Es en realidad la madre.

LUIS. -¿En el colegio también se ignora tu situación?

LA TIGRA. -Claro que sí. Si supieran las hermanas quién soy, no la tratarían bien a la pobrecita.

LUIS. -¿Pero no temes en las consecuencias de este sistema?

LA TIGRA. -En cuanto a esto estoy completamente tranquila. Los que saben que tengo una hija, ignoran donde está. Tú mismo, con los antecedentes que te he dado, no darías fácilmente con ella. Después... la gente no es tan mala para hacer un daño así, de gusto.

LUIS. -¡Oh, Tigra! ¡Qué buena eres! Si antes te he querido, ahora te admiro, te adoro. Óyeme. Ven conmigo. Pronto seré mayor y entraré en posesión de mis bienes. Vente. Te necesito como mujer, y te necesito como madre.

LA TIGRA. -¡Oh! ¡Criatura! ¡Criatura!

LUIS. -¡Sí, mi Tigra! Abandona ese medio. Nos iremos a vivir lejos, al campo, a otro país, donde nadie nos conozca, donde nadie te avergüence.

LA TIGRA. - Avergonzarme, ¿de qué?

LUIS. -Donde nadie se avergüence de ti. La llevaremos a ella, a la nena, donde puedas quererla a tus anchas con toda libertad, dándole ese mundo de ternura que llevas ahí dentro.

LA TIGRA. -¡Mi niñito, mi niñito inocente! ¡Mi niñito poeta!

LUIS. -Piensa en ella, piensa también en mí. Educada como está, mañana cuando descubra la verdad, podría hasta... repudiarte.

LA TIGRA. -¡Oh! ¡No, nunca! ¡Cálmate y no te exaltes y razonemos como antes! No insistas en lo que no podrá ser nunca. Soy lo bastante honrada para negarte tan franco servicio y te has metido mucho aquí (el corazón) para que pueda ofrecerte lo que doy al primer desconocido que se me acerca. Déjame con mi vida y con mis costumbres. Mañana no daré más. La suerte dispondrá del resto de mis días, pero estaré tranquila. Ella tendrá ya su carrera y será una institutriz, preparada para la lucha, sabrá hallar su lote de felicidad. Como lo he encontrado yo, como todos lo encuentran.

LUIS. -(Con intensa emoción.) ¿Quieres que te dé un beso?

LA TIGRA. -Sí. Vení. (LUIS se le arroja al cuello, llorando.) ¿Qué? ¿Lloras? (Trasportada, le cubre el rostro de besos.) ¡Mí niño! ¡Mi poeta! (Luego se separa y se oculta para enjugarse las lágrimas. Pausa. Reaccionando.) ¡Vamos, Luis! Es tarde y debo acostarme.

LUIS -¡No, no!

LA TIGRA. -(Obligándolo, maternalmente.) Toma tu sombrero, y mañana hablaremos en el café.

LUIS. -(Como atontado, se encamina a la puerta. Antes de salir se vuelve suplicante.) ¡Esta noche al menos!

LA TIGRA. -No. Está la nena en casa. (LUIS la besa respetuosamente la mano y se va.)


Telón.