La Salve
¡Salve, oh Virgen María!
¡Salve, reina inmortal del alto cielo,
Madre de Dios, del ángel alegría,
De los hombres consuelo!
Déja que con los ángeles el hombre
Te salude y te nombre:
¡Salve, Reina inmortal, salve, María!
Virgen, tú nuestra vida,
Tú eres nuestra salud. ¿Sin ti qué hiciera
La pobre humanidad? Ciega y perdida
En sombras falleciera.
Tú al Dragón quebrantaste la garganta,
Virgen, con tierna planta:
¡Tú eres nuestra salud, tú nuestra vida!
Tú eres nuestra dulzura;
Tú, Madre de piedad, nuestra esperanza.
Tus favores, bondades y ternura,
¿Quién á decir alcanza?
Tú, bendita entre todas las mujeres,
Nuestra dulzura ëres,
Tú, Madre de piedad, nuestra esperanza!
¡Señora, á ti clamamos
Los hijos de Eva en nuestro valle triste.
¡Oh Madre! á ti los ojos levantamos;
Nuestra flaqueza asiste.
Sí; peregrinos, de la patria ausentes,
Con lágrimas ardientes
Los ojos levantando, á ti clamamos.
Clamamos; caen al suelo
Lágrimas de dolor, hondo gemido
Brota de nuestro labio y sube al cielo.
No entregues al olvido,
Tú que lloraste al pie del leño santo,
Tú que sufriste tánto,
Nuestras lágrimas, ¡ay! nuestro gemido.
Tú eres nuestra abogada,
Tus claros ojos vuélvenos, María;
Y al fin de nuestra mísera jornada,
Muéstranos, Virgen pía,
El fruto santo de tu seno, fuente
De luz indeficiente:
¡Tú que eres nuestro bien, Virgen María!