La Sagrada Biblia (XIII)/Prólogo

La Sagrada Biblia (Tomo XIII) (1836)
traducción de Félix Torres Amat
Prólogo
Mateo
PRÓLOGO.

Hace ya muchos años que se deseaba en España una version castellana de las santas Escrituras hecha con aquella justa libertad, con que se han traducido en las demas naciones cristianas, especialmente la italiana y la francesa. Y así es que fue recibida con singular aprecio la que publicó el R. P. Felipe Scio, preceptor de los señores Infantes, y despues obispo de Segovia; ménos sujeta ya á los modismos y sintáxis de las lenguas hebrea y griega, que las antiguas versiones de Ferrara, Valera, etc., y depurada de muchas voces anticuadas y confusas que hacen pesada la lectura de aquellas. La nueva version se esparció luego por todo el vasto territorio de la monarquía española; y los sábios han hecho la debida justicia al mérito del digno traductor, elogiando sus laboriosas tareas.

Pero cuando tradujo el P. Scio la sagrada Biblia, y aun al tiempo mismo en que, vencidos grandes obstáculos con la poderosa proteccion que le dispensaba el augusto monarca, comenzó á imprimirla; no juzgó prudente aquel sensato y sábio traductor usar tanto como deseaba, y creia lícito, de la santa y racional libertad en traducir, que se habian tomado ya en su tiempo, como él mismo dice en la Disertacion preliminar, «los hombres mas eminentes y que con mayor acierto y aceptacion han a hecho sus traslaciones, sin faltar á la fidelidad de la traduccion.» Estaba bien persuadido de que, para trasladar literalmente y con exactitud muchas expresiones de la Biblia, era preciso variar á veces el giro y colocacion de las palabras, sustituir las propias á las metafóricas ó figuradas que no tienen cabida en nuestra lengua, y en fin no atenerse al número de las voces, sino al sentido literal de toda la cláusula. Y en honor de la esclarecida memoria del Ilustrísimo Scio debo decir, que él mismo aseguró á uno de sus discípulos, en el dia antorcha brillante de la Iglesia española, que si se ciñó demasiado á la letra material del texto de la Vulgata, con perjuicio de la claridad y hermosura del estilo, y algunas veces inadvertidamente hasta de la misma exactitud del sentido literal, fue por el temor de chocar mas fuertemente con la opinion que reinaba entónces contra las versiones de la Escritura en lengua vulgar.

Asi me propuse traducirla desde el año de 1807, en que, no ya solo por gusto, sino principalmente por superior disposicion, consagré todos mis estudios á este género de trabajo, y con mas ardor desde 10 de julio del año de 1815, en que nuestro religioso monarca se dignó manifestarme, que seria de su real agrado siguiese en el encargo que sobre el particular se me habia hecho reinando su augusto padre, y procurase dar la posible perfeccion á la version de la Biblia. Con tan poderoso estimulo, pues, emprendí y he seguido con gusto esta árdua tarea, desconfiando, sí, de poderla llevar al cabo, pero valiéndome de cuantos medios me han sido posibles para satisfacer los deseos de ambos soberanos.

A este fin he consultado las demas versiones castellanas; y aunque en esta me he determinado á hacer mayor uso del que han hecho otros traductores del riquísimo tesoro de voces y frases que tanto ensalzan sobre los demas á nuestro elegante y magestuoso idioma, sin embargo he procurado hacerlo con cierta parsimonia y moderacion, no fuese que, ostentando esta abundancia, y olvidado de su pureza, de su precision y nervio, diese en el escollo de afectar un género de elegancia profana, que, desdiciendo del espíritu de sencillez que hace tan recomendables las santas Escrituras, desfigurase el sentido de la expresion sagrada, ó á lo menos le degradase con los mismos atavios con que procurára engalanarle. En una palabra, no he buscado en esta version el ornato, sino únicamente evitar el desaliño, bien persuadido de que son dignos de reprension aquellos que al trasladar á otra lengua las palabras de la Escritura, se esfuerzan por ataviarlas con bellezas de estilo, que muchas veces desdicen del original, y visten con pomposos y profanos adornos la palabra de Dios, despojándola de lo que mas en ella enamora, esto es, de aquella augusta sencillez con que nos revela los mas sublimes misterios é importantes verdades.

La version latina llamada Vulgata es el texto que he traducido, valiéndome de la edicion últimamente corregida por órden de Clemente VIII; en atencion á haberla preferido á otras muchas el concilio de Trento, declarando solemnemente, despues de un maduro exámen, que era auténtica, ó verdadera traduccion de las Escrituras sagradas, en todo lo perteneciente á la creencia y costumbres; y mandando que se venere como regla infalible de la fé. Y es de notar que ha merecido tambien la preferencia de los mas sábíos protestantes, como Luis de Dios, Wálton, Milio y otros; entre los cuales Grocio asegura haberla tenido en grande estima, «no solamente porque no contiene ninguna doctrina que no sea saludable, sino tambien por la mucha erudicion que en ella se encuentra [1]

Mas como el santo concilio de Trento no intentó derogar en nada el respeto debido á los textos originales hebreo y griego, dictados por el mismo Dios, creí que debia consultarlos, y aclarar, por medio de un escrupuloso y detenido exámen de sus voces, muchos pasages oscuros de dicha Vulgata, que la escasez é índole de la lengua latina no permiten expresar exactamente, así como lo advirtieron ya san Gerónimo, san Hilario, san Ambrosio, y otros santos Padres. «Trabajo es este oscuro (dice el Ilustrísimo Martini), y, por no decir otra a cosa, poco agradable; pero trabajo que es necesario para llegar á entender plenamente el verdadero sentido de la Vulgata misma, y fijar su exacta traduccion.» Por la misma razon he consultado muchas veces las mas apreciables versiones francesas é italianas; y en vista del justo y general aplauso con que se lee en toda Italia, y aun fuera de ella, la versión del citado arzobispo de Florencia señor Martini, de su mérito intrínseco, y sobre todo de los elogios que mereció del sumo pontífice Pio VI, resolví tomarla por modelo, á fin de poder escudar con ella mi débil ó ninguna autoridad, contra los que por ignorancia, ó por malicia, me quisiesen acusar de no ceñirme en todo á la letra del original.

He acudido también para mi empresa á las obras castellanas de nuestros sabios y piadosos escritores del siglo décimosexto, que con razón suele llamarse el siglo de oro de nuestra literatura, en las cuales se halla traducida la mayor parte de los Libros sagrados. Con la idea que concebí al principio de formar una versión castellana de la Biblia, que fuese, casi toda ella, obra de aquellos varones eminentes en virtud y sabiduría, que veneramos como maestros, no solamente en las ciencias sagradas, sino aun en la perfección de nuestro idioma, fui recogiendo cuantos versos de la Escritura nos dejaron traducidos los tres venerables Luises, (Granada, Leon y Puente) los dos Alonsos, (Rodriguez y Orozco) santa Teresa, San Juan de la Cruz, el venerable Ávila, Ribadeneira, Márquez, Malon de Chaide, Cáceres, Soto, Estella, y algunos otros. Esta coleccion de textos traducidos me ha servido muchísimo, porque sobre ser gran parte de ellos conformes con la letra de Vulgata, aun los demas que tienen algo de paráfrasís, me han dado mucha luz para formar la traduccion literal, y me han autorizado para conservar algunas palabras y modismos antiguos de que ellos usaron, por parecerme que dan á la version de la sagrada Escritura cierto aire magestuoso, y aquella veneracion que suele tributarse á la antigüedad. Unicamente he dejado de usar algunos que, aunque propios y elegantes en el siglo décimosexto, no suenan ya bien en los delicados oidos del nuestro. Con esto creo haber evitado el principal defecto en que incurrieron los autores de una version de la Escritura hecha á fines del siglo pasado, en la cual trasladaron muchísimos textos segun se hallan parafraseados en varios tratados de piedad.

Ademas de las obras de los Padres españoles del siglo xvi, he consultado las versiones castellanas antiguas y modernas de toda la Biblia, ó de parte de ella, de que hablo en el Discurso preliminar que precede á la del Antiguo Testamento; pero sobre todo he tenido siempre delante la apreciable del Ilustrísimo Scio, en cuyas eruditas notas he encontrado mas de una vez la traduccion literal que yo buscaba, y confirmadas varias reglas de buena version, que no pocas veces siguió el mismo, y antes habia adoptado el señor Martini, las cuales son las siguientes.

I.ª He trasladado á veces el nombre propio por el pronombre, ó al contrario; y tambien el adverbio derivado por su nombre: asimismo los sustantivos y adjetivos por verbos; y una concordancia de sustantivo y adjetivo por dos sustantivos, ó al revés.

II.ª He omitido la traduccion de las partículas et, autem, quidem, y otras, donde se vé claramente que son redundantes ó inoportunas, segun el carácter de nuestra lengua, diferente en esto de las orientales. Tambien las he traducido de vários modos, por la mayor abundancia que de ellas tiene nuestro idioma: por ejemplo el vau hebreo, que la Vulgata traduce casi siempre et, es indudable que en castellano tiene muchas correspondencias; puesto que no solamente es partícula de conjuncion, sino de causalidad, de consecuencia, de afirmacion, de contraposicion etc., equivalente á las nuestras pues, con que, con esta, tambien, aun, pero, mas, etc.

III.ª He usado varias veces del número singular por el plural, ó al contrario. Asimismo de un modo y tiempo por otro, tomando los participios ó verbos equivalentes, y expresando en activa los pasivos, ó al contrario; como tambien un verbo ó nombre por una frase.

IV.ª En muchos lugares no he podido traducir bien algunas pocas palabras latinas sino por medio de muchas castellanas, ó al contrario; y he variado su construccion ó su sintáxis, siempre que lo exige la naturaleza de nuestra lengua.

V.ª En este caso tambien he traducido las palabras trópicas ó figuradas por las propias, ó al contrario.

VI.ª Alguna vez he interpretado segun el texto hebreo ó griego una palabra, por hallarla oscura ó equivoca en el latin, falto del correspondiente vocablo.

VII.ª Para quitar la oscuridad que presenta frecuentemente la traduccion literal ó gramatical del texto hebreo ó griego, se tomó el autor de la Vulgata (como lo habian hecho ya los Setenta Intérpretes al traducir el texto hebreo) la justa libertad de añadir alguna voz, que se sobreentieude claramente en el original; pero no podia emitirse en el idioma latino. Esta misma libertad me he tomado al trasladar del latin al castellano, como hizo muchas veces el señor Scio, y muchísimas mas el señor Martini.

VIII.ª Algunas expresiones de la Escritura las he traducido, consultando las palabras ó el modo con que se refiere lo mismo en otro Libro sagrado. Así la expresion in semine tuo (Act. III. v. 25.) la he traducido, en uno de tu descendencia; porque de este modo lo explicó san Pablo (Gal. III. v. 16). Por esta razon he añadido de letra cursiva alguna palabra, cuando se halla en otro lugar de la Escritura en que se refiere lo mismo.

Tal es la version castellana de la Biblia que me propuse formar, y tales los medios de que me he valido, y las principales reglas que he observado. Estoy muy distante de lisonjearme de que haya conseguido con perfeccion lo que deseaba. La empresa es muy árdua por todos respectos; y solamente conocerá bien su dificultad el que haga la experiencia de ponerse á traducir alguno de los capítulos que se presenten con oscuridad. La Vulgata latina ofrece mayor embarazo por ser «una traduccion del hebreo y del griego, y contener (como observa el sábio arzobispo Martini) algunas oscuridades y anfibologías, nacidas del solo empeño que tuvo el traductor de seguir palabra por palabra el original.» Sin embargo confío que excitaré con mi ejemplo á otros de mas luces y talento á emplearse en trabajo tan útil, y aun necesario, evitando los defectos en que yo precisamente habré incurrido.

He dicho trabajo tan útil, y aun necesario; porque nunca lo ha sido tanto como ahora, que vemos la singular actividad con que en Francia é Inglaterra se reimprimen varias versiones castellanas de la Biblia, y que en Barcelona solamente se han impreso diez mil ejemplares del Nuevo Testamento, por cuenta de una Sociedad bíblica extrangera. Y es de advertir que no solo se reimprimen traducciones hechas por autores no católicos, como es la del Nuevo Testamento que tengo á la vista, sin lugar de impresion, y solo con la fecha del año de 1817; sino que todas salen sin nota ninguna que aclare algo la inteligencia de vários lugares que no puede entender el que ignora los diferentes usos y costumbres, y frases ó modismos de las antiquísimas naciones, cuyos sucesos se refieren en los idiomas orientales, tan diferentes de los europeos. Tales notas son sumamente necesarias, y servirán de mucho consuelo al piadoso lector en aquellos lugares de la Escritura, que Dios por sus altos designios, y para ejercitar nuestra humildad y conservar la dignidad debida á su palabra, como dicen los santos Padres [2], ha dispuesto queden cubiertos con el velo de la oscuridad: velo que solamente podrá descorrer algun tanto el hombre con los auxilios de la divina Sabiduría, valiéndose de su propio estudio, y del trabajo y meditacion de los que le han precedido.

Ademas vivimos en un tiempo en que la fe está sumamente amortiguada, y son casi del todo desconocidos aquel respeto y humildad con que los antiguos cristianos se dedicaban á la lectura de las santas Escrituras. Cuando pues se va propagando, á manera de contagio, la loca presunción, hija de la soberbia, que causa esa tendencia general ácia la impiedad, de que se observan horrorosos síntomas en las naciones mas cultas, ¿quién dejará de temer que el sencillo é ignorante lector de la Biblia puesta en lengua vulgar, se vea sorprendido y seducido por las malignas, pero solapadas y artificiosas sátiras y groseras imposturas, con que la irreligión pretende ridiculizar muchas de las verdades y sucesos que se refieren en la sagrada Escritura? ¿Y cuan fácil no será que en fuerza de repetidos sarcasmos llegue á mirar los Libros sagrados como los escritos de Homero, los de Osian, y de otros antiguos autores profanos? Así los mirará el lector de las santas Escrituras, aunque sea ilustrado, si su instrucción no va acompañada de la humildad con que deben leerse; y si no tiene presente que las dictó Dios, no para enseñar á los hombres la ciencia que hincha ó engríe, sino la de la salvación, esto es, lo perteneciente á la fé y á las buenas costumbres.

Para precaver pues tan grave daño, he trabajado esta versión sin poner mas que las notas precisas é indispensables. He podido excusar muchísimas, intercalando algunas veces en el texto castellano, con letra cursiva, una ó dos palabras que aclaran el sentido; y que en rigor deberían hacer parte de la traducción literal, pues no añaden ninguna idea nueva, sino que tan solamente expresan en castellano alguna voz que pudo ó debió omitirse en los textos hebreo, griego ó latino, atendido el diverso carácter de cada lengua. Así lo hizo el Padre Scio (I. Reg. cap. I. v. 21.) poniendo entre paréntesis y claudatur el verbo cumplir. Véase también el señor Martini (Act. cap. V. v. 20). Y únicamente he dejado de poner en diferente letra alguna de estas palabras añadidas, cuando he podido apoyarme en la respetable autoridad de los sabios traductores Martini y Scio. Como poniendo las notas al pié de la página hay que repetir varias veces una misma en distintos lugares, resolví reunir muchas de ellas, en forma de Diccionario, al fin del Nuevo Testamento, poniendo en su propio lugar únicamente aquellas que son absolutamente necesarias é igualmente las mas breves, y las que solo sirven para uno ó dos pasages de la Escritura. Este método, seguido ya por varios traductores de los Libros sagrados, le he adoptado para que así quede reducida toda la Biblia á muy pocos volúmenes, á fin de que muchos, que no pueden comprar la costosa versión del Ilustrísimo Scio, la prefieran á las versiones que se imprimen sin nota ninguna, y quizá de autores sospechosos; cuya lectura ni es permitida á todos, ni puede esperarse que produzca frutos de sólida piedad.

Tal es el verdadero motivo de publicarse ahora esta versión, á pesar de la repugnancia de mi amor propio, que se resiente de los muchos defectos que yo noto, y de otros muchísimos que una vista mas perspicaz no podrá menos de observar. Sin embargo, examinada en virtud de real órden de 13 de julio de 1815 por nueve censores de singular erudicion y sabiduría, instruidos especialmente en las lenguas hebrea, griega y árabe, y muy versados en el estudio y meditacion de los Libros sagrados, y aprobada por el Ordinario, primera autoridad eclesiástica del reino; ¿no podré prudentemente confiar en que sale á luz exenta á lo menos de todo error sustancial? Mas cuando en la manera de traducir ó de explicar algun pasage de la Vulgata, hubiese quedado aun, por inadvertencia, la mas mínima discrepancia del sentir de la Iglesia católica, apostólica, romana, desde ahora me sujeto humilde á su correccion.

Finalmente, aunque procuraré que esta segunda edicion salga correcta, no me lisonjeo de poderlo conseguir á medida de mi deseo; y como tengo resuelto poner al fin de la edicion de toda la Biblia, no solo una fé de erratas general, sino tambien una nota de las equivocacíones que yo haya padecido; suplico á los lectores se sirvan advertime las que yo no haya observado. Comienzo por la impresion del Nuevo Testamento, por ser su lectura la de mayor utilidad para los fieles, que en general no entienden la lengua latina, y para quienes especialmente se ha formado esta version.

Plegue al Señor que no queden frustrados mis deseos de facilitar mas por este medio al comun de los cristianos la lectura y meditacion de las santas Escrituras, en que seguramente hallarán todas aquellas ventajas que les han anunciado los santos Padres, y que en breves palabras comprendió san Ambrosio, diciendo: «A todos aprovecha la divina Escritura, por cuanto cada uno encuentra en ella, ó la medicina de sus llagas, ó la consolidacion de su virtud» Omues ædificat Scriptura divina: in eâ invenit unusquisque, quo aut vulnera sua curet, aut merita confirmet. In. Ps. XLVIII. v. 2.

  1. Grot. in proem. annot. ad Vet. Testam.
  2. S. Aug. lib. II. De doct. christ, c. 6.—In Ps. CIII.— Contra mead, c. 10.—S. Joann. Chrys. Hom. XLIV. in cap. 23. S. Matth, etc.'