La República (Tomás y García tr.)/Vida de Sócrates
Sócrates nació en Atenas en el arrabal llamado Alopece el seis del mes Thargelion, que corresponde al diez y seis de Mayo, año quarto de la Olympiada setenta y siete, quatrocientos sesenta y ocho años ántes de Jesu-Christo. Su padre era escultor, y llamábase Sophronisco, y su madre era partera, y se llamaba Phenaretta. Educáronle desde luego en la profesion de su padre, que era de las mas honrosas de la Grecia, y se adelantó tanto, que muchos autores aseguran que las tan decantadas estatuas de las tres Gracias que se veian en la ciudadela de Atenas, detras de la estatua de Minerva, eran obra suya. Es de notar con Diógenes Laercio, que fué el primero que, contra el uso comun de los artistas, las representó vestidas, pudiéndose llamar con Horacio las Gracias esculpidas por Sócrates, Gracias honestas.
El profundo silencio que se observa sobre los primeros años de su vida, nos hace presumir que los ocupó en trabajar en la escultura, hasta tanto que Critón, noble ateniense, advirtiendo la extension de sus conocimientos naturales, y pareciéndole que talentos tan extraordinarios podian emplearse mejor, le hizo abandonar el exercicio de esta profesion, y le persuadió á que se dedicase por entero á la contemplacion de la simetría moral; cuyo objeto principal consiste en acercar nuestra alma, quanto sea posible, á la perfeccion y excelencia de la divinidad. Quieren unos, que sus primeros maestros de filosofia fuesen Anaxágoras, y Archelao, apellidado el fisico; y otros con buenos fundamentos, que lo fué Pródico, habiendo sido el único de los filósofos de aquel tiempo con quien dividió su gloria, y á quien se empeñó en ridiculizar sobre las mismas opiniones teológicas Aristophanes en sus Nubes. Luego que hubo recibido Sócrates del generoso Criton lo preciso para socorrer las necesidades de la vida, que seria á los treinta años de su edad, se aplicó con toda intencion á la filosofia natural, estudio que constituía entónces una de las principales ocupaciones de la juventud de Aténas, y en el que hizo rápidos progresos; pero consideradas las insuperables dificultades que acompañan á esta ciencia, y convencido por experiencia de la inutilidad de estas averiguaciones, aun quando salen con ellas, le abandonó y estableció por objeto principal de su aplicacion la felicidad de la especie humana. Éste fué, dice Cicerón, el primero que hizo baxar la filosofia del Cielo, donde parecia haber fixado su morada; que la colocó en las ciudades, la introduxo en las casas particulares, y la obligó á servir de guia al conocimiento de la vida, de la moral, del bien y del mal.
Permaneció algun tiempo en este estado tranquílo sin darse á conocer, hasta que se le presentó ocasion de manifestar el valor, la amistad y todas las virtudes que caracterizan al verdadero ciudadano. Acia el año quarto de la Olympiada 87, siendo Sócrates como de unos treinta y seis años, Potidea, ciudad de Trácia y tributaria de Aténas, se reveló contra la República: los atenienses juntaron al punto su exército y se partieron á sujetar los rebeldes, los quales al ruido de su llegada saliéron de la ciudad y fuéron á recibirles, y despues de un sangriento combate, en que perdiéron mucha gente, se viéron precisados á retirarse dentro de sus muros. El exército vencedor puso sitio á la ciudad, y aunque fué muy riguroso, con todo los sitiados se defendiéron obstinadamente por espacio de dos años, no habiéndoles podido obligar á que se rindiesen sino por la falta de víveres. Durante este combate y este sitio se señaló Sócrates con acciones muy distinguidas, que le grangearon los elogios de sus conciudadanos, pero con destreza hizo resaltar la gloria sobre Alcibiades (á quien habia libertado la vida), con el fin de acrecentar el esfuerzo de este jóven ateniense, y dispertar en su corazon los deseos de merecer mayores honras de parte de su pátria. De aquí tomó principio su intimidad con Alcibiades, en cuya tienda se aloxó durante esta expedicion; pero sin que la suntuosidad y abundancia de regalos que allí se disfrutaban, hubiesen podido jamas hacer renunciar á nuestro filósofo la vida dura y militar que habia abrazado desde el principio de la guerra. En lo fuerte del invierno, quando los otros soldados aumentaban ropas para libertarse de los rigores del frio, conservó siempre su vestido ordinario, y caminaba á pie descalzo sobre los hielos; lo qual junto á la templanza y sobriedad que constantemente observó, le formaron un temperamento capáz de resistir á todas las enfermedades, de modo qua casi fue el único que no padeció la epidemia esparcida en todo el campo y ciudad de Potidea.
Concluida la expedicion se volvió á Aténas, y á poco empezó á dar lecciones públicas, no con la ostentacion ni orgullo de los sofistas, ni con las miras mercenarias de los maestros asalariados por los Magistrados para enseñar en las escuelas, sino con la mayor modestia y gratuitamente, en las calles, en los paseos, en los baños, y en las casas particulares. En suma, en todos los parages que encontraba favorables para enseñar á los hombres las obligaciones de la religion, y los deberes esenciales de la humanidad. En una de estas ocasiones encontró á Alcibiades que iba á orar á el templo, y segun costumbre le preguntó qué intencion llevaba, demostrándole el riesgo que habia en hacer á Dios peticiones indiscretas, no fuese que creyendo pedir un bien, le pidiese el mayor de todos los males. Por lo que se repetia con freqüencia esta breve oracion, que puede decirse encierra todas, sacada de un antiguo poeta: Gran Dios, concedednos lo que nos conviene, ora os lo pidamos, ora no; y alexad de nosotros quanto pueda dañarnos, aunque os lo pidamos. Miéntras que se ocupaba Sócrates en desterrar la supersticion del ánimo de los atenienses, trabajaba tambien infatigablemente por refutar la incredulidad de los que impugnaban la existencia de Dios, y el libertinage de los que veía tiranizados por sus pasiones, persuadido que no les faltaba mas de dar un paso para el ateismo.
Establecida insensiblemente su reputacion, vino bien pronto á ser el objeto de la envidia de los sofistas, que advertian despoblarse de cada dia en sus escuelas por escuchar las lecciones de nuestro filósofo. La atencion contínua que ponia en impugnar sus principio, y quitar la máscara á su ignorancia, contribuía en extremo á redoblar su ódio. Leemos en Platón que disputaba freqüentemente con ellos, y que á pesar de su eloqüencia no dexaba siempre de triunfar y recibir aplausos de sus discípulos, de los quales hizo muchos proselitos que siguieron su doctrina. Sin embargo los sofistas se habian acreditado tanto con el pueblo, que hubiera sido imposible refutarles por medio de una impugnacion manifiesta, aun quando se hubiese valido de la eloqüencia mas enérgica y de las pruebas mas bien fundadas. Por esto introduxo Sócrates un nuevo método de disputar llamado de induccion, por el qual con un ayre de humildad y desconfianza de sus propias luces (jamás con tono dogmático), hacia á su contrario continuas preguntas, y le conducia de argumento en argumento hasta las conseqüencias mas absurdas; de modo que el sofista sin percibir el lazo que se le armaba, acababa por contradecirse y refutar él mismo la falsedad de sus proposiciones. Tales eran los medios de que se valia nuestro filósofo para desacreditar á estos falsos sábios, y exponer con toda claridad los presuntuosos designios de estos pretendidos dispensadores de la sabiduría.
Aumentábase cada dia mas y mas la reputacion de Sócrates, no solo en Aténas, sino aun en toda Grecia, de modo que de las provincias mas remotas acudian á oir sus lecciones; y aunque segun el uso recibido desde antiguo le hubiese sido permitido recibir estipendios que le habrian enriquecido hasta lo sumo, fué tal su desinterés, que aun en las necesidades mas urgentes no quiso recibir retribucion alguna pecuniaria de sus instrucciones, enseñando siempre gratuitamente á todo el mundo la sabiduría y la virtud, bienes mas apreciables que todo el oro del universo.
Proyectaron en este tiempo los atenienses una expedicion militar contra los beocios, y la preferencia que siempre daba á las necesidades de la pátria sobre sus inclinaciones particulares, le determinaron desde luego á tomar parte en esta empresa. Encontráronse los exércitos junto á la ciudad de Delion, y dióse la batalla, en la que fuéron rechazados los atenienses con gran pérdida; pero Sócrates acreditó su esfuerzo en el combate y en la retirada, sin huir precipitadamente como los mas del exército, sino paso á paso, haciendo frente al enemigo, hasta que viendo del caballo y cubierto de sangre á Xenophonte, le levantó, le puso sobre sus hombres, y le llevó hasta dexarle á cubierto de la persecucion de los vencedores.
Concluida la expedicion se volvio Sócrates á Atenas, donde encontró que los sofistas, los sacerdotes, y los oradores, aprovechándose de su ausencia, habian formado contra él un partido considerable. El famoso Aristóphanes, infame poeta cómico ganado por esta faccion, fué el primero que para sondear las disposiciones del pueblo, se atrevió á desacreditarle en la comedia llamada las Nubes. Sabiendo el filósofo que se habia de representar, aunque solo concurria á las tragedias de Eurípides, se fué al teátro para ser espectador de esta pieza. Á pesar des notorio desprecio y burla que en ella se hace de su carácter, no se le escapó la menor señal de descontento; ántes al contrario dió una prueba rara de la bondad de su corazon. Habia algunos extrangeros que tenian ansia por saber quien era este Sócrates de quien se hablaba en toda la pieza, y él se levantó de su puesto y estuvo en esta actitud miéntras duró la comedia. Este ayre de confianza que su mértito y su inocencia podian autorizar, sirvió para advertir á sus discípulos quan contrarios eran los preceptos que les enseñaba, á los que le hacian proferir en aquella pieza, y para desconcertar los designios maliciosos del poeta, que habiendo querido poco despues presentar la misma comedia en el teátro, no encontró mas que el desprecio y las reprensiones que merecia.
Apénas los atenienses se habian reparado del descalabro padecido en Deltion; quando se viéron obligados á tomar otra vez las armas contra Brasidas, general lacedemonio, que habiendo entrado en la Trácia con un exército, se apoderó de algunas ciudades que pertenecian á la República, y entre otras la de Amphipolis, plaza de mucha consideracion. Aunque Sócrates acababa de experimentar el riesgo que habia en ausentarse de su pátria, la necesidad urgente que tenia ella de soldados le determinó á marcharse á esta tercera expedicion, la que no habiendo sido mas felíz que la pasada, se hubo de volver á Aténas, de donde no salió hasta su muerte.
Continuaba con ardiente zelo la obra que tan felizmente habia comenzado de franquear á sus oyentes los preciosos tesoros de la filosofia, y trabajaba constantemente por gravar en su corazon y en el de sus discípulos el amor á la verdad, á la piedad y á la justicia, teniendo presente en todos sus discursos la analogía que reyna entre la perfeccion moral y la perfeccion natural, que algunos expresaron con el nombre de simetría. Este conocimiento de la bondad y de la hermosura en materia de moral, le conducia por una correspondencia sucesiva de ideas á mirar la regularidad de los rasgos del rostro, como una señal exterior que denotaba infaliblemente la excelencia del carácter. De aquí aquel gran gusto de preferencia que tenia para con los jóvenes bien agestados, y en especial por Alcibiades, en cuya educacion se ocupaba sin cesar, á fin de retraerle de los placeres peligrosos, á los quales la opulencia y la fuerza del natural continuamente le incitaban. Pero á pesar de este afecto particular, ninguno de los enemigos de su tiempo se atrevió á reprenderle la infame pasion con que algunos modernos, por malicia ó por ignorancia de las costumbres de Grecia, se esforzaron amancillar la reputacion de nuestro filósofo.
Veíase entónces en el punto mas alto á que se puede aspirar una ambicion gobernada por la razon, sin que el interes, la vanidad ni el orgullo tuviese cabida en su corazon. Declárale el oráculo de Apolo preguntando por Cerephón, por el mas sábio de todos los hombres. Y Sócrates le interpreta modestamente con decir, que el oráculo solo le nombró para proponer un exemplo, como si hubiese dicho: el mas sábio es aquel, que, como Sócrates, reconoce que verdaderamente no hay en sí ninguna sabiduría. Fué siempre enemigo del ayre y nombre de maestro, y quando Demónico le presentó su hijo para que aprendiese de él la sabiduría, despues de haberle remitido á los sofistas que presumian ser los maestros, le preguntó al jóven Theages, si sabia qué cosa era la sabiduría? El qual respondiéndo afirmativamente, le replicó Socrates: os engañais; pero yo quiero enseñaros lo que es: por un favor particular de la providencia he tenido siempre desde mi niñéz una guia interior que no me inspira sino para separarme de lo que he resuelto, y nunca me incita á ninguna empresa. Esta inspiracion, ora se llama génio, ora angel, ora demonio familiar, segun parecers varios de los antiguos, la qual debe mirarse no con ojos supersticiosos, sino simplemente como el fruto de la exactitud de sus juicios, jamás le engañó en el discurso de su vida; y no era otra cosa que la sensacion interior, inseparable del corazon de los hombres de un juicio penetrante y exacto, que obra en nosotros y nos dá un presentimiento profético de lo que puede suceder, ántes que las facultades de nuestra alma puedan probar la verdad de esta inspiracion.
Cincuenta años tendria quando se casó con Xantipa, muger la mas insociable que habia en Aténas. Esta esposa hizo de su casa, que debia ser para el marido lugar de paz y de tranquilidad, una morada de alborotos, disensiones é inquietudes, sin que jamás hubiese podido conseguir, como ella misma declaró transportada en cólera, que Sócrates perdiese su moderacion ordinaria. Añádase que en este tiempo la anarquía habia desterrado la felicidad de las asambleas del pueblo; de la religion y de la filosofia, la supersticion y las falsas preocupaciones; y de la sociedad, la corrupcion de costumbres; pero todo junto no fué bastante para desterrar la paciencia de su corazon, donde se había retirado como á plaza inexpugnable. Esta deprabacion general le impidió aceptar ningun empleo público; y aunque por constitucion del Estado, todo ciudadano tuviese derecho de dar su voto en las asambleas, reusó constantemente asistir hasta la edad de sesenta años que fué elegido por representante de su tribu en el Senado. Ascendió por su turno á la dignidad de Epistate, que tenia el cargo de custodiar las llaves de la fortaleza y del tesoro público, y quando su tribu tuvo la presidencia dió un exemplo memorable de sabiduría, valor y probidad, exponiendo generosamente su vida contra el furor de un populacho ciego, por defender la de los valerosos y expertos capitanes de la esquadra ateniense que venció á los lacedemonios en el combate nabal de las islas Arginusas. Conseguida la victoria sobrevino repentinamente una tempestad, que obligó á los comandantes á hacerse á la vela, sin haber podido enterrar los muertos. Llegados á Aténas, en vez de recibir las señales de reconocimiento que les eran debidas por el servicio que acababan de hacer á la República, fuéron por esta omision involuntaria acusados ante el Senado, y condenados á sufrir una muerte ignominiosa. Sócrates fué el único que perseveró constantemente en defenderlos, y que no quiso dar su voto para esta inhumanidad, prefiriendo exponerse al resentimiento de los ciudadanos mas poderosos de la República, que quebrantar el juramento que habia hecho al entrar en su empleo, de no hacer jamás cosa contra la razon y contra la equidad.
Los atenienses experimentaron bien pronto las funestas conseqüencias del yerro que acababan de cometer; porque Lisandro, General lacedemonio, atacó su esquadra al año siguiente, la derrotó y echó á pique casi todos los navios, despues de haberles muerto muchos miles de hombres, y hecho multitud de prisioneros. Se aprovechó el lacedemonio de estas primeras ventajas, y se marchó ácia Aténas bloqueándola por mar, miéntras que un exército mandado por los Reyes de Esparta la tenia sitiada por tierra: los atenienses atacado por todas partes, sin víveres, sin navios, sin esperanza alguna de socorro, les fué forzoso rendirse á discrecion, y pedir humildemente á sus enemigos una paz que ellos les habian rehusado muchas veces con altanería. Lisando, algun tiempo despues, se valió de las discordias que se levantaron entre los ciudadanos para mudar la forma de gobierno: abandonó la democracia, y estableció un consejo oligárquico, compuesto por treinta hombres, que con justo título se trasmitieron á la posteridad baxo el nombre de los treinta tiranos. Sócrates tuvo el sentimiento de ver al frente de este consejo a Cricias, que habia sido discípulo suyo, y de quien debia esperar mas consideraciones de las que recibió. Este tirano conservando en su corazon la memoria de las justas reprensiones que le dió su maestro por su brutalidad y por sus infames pasiones; lo primero que hizo por un efecto de resentimiento suyo, fué prohibirle la instruccion pública de la juventud, y por este medio impedirle que inspirase á los atenienses el amor á la sabiduría y á la virtud, que hubiera infaliblemente perjudicado á sus malvado proyectos; pero Sócrates sin aterrarse con la prohibicion de este tirano, y despreciando las órdenes de estos magistrados, establecidos no solo contra las leyes naturales, sino tambien contra las del Estado, persistió con una firmeza sin exemplo en medio de los asesinatos y execuciones públicas, á sostener los privilegios de la humanidad, y á exortar á sus conciudadanos á hacer esfuerzos nuevos para recobrar su antigua virtud y libertad. Por mas que expuso repetidas veces su vida para oponerse á la tiranía, con todo sus enemigos tomaron ocasion de que Cricias habia sido su discípulo, para insinuar en el ánimo del pueblo tan absurda como falsamente, que el carácter bárbaro y sanguinario de este tirano era efecto de las instrucciones de Sócrates. Sin embargo, la oligárquia no duró mucho; porque el pueblo acalorado con las escenas contínuas de barbarie, tomó las armas en su propia defensa, y ayudado por Pausanias, Rey de Esparta, arrojó los tiranos, y se restableció la forma antigua del gobierno.
Tomó entónces nuevas fuerzas la conspiracion tramada contra Sócrates por los sacerdotes, los sofistas, los poetas y los oradores, y reunidos baxo la direccion de Melito de Anyto, y de Lycon, juraron su pérdida, pretextando ser un efecto de las doctrinas de Sócrates las maniobras tiránicas de Cricias contra la República, y los rasgos de libertinage de Alcibiades, quando pocos años ántes habia desfigurado en compañía de otros amigos las estatuas de Mercurio, y representado de un modo ridículo los misterios de Eleusis. Esparcidos entre la multitud estos falsos rumores tan opuestos al carácter de Sócrates, y por medio de este artificio preparado el pueblo á recibir todas las calumnias que podrian inventarse con él en lo sucesivo; Melito, segun la costumbre practicada en Atenas, puso su acusacion en forma ante los Magistrados, los quales despues de dar aviso al pueblo convocaron el Senado Heliástico para decidir este negocio.
Informados los amigos de Sócrates de la malignidad de sus enemigos, fuéron á darle aviso á su maestro; unos ofreciéndole defensas trabajadas con esmero, otro aconsejándole que compusiese alguna respuesta á estas calumnias. Sócrates les respondio con una tranquilidad increible: Nunca hice mal á nadie, y miro este testimonio de mi conciencia como la mejor defensa que puedo dar. Sin duda que Dios por un efecto de su bondad infinita ha permitido este suceso, á fin que mi vida no se termine por la edad, sino por otro medio mucho mas suave.
Al dia aplazado compareció ante los jueces, no con el ayre abatido de un delinqüente, sino con la dignidad de un magistrado, efecto de su grandeza de alma, y de la firmeza que dan ordinariamente la inocencia y la verdad. Leyóse entónces la acusacion concebida en estos términos: Averigua con curiosidad impía lo que pasa en el seno de la tierra. No reconoce los Dioses que adora su pátria. Presume estar inspirado por un Dios desconocido, ó mas bien no cree en ningun Dios. Corrompe la juventud, enseñandola á despreciar las leyes, y el uso establecido en la eleccion de los magistrados. En fin, con sus consejos les incita á que sean perturbadores de la quietud pública. Sócrates, segun la costumbre observada en los procesos, respondió separadamente á cada uno de los capítulos de acusacion que se habia formado contra él, y concluido el discurso, que puede verse en la apología de Platón, pasaron á recoger los votos de los jueces, que le condenaron á muerte con pluralidad de treinta y tres.
Habia ley en Aténas por la qual el acusado declarado culpable, estaba obligado á confirmar la equidad de la sentencia condenandose á sí mismo, ó á multa pecuniaria, ó á destierro, ó á prision perpetua; pero Sócrates llegado este caso, rehusando constantemente el confesar que era culpable, se dirigió á sus jueces con el ayre de dignidad que le inspiraba su sabiduría y su inocencia, y les dixo: que por los buenos servicios que habia hecho á la República y á su pátrica, y por el cuidado que se habia tomado en inspirar el amor á la virtud, se condenaba á ser mantenido toda su vida en el Pritaneo á costa del Estado. Sin embargo, como siempre fué observantísimo de los estatutos de su país, se dexó persuadir con facilidad por sus amigos Platón, Critón, Critobulo, y Apolodoro, que saliéron por sus fiadores, y se impuso á sí mismo la multa de treinta minas, que serian como unos cien ducados.
Satisfecha esta formalidad, los jueces que votaron su condenacion, deliberaron un poco tiempo sobre el género de suplicio, y le sentenciaron á beber la cicuta. Pronunciada la sentencia volvió á dirigir su discurso á los jueces, y predixo á los que habian condenado, que pronto se arrepentirian de haberle quitado la vida; y á los que le absolviéron, y estaban afligidos de su suerte, les hizo ver que la muerte no es un mal, sino un bien para el justo. Quando le llevaban á la prision, muchos de sus discípulos y amigos se le acercaron llorando y dando amargas quexas por la crueldad con que se le trataba; y á Apolodoro que le manifestó el dolor que tenia de verle morir inocente, le respondió poniéndole la mano sobre la cabeza: Pues qué! querriais mas verme morir culpable?
Luego que llegó á la prision le entregaron al oficial de los Once magistrados, que tenia la responsabilidad de los reos de Estado. Pero en la tarde de aquel dia en que fué condenado, el sacerdote de Apolo coronó la popa del navio sagrado, que todos los años iba á ofrecer sacrificios á la isla de Delos, y la execucion se dilató hasta su vuelta; porque durante este viaje estaba prohibido por las leyes quitar la vida á ningun reo. Los discípulos se aprovecharon de esta dilacion para visitarle continuamente en su prision, y recibir de su boca las últimas lecciones de filosofia, que fueron admirables, y pueden verse en los diálogos de Platón, el Critón y el Phedon, y en la admirable tabla alegórica de la vida humana de Cebes el tébano.
Pasados veinte y ocho dias, Critón su discípulo favorito se fué muy de mañana á la cárcel para darle la triste nueva de la vuelta del navio, y el encontró pacíficamente durmiendo. Esperó á que despertase, y despues de manifestarle su sorpresa, de que estando en víspera de morir pudiese tomar aquel reposo, le propuso las medidas que tenia tomadas para que saliese de la prision y se retirase á Tesalia. Sócrates estuvo firme, y léxos e rendirse á las razones y lágrimas de su amigo, le persuadió que era obligacion suya permanecer allí, y sufrir la pena impuesta por los jueces, por injusta que fuese. Llegado el dia fatal los discípulos y amigos de Sócrates que se hallaban en la ciudad, á excepcion de Platón que estaba enfermo, se fuéron temprano á la cárcel, para hacer la última despedida á su maestro, y le encontraron en la pieza donde debia mori, acompañado de su muger y sus tres hijos, á quienes habiendo dado los últimos consejos, dispuso que Critón les hiciese salir afuera. Quedóse con sus discípulos conversando sobre la inmortalidad del alma, hasta que el executor dixo, que era ya tiempo de beber la cicuta. Tomó la copa en la mano, sin la menor señal de turbacion, y sin mudarsele el color, y con ayre sereno le dixo: si era permitido hacer libaciones. Y respondiéndole que no, hizo una breve oracion á Dios, y se bebió la cicuta con la mayor tranquilidad. Visto por sus amigos que la habia bebido, no pudiéron contener las lágrimas, y se abandonaron á un llanto desmesurado. Qué es esto amigos mios? les dixo Sócrates, yo habia hecho salir expresamente las mugeres por evitar este lance: alentaos, y no lloreis. Este valor y constancia calmaron el dolor de sus discípulos, y no pudiéron ménos que avergonzarse de su conducta, comparada con la de su maestro que iba á espirar. Sócrates despues de haberse paseado un poco, segun le previno el executor, conociendo que se le adormecian las piernas se echó en la cama, se cubrió la cabeza, y á poco se volvió a descubrir, y dixo estas últimas palabras: Critón, debo un gallo á Escapulario, no os olvideis de cumplir este voto por mí: y con hacer un pequeño movimiento dió el último suspiro el año primero de la Olympiada noventa y cinco, á los 70 años de su edad. Al punto que quedaron satisfechos con su muerte la envidia y ódio de sus enemigos, los atenienses empezaron á reflexionar sobre las virtudes de este filósofo, y á venerar la memoria de un hombre que habian tan cruelmente perseguido en vida. Los magistrados publicaron luto universal, mandando cerrar las tiendas, los gymnasios y los lugares públicos, y le erigieron en el parage mas elevado de la ciudad una estatua de bronce trabajada por Lysipo; y no satisfechos con esto condenaron a muerte al infame Melito, y á los demas acusadores á un destierro perpetuo. Por la misma razon que no pretendia Sócrates enseñar, jamás quiso escribir nada; pero sus discípulos Cebes el tebano, Xenophonte y Platón tuviéron cuidado de instruirnos de su doctrina, que se contiene la mayor parte en la presente obra de la República.