La Providencia
Salve, santo en esencia y atributos,
origen y principio de ti mismo,
tú que mides los siglos por minutos,
y sondeas los senos del abismo;
tú que cuentas las hojas que perecen
bajando a tapizar humildes gramas,
y sabes cuantas viven y se mecen
entre los laberintos de sus ramas;
que sabes cuantos pliegues esclavizan
a la temprana flor en su capullo,
cuantas olas se estrellan o se rizan,
cuantas duermen sin voz o dan murmullo;
cuantas gotas el iris trasparentan,
cuantas hebras de luz el sol desata,
cuantos soplos los céfiros alientan,
cuantos sueños la luna que es de plata;
que de noche a tu carro de topacio
uniste los alados aquilones,
para correr del éter el espacio;
y al medir las vastísimas regiones,
las chispas que saltaron de tu rueda
que con puros crisólitos esmaltas,
marcaron en el cielo esa vereda
de estrellas tan unidas y tan altas;
tú que de vivo resplandor inundas
los campos de zafiro do caminas,
alma del universo que fecundas,
y vida de los astros que iluminas;
que conduces semillas con sus medros
en alas de huracanes revoltosos,
y enmaridas del Líbano los cedros
con los de Sinaí que son pomposos;
que como en tus espejos y cristales,
cuando la creación duerme y reposa,
te miras en auroras boreales,
que pasan entre nubes de oro y rosa;
salve, padre, señor y Dios eterno,
rey de la inmensidad santo y profundo,
que haces temblar las simas del infierno,
y reflejas tu imagen en el mundo.
La vida es como un páramo de arenas
que levanta el pecado en nube impía;
marcha el hombre cargado de sus penas,
y con la oscuridad siempre desvía.
Siempre vasto arenal; los pies hundidos,
lastimados de pérfidos abrojos;
marcado el movimiento con gemidos,
y con el polvo audaz ciegos los ojos.
Encended vuestra fe: sea la nube
del pueblo de Israel en el desierto,
que flotando a los soplos de un querube,
marcaba salvación y rumbo cierto.
Detrás de esa cortina con estrellas,
cuya luz no se acaba ni aniquila,
pues en intacta juventud son bellas,
vela del Hacedor la gran pupila.
Mientras vagan los astros en su turno,
regula las edades y estaciones,
y más alta que el cerco de Saturno
observa los humanos corazones.
Vela... si todo el mundo con asombro
despidiese al caer fragor robusto,
el átomo más débil de su escombro
no pudiera tocar al hombre justo.
Vela... si el hondo mar se levantara,
monstruo voraz, de bárbaros resuellos,
y al justo entre sus olas sepultara,
tal vez no mojaría sus cabellos:
Porque nuevo Jonás libre y seguro
del cetáceo en el vientre abovedado,
arca de salvación y fuerte muro
rogaría al señor de lo criado;
y en el bajel viviente bajaría
del mar a las más ínfimas honduras,
y luego a flor del agua subiría
A dormir unos sueños de venturas.
No vengáis a llorar, y no hagáis duelo
de un niño sobre el túmulo de palmas;
Dios aumenta los ángeles del cielo;
llenad de regocijo vuestras almas.
Llorad sobre los ricos, cuyas fiestas
brillan al resplandor de mil bujías,
deslizan en caricias deshonestas,
y culpan las auroras de los días
que dan fin a la lúbrica esperanza,
cuando saltan las risas y placeres,
cuando con más fervor hierve la danza,
y la loca pasión en las mujeres.
Y en tanto bajo el pórtico suntuoso
desnudos duermen pobres y vasallos,
y turban las carrozas su reposo,
rodando al relinchar de seis caballos:
Llorad sobre esos ricos y beodos
que ahogan en el vino sus desvelos,
que un cielo se formaron de estos lodos,
y en verdad, en verdad no habrán dos cielos.
El cielo que formaron es de espuma,
su prisma engañador mintió colores,
voló como una sombra y una pluma,
con estatuas, con ídolos de flores,
y viendo el Hacedor, que es santo y bueno,
que los gustos por dioses adoraban,
al dulzor del placer dio tal veneno
que los mató en los lechos do soñaban.
Si el mundo como pobres os desprecia,
si no veis vuestro albergue solitario
con bruñidos espejos de Venecia,
con flamenco tapiz y mármol patrio,
bendecid al Señor: de sus tesoros
vendrán al cabezal de vuestro lecho
espíritus angélicos en coros,
que endulzarán la hiel de vuestro pecho.
Creed y confiad: esos placeres,
pasajeras y vanas ilusiones,
son esfinges con rostros de mujeres
y garras de famélicos leones.
Son un juego fosfórico y muy vario
de fuegos errabundos y mecidos
en torno de las piedras de un osario,
que nacen de los huesos carcomidos.
Creed y confiad: de los doseles
en medio de los pliegues delicados
anidan esos áspides crueles
que llamamos pesares y cuidados.
Dios os dará su díctamo fecundo,
la paz del corazón y su contento:
Mas allá de la tumba hay otro mundo,
vuestra herencia no sufre detrimento.
Esther no se adornó con más riquezas
cautivando de Asuero los amores,
que la silvestre rosa entre malezas,
y los lirios del valle y demás flores.
Dios las viste y las nutre de rocíos
que en sus pintados pétalos resbalan,
y a la perla que ocupa centros fríos
en sus trémulas lágrimas igualan.
Él conserva flotando en las espumas
del plañidero alción el blando nido,
y en tanto que le crecen leves plumas,
entrena de los vientos el bramido.
Ved a Egipto, la tierra de tres montes
do el orgullo mortal está descrito,
pirámides que cortan horizontes
con los ángulos triples de granito.
¡Arena y más arena en sus llanuras!...
Mas ya os recrearéis de las fatigas;
el Nilo extenderá sus aguas puras,
y el Egipto no es más que un mar de espigas.
Dios hincha con el soplo de los vientos
de atrevido bajel altivas lonas,
y las aguas respiran sus alientos
que templan el calor de ardientes zonas.
Él da una tabla al náufrago que llora,
un recuerdo de amor al caminante,
y una luz de esperanzas al que adora
su nombre y majestad con fe constante;
un remedio al enfermo y agravado,
y al que es huérfano un seno compasivo.
Una sombra y un césped al cansado,
y libertad al siervo y al cautivo;
a la vestal un sueño de su gloria,
y al sabio un vaticinio de profeta
al mártir una palma de victoria,
y una corona de ángel al poeta;
al niño que recita su plegaria
un beso maternal, beso de aroma,
y a la virgen que ruega solitaria
un corazón sin hiel y de paloma;
una nube que entibie el sol ardiente
al que marcha en su nombre peregrino,
y una blanda quietud en el ambiente
que no remueva el polvo del camino;
al levita, que anuncia su ley santa,
la dulce compañía de los buenos,
y al pueblo que en su honor los himnos canta
abundancia de paz y campos llenos.
Creed y confiad, y a los dolores
el bálsamo aplicad de la paciencia
que las duras espinas darán flores
si alabáis la divina providencia.