La Perla
Contemplaban tus ojos centelleantes la palma de cristal, la linfa pura del surtidor que vierte en la espesura, su polvo de zafiros y diamantes, cuando enferma, con pasos vacilantes, se acercó una mujer, todo tristura, y te pidió limosna con dulzura fijando en ti miradas suplicantes. La perla que en tu mano refulgía diste a aquella mujer pobre y doliente, que se alejó, llorando de alegría. Yo, entonces, conmovido y reverente, no te besé en los labios cual solía, ¡sino en la noble y luminosa frente!