La Odisea (Luis Segalá y Estalella)/Canto XIV
1 Ulises, dejando el puerto, empezó áspero camino por lugares selvosos, entre unas eminencias, hacia donde le indicara Minerva que hallaría al porquerizo; el cual era, entre todos los criados adquiridos por el divinal Ulises, quien con mayor solicitud le cuidaba los bienes.
5 Hallóle sentado en el vestíbulo de la majada excelsa, hermosa y grande, construída en lugar descubierto, que se andaba toda ella en rededor; la cual labrara el porquerizo para los cerdos del ausente rey, sin ayuda de su señora ni del anciano Laertes, empleando piedras de acarreo y cercándola con un seto espinoso. Puso fuera de la majada, acá y allá, una larga serie de espesas estacas, que había cortado del corazón de unas encinas; y construyó dentro doce pocilgas muy juntas en que se echaban los puercos. En cada una tenía encerradas cincuenta hembras paridas de puercos, que se acuestan en el suelo; y los machos pasaban la noche fuera, siendo su número mucho menor porque los pretendientes, iguales á los dioses, los disminuían comiéndose siempre el mejor de los puercos grasos, que les enviaba el porquerizo. Eran los cerdos trescientos sesenta. Junto á los mismos hallábanse constantemente cuatro perros, semejantes á fieras, que había criado el porquerizo, mayoral de los pastores. Éste cortaba entonces un cuero de buey de color vivo y hacía unas sandalias, ajustándolas á sus pies; y de los otros pastores, tres se habían encaminado á diferentes lugares con las piaras de los cerdos y el cuarto había sido enviado á la ciudad por Eumeo á llevarles á los orgullosos pretendientes el obligado puerco que inmolarían para saciar con la carne su apetito.
29 De súbito los perros ladradores vieron á Ulises y, ladrando, corrieron á encontrarle; mas el héroe se sentó astutamente y dejó caer el garrote que llevaba en la mano. Entonces quizás hubiera padecido vergonzoso infortunio cabe á sus propios establos; pero el porquerizo siguió en seguida y con ágil pie á los canes y, atravesando apresuradamente el umbral donde se le cayó de la mano aquel cuero, les dió voces, los echó á pedradas á cada uno por su lado, y habló al rey de esta manera:
37 «¡Oh anciano! Poco faltó para que los perros te despedazaran súbitamente, con lo cual me habrías causado gran oprobio. Ya los dioses me tienen dolorido y me hacen gemir por una causa bien distinta; pues mientras lloro y me angustio, pensando en mi señor, igual á un dios, he de criar estos puercos grasos para que otros se los coman; y quizás él esté hambriento y ande peregrino por pueblos y ciudades de gente de extraño lenguaje, si aún vive y contempla la lumbre del sol. Pero ven, anciano, sígueme á la cabaña, para que, después de saciarte de manjares y de vino conforme á tu deseo, me digas dónde naciste y cuántos infortunios has sufrido.»
48 Diciendo así, el divinal porquerizo guióle á la cabaña, introdújole en ella, é hízole sentar, después de esparcir por el suelo muchas ramas secas, las cuales cubrió con la piel de una cabra montés, grande, vellosa y tupida, que le servía de lecho. Holgóse Ulises del recibimiento que le hacía Eumeo, y le habló de esta suerte:
53 «¡Júpiter y los inmortales dioses te concedan, oh huésped, lo que más anheles; ya que con tal benevolencia me has acogido!»
55 Y tú le contestaste así, porquerizo Eumeo: «¡Oh forastero! No me es lícito despreciar al huésped que se presente, aunque sea más miserable que tú, pues todos los forasteros y pobres son de Júpiter. Cualquier donación nuestra les es grata, no embargante que haya de ser exigua; que así suelen hacerlas los siervos, siempre temerosos cuando mandan amos jóvenes. Pues las deidades atajaron sin duda la vuelta del mío, el cual, amándome sobre todo extremo, me hubiese proporcionado una posesión, una casa, un peculio y una mujer hermosa; todo lo cual da un amo benévolo á su siervo, cuando ha trabajado mucho para él y las deidades hacen prosperar su obra como hicieron prosperar ésta en que me ocupo. Grandemente me ayudara mi señor, si aquí envejeciese; pero murió ya: ¡así hubiera perecido completamente la estirpe de Helena, por la cual á tantos hombres les quebraron las rodillas! Que aquél fué á Troya, la de hermosos corceles, para honrar á Agamenón combatiendo contra los teucros.»
72 Diciendo así, en un instante se sujetó la túnica con el cinturón, se fué á las pocilgas donde estaban las piaras de los puercos, volvió con dos, y á entrambos los sacrificó, los chamuscó y, después de descuartizarlos, los espetó en los asadores. Cuando la carne estuvo asada, se la llevó á Ulises, caliente aún y en los mismos asadores, polvoreándola de blanca harina; echó en una copa de yedra vino dulce como la miel, sentóse enfrente de Ulises, é, invitándole, hablóle de esta suerte:
80 «Come, oh huésped, esta carne de puerco, que es la que está á la disposición de los esclavos; pues los pretendientes devoran los cerdos más gordos, sin pensar en la venganza de las deidades, ni sentir piedad alguna. Pero los bienaventurados númenes no se agradan de las obras perversas, sino que honran la justicia y las acciones sensatas de los varones. Y aun los varones malévolos y enemigos que invaden el país ajeno y, permitiéndoles Júpiter que recojan botín, vuelven á la patria con las naves repletas; aun éstos sienten que un fuerte temor de la venganza divina les oprime el corazón. Mas los pretendientes algo deben de saber de la deplorable muerte de aquél, por la voz de alguna deidad que han oído, cuando no quieren pedir de justo modo el casamiento, ni restituirse á sus casas; antes muy tranquilos consumen los bienes orgullosa é inmoderadamente. En ninguno de los días ni de las noches, que proceden de Júpiter, se contentan con sacrificar una víctima, ni dos tan sólo; y agotan el vino, bebiéndolo sin tasa alguna. Pues la hacienda de mi amo era cuantiosísima, tanto como la de ninguno de los héroes que viven en el negro continente ó en la propia Ítaca y ni juntando veinte hombres la suya pudieran igualarla. Te la voy á especificar. Doce vacadas hay en el continente; y otras tantas greyes de ovejas, otras109 Así habló. Ulises, sin desplegar los labios, se apresuraba á comer la vianda y bebía vino con avidez, maquinando males contra los pretendientes. Después que hubo cenado y repuesto el ánimo con la comida, dióle Eumeo la copa que usaba para beber, llena de vino. Aceptóla el héroe y, alegrándose en su corazón, pronunció estas aladas palabras:
115 «¡Oh amigo! ¿Quién fué el que te compró con sus bienes y era tan opulento y poderoso, según cuentas? Decías que pereció por causa de la honra de Agamenón. Nómbramelo por si en alguna parte hubiese conocido á tal hombre. Júpiter y los dioses inmortales saben si lo he visto y podré darte alguna nueva, pues anduve perdido por muchos pueblos.»
121 Respondióle el porquerizo, mayoral de los pastores: «¡Oh viejo! Á ningún vagabundo que llegue con noticias de mi amo, le darán crédito ni la mujer de éste ni su hijo; pues los que van errantes y necesitan socorro mienten sin reparo y se niegan á hablar sinceramente. Todo aquel que, peregrinando, llega al pueblo de Ítaca, va á referirle patrañas á mi señora; y ésta le acoge amistosamente, le hace preguntas sobre cada punto, y al momento solloza y destila lágrimas de sus párpados, como es costumbre de la mujer cuyo marido ha muerto en otra tierra. Tú mismo, oh anciano, inventarías muy pronto cualquier relación, si te diesen un manto y una túnica con que vestirte. Mas ya los perros y las veloces aves han debido de separarle la piel de los huesos, y el alma le habrá dejado; ó quizás los peces lo devoraron en el ponto y sus huesos yacen en la playa, dentro de un gran montón de arena. De tal suerte murió aquél y nos ha dejado pesares á todos sus amigos y especialmente á mí, que ya no hallaré un amo tan benévolo en ningún lugar á que me encamine, ni aun si me fuere á la casa de mi padre y de mi madre donde nací y ellos me criaron. Y lloro no tanto por los mismos, aunque deseara verlos con mis ojos en la patria tierra, como porque me aqueja el deseo del ausente Ulises; á quien, oh huésped, temo nombrar, no hallándose acá, pues me amaba mucho y se preocupaba por mí en su corazón, y yo le llamo hermano del alma por más que esté lejos.»
148 Hablóle entonces el paciente divinal Ulises: «¡Oh amigo! Ya que á todo te niegas, asegurando que aquél no ha de volver, y tu ánimo permanece incrédulo; no sólo quiero repetirte sino hasta jurarte que Ulises volverá. Por albricias de la buena nueva revestidme de un manto y una túnica, que sean hermosas vestiduras, tan presto como aquél llegue á su palacio; pues antes nada aceptaría, no obstante la gran necesidad en que me encuentro. Me es tan odioso como las puertas del Orco, aquél que, cediendo á la miseria, refiere embustes. Sean testigos primeramente Júpiter entre los dioses y luego la mesa hospitalaria y el hogar del irreprochable Ulises á que he llegado, de que todo se cumplirá como lo digo: Ulises vendrá aquí este mismo año; al terminar el corriente mes y comenzar el otro volverá á su casa, y se vengará de quien ultraje á su mujer y á su preclaro hijo.»
165 Y tú le contestaste así, porquerizo Eumeo: «¡Oh anciano! Ni tendré que pagar albricias por la buena nueva, ni Ulises tornará á su casa; pero bebe tranquilo, cambiemos de conversación y no me traigas tal asunto á la memoria; que el ánimo se me aflige en el pecho cada vez que oigo mentar á mi venerable señor. Prescindamos, pues, del juramento y preséntese Ulises, como yo quisiera y también Penélope, el anciano Laertes y Telémaco, semejante á los dioses. Por este niño me lamento ahora sin cesar, por Telémaco, á quien engendró Ulises: como las deidades le criaran lo mismo que un pimpollo, pensé que más adelante no sería entre los hombres inferior á su padre, sino tan digno de admiración por su cuerpo y su gentileza; mas, habiéndole trastornado alguno de los inmortales ó de los hombres el buen juicio de que disfrutaba, se ha ido á la divina Pilos en busca de noticias de su progenitor, y los ilustres pretendientes le preparan asechanzas para cuando torne, á fin de que desaparezca de Ítaca sin gloria alguna el linaje de Arcesio, semejante á los dioses. Pero dejémoslo, ora sea capturado, ora logre escapar porque el Saturnio extienda su brazo encima del mismo. Ea, anciano, refiéreme tus cuitas, y dime la verdad de esto para que yo me entere: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres? ¿En cuál embarcación llegaste? ¿Cómo los marineros te trajeron á Ítaca? ¿Quiénes se precian de ser? Pues no me figuro que hayas venido andando.»
191 Respondióle el ingenioso Ulises: «De todo esto voy á informarte circunstanciadamente. Si tuviéramos comida y dulce vino para mucho tiempo, y nos quedásemos á celebrar festines en esta cabaña mientras los demás fueran al trabajo, no me sería fácil referirte en todo el año cuantos pesares ha sufrido mi espíritu por la voluntad de los dioses.
199 »Por mi linaje, me precio de ser natural de la espaciosa Creta, donde tuve por padre un varón opulento. Otros muchos hijos le nacieron también y se criaron en el palacio, todos legítimos, de su esposa, mientras que á mí me parió una mujer comprada que fué su concubina; pero guardábame igual consideración que á sus hijos legítimos Cástor Hilácida, cuyo vástago me glorío de ser, y á quien honraban los cretenses como á un dios por su felicidad, por sus riquezas y por su gloriosa prole. Cuando las mortales Parcas se lo llevaron á la morada de Plutón, sus hijos magnánimos partieron entre sí las riquezas, echando suertes sobre las mismas, y me dieron muy poco, asignándome una casa. Tomé una mujer de gente muy rica, por solo mi valor; que no era yo despreciable, ni tímido en la guerra. Ahora ya todo lo he perdido; esto no obstante, viendo la paja conocerás la mies, aunque me tiene abrumado un gran infortunio. Diéronme Marte y Minerva audacia y valor para destruir las huestes de los contrarios, y en ninguna de las veces que hube de elegir los hombres de más bríos y llevarlos á una emboscada, maquinando males contra los enemigos, mi ánimo generoso me puso la muerte ante los ojos; sino que, arrojándome á la lucha mucho antes que nadie, era quien primero mataba con la lanza al enemigo que no me aventajase en la ligereza de sus pies. De tal modo me conducía en la guerra. No me gustaban las labores campestres, ni el cuidado de la casa que cría hijos ilustres, sino tan solamente las naves con sus remos, los combates, los pulidos dardos y las saetas; cosas tristes y horrendas para los demás y gratas para mí, por haberme dado algún dios tal inclinación; que no todos hallamos deleite en las mismas acciones. Ya antes que los aqueos pusieran el pie en Troya, había capitaneado nueve veces hombres y navíos de ligero andar contra extranjeras gentes, y todas las cosas llegaban á mis manos en gran abundancia. De ellas me reservaba las más agradables y luego me tocaban muchas por suerte; de manera que, creciendo mi casa con rapidez, fuí poderoso y respetado entre los cretenses. Mas cuando dispuso el longividente Júpiter aquella expedición odiosa, en la cual á tantos varones les quebraron las rodillas, se nos mandó á mí y al perínclito Idomeneo que fuéramos capitanes de los bajeles que iban á Ilión, y no hubo medio de negarse por el temor de adquirir mala fama entre el pueblo. Allá peleamos los aqueos nueve años y al décimo, asolada por nosotros la ciudad de Príamo, partimos en las naves hacia nuestras casas; pero un dios dispersó á los aqueos. Y el próvido Júpiter meditó males contra mí, desgraciado, que estuve holgando un mes tan sólo con mis hijos, mi legítima esposa y mis riquezas; pues luego llevóme el ánimo á navegar hacia Egipto, preparando debidamente los bajeles con los compañeros iguales á los dioses. Equipé nueve barcos y pronto se reunió la gente necesaria.
249 »Seis días pasaron mis fieles compañeros celebrando banquetes, y yo les proporcioné muchas víctimas para los sacrificios y para su propia comida. Al séptimo subimos á los barcos y, partiendo de la espaciosa Creta, navegamos al soplo de un próspero y fuerte Bóreas, con igual facilidad que si nos llevara la corriente. Ninguna de las naves recibió daño y todos estábamos en ellas sanos y salvos, pues el viento y los pilotos las conducían. En cinco días llegamos al río Egipto, de hermosa corriente, en el cual detuve las corvas galeras. Entonces, después de mandar á los fieles compañeros que se quedasen á custodiar las embarcaciones, envié espías á los lugares oportunos para explorar la comarca. Pero los míos, cediendo á la insolencia por seguir su propio impulso, empezaron á devastar los hermosos campos de los egipcios; y se llevaban las mujeres y los niños, y daban muerte á los varones. No tardó el clamoreo en llegar á la ciudad. Sus habitantes, habiendo oído los gritos, vinieron al amanecer: el campo se llenó de infantería, de jinetes y de reluciente bronce; Júpiter, que se huelga con el rayo, envió á mis compañeros la perniciosa fuga; y ya, desde aquel momento nadie se atrevió á resistir, pues los males nos cercaban por todas partes. Allí nos mataron con el agudo bronce muchos hombres, y á otros se los llevaron para obligarles á trabajar en pro de los ciudadanos. Á mí el mismo Júpiter púsome en el alma esta resolución—ojalá me hubiese muerto entonces y se hubiera cumplido mi hado allí, en Egipto, pues la desgracia tenía que perseguirme aún:—al instante me quité de la cabeza el bien labrado yelmo y de los hombros el escudo, arrojé la lanza lejos de las manos y me fuí hacia los corceles del rey á quien abracé por las rodillas, besándoselas. El rey me protegió y salvó; pues, haciéndome subir al carro en que iba montado, me condujo á su casa mientras mis ojos despedían lágrimas. Acometiéronme muchísimos con sus lanzas de fresno é intentaron matarme, porque estaban muy irritados; pero aquél los apartó, temiendo la cólera de Júpiter hospitalario, el cual se indigna en gran manera por las malas acciones. Allí me detuve siete años y junté muchas riquezas entre los egipcios, pues todos me daban alguna cosa. Mas, cuando llegó el octavo, presentóse un fenicio muy trapacero y falaz, que ya había causado á otros hombres multitud de males; y, persuadiéndome con su ingenio, llevóme á Fenicia donde se hallaban su casa y sus bienes. Estuve con él un año entero; y tan pronto como, transcurriendo el año, los meses y los días del mismo se acabaron y las estaciones volvieron á sucederse, urdió otros engaños y me llevó á la Libia en su nave, surcadora del ponto, con el aparente fin de que le ayudase á conducir sus mercancías; pero en realidad, para venderme allí por un precio cuantioso. Tuve que seguirle, aunque ya sospechaba algo, y me embarqué en su bajel. Corría éste por el mar al soplo de un próspero y fuerte Bóreas, á la altura de Creta; y en tanto meditaba Júpiter cómo á la perdición lo llevaría.
301 »Cuando hubimos dejado á Creta y ya no se divisaba tierra alguna, sino tan solamente el cielo y el mar, Júpiter colocó por cima de la cóncava embarcación una parda nube, debajo de la cual se obscureció el ponto, despidió un trueno y simultáneamente arrojó un rayo en nuestra nave: ésta se estremeció al ser herida por el rayo de Júpiter, llenándose del olor del azufre; y mis hombres cayeron en el agua. Llevábalos el oleaje alrededor del negro bajel y un dios les privó de la vuelta á la patria. Pero á mí, aunque afligido en el ánimo, el propio Júpiter echóme en las manos el mástil larguísimo de la nave de azulada proa, para que aun entonces escapase de la desgracia. Abrazado con él fuí juguete de los perniciosos vientos durante nueve días; y al décimo, en una noche obscura, ingente ola me arrojó á la tierra de los tesprotos. Allí el héroe Fidón, rey de los tesprotos, acogióme graciosamente; pues habiéndose presentado su hijo donde yo me encontraba, me llevó á la mansión del padre, cuando ya me rendían el frío y el cansancio, y me entregó un manto y una túnica para que me vistiera.
321 »Allí me hablaron de Ulises: participóme el rey que le estaba dando amistoso acogimiento y que ya el héroe iba á volver á su patria tierra; y me mostró todas las riquezas que Ulises había juntado en bronce, oro y labrado hierro, con las cuales pudieran mantenerse un hombre y sus descendientes hasta la décima generación: ¡tantos objetos preciosos tenía en el palacio de aquel monarca! Añadió que Ulises se hallaba en Dodona para saber por la alta encina la voluntad de Júpiter sobre si convendría que volviese manifiesta ó encubiertamente al rico país de Ítaca, del cual habíase ausentado hacía mucho tiempo. Y juró en mi presencia, ofreciendo libaciones en su casa, que ya habían botado al mar la nave y estaban á punto los compañeros para conducirlo á su patria tierra. Pero antes despidióme á mí, porque se ofreció casualmente una nave de marineros tesprotos que iba á Duliquio, la abundosa en trigo. Mandóles que me llevasen con toda solicitud al rey Acasto; mas á ellos les plugo tomar una perversa resolución, para que aún me cayeran encima toda suerte de desgracias é infortunios. Así que la nave surcadora del ponto, estuvo muy distante de la tierra, decidieron que hubiese llegado para mí el día de la esclavitud; y, desnudándome del manto y de la túnica que llevaba puestos, vistiéronme estos miserables harapos y esta túnica, llenos de agujeros, que ahora contemplas con tus ojos. Por la tarde vinimos á los campos de Ítaca, que se ve de lejos; en llegando, atáronme fuertemente á la nave de muchos bancos con una soga retorcida, y acto continuo saltaron en tierra y tomaron la cena á orillas del mar. Pero los propios dioses desligáronme fácilmente las ataduras; y entonces, liándome yo los harapos á la cabeza, me deslicé por el pulido timón, di á la mar el pecho, nadé con ambas manos, y muy pronto me hallé alejado de aquellos y fuera de su alcance. Salí del mar adonde hay un bosque de florecientes encinas y me quedé echado en tierra; ellos no cesaban de agitarse y de proferir hondos suspiros, pero al fin no les pareció ventajoso continuar la busca y tornaron á la cóncava nave; y los dioses me encubrieron con facilidad y me trajeron á la majada de un varón prudente porque quiere el hado que mi vida sea más larga.»
360 Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo: «¡Ah, huésped sin ventura! Me has conmovido hondamente el ánimo al relatarme tan en particular cuanto padeciste y cuanto erraste de una parte á otra. Pero no me parece que hayas hablado como debieras en lo referente á Ulises, ni me convencerás con tus palabras. ¿Qué es lo que te obliga, siendo cual eres, á mentir inútilmente? Sé muy bien á qué atenerme con respecto á la vuelta de mi señor, el cual debió de serles muy odioso á todas las deidades cuando éstas no quisieron que acabara sus días entre los teucros, ni en brazos de sus amigos después que terminó la guerra; pues entonces todos los aqueos le habrían erigido un túmulo y hubiese legado á su hijo una gloria inmensa. Ahora desapareció sin fama, arrebatado por las Harpías. Mas yo vivo apartado, cabe á los puercos, y sólo voy á la ciudad cuando la prudente Penélope me llama porque le traen de alguna parte cualquier noticia: sentados los de allá junto al recién venido, hácenle toda suerte de preguntas, así los que se entristecen por la prolongada ausencia del rey, como los que de ella se regocijan porque devoran impunemente sus bienes; pero á mí no me place escudriñar ni preguntar cosa alguna desde que me engañó con sus palabras un hombre etolo, el cual, habiendo vagado por muchas regiones á causa de un homicidio, llegó á mi morada y le traté afectuosamente. Aseguró que había visto á Ulises en Creta, junto á Idomeneo, donde reparaba el daño que en sus embarcaciones causaran las tempestades; y dijo que llegaría hacia el verano ó el otoño con muchas riquezas, y juntamente con los compañeros iguales á los dioses. Y tú, oh viejo que tantos males padeciste, ya que un dios te ha traído á mi casa, no quieras congraciarte ni halagarme con embustes; que no te respetaré ni te querré por esto, sino por el temor de Júpiter hospitalario y por la compasión que me inspiras.»
390 Respondióle el ingenioso Ulises: «Muy incrédulo es, en verdad, el ánimo que en tu pecho se encierra, cuando ni con el juramento he podido lograr que de mí te fiases y creyeses cuanto te dije. Mas, ea, hagamos un convenio y por cima de nosotros sean testigos los dioses, que en el Olimpo tienen su morada. Si tu señor volviere á esta casa, me darás un manto y una túnica para vestirme y me enviarás á Duliquio, que es el lugar adonde á mi ánimo le place ir; y si no volviere como te he dicho, incita contra mí á tus criados, y arrójenme de elevada peña, á fin de que los demás pordioseros se abstengan de engañarte.»
401 Respondióle el divinal porquerizo: «¡Oh huésped! Buena fama y opinión de virtud ganara entre los hombres ahora y en lo sucesivo, si, después de traerte á mi cabaña y de presentarte los dones de la hospitalidad, te fuera á matar, privándote de la existencia. ¡Con qué disposición rogaría al Saturnio Jove! Pero ya es hora de cenar: ojalá viniesen pronto los compañeros, para que aparejáramos dentro de la cabaña una agradable cena.»
409 Así éstos conversaban. Entretanto acercáronse los puercos con sus pastores, quienes encerraron las marranas en las pocilgas, para que durmiesen; y un gruñido inmenso se dejó oir mientras los puercos se acomodaban en los establos. Entonces el divinal porquerizo dió esta orden á sus compañeros:
414 «Traed el mejor de los puercos para que lo sacrifique en honra de este forastero venido de lejas tierras y nos sirva de provecho á nosotros que ha mucho tiempo que nos fatigamos por los cerdos de blanca dentadura y otros se comen impunemente el fruto de nuestros afanes.»
418 Diciendo así, cortó leña con el despiadado bronce, mientras los pastores introducían un gordísimo puerco de cinco años que dejaron junto al hogar; y el porquerizo no se olvidó de los inmortales, pues tenía buenos sentimientos: ofrecióles las primicias, arrojando en el fuego algunas cerdas de la cabeza del puerco de blanca dentadura, y pidió á todos los dioses que el prudente Ulises tornara á su casa. Después alzó el brazo y con un tronco de encina que dejara al cortar leña hirió al puerco, que cayó exánime. Ellos lo degollaron, lo chamuscaron y seguidamente lo partieron en pedazos. El porquerizo empezó por tomar una parte de cada miembro del animal, envolvió en pingüe grasa los trozos crudos y, polvoreándolos de blanca harina, los echó en el fuego. Dividieron lo restante en pedazos más chicos que espetaron en los asadores, los asaron cuidadosamente y, retirándolos del fuego, los colocaron todos juntos encima de la mesa. Levantóse á hacer partes el porquerizo, cuya mente tanto apreciaba la justicia, y, dividiendo los trozos, formó siete porciones: ofreció una á las Ninfas y á Mercurio, hijo de Maya, á quienes dirigió votos, y distribuyó las demás á los comensales, honrando á Ulises con el ancho lomo del puerco de blanca dentadura, cual obsequio alegróle el espíritu á su señor. En seguida el ingenioso Ulises le habló diciendo:
440 «¡Ojalá seas, oh Eumeo, tan caro al padre Júpiter como á mí mismo, pues, aun estando como estoy, me honras con excelentes dones!»
442 Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo: «Come, oh el más infortunado de los huéspedes, y disfruta de lo que tienes delante; pues la divinidad te dará esto y te rehusará aquello, según le plegue á su ánimo, puesto que es todopoderosa.»
446 Dijo, sacrificó las primicias á los sempiternos númenes y, libando el negro vino, puso la copa en manos de Ulises, asolador de ciudades, que junto á su porción estaba sentado. Repartióles el pan Mesaulio, á quien el porquerizo había adquirido por sí solo, en la ausencia de su amo y sin ayuda de su señora ni del anciano Laertes, comprándolo á unos tafios con sus propios bienes. Todos echaron mano á las viandas que tenían delante. Y así que hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, Mesaulio quitó el pan y ellos, hartos de pan y de carne, fuéronse sin dilación á la cama.
457 Sobrevino una noche mala y sin luna, en la cual Júpiter llovió sin cesar, y el lluvioso Céfiro sopló constantemente y con gran furia. Y Ulises habló del siguiente modo, tentando al porquerizo á fin de ver si se quitaría el manto para dárselo ó exhortaría á alguno de los compañeros á que así lo hiciese, ya que tan gran cuidado por él se tomaba:
462 «¡Oídme ahora, Eumeo y demás compañeros! Voy á proferir algunas palabras para gloriarme, que á ello me impulsa el perturbador vino; pues hasta al más sensato le hace cantar y reir blandamente, le incita á bailar y le mueve á revelar cosas que más conviniera tener calladas. Pero, ya que empecé á hablar, no callaré lo que me resta decir. ¡Ojalá fuese tan joven y mis fuerzas tan robustas, como cuando guiábamos al pie del muro de Troya la emboscada previamente dispuesta! Eran sus capitanes Ulises y Menelao Atrida, y yo iba como tercer jefe, pues ellos mismos me lo ordenaron. Tan pronto como llegamos cerca de la ciudad y de su alto muro, nos tendimos en unos espesos matorrales, entre las cañas de un pantano, acurrucándonos debajo de las armas. Sobrevino una noche mala, glacial; porque soplaba el Bóreas, caía de lo alto una nieve menuda y fría, como escarcha, y condensábase el hielo en torno de los escudos. Los demás, que tenían mantos y túnicas, estaban durmiendo tranquilamente con las espaldas cubiertas por los escudos; pero yo, al partir, cometí la necedad de entregar el manto á mis compañeros, porque no pensaba que hubiera de padecer tanto frío, y me puse en marcha con solo el escudo y una espléndida cota. Mas, tan luego como la noche hubo llegado á su último tercio y ya los astros declinaban, toqué con el codo á Ulises, que estaba cerca y me atendió muy pronto, y díjele de esta guisa:
486 «¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! Ya no me contarán en el número de los vivientes, porque el frío me rinde. No tengo manto. Engañóme algún dios, cuando partí con la sola túnica y ahora no hallo medio alguno para escapar con vida.»
490 »Así me expresé. Pronto se le ofreció á su ánimo un recurso, siendo como era tan señalado en aconsejar como en combatir; y, hablándome quedo, pronunció estas palabras: «¡Calla! No sea que te oiga alguno de los aqueos.» Dijo; y, estribando sobre el codo, levantó la cabeza y comenzó á hablar de esta manera:
495 «¡Oídme, amigos! Un sueño divinal se me presentó mientras dormía. Como estamos tan lejos de las naves, vaya alguno á decir499 »Tal dijo; y levantándose con presteza Toante, hijo de Andremón, arrojó el purpúreo manto y se fué corriendo hacia las naves. Me envolví en su vestido, me acosté alegremente y en seguida apareció la Aurora, de áureo trono.
503 »Ojalá fuese tan joven y mis fuerzas se hallaran tan robustas como entonces, pues alguno de los porquerizos de esta cuadra me daría su manto por amistad y por respeto á un valiente; mas ahora me desprecian porque cubren mi cuerpo miserables vestidos.»
507 Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo: «¡Oh viejo! El relato que acabas de hacer es irreprochable, y nada has dicho que sea inútil ó inconveniente: por esto no carecerás ni de vestido ni de cosa alguna que deba obtener el infeliz suplicante que nos sale al encuentro; mas, apenas amanezca tornarás á sacudir tus harapos, pues aquí no tenemos mantos y túnicas para mudarnos, sino que cada cual lleva puestos los suyos. Y cuando venga el caro hijo de Ulises, te dará un manto y una túnica para vestirte y te conducirá adonde tu corazón y tu ánimo deseen.»
518 Dichas estas palabras, se levantó, puso cerca del fuego una cama para el huésped y la llenó de pieles de ovejas y de cabras. Ulises se tendió en ella y Eumeo echóle un manto muy tupido y amplio que guardaba para mudarse siempre que alguna recia tempestad le sorprendía.
523 De tal modo se acostó Ulises y á su vera los jóvenes pastores; mas al porquerizo no le plugo tener allá su cama y dormir apartado de los puercos; sino que se armó y se dispuso á salir, y holgóse Ulises al ver con qué solicitud le cuidaba los bienes durante su ausencia. Eumeo empezó por colgar de sus robustos hombros la aguda espada; vistióse después un manto muy grueso, reparo contra el viento; tomó en seguida la piel de una cabra grande y bien nutrida; y, finalmente, asió un agudo dardo para defenderse de los canes y de los hombres. Y se fué á acostar en la concavidad de una elevada peña, donde los puercos de blanca dentadura dormían al abrigo del Bóreas.