La Odisea (Antonio de Gironella)/Canto Segundo

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CANTO SEGUNDO.

ASAMBLEA. — PARTIDA DE TELÉMACO.


Hija de la mañana, ya la aurora,
Con sus rosados y sutiles dedos
Las puertas todas del Oriente ha abierto.
Deja Telémaco el mullido lecho;
Las ropas tira; el fuerte acero ciñe;
Adapta al pie riquísimo calzado,
Y, de hermosura y juventud radiante
Sale del aposento solitario.
A sus heraldos sin demora ordena
Que las sonoras voces á consejo
Los ciudadanos en la plaza llamen;
Ellos, humildes, sus mandatos cumplen
Y á raudales el pueblo va acudiendo.
Reunida ya, al fin, la junta inmensa
Sale el hijo de Ulises de su alcázar.
Dos galgos y su guardia le preceden.
Divino encanto sobre sus facciones
La Diosa amiga ha derramado. Entra.
Todos en él fijan la vista ansiosa;
Los ancianos se apartan con respeto
Para dejarle el paso; y marcha grave
A ocupar de su padre el noble asiento.
Pide el primero la palabra Egipcio;
Ya el peso de los años le fatiga

Mas todavia en él brilla el ingenio.
Antifo, el mas amado de sus hijos,
A los troyanos campos siguió á Ulises;
Mas el Cíclope horrendo le inmolara
En su cubil, por pasto postrimero.
Otros tres hijos á su amor quedaban;
Eurínomo, uno de ellos, engrosaba
De los amantes de la reina el bando;
En la labor campestre los dos otros
Ausiliaban al padre. El pecho roto
Y mojadas las luces, balbuciente:
« Hijos de Ítaca, dice, oid mi acento.
Desde que marchó Ulises con sus naves
No reinó ya concierto entre nosotros.
¿Quién hoy nos junta? Jóven ó caduco,
Cuál motivo le dicta esta asamblea?
¿Sabe acaso que llegue un enemigo?
¿Indicios ciertos de su marcha tiene?
O de intereses de la patria trata?
Su celo aplaude si al Estado sirve,
Y Júpiter proteja los proyectos
Que el amor a su pueblo le sugiera. »
Dice y siente Telémaco á sus voces
Un rayo de esperanza. Se levanta,
De hablar ansioso, y Pisenor el sabio,
Heraldo suyo, el cetro le presenta.
Entonces, vuelto a Egipcio: « anciano, dice,
Cerca está el que juntó á los ciudadanos;
A tal deber mis ansias me condenan.
No vengo á dar alerta al enemigo,
Ni á prevenir que su falange he visto,
Ni del público bien á tratar vengo.
Solo de mí, de mis desdichas trato;
De dos desdichas que á la vez asolan
El doméstico techo: un padre tierno,
Que fue tambien vuestro monarca y padre,
Perdí por siempre; y lo que mas acrece

Este infortunio atroz, que acabar debe
De mi hogar y mis deudos la existencia,
Es ver la casta madre perseguida
Para que á nueva fe la mano rinda.
De nuestros mas ilustres ciudadanos
Los hijos son los que tal ley exigen.
A Ícaro su padre no se atreven[1]
Nueva dote á pedir, ni que la entregue
Al dueño que á su arbitrio ella escogiere.
¡Oh nó! en mi propio alcázar, cada dia
Con mis toros, mis reses y mis copas
Se regalan en torpes saturnales
Y mi riqueza agotan. Todo muere,
Sin que un Ulises halle en mi defensa
Ni que, solo, yo baste a sus escesos.
De mi edad me anonadan la flaqueza
Y el brazo sin vigor. ¡Ah, si pudiese,
Cuál su insolente audacia castigara
Al ver ya tan sin límites la injuria!
Ciudadanos, mi ruina es vuestra afrenta;
¿Pudierais sin enojo tolerarla?
¿A los vecinos pueblos sin vergüenza
Presentarla pudierais? de los Dioses
Temed las justas iras, y que, en cambio,
Los que en mi tolerais horrendos males
Sobre vosotros su rigor fulmine.
¡En nombre del Señor del alto Olimpo
Y de Themis severa, que preside
Y cierra nuestras juntas, os lo pido...!

Mas nó, tiernos amigos; alejaos;
Dejadme solo con mi afan. Si Ulises,
Si el padre, sus virtudes desmintiendo,
A Grecia ofender pudo, entonces, fieros,
Al odio responded con odio insano;
Vengaos atizando esa insolencia;
Ó, mas pronto, venid vosotros mismos:
Cuanto mas caro tenga arrebatadme,
Y de mis bienes consumid el fruto.
Asi al menos tendré alguna esperanza:
Por Ítaca podré á vuestra justicia
Los bienes reclamar, hasta que todo
Devuelto á mi dolor por ella sea.
Mas ¡ay que en fieros é incurables males
Que me dejeis el corazon recela! »
Tal el airado jóven les hablaba.
Lleno el ojo de llanto, el cetro arroja,
Y tierna compasion en todos mueve;
Todos mudos estan, que no hay quien ose
Rechazar con dureza sus gemidos.
Solo Antinó, por fin, prorumpe y dice:
« Telémaco ¿por qué con tal acento
Tu altanera elocuencia nos ultraja?
¿Pretendes entregarnos al oprobio?
Pues ten sabido que no son los griegos
Los que debes culpar. Tu madre sola,
Sus arterías culpa; ya pasaron
Tres largos años, y tal vez el cuarto,
Nuestra credulidad burlando siempre.
Esperanzas, mensages y promesas
A todos nos ha dado; mas sin duda
En el pecho cobija otros cuidados.
Por ardid postrimera, en su palacio,
Inmensa y sutil tela está tejiendo.
Al mostrárnosla un día asi nos dijo:
¡Oh jóvenes rivales que mi mano
Pretendeis! ¡Sin dudarlo, murió Ulises!

Mas antes que me entregue á nuevos lazos
Dejadme que concluya este tejido
Destinado a cubrir el mortal resto
De Laërtes, el sabio y generoso,
Cuando un fin, precoz siempre, nos le robe.
No querais que de Grecia las mugeres
A mi piedad puedan echar en cara
Que al que dejó á mi hijo tanta herencia
No supe dar siquiera una mortaja.
Dijo y nuestra lealtad fió en sus voces.
Mas ella en tanto que á la luz diurna
Su lienzo trabajaba, ocultamente
De noche con afan lo deshacia.
De aquesta suerte nos burló tres años;
Mas cuando ya las horas condujeron
Del cuarto el plazo, una esclava suya,
En su reo artificio confidenta,
Nos reveló el secreto, y por sorpresa
La hallamos el tejido destruyendo.
Por mi voz mis rivales te hablan todos:
Sabe pues y contigo sepa Grecia
Cuál es nuestra intencion. Sin mas demora
A sus deudos la madre tornar debes
Para unirla al esposo que escogiere,
Segun su afecto y de su padre el voto.
Mas si para cansar los nobles griegos
Del genio abusa que le dio Minerva;
Si emplea esos ardides, en los cuales
Las Tiros, Alemenas y Micenas,[2]
Hembras en lo vetusto tan famosas,
Su astucia sin igual borra y supera,

Esta vez no obtendrá el fin que desea.
Mientras persista en el fatal designio
Que enemigas Deidades la sugieren,
Consumiendo tu hogar nos vengarémos;
Eterna fama ella obtendrá por cierto;
Mas miseria y dolor te habrá legado.
No saldrémos por fin de tu palacio
Ni nos harás tornar á nuestros lares,
Hasta que luzca el día en que se vea
Unida al que sus votos mas merezca. »
« ¿Cómo, Antinó, Telémaco prorumpe,
Yo de mi casa echar la que en su seno
Mi existencia nutrió, que me dió el día?
¡Oh no juzgues en mi tanta torpeza!
No sé si murió Ulises, ó si acaso
En remoto confin la vida arrastra;
Mas si le late el pecho, si volviese,
A sus ojos, despues de tal delito,
Que osara yo mostrarme cómo fuera?
Vivo, con muerte atroz me castigara,
Y sus manes, si yace ya en la tumba,
Vengaran de Natura tal afrenta.
Mi madre misma, echada de este alcázar,
Invocara las furias del Averno
Y Dioses y hombres yo temer debiera.
La riqueza en que Ícaro dotóla[3]
Fuera ley devolver. ¡Oh nunca sea
Que de mi mano tan fatal sentencia.
Mas ora, aunque se irriten vuestros odios,
Vosotros alejaos del palacio;
Buscad otros festines; una á una
Vuestras casas perded, y de estas ruinas
Solos, sufrid al fin las consecuencias.

Empero, si mas digno os pareciere
A uno solo abismar, obrad sin tregua;
Mas yo os repito que los Dioses sacros
Invocaré, pidiendo á Jove eterno
Que os remunere con un justo pago
Y que, sin que esperar podais venganza,
Muerte todos halleis en mi palacio. »
Dijo, y al fruncir Jove la tremenda
Divina ceja, desde el alto monte
Dos águilas enormes se disparan.
Llevadas por los vientos, y las alas
A la par estendidas, van primero
De par a par volando y con concierto;
En forma tal á la gran junta llegan,
Que, atónita y turbada, las contempla,
Y sobre ella se ciernen largo espacio.
Allí revolteando el éter hieren,
En las gentes fijando el ojo fiero,
Nuncio de muerte, y por postrera seña
A rara y cruda lucha se abalanzan.
El rostro y la garganta se desgarran
Y al fin, tomando por la diestra parte
De la ciudad, calles y muros pasan.
Todo á vista tan fiera se estremece;
No hay pecho que al mirar tan triste agüero,
De siniestros recelos no se llene.
Entonces Aliterses, hijo anciano
De Mastor, el que mas profundamente
Del ave interpretar el vuelo alcanza,
Aliterses esclama: « Oidme todos,
Hijos de Ítaca, oïd lo que os revelo.
A vosotros ¡oh jóvenes rivales!
Ante todo á vosotros me dirijo,
Pues os amaga un porvenir funesto.
Pronto a sus deudos tornar debe Ulises;
Cercano está, y en sus tremendas manos
La muerte á un tiempo y los destinos trae,

Que muchos á sus iras morir deben.
El golpe que amenaza prevengamos;
Terminen el abuso sus autores,
Pues para ellos será el mejor partido.
De un ciego inepto no es aqueste el sueño;
De harto segura ciencia el fruto os traigo;
Cumpliéronse los tiempos: Cuanto á Ulises,
Cuanto á los griegos anunció mi labio,
De Troya al intentar la lid tremenda
Todo á cumplirse va; largo infortunio
Le predije, y que al ver sus compañeros
Muertos todos, despues de cuatro lustros
De ausencia triste, volverá á la patria
Desconocido, y tal veréislo pronto. »
— « ¡Oh tú, caduco! el hijo de Polibo
Eurímaco contesta; en tus hogares
A tus hijos divierte con agüeros;
De tus soñados males les guarece.
Mejor que tú yo el porvenir presagio.
Del sol bajo los rayos á millones
Las aves vuelan; mas no es dado á todas
El Hado interpretar. ¡Oh! de estas playas
Muy lejos está Ulises todavía.
¡Ah, murieras con él, y asi no fuera
Que con tus ilusiones nos cansaras,
Ni el furor de Telémaco escitases,
Para llevar su crédula flaqueza
Con ricos dones á ensalzar tu casa.
Mas yo predigo, y no es agüero vano,
Que si en burlar su juventud prosigues,
Víctima se verá de tus engaños
Sin que tú llegues de tu astucia al cabo.
Apremiarte sabrán nuestros rigores,
Y tú satisfarás á la ley nuestra
Sin que te queden mas que ira y vergüenza.
En tanto yo á Telémaco aconsejo
Que convide la madre á dar la vuelta

A su paterno hogar, á que sus deudos
Digna dote la den de su terneza.
Hasta que llegue á punto tal, no espere
Que en los hijos de Grecia el odio cese.
A nadie es ya posible amedrentarnos,
Ni á Telémaco audaz, ni á sus arengas.
Tus locas predicciones despreciamos,
Que solo mas odioso hacerte pueden.
¡Oh, sí! devorarémos su fortuna,
Y la devorarémos sin enmienda,
En tanto que Penélope á los griegos
Con tan astutos lazos entretenga.
Todos, de sus virtudes anhelosos,
Por su mano estarémos en contienda;
Y no será que aspiren nuestros votos
Ni puedan dirigirse á otras beldades
Que sin ella tal vez los merecieran. »
— « ¡Oh tú, el hijo de Ulises le responde,
Eurímaco , y vosotros sus rivales!
Ya no saldrán mas ruegos de mis labios
Ni os cansará mi acento. Ya los Dioses
Y con ellos los griegos han oído
Mis lamentos y saben vuestro ultraje.
Mas otorgad al menos á mis ansias
Una nave con veinte remadores
Para que recorrer pueda los mares.
A Esparta iré, y á Pilos, preguntando
A todos los mortales por mi padre;
O bien preguntaré á la voz divina
Que el seno sacro del gran Jove envia,
Para ostentar á los humanos seres
Cuantos misterios su ventura atañen.
Si Ulises vive, si inferir me es dado
Su feliz vuelta, en inquietud ansiosa
Todavía aguardar prometo un año.
Mas si murió, volviendo al patrio techo,
Fundaré un cenotafio á su recuerdo,

Y á sus restos las honras tributando
Entregaré la madre á un nuevo lazo. »
Siéntanse á voces tales; pero al punto
Mastor, de Ulises el leal amigo,
El confidente amado, se levanta.
Al partir, de su hacienda los cuidados
Le confiara Ulises, pues su zelo
Y el alto imperio que le dió en su gente
Del bien de su fortuna respondian.
Por sus nobles afectos inspirado:
« Hijos de Itaca, esclama, lo que impone,
Oidme todos, un deber supremo.
No haya mas un monarca entre nosotros
De sus súbditos caros ocupado;
No haya ya quien ternezas le dispense
Ni afectos, ni piedad; que todos sean
Tiranos opresores. Ya sus pueblos
A Ulises olvidaron, al rey pio
Que fuera en sus miserias padre tierno.
Nó, de esa juventud ávida y fiera,
De su insolente esceso no me quejo;
Ella el peligro arrostra de la vida;
En la muerte de Ulises confiada,
La fortuna del hijo menoscaba,
Y de la reina ansia robar la mano,
Mas de vosotros ítaqueses pueblos,
De vosotros me indigno y me estremezco.
¡Mudos estais, y al ser tan numerosos,
No os atreveis con un acento solo
A reprimir ese redil funesto! »
— « ¿Audaz Mastor, respóndele Leócrito
El hijo de Evenor, con tu estulticia
Pretendes ¡infeliz! contra nosotros
El pueblo levantar? aunque sea fuerte,
Cara le costaría su locura
Si turbar nuestras fiestas pretendiera.
Si ora tu mismo Ulises pareciese,

Si al vernos en sus mesas divertidos
Echarnos de su alcázar intentara;
Su esposa que le aguarda con tal ansia
De su vuelta fatal no se aplaudiera,
Y en lid desventajosa, su ira insana
Hallara al fin su muerte y su vergüenza.
Tú sin medida y sin razon te esplicas;
Y vosotros tornad á las tareas,
Pueblos, id al hogar; en cuanto al hijo,
Aliterses y Mentor, que del padre
Amigos fueron, le darán los medios
Con que su ruta hacer. Mas, imagino
Que en Ítaca se quede, prefiriendo
Las nuevas esperar, sin que ejecute,
Por mas que lo pregone, sus proyectos. »
Habla y cesa á sus voces la asamblea;
Al hogar tornan ya los ciudadanos
Y los rivales vuelven al palacio.
Lejos de ellos, Telémaco á la orilla
Del mar inmenso va á bañar la mano
Y dirige á Minerva esta plegaria:
« Oye mi voz ¡oh Diosa protectora !
Que ayer honraste mi mezquino techo,
Para imponer á mis alientos flacos
Que entre las olas, con sutil navío,
Del padre á descubrir fuese los pasos
Y el destino á indagar; ya el pueblo todo
Me deja, me abandona, y esos viles
Ultrajan mi impotencia con escarnio... »
Al decir estas voces ve á Minerva
Que, de Mentor tomando las facciones,
« Telémaco, le dice, no es tu suerte
Ser un mortal vulgar y sin ingenio.
Si del alma de Ulises en la tuya
Puede siquiera entrar un rayo solo;
Si con él á la par, te hallas dotado
De noble acento y de un obrar valiente,

Largos frutos verás de tu proyecto.
Si Ulises y Penélope no fueran
Tus padres, no creyera en tus aciertos.
Pocos hijos igualan á sus padres;
Menos son los que logran superarlos,
Pues los mas de su altura degeneran.
Mas en ti brillar veo la entereza
Y la alta ciencia que ostentaba Ulises.
De dones tales la esperanza saco
Que llevarás á cabo tus empresas.
Deja, deja sus vanos pensamientos
A esa turba imprudente y sus escesos.
No les es dado ver la negra suerte,
El fin terrible que á su frente vuela
Y que á comun estrago les condena.
Alienta, que tu viaje es cierto y corto.
La fe de un tierno amigo de tu padre
Del éxito responde. Yo á mi cargo
Hallar la nave tomo y ser tu guía.
Toma al palacio, la partida apresta,
Y muéstrate á esos viles pretendientes.
Prepara las precisas provisiones:
Vino en toneles y en cerrados cueros,
Harina la mas pura y mas selecta.
Yo por Ítaca voy á procurarte
Amigos que seguir quieran tus huellas.
Naves hay en el puerto innumerables;
La mejor tomaré, y bien pertrechada,
Pronto la lanzarémos á los mares. »
Tal la hija de Júpiter le hablaba.
Telémaco á sus voces obediente,
Toma á palacio emponzoñada el alma.
Los rivales encuentra que afanosos,
El banquete preparan: los venados,
Los jabalíes mira ya partidos,
En chispeantes ascuas humeando.
Eurínomo el primero ve al mancebo;

Le da la mano y con maligna risa:
« Vamos, le dice, ¡oh tú! orador altivo,
Fogoso genio, deja los funestos
Contra nosotros tórbidos proyectos;
Ya mas no nos fatiguen tus arengas.
Cual hicistes un tiempo, bebe ahora,
Y come y fia en nuestros ciudadanos.
Ellos te darán nave y remadores
Con que puedas á Pilos transportarte
A descubrir las huellas de tu padre. »
— « No puedo ya, Telémaco le dice,
Compartir vuestros gozos; no hay en ellos
Para mi pecho gustos ni descanso.
¿No os basta ya mi hacienda haber deshecho?
Si niño fui, ya soy un hombre ahora:
Oigo, me instruyo, y en el alma siento
Desarrollarse mis potencias todas.
Aquí y en Pilos y do quier que vaya,
Con todo mi poder, sobre vosotros
Del Hado llamaré la mano airada.
Partiré y no será el partir en vano.
Nave ni gentes de vosotros quiero;
Mas, no por esto alcanzaréis ventaja:
En nao mercantil, viajante oscuro,
Haré desconocida mi jornada. »
Dice y la mano aparta al falso amigo.
En tanto los rivales del banquete
Las sólitas medidas apresuran;
Mas, entre sus tareas todavía,
Amargas burlas y sarcasmos usan.
« ¿Telémaco? uno dice; si por cierto:
Un vil degüello á todos nos prepara.
De Pilos y de Esparta, mil valientes
Vendrán sin duda á defender su causa.
Tal vez de Efira á los amenos campos
En busca va de tósigos mortales
Que verterá, cuidoso, en nuestras copas

Y muerte nos dará. » — «¡Oh nó! otro añade:
Quizás como su padre, en rota nave
Muerte hallará lejos del patrio suelo.
¡Cuántas con tal ventura evitarémos
inquietudes y penas! su fortuna
Podrémos compartir, dando á su madre
Y al dichoso rival que ella escogiere
Este palacio como á mejor parte. »
Telémaco entre tanto el paso lleva
A una bóveda oscura, en donde estaban[4]
De cobre y oro lúcidos montones,
Ricas ropas y aceites olorosos.
Tocando las paredes, por hileras
Descansan los toneles siempre llenos
De vinos dignos de la mesa etérea.
Dispuestos allí estaban para Ulises
Por si un día tornar le fuese dado,
Y como galardon de sus trabajos.
Doble puerta que afianzan dos cerrojos
De depósito tal veda la entrada,
Y noche y día Euríclea incorruptible
Tan preciosa riqueza cela y guarda.
Telémaco la llama: « Euríclea mía,
La dice, de estos vinos deliciosos
Que tu fe guarda á tu infelice dueño
Por si un día, escapando á los destinos,
Volver puede á sus lares; sin demora
Llena doce vasijas y las tapa,
Y pon tambien doce medidas justas
De flor de harina, la mas pura y sana,
En odres bien cosidas y cerradas.

Guarda para tí sola este mandato,
Y haz que pronto esté todo sin tardanza.
Esta noche, yo mismo, cuando vea
Que está mi madre en su aposento sola
Y á disfrutar del sueño ya dispuesta,
Vendré á buscarlo todo. Voy á Esparta
Y á Pilos, á probar si al fin del padre
Fiar puedo en la vuelta suspirada. »
A sus voces Euríclea se adolora
Y con un grito al sollozar mezclado:
« ¡Oh hijo, esclama, oh hijo de mis ansias!
Tal idea, ¿por qué? vástago solo,
Solo y al amor nuestro tan precioso,
¿Vas á lejanas tierras á perderte?
¿El divinal Ulises? ¡Desdichado!
Murió sin duda en desusadas playas.
¡Ah que si partes buscarán tus huellas
Para prenderte en sus infames redes
Y muerte te darán, para á mansalva
Compartir tus despojos miserables!
¡Oh, no te vayas, nó! de tu familia
En el seno te queda, y no aventures
Tu vida cara en indomables mares. »
— « Calma Euríclea tus ansias, le responde
Telémaco, y entiende que esta idea
No se formó sin consentir los Dioses:
Más jura por mis días que tu acento
Revelar no podrá á la madre mia
Aqueste arcano, hasta que ya la aurora
Doce veces el sol haya anunciado,
Ó que, al saber la reina mi partida,
Te obligue, airada, á desplegar el labio.
Sus lágrimas recelo y que, en su angustia,
El rostro hermoso ultraje por sus manos. »
Dice y Euríclea atesta las Deidades
Pronunciando el terrible juramento;
Luego las odres llena y las vasijas,

En tanto que Telémaco en la sala
Torna de los rivales á la vista.
La Diosa al tiempo mismo, por su parte,
De otras urgencias cura. Las semblanzas
De Telémaco toma y, por el pueblo,
A los robustos mozos se dirige:
Les dice su proyecto y les convida
A venir á la nave, desde el punto
En que la noche del brumal se vista.
Pedida ya á Noemon tiene una nao
Y aqueste, hijo de Phronio, sin demora
Fiel cumplimiento á su deseo otorga.
Ya toca el sol las olas y las sombras
Las calles cubren de su denso manto.
Luego la Diosa al mar lanzada tiene
La nave en cuyo centro ha reunido
Remos, velas, y jarcias y aparejos,
Y cuanto en caso tal es necesario,
Y en la parte del puerto mas remota
La deja asegurada. Los mancebos
Acuden anhelosos á su acento
Y ella con sus discursos les inflama.
Atenta luego á mas precisa astucia,
Toma al palacio y sobre los rivales
Vierte de un blando sueño las dulzuras.
Confúndense en sus mentes las ideas;
Sus manos ya las copas no sostienen;
Los párpados se cierran y el pie lento
En busca va de los usados lares,
Anhelando un descanso placentero.
Minerva entonces nuevamente toma
Las facciones de Mentor, y, llamando
A Telémaco, dice: « Ya dispuestos,
Los remadores tu alta seña esperan.
Marchemos, y nó mas una partida
Tan necesaria diferida sea. »
Dice y luego, con paso apresurado

Al jóven guía que la sigue ansioso,
La nave alcanzan y su gente toda
Encuentran que en la playa les aguarda.
« Vamos, dice Telémaco; las próvidas
Medidas de salud sean primero.
Venid, amigos, al palacio os guio
El sustento a buscar. La madre mia
Mi designio no sabe; sus mugeres
Tambien lo ignoran; una sola entre ellas
Está de mi partida en el secreto. »
Parte á tal voz y van tras él los mozos;
Todo en un punto está en la nave puesto.
Telémaco á ella sube; mas la Diosa
Ya ve sentada en la flotante popa.
Y á su lado al instante se acomoda.
Ya la soga la nave no sujeta;
Embarcados estan los marineros,
Y en sus bancos asidos de los remos.
Rápido, á un ademan de la alta Diosa,
Céfiro sobre el mar vuela ligero.
Se doblan ya las olas y rechinan;
Con el labio Telémaco y el gesto
La seña da y empieza el movimiento.
En su base el gran palo se asegura;
De la carena en las opuestas partes
El cordaje se clava; el fuerte lienzo
Hinchado vuela y la ligera nave
Resbala airosa sobre un terso plano.
Las olas que ella surca, al grave peso
Encanecen y ruedan chispeando.
Inútil yace el remo, y en las copas
Un espumoso néctar centellea.
Ofrendas religiosas el respeto
Dedica á las Deidades inmortales
Y, ante todo, á la sabia protectora
Hija del gran monarca de los cielos.
Toda la larga noche va vagando

La valerosa nave, y todavía
Vega del sol á los primeros rayos.



  1. Segun Pausanias Ícaro era lacedemonio; segun Aristóteles fue de Cefalonia; Dugas—Montbel quiere que fuese ciudadano de Ítaca, y nosotros lo que sacamos en limpio de esta inútil controversia es ratificarnos en lo que hemos espuesto en nuestro prólogo; a saber que este poema es un conjunto de tradiciones, sobre hechos verdaderos abultados con la propension fabulosa de aquellos tiempos. Si Ícaro no hubiese existido nunca, los antiguos no tendrian cuestiones sobre el lugar de su nacimiento.
  2. Qué prueba tan solemne de la tradicion y que destruye toda idea de invencion espontánea! el autor cita tres nombres de mugeres celebres y dice que lo fueron en lo vetusto; parece ocioso añadir el menor comentario. ¿Cómo llamarémos antigua una historia que en su primera letra trata de cosas que ella misma califica de vetustas?
  3. Esta espresion en boca de Telémaco es un lunar muy feo; por desgracia esta clase de defectos son en Homero harto comunes; pero tambien es preciso no olvidar que las ideas morales de aquellos tiempos, eran muy distintas de las nuestras.
  4. Al parecer todos los monarcas de aquellos tiempos, tenían en sus palacios unas cuevas ó subterráneos en los cuales cobijaban sus riquezas. Esta costumbre no se ha perdido todavía; pues se sabe que contemporáneamente el Emperador Napoleon tenia doscientos millones de francos en oro, en las bóvedas de su palacio de Tullerias.