La Odisea (Antonio de Gironella)/Canto Último
Mercurio, que es el Dios de los Cilenos,[2]
A las umbrosas playas del Averno
Luego corrió al umbral y las saetas
Arrojara a sus pies, mientras, terrible,
Sus víctimas marcaba con la vista.
Antinó atravesó y otros y otros
Que, cayendo en el mármol agrupados,
En sangre le dejaban empapado.
Un Dios, sin duda, en su favor lidiaba;
No fuera mas que una espantosa riza,
Alaridos, sollozos y la muerte
Horrenda en todas partes se veía.
¡De tal suerte morimos, fuerte Atrida!
¡Y ora nuestros despojos desechados
Sin honras yacen en aquel palacio!
¡Nuestros amigos todos, nuestros deudos,
Este destino ignoran! ¡No lavaron
Sus manos compasivas las heridas,
Ni su piedad nos prodigó el esmero
Ni el triste llanto al que murió debido!»
« ¡Oh de Laértes hijo venturoso!
Esclama Agamenón; ¡cuál noble esposa
Te deparó el destino! ¡cuál ternura,
Cuánta fidelidad ostentar supo
De Ícaro insigne la prudente hija
Hacia al esposo que su fe tenía!
Los inmortales todos para ella
Inspirarán cantores venideros;
Celebrada será en los himnos sacros
Que llevarán su nombre y sus virtudes
Con gloria inmensa á los futuros siglos...
Y en tanto ¡hija de Tíndaro exerable!
¡Cuál atroz diferencia!... ¡Tú que, infanda,
El esposo inocente degollaste;
Verás tu nombre estremeeer la tierra;
A tu memoria las mugeres todas
Cubrirse de terror y de vergüenza
Y, hasta en fin la mas casta, á tal estrago
De deshonor se sentirá cubierta!»
Le grita entonces ella; no prodigues
La sangre de tus súbditos preciosa.
Júpiter te lo impone; no pretendas
Audazmenie arrostrar sus fieras iras.»
Dice y el héroe pio se somete
Rebosándole el pecho de alegría.
Minerva, siempre en Mentor transformada,
Del grave pacto los principios dicta,
Y paz profunda, union constante y fuerte,
En Ítaca feliz, por siempre, fija.[3]
- ↑ Le Brun dice que este canto no es de Homero; otros muchos apoyándose en los antiguos, que aseguran que aquel autor no pudo conocer el nombre de Cilenos, quieren que todo el fragmento relativo
- ↑
- ↑ Este desenlace, á pesar de estar anunciado repetidamente y previsto, es bastante feliz, es rápido, tiene magestad y es completo, porque no deja ningún deseo sin satisfacer. Este es mi modesto juicio sobre una obra tan vasta y singular, en cuya penosa version solo me ha guiado el deseo de prestar un gran servicio a la literatura de mi patria. Con ella y la de la Ilíada de D. José Gomez Hermosilla será tal vez suficientemente conocido el gran coloso de la antigüedad, en sus dos inmensas composiciones. Compararlas no cabe a mis cortos alcances, y mas cuando son tantos y tan divergentes los juicios que se han dado de ellas, unos colocando la Odisea como superior, y otros, como Longinos, mirándola solo como los últimos destellos de un genio que fenece. Es cierto que la Ilíada es una accion muy grande, cosa propia del brío juvenil, y la Odisea un tejido de consejas de las que tanto gustan a la vejez. Cierto es tambien que en la primera todo es grande, mientras en la segunda los hombres trocadas en cerdos, los Cíclopes comiendo los hombres crudos, el héroe mismo andrajoso riñiendo á puñetazos y recibiendo puntapiés, son suciedades que no honran al genio creador. ¿Pero cómo no conceder tambien que en ella las tempestades, las descripciones geográficas, los discursos, no tengan tal vez mas atractivo que seis cantos enteros de combates nunca interrumpidos? En suma, ahora los que no pueden juzgar por los originales, tendrán la facultad de formar un juicio sobre estos dos fenómenos. El uno el sabio Hermosilla lo ha vertido de un modo que no deja que desear; ojalá se pudiese decir lo mismo del traductor del otro! Siempre confio al menos que la buena voluntad que he puesto, tanto en el texto como en las notas aclaratorias, me acarreará alguna benevolencia por parte de los lectores que no sean demasiado exigentes.