Ésta fue ocasión, señora,
para dejarte ofendida,
que amor, antes de obligado,
imposibles facilita.
Sirvió de nube la nave
que iba entonces a Mesina
para encubrirte quién era
si los pasos me seguías.
Pensé vivir sin tus ojos,
y es imposible que viva,
y vuelvo loco a buscarlos.
Amor fue, no fue malicia;
cuando llegué a ese repecho
que el camino determina
de Nápoles a Calabria,
desnudando las cuchillas
y calando las pistolas
con gallarda bizarría
estos soldados diciendo,
"Detente" al paso salían.
Matáronme el postillón
antes de dejar la silla,
y por no morir tendido,
con villana cobardía,
de las postas a la tierra
salté, haciendo que me sigan
con Roberto dos criados
que en mi servicio venían.
A la primer rociada
mueren los dos, y a la vista
poniéndonos las pistolas
de las nuestras no vencidas,
temerosos hasta el puesto
en que estamos nos retiran,
donde, como por milagro,
las hermosas maravillas
de tus ojos nos dan puerto,
nos dan gloria, nos dan vida;
que puesto que entre la gente
vulgar, escuchado había
esta novedad, jamás
la di crédito.
|