La nariz de camello

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Tradiciones peruanas - Novena serie
La nariz de camello​
 de Ricardo Palma

Tradición en la que se narra el por qué en la Nochebuena de 1547 no hubo en Trujillo misa de gallo, sino misa de gallinas

I

Dofia María Lazcano (conocida después con el apodo de la Nariz de camello) era en el año en que la presentamos ni Iector, de lo más granado en la ciudad de Trujillo. Era andaluza y de agraciada lámina, á pesar de que ya frisaba en los cuarenta y cinco diciembres; y lo zalamero y nada orgulloso de su carácter le habían conquistado muchas simpatías entre la gente del pueblo.

Era viuda de Juan de Barbarán, compañero de Pizarro en la conquista, al cual, en el reparto del rescate de Atahualpa, le correspondieron, como a soldado de caballería, 362 marcos de plata y 8,880 pesos de oro. En 1538 era ya el aventurero Juan de Barbarán todo un personaje, como que investía el grado de capitán, era regidor en el cabildo de Lima y poseía una de las principales encomiendas en el fértil valle de Chicama. En ese año hizo venir de España a su mujer, que era una sevillana de mucho reconcomio y con toda la sal de la tierra de María Santísima.

Asesinado Francisco Pizarro, Barbarán y su mujer vistieron el mutilado cadáver con el hábito de los caballeros de Santiago, y le dieron cristiana sepultura en el vallecito de los Naranjos anexo á la Catedral. Siendo tan entusiasta y leal amigo del jefe de la conquista, está dicho que tomó activa participación en la guerra contra Almagro el Mozo, terminada la cual, ahito de aventuras, peligros y desengaños, fijó su residencia en Trujillo. Fué Barbarán de los poquísimos conquistadores que no tuvieron muerte desastrosa. Murió de médicos y pócimas en 1545.

En 1547 no era la viuda de Barbarán la única dama española con supremacía ó prestigio en la ciudad fundada por Pizarro. Competía con ella doña Ana de Valverde, mujer del capitán don Diego de Mora, uno de los fundadores de Trujillo y su primer gobernador, riquísimo encomendero de Huanchaco y Chicama y el primer hacendado que implantó el trapiche y elaboró azucar en el Perú, después de haber hecho traer de México caña para las plantaciones. Aquello de que la primera azúcar peruana se produjo en Huánuco no pasa de una novela del historiador Garcilaso, como lo comprueban Feyjóo de Sosa y Mendiburu.

Acostumbraba doña Ana, que era muy gentil hembra de treinta navidades bien disimuladas, ir a misa en compañía de la mujer del mariscal Alonso de Alvarado, y su criada se encargaba, de tender las alfombrillas sobre la losa que cubría una sepultura. La costumbre, según doña Ana y según muchos publicistas, constituye lo que llaman derecho consuetudinario y parece que como a tal lo acataban las trujillanas, pues ninguna osaba arrodillarse en aquel sitio tenido como propiedad exclusiva de la ex gobernadora y de su amiga la maríscala, a quien la primera tenía de huésped mientras las cosas políticas cambiaran de rumbo y regresara Alvarado a la capital del virreinato.

Llegó la Nochebuena de 1547, y con ella la famosa misa de gallo. A las once y media entró en la iglesia, muy emperifollada y luciendo caravanas con brillantes como garbanzos, la jamona viuda de Barbarán, acompañada de la gaditana Pepita de Monlúfar, muchacha alegre, allá en su tierra, y que a poco de llegado al Perú casó con un alférez. General fué el cuchicheo entre la gente ya congregada en el templo, al ver que la criada tendió las alfombrillas sobre la sepultura. Aquí va á haber algo muy gordo, se decían, y no se equivocaron.

Un cuarto de hora después llegó doña Ana con su inseparable maríscala, ambas puestas de veinticinco alfileres y deslumhrando con el brillo de las alhajas. Al encontrar ocupado su sitio, doña Ana se detuvo sorprendida; pero rehaciéndose en breve, dijo, a doña María :

—Señora, este sitio me pertenece desde que Trujillo es Trujillo, y espero que tendrá a bien irse con su alfombrilla á otro lugar.

—¿Me lo ruega usted ó me lo manda?— contestó con tono de fisga la andaluza.— Si me lo ruega, le daré gusto; pero si me lo manda, nones y nones, que en la casa de Dios no hay sitio comprado.

—Probablemente olvida usted con quién habla. Guarde respetos, y sepa que está hablando con la esposa del maese de campo don Diego de Mora y con la maríscala de Alvarado.

La sevillana las midió con la mirada de abajo para arriba y luego de arriba para abajo; y con la flema despreciativa y desgaire insultador de una manóla del barrio de Triana, contestó:

—¡Valiente par de p...s!

Aquello fué ya cosa de taparse los oídos con algodón fenicado, para no oír las palabrotas que vomitaron las de Mora,de Alvarado, de Barbarán y de Montúfar, olvidadas por completo de la reverencia debida al lugar en que se hallaban. El concurso se arremolinó y, dicho sea en verdad, mayor era el número de los amigos y amigas de la andaluza. A la bulla acudió el cura seguido del sacristán, y cuando se convenció de que le era imposible aquietar los ánimos, gritó furioso:

—iBasta de escándalo y todo el mundo á la calle! Esto no es misa de gallo sino misa de gallinas.

Y el sacristán cerró la puerta de la iglesia, cuando se retiraron los feligreses, quedándose la misa sin celebrar por carencia de público.


II

Durante ocho días fue Trujillo un hervidero de chismes, y fastidiadas doña Ana y su compañera, emprendieron viaje á Lima, dejando al cuidado de la casa y hacienda á Gaspar de Escobar, pariente de Mora.

Indudablemente las damas noticiaron de lo ocurrido en Nochebuena á sus maridos, que estaban en Andahuaylas en el ejército de Gasca combatiendo á los de Gonzalo Pizarro, pues á principios de Marzo aparecieron en Trujillo Diego Martín y Juan el Viejo, soldados ambos de las tropas de Mora, con carta de éste para Escobar, quien los aposentó en la casa.

Pocos días después, en la mañana del primer domingo de Abril, los dos advenedizos penetraron en casa de la de Barbarán, la cortaron las trenzas y le hicieron un feroz chirlo en la nariz, dejándosela como nariz de camello según hizo escribir la víctima en la querella que interpuso ante la autoridad. Los dos malsines, después de realizado el delito, se hicieron humo, emprendiendo la fuga hasta reincorporarse en el ejército.

Gasea nombró con el carácter de juez pesquisidor al licenciado Gómez Hernández, quien se trasladó á Trujillo, y después de tomadas las primeras declaraciones expidió auto de prisión contra don Diego de Mora. Hallábase éste todavía en campaña cuando fué notificado, y contestó que mal podía ir á la cárcel quien, como él, aparte de ser hidalgo de solar conocido, era también el capitán más antiguo entre todos los del reino, razones que pesaron en el ánimo del pesquisidor para no insistir en lo de ponerlo entre rejas. ¡Buen peine de escardarr lana fue el tal don Diego! No hubo revolución enla que no figurara entre los más comprometidos; pero siempre, a la hora de apretar, decía: «Ya vuelvo» ó «Hasta aquí llegaron las amistades», y desertaba para presentarse en el campo realista. Fue un politiquero de sutilísimo olfato.

El proceso, que existe en el Archivo Nacional, y que he hojeado y ojeado, consta de más de 800 folios, y duraría hasta hoy día de la fecha si á Diego de Mora no se lo hubiera llevado al otro mundo la Tiñosa en 1556.

La pobre andaluza, después de ocho años de litigio, en el que, según tasación de costas, gastó 610 pesos de oro y 6 tomines, ganó el apodo de la Nariz de camello mote con que ella misma se bautizara en su primer recurso.