La Ilíada de Homero (García Malo)/Tomo I/Libro V

La Ilíada de Homero (1788)
de Homero
traducción de Ignacio García Malo
Libro quinto
LA ILIADA DE HOMERO.

LIBRO QUINTO.

ARGUMENTO.

Diomédes por Minerva protegido
Hace un cruel estrago enfurecido.
No solo d los mortales hiere fiero,
Sino á Venus y á Marte Dios guerrero.
Quiere dar muerte dé Eneas audazmente,
Y Apolo se lo lleva de repente.

Deseando Minerva en este dia
Que adquiriese Diomédes grande fama,
Y darle entre los Griegos mayor gloria,
Aumentó mas su audacia y su denuedo.
Salia de su yelmo y de su escudo
Un fuego inextinguible, semejante
A los rayos brillantes de la Estrella
Que aparece el Estío, y de sí arroja

Mas refulgentes luces, ya bañada
En las inmensas aguas de Oceano:
Tal era el resplandor que despedia
Diomédes de sus hombros y cabeza.
Minerva le hace entrar en la batalla,
Y en la parte que mas se combatia, si
Con furor, con ardor y valentía.
Habia entre los ínclitos Troyanos
Un hombre que Daréo se llamaba,
Muy rico, muy prudente y virtuoso.
Era gran Sacerdote de Vulcano,
Y Phegeo é Idéo eran sus hijos
En toda suerte de combates diestros.
Estos dos separados de sus tropas,
Por sus fuertes Caballos conducidos,
Van con ímpetu fiero ácia Diomédes
Que iba á pie á acometerlos. Al instante
Que llegaron á él, Phegeo ilustre
El primero despide su gran lanza
Contra el hijo valiente de Tydeo.
Se desliza el acero al dar el golpe
Sobre su espalda, izquierda, sin herirlo;
Pero á este mismo tiempo el gran Diomédes
Le invade con su lanza. El mortal hierro
No parte de su mano inutilmente,

Entra por el estómago á Phegeo,
Y muerto le derriba de su carro.
Salta Idéo del carro con presteza,
Y no teniendo aliento suficiente
Para salvar el cuerpo de su hermano,
Ni vindicar su muerte, huye al instante:
Mas no hubiera podido quedar sálvo
De la muerte cruel, si el Dios Vulcano
Con una niebla densa no le cubre,
Y de tan grande riesgo le liberta,
Para que asi su anciano y triste padre
Tuviese menos pena y aflicciones.
Le quitó el gran Diomédes los Caballos,
Y al punto se los dió á sus compañeros,
A fin de que á las naves los llevasen;
Pero habiendo los Teucros advertido
Que uno de los dos hijos de Daréo
Apelaba á la fuga, y que su hermano
Inmediato á su carro muerto estaba,
Comenzaron sorpresos á asustarse,
Y llenos de pavór á desmayarse.
Entre tanto Minerva, por la mano
Toma á Marte, y le dice de esta suerte:
„Marte, Marte homicida el mas cruento,
„Destruídor de murallas, ¿por qué causa

„A los Teucros y Acheos no dexamos
„Entre sí combatir, hasta que Jove
„Guste dar la victoria á aquel partido
„Para quien él la tenga destinada?
„Cedamos, pues, nosotros al instante,
„Y la íra evitémos del Tonante.”
Despues que dixo asi, de la refriega
Retiró al fiero Marte, y le conduxo
A la rivera fértil de Escamandro,
Donde le hizo sentar. Al mismo tiempo
Los Griegos á los Teucros rechazaron,
Y no hubo Xefe alguno que dexase
De dar en este encuentro á alguno muerte.
El Rey Agamenón es el primero,
Que derribó del carro al grande Odio
Caudillo de las tropas Alizonias,
Quien primero tambien tomó la fuga.
El Rey Agamenón le entró la pica
Entre las dos costillas por la espalda.
Lo pasó con furor de parte á parte,
Y salió por el pecho el duro acero.
Cae Odio, y al caer precipitado,
A los Troyanos todos los aterra
El golpe que sus armas dan en tierra.
Despues Idomenéo mata á Phesto,

Hijo del grande Boro de Meonia,
Que de la fértil Tarna habia venido.
Le hiere con su lanza fieramente
En el hombro derecho, quando iba
A subir en su carro, y cae en tierra
Con una negra noche rodeados
Sus ojos y su rostro. En el instante
Los criados del grande Idomenéo,
A él precipitados se arrojaron,
Y de todas sus armas despojaron.
Menelao dió muerte con su lanza
Al ilustre Escamandrio hijo de Estrophio,
Muy diestro Cazador, á quien Diana
Enseñó á despedir con arte el dardo,
Contra todas las fieras que los montes
En sus espesas selvas alimentan.
Mas no le aprovechó de ningun modo
Ni Diana de dardos tan amiga
En aquella ocasion, ni su destreza
En despedir las flechas desde lexos,
En que habia sido antes instruído;
Pues el ínclito Atrida con su lanza
Le hirió quando delante de él huía.
Entre las dos espaldas le entró el hierro,
El pecho le pasó, y en el instante

Cayó de boca en tierra, ya sin vida,
Y resonó á lo lexos su caída.
Merión valeroso dió la muerte
Al famoso Phereclo, que era hijo
Del diestro Carpintero Harmonidéo,
Que artificiosamente fabricaba
Toda clase de Obras con sus manos,
Y era amado en extremo de Minerva.
El fue el que construyó todas las naves
Que Páris llevó á Grecia, las que fueron
Origen principal de las desgracias,
Que causaron gran daño á los Troyanos,
Y aun á él mismo tambien, porque ignoraba
Los Oráculos fixos de los Dioses.
Merión le persigue, y quando á él llega
Le hiere con su lanza impetuoso
En el muslo derecho: el hierro pasa
Por debaxo del hueso, y le penetra
Desde una parte á otra. Cae Phereclo
De rodillas, arroja un grande grito,
Y la muerte cruel é inexórable
Extiende en él su noche formidable.
Megeo dió la muerte al gran Pedeo
El hijo de Antenor, mas era espurio,
Y la noble Theano para hacerle

Un obsequio á su esposo, habia cuidado
De darle educacion, como si fuera
Un hijo propio suyo. El gran Megeo,
Habiendolo alcanzado, le dió un golpe
En medio de la nuca con su lanza,
Y pasando el acero por los dientes
La lengua le cortó. Cayó en la tierra
Al momento Pedeo, mas mordiendo
De su cólera y furia arrebatado
El hierro que la muerte le habia dado.
Eurypylo despues á Hypsenor hiere,
Que era hijo del sábio y gran Dolópion,
Electo Sacerdote en Escamandro,
A quien honraba como á un Dios el pueblo.
El claro hijo de Evémon Eurypylo,
Arrojandose á él espada en mano,
En el hombro le hiere, quando iba
Delante de él huyendo á toda priesa,
Y le cortó su mano muy pesada,
Que en el campo cayó llena de sangre.
Sus ojos le cubrió purpúrea muerte,
Y el hado violento de esta suerte.
Durante esta refriega tan sangrienta
No hubieras conocido de qué parte
Era Diomédes, si Troyano ó Griego,

Pues corria furioso por el campo.
Como el torrente de un crecido rio
Que corriendo velóz rompe los puentes,
Sin que puedan murallas contenerlo,
Ni los diques de campos muy floridos
Impedirle que venga de repente,
Quando en lluvias el Cielo se desata,
Ni que arruíne de muchos Labradores
Los alegres trabajos; de esta suerte
Rompia el hijo ilustre de Tydeo
De los Teucros los densos escuadrones:
Ni estos aunque eran muchos sostenian
El ímpetu y vigor que en él veían.
Quando de Lycaonte el hijo ilustre
Advirtió que Diomédes recorria
Furibundo aquel campo de batalla,
Y que delante de él iba auyentando
Y poniendo en desorden á los Teucros,
Extendió contra él su corvo arco,
Y le hirió quando fuerte combatia
En el hombro derecho ácia la parte
Que un cóncavo dexaba la coraza.
Vuela la acerba flecha velozmente,
Y por la parte opuesta le penetra,
Manchando la coraza con la sangre;

Y habiendolo advertido el gran Pandaro
Grita con toda fuerza de esta suerte:
„Acometed magnánimos Troyanos,
„Que el mejor de los Griegos ya está herido,
„Y no pienso que pueda mucho tiempo
„Tolerar una flecha tan amarga,
„Si es cierto que el divino hijo de Jove
„El inmortal Apolo me ha inspirado
„Que dexase la Lycia, y que animoso
„Viniese á aqueste asedio tan famoso.”
Dixo asi jactancioso; mas no pudo
Dar muerte el velóz dardo al gran Diomédes,
Quien se retira atrás, y en pie se pone
Delante de su carro y sus Caballos,
Y dice de esta suerte al hijo ilustre
Del grande Capanéo: „¡Ah Esthenelo!
„Desciende de tu carro prontamente
„Para sacarme el dardo que me ha herido,
„El qual aún en mi espalda está metido.”
Dixo asi, y Esthenelo saltó en tierra,
Y acercandose al punto al gran Diomédes
Del hombro le sacó la aguda flecha.
La sangre le salia á borbotones
Por medio de su túnica texida,
Y Diomédes ilustre y belicoso

Despues dirige á Palas este ruego:
„Oyeme invicta Diosa hija de Jove,
„Si alguna vez en ásperos combates
„A mi padre y á mí favoreciste,
„Mirame ahora propicia gran Minerva:
„Permite que dé muerte, y que mi lanza
„Alcánce al que furioso antes me ha herido,
„Evitando la fuerza de mis golpes,
„Y que profiere ahora jactancioso
„Que veré poco tiempo escasamente
„La luz del claro Sol resplandeciente.”
Dixo asi suplicando. En el instante
Minerva oyó sus ruegos, y á sus miembros,
Pies y manos dió fuerza y ligereza;
Y acercandose á él, asi le dixo:
„Cobra aliento Diomédes, y acomete
„Contra todos los Teucros, pues yo misma
„En tu pecho he infundido aquel paterno
„Intrépido vigor que siempre tuvo
„El valiente Tydeo, é igualmente
„De tus ojos la niebla he disipado,
„Que antes los ofuscaba, á fin que puedas
„Discernir á los Dioses y á los hombres.
„Por esto, si á tentarte viene ahora
„Algun eterno Numen, no te atrevas

„A combatir jamás contra los Dioses,
„Si no fuese tan solo con la hija
„De Júpiter supremo, la gran Venus,
„Pues si viene al combate, sin tardanza
„Hierela con tu aguda y fuerte lanza.”
Dixo Minerva asi, y desaparece.
Al instante Diomédes se presenta
En la primera fila, mas dispuesto
A pugnar con valor contra los Teucros,
Porque tenia triplicada fuerza.
Qual Leon, que el Pastor en la campiña
Al saltar el redíl de su rebaño
De lanudas Obejas, con fiereza
Le hiere levemente, y no le mata,
Antes le irrita mas, y no pudiendo
Rechazar su furor entra al establo,
Huyen abandonadas las Obejas,
Y llenas de pavor van á esconderse
Presurosas las unas con las otras,
Y la fiera sedienta de la sangre
Salta al alto vallado impetuosa,
Y arrojandose en medio del rebaño
Hace un cruel destrózo; de esta suerte
Furioso é irritado el gran Diomédes
Se mezcla entre las tropas de los Teucros.

Da la muerte á Astinoo en el instante,
Y al Principe Hypenor, hiriendo al uno
Con su lanza acerada por el pecho,
Y dando al otro un golpe con la espada
Encima la clavícula, inmediato
A la parte del hombro, de tal suerte
Que del hombro y la espalda la separa.
Los dexa alli Diomédes, y al instante
Se encamina ácia Abante y Polyido,
Hijos de Eurydamante, sábio anciano
Intérprete de sueños ; mas no pudo
Interpretar los sueños de sus hijos
Quando los dos vinieron á esta guerra,
Pues el fuerte Diomédes les dió muerte,
Y les quitó sus armas. Sin tardanza
Fue á acometer á Xantho y á Thoona,
Los dos unicos hijos de Phenopo,
Quien los tuvo á los dos siendo ya anciano,
Y en su triste vejéz se consumia,
Porque ya no esperaba tener otros
Que sus grandes riquezas heredasen.
Diomédes á los dos dió entonces muerte,
Y el alma les quitó , dexando al padre
En la afliccion mayor, y triste luto,
Porque vivos no pudo recibirlos

De vuelta del combate; y ya privado
De sus hijos, veía que su hacienda
Sería por agenos curadores
Dividida entre extraños succesores.
Despues el gran Diomédes acomete
A dos hijos valientes de Priämo,
A Echemona y á Chromio, que venian
Sentados en un carro juntamente.
Qual Leon que asaltando una torada
La cerviz despedaza á una Becerra,
O á un Toro quando pastan en un bosque;
De esta suerte el gran hijo de Tydeo
Asalta á ambos á dos, y á pesar suyo
Los precipita de su carro hermoso.
Sus armas les despoja, y sus Caballos
Entrega á sus ilustres compañeros,
Para que de las riendas los llevasen,
Y en sus tiendas y campo los dexasen.
Viendole Eneas disipar las filas,
Se entra al punto por medio del combate
Y el estrépito horrendo de las lanzas,
Mirando á todas partes si encontraba
Al valiente Pandaro, igual á un Numen.
Halla en fin, al constante y celebrado
Hijo de Lycaonte, y en pie puesto

Delante de él, le dice de esta suerte:
„¿Dónde tienes tu arco gran Pandaro?
„¿Qué se han hecho tus flechas voladoras ?
„¿Dónde está finalmente, aquella fama
„Que nadie aqui ha podido disputarte,
„Ni tampoco jamás allá en la Lycia
„De superarte alguno se ha jactado?
„Ea, despide luego una saeta,
„Levantando las manos ácia Jove,
„Contra este hombre que vence, sea quien sea,
„Y ha hecho ya muchos daños á los Teucros
„Dando á los mas valientes dura muerte,
„Quando no sea un Dios que esté irritado
„Contra los Teucros, porque no le han sido
„Los sacrificios nuestros agradables,
„Pues la íra de un Dios es muy terrible,
„Y de aplacar dificil ó imposible.”
El ilustre Pandaro le replíca:
„Sábio Eneas Caudillo de los Teucros;
„Ese fuerte guerrero de quien hablas,
„Presumo que es en todo semejante
„Al hijo valeroso de Tydeo,
„Y asi lo reconozco por su escudo,
„Por su yelmo y penacho que le adorna,
„Y tambien por su carro y sus Caballos:

„Mas yo no te diré por verdad cierta
„Si éste no es algun Dios como tú juzgas.
„Si es hombre, yo imagíno que no es otro
„Que el hijo belicoso de Tydeo,
„Quien sin que un Dios le asista no hace ahora
„Tan furiosos destrozos; mas al lado
„Tiene algun Inmortal que le protege
„Envuelto en una nube, y de él separa
„Las saetas que prontas van á herirle.
„Yo le he tirado una , y la he clavado
„En el hombro derecho ácia la parte
„Que un cóncavo dexaba la coraza,
„Y juzgaba arrojarlo prontamente
„Al reyno de Plutón; mas sin embárgo
„No le he dado la muerte, pues presumo
„Que algun Dios irritado lo ha impedido.
„No tengo aqui Caballos, ni mi carro
„En que poder subir, aunque yo tengo
„En casa de mi padre Lycaonte
„Once carros hermosos fabricados
„Por artífices diestros, recien hechos
„Con franjas esparcidas en contorno,
„Y tiene cada uno dos Caballos,
„Que con blanca cebada se alimentan.
„El belicoso Lycaón mi padre,

„Al partir de mi casa, con instancia,
„Me dió muchos consejos, y ordenóme
„Que usase de Caballos y de carro
„Quando pugnase al frente de los Teucros
„En los acres combates y batallas.
„Mas no le obedecí como era justo,
„Y sin duda mejor, porque temia
„Que estando acostumbrados mis Caballos
„A tener siempre pasto en abundancia,
„Aqui les faltaria la comida,
„Hallandose los hombres encerrados.
„Por esto los dexé, y á pie me vine
„A la excelsa Ilión tan solamente
„Confiado en mis arcos, que me han sido
„Hasta ahora muy poco favorables,
„Porque he tirado ya contra dos Xefes
„De los mas principales de los Griegos,
„Menelao y Diomédes, y aunque he visto
„De ambos correr la sangre, fue tan solo
„Para irritarlos mas. En qué mal hado
„Mis arcos descolgué del astillero
„Quando vine á la amena y sacra Troya
„Capitan de los ínclitos Troyanos,
„Por agradar á Héctor! Si algun dia
„Yo puedo retornar y ver mi patria,

„Mi muger y palacio, yo consiento
„Que mi cabeza corte un enemigo
„Si en el fuego no arrójo aquestos arcos,
„Haciendolos pedazos con mis manos.
„¿De qué me sirven tales compañeros,
„Quando son á venderme los primeros?
„No hables asi (replíca el sábio Eneas),
„Pues no conseguirémos ciertamente
„Destruír á este hombre, si no vamos
„Con Caballos y carros á su encuentro
„A probar nuestras armas con las suyas.
„Ea, pues, á mi carro sube al punto
„Para que puedas ver si son valientes
„Los Caballos de Tros, y si en el campo
„Saben correr con suma ligereza,
„No solo persiguiendo, sino huyendo.
„Ellos nos llevarán muy prontamente
„Salvos á la ciudad, si otra vez Jove
„Da la victoria al hijo de Tydeo.
„Conduce por tí mismo los Caballos,
„Y yo en el carro iré para el ataque,
„O combate tú mismo muy ufano,
„Y guiaré las riendas por mi mano.”
El ilustre Pandaro le responde:
„Guarda prudente Eneas tú las riendas

„De tus bravos Caballos, porque siempre
„Mejor conducirán el corvo carro
„Por la solita mano dirigidos
„Si de nuevo huír debemos de Diomédes,
„No sea que asombrados se resistan
„A sacarnos de en medio del combate,
„Porque no oyen tu voz que ya conocen;
„Y que entonces el hijo de Tydeo
„Nos asalte y nos prive de la vida,
„Y lleve tus Caballos tan valientes.
„Ea, pues, guia el carro y los Caballos:
„Yo esperaré á Diomédes valeroso,
„Quando á nosotros venga impetuoso.”
Dixo asi, y á su carro al punto suben,
Y furiosos incitan los Caballos,
Acia donde se hallaba el gran Diomédes.
Los vé luego Esthenelo, ilustre hijo
Del fuerte Capanéo, y al instante
Al hijo de Tydeo asi le dice:
„¡Oh Diomédes, mi amado y grande amigo!
„Yo divíso dos hombres valerosos,
„Que á pugnar contra tí vienen dispuestos,
„Y ambos son de una fuerza extraordinaria.
„Pandaro el uno es que se gloría
„De ser hijo del claro Lycaonte,

„En manejar el arco muy períto,
„Y el otro Eneas que tambien se jacta
„De ser hijo de Venus y de Anchises.
„Vamos, pues, sube al carro, y de aqui huyamos,
„No sea que siguiendo tan furioso
„En la primera fila osadamente
„Pierdas tu dulce vida prontamente.”
Mirandole enojado é iracundo
El valiente Diomédes, le responde:
„No me exhortes á huír, pues nunca juzgo
„Que podrás conseguir el persuadirme.
„No es decoroso en mí que con quien huye
„Me ponga á combatir, ni que yo tiemble,
„Pues conservo mis fuerzas aún enteras.
„No me agrada subir ahora á mi carro,
„Y tal qual como estoy saldré á su encuentro,
„Pues Palas no me dexa temer nada.
„Tambien espéro yo que sus Caballos,
„Por veloces y célebres que sean,
„No podrán ácia Troya conducirlos,
„Quando acaso consiga alguno de ellos
„Librarse de la muerte con la fuga.
„Pero quiero otra cosa prevenirte,
„Y te ruego conserves en memoria:
„Si la sábia Minerva me concede

„La gloria de dar muerte á estos dos Héroes,
„Deten alli al instante mis Caballos
„Colgando antes las riendas en el yugo,
„Y acuerdate asaltar á los de Eneas,
„Y llevarlos al campo de los Griegos,
„Porque son de la casta celebrada
„De aquellos que el supremo Dios Tonante
„Dió á Tros, quando á su hijo Ganimedes
„Le quitó de su lado. En recompensa
„Del rapto le envió aquestos Caballos,
„Que los mejores son que se conocen
„Debaxo del Sol claro y de la Aurora.
„Anchises, Rey de hombres, á escondidas
„Del grande Laomedón, logró esta estírpe
„Haciendo introducir en sus Yeguadas
„Las mas hermosas Yeguas que tenia,
„De ellas nacieron seis en su palacio,
„Quatro conserva él mismo, los que nutre
„Juntos en un establo, y dos dió á Eneas,
„Muy diestros para huír en los combates.
„Si á tomarlos llegasemos ahora,
„Lograriamos sin duda una gran gloria,
„De que eterna sería la memoria.”
Mientras tanto que hablaban de esta suerte,
Los dos fuertes y bravos enemigos,

Sus veloces Caballos agitando,
Llegaron muy en breve cerca de ellos,
Y el primero que habló fue el hijo ilustre
Del grande Lycaonte, en esta forma:
„Belicoso é intrépido Diomédes,
„Hijo del gran Tydeo, ya que veo
„Que mi flecha domarte no ha podido,
„Probaré con mi lanza nuevamente
„Si ahora te puedo herir mas facilmente.”
Dixo: vibra su lanza, le acomete,
En el escudo da del gran Diomédes,
Y la punta el escudo penetrando
En la coraza se clavó volando.
Pandaro muy glorioso de su triunfo,
En alta voz entonces asi dice:
„Al través en el vientre estás herido,
„Y no juzgo que dures mucho tiempo;
„Pues darás á mi gloria grande suerte,
„Y un lustre celebrado con tu muerte.
„Te engañas (le replíca el gran Diomédes
„Sin ningun estupór), erraste el golpe,
„Y no juzgo se acabe este combate,
„Hasta que uno á lo menos de vosotros
„Cayga postrado en tierra sin aliento,
„Y Marte Dios invicto de la guerra

„Se sácie con la sangre del que muera.”
Asi dixo, y arroja el dardo fuerte,
El qual dirige Palas entre el ojo
Y la nariz del fuerte y gran Pandaro.
Penetra por la boca el dardo agudo,
Le derriba los dientes, y le corta
En pedazos la lengua, y va el acero
A salir por debaxo de la barba.
Cae del carro, y sus armas relucientes
Hacen un ruído horrible y formidable:
Los Caballos se espantan, y Pandaro
Queda al punto sin fuerzas y sin vida,
En el mismo lugar de la caída.
Entonces con su escudo y larga lanza
Se opone el grande Eneas, temeroso
De que de alli sacasen los Acheos
Aquel yerto cadáver, dando á él vueltas
Como un Leon furioso confiado
En su fuerza y aliento, y le defiende
Oponiendo su lanza y grande escudo,
Dando gritos horribles, ya resuelto
A dar muerte á qualquiera que tuviese
Valor para acercarse á donde estaba.
Al instante Diomédes con su mano
Toma una piedra enorme, que dos hombres,

Como son al presente los mortales,
Del suelo levantarla no podrian,
Y él solo la movia facilmente.
Con ella á Eneas hiere en la cadera,
Donde del anca y muslo está el encage
Que llaman catiledon: á este golpe
Se hizo el mismo acetábulo pedazos,
Además se rompieron los dos nervios,
Y el cutis arrolló la áspera piedra.
De rodillas Eneas cae al punto
Con su mano apoyandose en el suelo,
Y quedanse sus ojos asombrados,
Y de una oscura noche rodeados.
Alli hubiera quedado muerto Eneas
Si la divina Venus no percibe
El lance en que se hallaba su hijo amado,
Que ella engendró de Anchises quando estaba
Apacentando Toros en el Ida.
Va corriendo ácia él, entre sus brazos
Le coge extrechamente, y le rodea
Para que no le viesen los Argivos,
Con su blanco ropage, de tal suerte
Que pudiese servirle de muralla
Contra todos los dardos, y evitase
Que alguno de los Griegos con su acero

El pecho le pasase, y diese muerte.
Mientras ella sacaba silenciosa.
Fuera de la batalla á su hijo amado,
El hijo del ilustre Capanéo
Las ordenes no olvida que Diomédes
Antecedentemente le habia dado.
Su carro aparta, pues, de la refriega,
Cuelga luego las riendas en el yugo,
Desciende, y va corriendo á los Caballos
Del intrépido Eneas, los conduce
Desde los Teucros hasta los Argivos,
Y á Depylo su amado compañero
(A quien mas que á los otros sus iguales
Honraba y estimaba, porque era
De su mismo carácter y prudencia),
Entrega estos Caballos con intento
De que los lleve luego al campamento.
Despues el mismo Héroe al carro sube,
Y tomando las riendas en la mano,
Por sus bravos Caballos cónducido,
Alcanza en un momento al gran Diomédes,
Que con su acero en mano perseguia
A la divina Venus, conociendo
Que era una Diosa debil, y no alguna
De las dos que presiden en las guerras

Al frente de los hombres, como Palas
O Belona que arruína las ciudades.
Despues de mucho tiempo que Diomédes
Por medio de las filas la seguia,
Deseoso de herirla, al fin la alcanza,
Y al asaltarla con su lanza hiere
Encima de su mano tan imbecil.
Pasa el acero agudo aquel ropage
Con que cubria á su hijo, fabricado
Por mano de las Gracias, y este golpe
El cutis le arrolló sobre la palma.
Corre la inmortal sangre de la Diosa,
Que es un sutil Icór, como un rocío
O un divino vapor, porque los Dioses
No toman alimento de los dones
De Ceres, ni presentes del Dios Baco,
Sino exquisito nectar y ambrosía,
Y son por esto exängües é inmortales.
Sintiendose, pues, Venus asi herida
Llena el ayre de gritos y lamentos,
Dexa caer á su hijo tan querido;
Y Apolo recibiendole en sus brazos,
Con una niebla obscura le rodea,
Para que ningun Griego le pasase
El pecho con su acero, y le matase.

Entre tanto Diomédes dando gritos
Dice á la Diosa Venus de esta suerte:
„Divina hija de Júpiter supremo,
„Huye de los combates, y batallas;
„¿ No basta que seduzcas con engaños
„A las mugeres flacas y cobardes?
„Si vuelves otra vez á las refriegas
„Júzgo que no será con poco miedo,
„Y que de aqui adelante al solo nombre
„De guerra ó de combates asustada,
„Quedarás de terror acobardada.”
Asi dixo; y al punto se va Venus
En extremo angustiada y afligida.
Iris viendola opresa de dolores,
Y que estaba ya opaco su semblante,
La saca de la turba en el instante.
Despues que se apartaron algun poco
Hallaron á la izquierda de la pugna
A Marte atróz sentado, y rodeados
Sus Caballos y lanza de una nube.
Se arroja á sus pies Venus, y le ruega
Que su carro le preste con instancia:
„Amado hermano mio (asi le dice),
„Prestame ahora favor, dame tu carro
„Para poder volver al alto Olympo,

„Donde deben morar los Inmortales.
„Yo estoy muy angustiada por la herida
„Que aquel mortal Diomédes me ha causado,
„El qual aún contra Jove pugnaría,
„Y á batalla campal le retaría.”
Dixo de esta manera, y el Dios Marte
Le dió luego su carro y sus Caballos.
Sube la Diosa en él muy afligida,
Iris sube tambien, toma las riendas,
Con el látigo agita los Caballos,
Y ellos volando van con mucho gusto.
Llegan muy brevemente al alto Olympo,
En donde está el asiento de los Dioses;
Y la Diosa mas pronta que los vientos,
Quita luego del carro los Caballos,
Y su pasto inmortal les da al instante.
Venus se postra entonces á las plantas
De Dione su madre, y esta Diosa
La extrecha entre sus brazos, la acaricia
Y le habla de esta suerte: „Hija querida,
„¿Qué Dios de los que habitan el Olympo
„Tan temerariamente te ha tratado,
„Y en qué culpa ó delito te ha sorpreso
„Que merezca el rigor de castigarte,
„Y con tanta indolencia asi tratarte?”

Venus de risa amante le responde:
„El hijo de Tydeo, ese insolente
„Y sobervio Diomédes, ha tenido
„La audacia de causarme aquesta herida,
„Porque yo separaba del combate
„A mi querido Eneas, á este hijo
„Mas amado de mí que ningun otro.
„Esta no es una guerra de los Griegos
„Contra los fuertes Teucros solamente,
„Pues es contra los Dioses igualmente.
„Hija mia (Dione le responde):
„Por mas grandes que sean tus dolores
„Soportalos con ánimo y paciencia.
„Acuerdate que muchos habitantes
„Del Olympo brillante hemos sufrido
„Graves males de parte de los hombres,
„Pues con gusto los Dioses los incitan
„Por vengarse unos y otros de sus quexas.
„Marte, aunque es tan terrible y formidable,
„¿No ha recibido ultrages de los hombres
„Quando los hijos del ilustre Aleo,
„Oto el sobervio, y el terrible Ephialtes,
„Le ataron con cadenas muy pesadas,
„Y atado le tuvieron trece meses
„Dentro de una prision de duro bronce?

„Acaso perecido hubiera en ella
„Este Dios insaciable de combates
„Si la hermosa Eribea su madrastra
„No hubiese dado parte al Dios Mercurio,
„Quien de alli ocultamente sacó á Marte,
„Ya oprimido de pena, por lo mucho
„Que las duras cadenas le afligian.
„¿No sufrió tambien Juno, quando el hijo
„Del grande Amphitryon fue tan osado
„Que la hirió con un dardo de tres puntas
„En el pecho derecho , de que entonces
„Tuvo un dolor muy grande y penetrante?
„Plutón mismo, este Dios tan espantoso,
„¿No recibió una flecha voladora
„Quando este mismo hombre hijo de Jove,
„Que lleva su terrible y fuerte Egida,
„Hiriendole en la puerta del Infierno,
„Le dexó de dolores oprimido?
„Pero este Dios muy triste, y penetrado
„Del mas vivo dolor, porque aún tenia
„En la espalda la flecha, subió al punto
„Al palacio que habita el grande Jove,
„Y alli el Médico sábio de los Dioses
„El famoso Peon puso en la herida
„Tales medicamentos, que al instante

„Le curó y aplacó el dolor insano,
„Porque nada habia en él que mortal fuese.
„Hombre impío y malvado que creía
„Le era lícito hacer quanto gustase,
„Hasta herir con sus flechas á los Dioses
„Habitadores del excelso Olympo
„Minerva contra tí sin duda alguna
„Ha incitado al gran hijo de Tydeo,
„Y el loco no ha tenido en la memoria
„Que no vive en la tierra mucho tiempo
„Quien osa combatir contra los Dioses,
„Ni se sientan sus caros tiernos hijos
„Encima sus rodillas, ni le dicen
„De padre el dulce nombre á su regréso
„De las sangrientas guerras y batallas.
„Por mas bravo que sea ese Diomédes
„Tema entrar otro dia en un combate,
„Con otro Dios que en fuerza te supére,
„No sea que la sábia hija de Adrasto,
„La generosa Egiala, suspirando
„Despierte á sus domésticos del sueño,
„Llamando en voces altas á su esposo
„El mas fuerte de todos los Argivos,
„A su esposo primero el gran Diomédes,
„A quien fue dada virgen esta esposa,

„Tan bella, tan ilustre y generosa.”
Dixo; y Dione enjuga con su mano
El Icór que corria de la herida
De su querida hija, queda sana
La mano de esta Diosa, y mitigados
Los acerbos dolores que sufria.
Observandolo todo Juno y Palas,
Con palabras mordaces irritaron
A Júpiter Saturnio, y la primera
Asi dixo Minerva: „Padre Jove,
„¿Te irritarás conmigo si te digo
„Una cosa que he visto? La gran Venus
„Sin duda estimulando á alguna Achea,
„A que siga á los Teucros, á quien ama
„Con extrema pasion, y deseando
„Atraerla por esto con caricias,
„Se ha herido con la hebilla ó broche de oro
„Que en su ropage largo traen las Griegas,
„Asustandose mucho al verse herida,
„Y la mano de sangre algo teñida.”
El Padre de los Dioses y los hombres.
Se sonrie, y llamando á Venus bella
Le dice: „Hija querida, á tí no toca
„Mezclarte en los combates y batallas.
„Sigue tú los placeres de hymenéo,

„Y dexa al fiero Marte y á Minerva
„El cuidado de andar en los debates,
„Y mezclarse en refriegas y combates.”
Mientras que asi los Dioses conversaban,
Acomete Diomédes contra Eneas,
Conociendo que el mismo Febo Apolo
Con sus manos tan fuertes le cubria.
Mas deseando siempre darle muerte
Y de sus bellas armas despojarlo,
No respetaba á un Dios tan poderoso.
Tres veces envistió al ilustre Eneas
Anhelando su muerte, y otras tantas
Su fuerza fue de Apolo rechazada
Con solo su broquél resplandeciente.
Mas yendo quarta vez á acometerle,
Semejante á un gran Dios, Apolo Febo
Le dice amenazandole en voz alta:
„Entra en tí hijo sobervio de Tydeo,
„Retirate, y no seas insensato,
„Ni quieras á los Dioses igualarte.
„Hay sin duda una grande diferencia
„Entre la esencia siempre permanente,
„De Dioses inmortales, que demoran
„En la mansion eterna de los Cielos,
„Y la nada de miseros mortales,

„Que arrastran por la tierra como tales.”
Dixo asi; y el gran hijo de Tydeo
Dió entonces ácia atrás algunos pasos
Para evitar la íra y el enójo
Del formidable Dios. Apolo entonces
Cogiendo al claro Eneas le retira
De enmedio del combate y de la turba,
Y le lleva á lo alto de la sacra
Ciudadela de Pérgamo, en que habia
Un templo á él consagrado. Alli Latona
Y Diana de flechas muy amante,
En el lugar mas sacro le colocan,
Le curan ellas mismas las heridas,
Y le colman de honores y de gloria.
En tanto formó Apolo una fantasma
Que parecia á Eneas de tal suerte
Por estatura y armas, que los Griegos
Y aun los mismos Troyanos renovaron
Al rededor de ella un gran combate:
Las corazas, los yelmos, los broqueles,
Los dardos y las lanzas en el ayre
Volaban con ardor y resplandores,
Y el estrago excitaba sus furores.
Entonces dice Apolo al fiero Marte:
„¡Oh Marte Marte , ruína de los hombres,

„Insaciable de estragos y de muertes,
„Destruídor de ciudades y murallas,
„¿No irás en fin á echar de aquel combate
„Al hijo de Tydeo, que furioso
„Aun contra el Padre Jove pugnaría?
„Primero ha herido á Venus desde cerca
„Encima de la palma de la mano,
„Y no menos despues igual á un Numen
„Ha sido tan altivo y atrevido,
„Que aun contra mí furioso ha acometido.”
Dixo; y volvió á sentarse en la eminencia
De la Pérgama torre. Marte fiero
Va exhortando al combate á los Troyanos
Por medio de las filas, parecido
Al velóz Acamante, que mandaba
Las tropas de los Thracios; é igualmente
Asi exhorta á los hijos de Priämo:
„¡Oh hijos de Priämo valerosos
„Alumnos del gran Júpiter supremo!
„¿Hasta quando sufrís que los Argivos
„Hagan tan fiero estrago en vuestra gente?
„¿Les dexaréis acaso muy tranquílos
„Que lleguen combatiendo hasta los muros?
„El hijo del valiente y claro Anchises
„Eneas el ilustre y gran guerrero,

„A quien antes honrabamos nosotros
„Como al divino Héctor, yace en tierra,
„Y abatido entre el polvo: vamos, digo,
„A sacar del tumulto á nuestro amigo.”
Dixo asi; y excitó el vigor y aliento
De todos los Soldados. Mas entonces
Sarpedon con palabras muy amargas
Al noble Héctor reprehende de este modo:
„Héctor, ¿dónde se han ido el ardimento,
„La fuerza y el valor que antes tenias?
„Tú te jactabas antes de que osado
„Sin otras tropas tuyas ni auxiliares,
„La ciudad con valor defenderías
„Solo con tus hermanos y parientes,
„Y aqui ninguno de ellos ahora veo,
„Pues tiemblan al mirar á los Argivos,
„Como tiemblan los Perros asustados
„A vista del Leon. Aqui no encuentro
„Nadie sino nosotros que combata,
„Aunque somos las tropas auxiliares;
„Yo que aliado soy, aqui he venido
„Del extremo de Lycia, á la qual riega
„La rapidéz del caudaloso Xantho,
„Donde he dexado mi muger amada,
„Un hijo infante, y muchas posesiones,

„A que aspira qualquiera que está pobre;
„Y sin embárgo de esto no he dexado
„De exhortar á los Lycios al combate,
„Y estoy pronto á invadir á ese enemigo,
„Aunque aqui nada tengo que me quiten,
„Ni que puedan llevarse los Acheos;
„Y vosotros que vais á los combates
„Por vuestros mismos hijos y mugeres,
„Por vuestros propios bienes y la patria,
„¿Estais en inaccion é indiferentes?
„Tú en pie estás, y no exhortas á tus tropas
„Que se sostengan firmes, y socorran
„A sus propias mugeres, no sea caso
„Que estando todos presos, asi como
„En una red que todo lo recoge
„Seais rapiña y presa de enemigos,
„Y que estos no destruyan muy en breve
„De vuestra alta ciudad los fundamentos.
„De esto cuidar debias dia y noche,
„Y suplicar á todos los Caudillos
„De las tropas llamadas desde lexos,
„Que sin cesar se opongan al contrario,
„Haciendoles tambien con tus acciones
„Deponer sus nocivas disensiones.”
Dixo asi Sarpedon; y Héctor valiente

De oír estas palabras muy sentido
Salta desde su carro con sus armas,
Y vibrando su lanza aguda y fuerte,
Corre por el Exército furioso
Exhortando á pugnar, y al punto excita
Un sangriento combate. Los Troyanos
Dexan de huír, y envisten á los Griegos:
Los Argivos unidos se sostienen,
Y los esperan sin ponerse en fuga.
Asi como se lleva el velóz viento
La paja tan sagrada por el ayre
Mientras están los hombres aventando,
Quando la rubia Ceres al impulso
Y soplo de los vientos, por sí misma
Va dividiendo el trigo de la paja,
Y emblanquece los bieldos; asi entonces
Se iban poniendo blancos los Argivos
Del polvo que entre ellos y entre el Cielo
Excitaban los pies de los Caballos,
Que entraban en combate, y se volvían
A voluntad de aquel que los guiaba.
El combate se enciende nuevamente,
Y Marte impetuoso cerca al punto
Con una densa noche la batalla,
Corriendo con furor de fila en fila,

Y prestando favor á los Troyanos.
Asi Marte cumplia los preceptos
Que le habia intimado Febo Apolo
(Que su espada de oro siempre lleva),
De excitar al combate á los Troyanos
Quando vió que Minerva se ausentaba,
Que era de los Argivos protectora.
Apolo mientras tanto sacó á Eneas
De aquel sacro lugar en donde estaba,
Y en el pecho del Rey Pastor de pueblos
Inspiró nueva fuerza y osadía.
Eneas de repente comparece
En medio de sus bravos compañeros,
Los que se alegran mucho al verle vivo
Sálvo, y de un nuevo aliento reanimado;
Pero no le preguntan cosa alguna,
Pues no lo permitia el gran conflicto
Que excitaban Apolo, el fiero Marte,
Y la insaciable y pérfida Discordia.
Los dos Ayax, Ulises y Diomédes
Incitaban los Danaos al combate,
Aunque por sí estas tropas no temian
Ni el vigor, ni las fuerzas de los Teucros,
Ni sus furiosos gritos, ni amenazas,
Yá pie firme esperaban, semejantes

A las espesas nubes que el Saturnio
Junta en tiempo sereno en la eminencia
De las altas montañas, quando duermen
El terrible Boreas, y los otros
Vientos impetuosos, que disipan
Soplando las opacas densas nubes
Con horrisonos silbos ; de esta suerte
Esperaban los Danaos á pie firme,
Y sin ponerse en fuga á los Troyanos.
El magnánimo Atrida iba corriendo
Por todo aquel Exército brioso,
Sus ordenes á todos intimando,
Y á sus bravos Soldados exhortando.
„¡Oh amigos mios (dice) ahora es forzoso
„Que demostreis sois hombres de denuedo!
„Armaos de valor firme y constante,
„Y en el sangriento choque, la vergüenza
„De cometer alguna cobardía
„Unos delante de otros, os aníme
„A no volver la espalda. Entre los hombres
„Que de huír se avergüenzan, mas se salvan
„Que quedan en la muerte sepultados,
„En vez que los cobardes fugitivos
„Jamás á adquirir llegan la victoria,
„Ni fama de valor y eterna gloria.”

Dixo asi; despidió pronto su lanza,
E hirió á Deicoonte de Pergaso
Del magnánimo Eneas compañero,
A quien honraban tanto los Troyanos
Como á los hijos de Priämo ilustre,
Por su mucho valor, y porque siempre
En las primeras filas combatía.
La lanza del valiente hijo de Atreo
Va á dar en su broquél, que no resiste,
Y penetra el acero la coraza
Hasta báxo del vientre. En el instante
Cae muerto Deicoonte, se estremece
La tierra al dar un golpe tan sensible,
Y al ruído de sus armas tan terrible.
De la otra parte Eneas da la muerte
A dos fuertísimos hombres de los Griegos,
A Crethon y á Orsilocho, que hijos eran
Del ilustre Diocleo que habitaba
En la ciudad de Phera, hombre muy rico;
Descendian del claro rio Alpheo,
Que inunda de los Pylios las campiñas:
Este Dios era padre de Orsilocho
Que reynaba en un pueblo numeroso:
Y Orsilocho fue padre de Diocleo,
De quien nacieron estos dos gemelos

Orsilocho y Crethon maestros de guerra,
Los que de edad florida en negras naves
Vinieron á Ilión con los Argivos,
Deseando vengar la grave injuria ,
Del Rey Agamenón y Menelao,
Mas les cogió la muerte muy en breve.
Como en un alto monte dos Leones
Nutridos por su madre en lo mas denso
De una profunda selva, arrebatando
Los rebaños de Toros y de Obejas,
Devastan las majadas de Pastores
Hasta que muertos quedan por las manos
De los Pastores con acero agudo;
Asi abatidos estos dos guerreros
Por las manos de Eneas, caen en tierra
Como altos Pinos que el acero aterra.
Se compadece Menelao al verlos
Postrados en la tierra, y bien armado
De acero refulgente se presenta,
Vibrando el hasta, en las primeras filas;
Pues su aliento excitaba el fiero Marte
Pensando que vencido quedaria
Por la mano de Eneas. Antilocho
Hijo del grande Nestor le vió al punto,
Y entró por los primeros combatientes

Porque temia que al Pastor de pueblos
Alli un triste accidente aconteciese,
Y se frustrase la comun empresa.
Ya tenian las manos y las lanzas
Para entrar en combate prevenidas,
Y estaba en pie Antilocho, muy cercano
Al Pastor de los pueblos: mas Eneas,
Aunque era tan valiente y gran guerrero,
No se atrevió á esperar quando vió estaban
Juntos estos dos hombres tan valientes.
De aquesta retirada se aprovechan,
Y sacando de alli los cuerpos muertos
De Crethon y Orsilocho miserables,
Y dandolos despues á los Argivos,
Vuelven á la refriega donde daban
Señales del valor que conservaban.
Murió en esta refriega Pylemenes,
Semejante al Dios Marte, que mandaba
Las magnánimas tropas Paphlagonias.
El gran hijo de Atreo Menelao,
Que jugaba su lanza con destreza,
Le dió un golpe en la gola, y de esta suerte
Cayó á sus pies cercado de la muerte.
Antilocho le dió un terrible golpe
Con una piedra al gran hijo de Atymnio

Mydonte valeroso, que guiaba
El carro del difunto Pylemenes,
Al tiempo que volvia sus Caballos.
De sus manos al punto caen en tierra
Las blancas bridas de marfil, y arrastran
Envueltas entre el polvo. En el instante
Le acomete Antilocho con su espada,
Y le hiere en la sien. Mydon entonces
Exhalando los ultimos suspiros,
Cae de su hermoso carro dando en tierra
La cabeza primero, y rectamente
Alli queda metido hasta los hombros.
Asi algun tiempo está (pues era un sitio
De arena muy profunda y movediza),
Hasta que sus Caballos, que Antilocho
Ir hacía al Exército de Grecia,
Con sus pies en la tierra le abatieron,
Y entre el polvo movido le extendieron.
Héctor habiendo visto á Menelao,
Y al valiente Antilocho entre las filas,
Va corriendo ácia ellos dando gritos,
Y le siguen tambien todas las tropas,
Y fuertes escuadrones de los Teucros.
Era su Capitan el fiero Marte
Y la Diosa Belona, que excitaba

El horrendo rumor de la refriega.
En sus manos vibraba el cruel Marte
Una lanza muy grande y asombrosa,
Y tan pronto á Héctor fuerte precedia
Como ayrado á la espalda le seguia.
Queda asustado al verlo el gran Diomédes:
Como inexpérto y rudo pasagero,
Que habiendo atravesado un grande campo
Encuentra un rio rápido y profundo,
Y al mirar que bramando precipita
Sus corrientes y espuma en el mar vasto,
Se detiene asombrado, y atrás vuelve;
El hijo de Tydeo se retira
De la misma manera, y dirigiendo
A sus tropas la voz, asi les dice:
„No sin razon, amigos, admiramos
„Que Héctor sea tan fuerte con su lanza,
„Y tan audáz guerrero, pues él tiene
„Siempre al lado algun Dios que le protege
„Y libra de la muerte; y ahora mismo
„Marte en figura humana le acompaña.
„Por lo mismo es forzoso retirarnos
„Haciendo á los Troyanos siempre frente;
„Y asi ceded á los eternos Dioses,
„Sin tener la osadía é imprudencia

„De querer resistir á su potencia.”
Dixo asi; y el Exército Troyano
Sobre ellos se echa luego. Héctor entonces
Mató al gran Menesthéo y Anchialo,
Dos grandes Capitanes muy expertos
En el arte marcial, y con tal suerte
Que en un carro á los dos les dió la muerte.
El magnánimo Ayax Telamonio
De verlos muertos ya, se compadece,
Y acercandose mas á los contrarios
Con su luciente lanza, hiere á Amphío,
Hijo del gran Selago, que habitaba
En la ciudad de Peso, poseyendo
Tesoros infinitos y riquezas,
Y los hados le hicieron ir á Troya
A auxiliar á Priämo y á sus hijos.
Le hiere el grande Ayax Telamonio
Por medio el tahalí, y la aguda lanza
Queda en el báxo vientre sumergida,
Haciendo un grande ruído su caída.
Ayax al mismo tiempo va volando
A quitarle sus armas, y los Teucros
Con sus lanzas agudas y lucientes
Envisten contra él, y en el escudo
Dan infinitas de ellas. Sin embárgo

Se arroja sobre Amphío, un pie le pone
Encima del estómago, y le saca
De su cuerpo la lanza, no pudiendo
Quitar las otras armas tan hermosas
Que llevaba en sus hombros, pues estaba
De los dardos y flechas oprimido,
Y temia á las tropas de los Teucros
Que unidas con sus lanzas en la mano
Con ardor y denuedo le extrechaban.
No obstante su valor y su fiereza
Lo rechazan de alli, cede al torrente,
Y se vuelve á sus tropas diligente.
Mientras que asi las tropas fatigaban
En la dura refriega, el hado acerbo
Incita á Tlepolemo generoso
Hijo del grande Hércules con furia
Contra el divino Sarpedon. Mas quando
Estos dos grandes Héroes, uno hijo,
Y otro nieto de Júpiter Tonante,
Iban ya á acometerse frente á frente,
Tlepolemo primero asi le dice:
„Sarpedon que comandas á los Lycios,
„¿Qué necesidad hay de que aqui vengas
„A mostrar tu temblor y cobardía,
„Siendo tan imperito en el combate?

„Los que te llaman hijo del gran Jove
„No dicen la verdad, porque tú eres
„Muy inferior en fuerza á aquellos hombres
„Que este Dios engendró en antiguos tiempos,
„Como dicen que fue mi ilustre padre,
„Hércules animoso, que tenia
„De un Leon el espíritu y aliento.
„Aqui vino una vez por los Caballos
„Del grande Laomedonte con seis naves,
„Y muy pocos Soldados solamente,
„Y no obstante arruinó la excelsa Troya,
„Y desoló sus plazas y anchas calles,
„Mas tú eres un cobarde, que aqui dexas
„Tus tropas perecer infelizmente,
„Y no pienso que sirva tu viage
„Desde Lycia á Ilión de un gran socorro
„A todos los Troyanos, aunque fueses
„De una fuerza increíble, porque muerto
„A impulso de mi lanza vas al punto
„A descender al centro pavoroso
„Del Averno profundo y tenebroso.”
Replíca Sarpedon á Tlepolemo:
„Es cierto que arruinó la sacra Troya
„Hércules generoso, mas fue causa
„La imprudencia del claro Laomedonte,

„Que además de negarle los Caballos,
„Por cuya causa desde lexos vino,
„Le injurió con palabras ofensivas,
„Aunque muchos favores le habia hecho.
„Mas aqui te predigo que te espera
„Tu ultima y fatal hora, pues vencido
„Por mi acerada lanza vas en breve
„A darme á mí una gloria imponderable,
„Y tu alma á Plutón inexórable.”
Dixo asi Sarpedon: mas Tlepolemo
Su hasta fuerte enristró, y á un tiempo mismo
Las largas lanzas de estos dos Caudillos
Vuelan rápidamente de sus manos.
Sarpedon con la suya hiere en medio
Del cuello á su enemigo, y con la punta
Funesta le pasó de parte á parte,
Y sus ojos cubrió una oscura noche.
Mas Tlepolemo con su aguda lanza
En el muslo siniestro hiere al otro,
E impelida la punta con fiereza
Penetra, y en el hueso queda fixa.
Júpiter en tal lance y triste suerte
Preservó á su gran hijo de la muerte.
Los compañeros nobles y animosos
De Sarpedon le sacan al momento

Fuera de la batalla. El dardo largo
Que llevaba arrastrando, le causaba
Excesivos dolores ; pues ninguno,
Pensó ni discurrió sacar del muslo
Para subir al carro, la hasta fuerte.
Tan grande era el deseo que tenian
De sacarle y librarle en tal estado
Del peligro que estaba amenazado.
Tambien de la otra parte á Tlepolemo
Sacaban los Acheos del combate.
Al verle el valeroso y noble Ulises
Su corazon palpita dentro el pecho;
Y empieza á discurrir si deberia
Perseguir al gran hijo del Tonante,
O si le era mejor hacer furioso
Un estrago cruel en los Lycienses.
Pero el destíno del valiente Ulises
No era que el belicoso hijo de Jove
Recibiese la muerte por su mano.
Esta la causa fue porque Minerva
Le estimuló á que el ánimo volviese
Acia las muchas tropas de los Lycios,
En medio de los quales dió la muerte
A Cerano, Alastór, Chronio y Alcandro,
A Alio, á Noemon, y al gran Prytanio,

Y aun Ulises hubiera dado muerte
A otros muchos Lycienses, si el gran Héctor
No lo hubiera advertido en el instante.
En las primeras filas se presenta
Armado con acero refulgente,
E infunde á los Argivos su semblante
Un espánto y terror predominante.
Quando vió Sarpedon, hijo de Jove,
Que estaba cerca de él, sintió gran gozo,
Y con lúgubre voz asi le dixo:
„¡Oh hijo de Priämo no me dexes
„En poder de los Griegos: dame ampáro,
„Y haz al menos que acabe yo mis dias
„En vuestra alta ciudad, pues ya no espéro
„Volver á ver mi casa y patria amada,
„Ni dar esta alegria consolante
„A mi esposa querida, é hijo infante.”
Asi dixo; mas Héctor valeroso
Nada le respondió, pues anhelando
Rechazar á los Griegos quanto antes,
Y hacer de ellos estrago muy terrible,
Pasó con rapidéz casi increíble.
En tanto á Sarpedon sus compañeros
Ponen báxo una Encina, consagrada
Al soberano Jove, y el valiente

Pelagon, su estimado y fiel amigo,
Le saca el dardo agudo de la herida.
Sarpedon de dolor cae desmayado,
Y sus ojos cubrió una niebla oscura;
Pero al fin volvió en sí, porque el Boreas
Volando á su socorro con sus soplos
Que son refrigerantes, dió al instante
El aliento á su vida ya espirante.
Entre tanto temiendo los Argivos
Al fiero Marte y á Héctor valeroso,
Ni vueltas las espaldas procuraban
Acia sus negras naves ir huyendo,
Ni oponerse á su encuentro en el combate,
Porque despues de ver que Marte estaba
En medio de los Teucros, les cedian,
Y siempre en retirada combatian. (Marte
¿Quién fue el primero y ultimo á quien
Y el hijo valeroso de Priämo
Dieron acerba muerte en este encuentro?
Theutranta á un Dios igual, el aguerrido
Y magnánimo Orestes, el ilustre
Y generoso Trecho de la Etolia,
Oconamao y Eleno, hijo de Enopo,
Y Orestio, que tenia siempre un yelmo
De diversos colores adornado,

Y habitaba en la Hyla, atento siempre
A cuidar de sus campos y riquezas,
En contorno del lago de Cephiso,
Y habitaban con él otros Beocios,
Dueños de pueblos muy afortunados.
Quando Juno advirtió que los Argivos
Morian de este modo en la refriega,
Asi dixo á Minerva en el instante:
„Hija invencible del supremo Jove,
„Sin duda será vana la promesa
„Que hicimos al ilustre Menelao
„De que á su patria no retornaría
„Hasta dexar á Troya conquistada,
„Si sufrimos que Marte impetuoso
„Asi sácie su rabia y sus furores.
„Ea, pues, resolvamos al instante
„Mostrar nuestro valor firme y constante.”
Asi dixo; y Minerva la obedece:
La venerable nieta de Saturno,
Va á disponer al punto sus Caballos,
Cuyas crines estaban enlazadas
Con anillos de oro. Velozmente
Hebe prepara el carro, y en él pone
Curvas ruedas de bronce, y ocho rayos
De oro macizo en torno al exe ferreo.

Sus cercos eran de oro incorruptible,
Y unas planchas de bronce muy unidas
Servian á la rueda de defensa.
¡Admirable espectáculo! Los cubos
Eran hechos de plata y torneados:
La silla iba pendiente de correas
De oro y plata bordadas, y tenia
Para colgar las riendas dos anillos.
De plata era el timón, á cuyo extremo
Ató la Diosa el yugo de oro hermoso,
Del qual tambien pendian las correas
Para uncir los Caballos, hechas de oro.
Estando, pues, ya todo preparado,
Juno que solamente deseaba
Las contiendas y guerras, al instante
Engancha los Caballos á este carro
Tan hermoso, magnífico y bizarro.
Entre tanto Minerva hija de Jove,
En el palacio excelso de su padre
Dexó caer su hermoso y sutíl velo,
Texido con gran arte por sí misma,
Que era admirable obra de sus manos;
Y tomando de Jove la coraza
Se armó para la guerra lagrimosa.
Cubrióse sus espaldas con la Egida,

Aquella hermosa Egida de que penden
Cien flecos bellos de oro, y en contorno
Se divisa el terror y las querellas,
La discordia, la fuerza, la derrota,
La atróz persecucion y la amenaza.
En medio de ella estaba la cabeza
De la fiera Gorgona, monstruo enorme,
Esta cabeza horrenda, y formidable
Porténto del gran Júpiter supremo.
Despues pone la Diosa en su cabeza
Un gran yelmo de oro refulgente,
El qual quatro penachos sombreaban,
Y era muy suficiente y adaptado
A cubrir las phalanges que pudiesen
Reunir cien ciudades populosas.
En fin, subiendo al carro refulgente
Tomó la lanza grave, fuerte y grande,
Con que vence las tropas de los Héroes,
Y quantos son objetos de sus íras.
Juno entonces solícita estimúla
Con el látigo fuerte sus Caballos,
Y las puertas del Cielo al mismo tiempo
Se abrieron por sí mismas con gran ruído.
Estas puertas las Horas custodiaban,
Pues cuidan del gran Cielo y del Olympo,

Para abrir y cerrar la densa niebla.
Guiando los Caballos obedientes
Por medio de estas puertas, al momento
Hallaron al gran hijo de Saturno
Sentado lexos de los otros Dioses
En la mas alta cumbre del Olympo.
Juno entonces parando sus Caballos
Al Tonante le dice de esta suerte:
„¡Oh gran Júpiter, Padre de los Dioses!
„¿No te irrita el mirar al fiero Marte
„Hacer tantos destrozos, y dar muerte
„A tantos y tan grandes Capitanes
„De las tropas Argivas sin justicia
„Y temerariamente ? Yo padezco
„El mas vivo dolor, mientras que Venus
„Y Apolo muy tranquílos se deleytan
„De haber estimulado á este furioso,
„Que otra ley no conoce que la fuerza.
„¿Te enojarás conmigo, Padre Jove,
„Si hiriendo al fiero Marte gravemente
„Le hago huír del combate prontamente?”
De esta suerte el Tonante le responde:
„Incíta contra él luego á Minerva,
„Que acostumbrada está infinitas veces
„A vencer sus esfuerzos y furores,

„Y á causarle fatigas y dolores.”
Asi Júpiter dixo; y obediente
La venerable Juno á sus preceptos,
Con el látigo agita sus Caballos,
Los que volando van con ligereza
Entre la tierra y estrellado Cielo.
Tanto espacio en los ayres como advierte
Sentado un hombre en un excelso escollo
Mirando de la mar las negras ondas,
Tanto pasan de un salto los fogosos
Caballos de los Dioses poderosos.
Quando llegaron inmediato á Troya
Allá donde el Simois y Escamandro
Mezclan sus olas rápidas y blancas,
Juno pára su carro, y al momento
Desunce los Caballos, á los quales
Circuye de una oscura y densa niebla,
Al instante el Simois cristalino
Cubre para que pasten sus riveras
De divina ambrosía, y las dos Diosas
Como Palomas tímidas caminan,
Deseosas de dar luego socorro
A las tropas Argivas. Quando llegan
Al sitio en donde estaban las mas fuertes
Y numerosas tropas reunidas

En torno de Diomédes, semejantes
A voraces Leones carniceros,
O á los mas formidables Javalies,
Cuya fuerza y vigor es tan terrible,
Juno alli se detiene, y en figura
Del generoso Sténtor, que tenia
Una voz tan sonora como el bronce,
Y voceaba tanto como pueden
Gritar unos cinquenta hombres robustos,
Exclamó asi gritando: „¡Qué vergüenza,
„Qué oprobio y cobardía es ésta Argivos,
„Admirables tan solo en la figura!
„Quando el hijo divino de Peléo
„Se presentaba ayrado á los combates,
„Nunca se vió pasar á los Troyanos
„De las Dardanias puertas; pues temian
„A su pesada lanza: mas ahora
„Lexos de su ciudad sin tener miedo
„Combaten en las naves con denuedo.”
Dixo asi, y excitó el vigor perdido
De todo aquel Exército aguerrido.
Minerva por su parte se avecina
Al hijo de Tydeo, á quien encuentra
Cerca de sus Caballos y su carro,
Refrescando su herida, ocasionada

Por mano de Pandaro con su flecha,
Pues el sudor copioso le afligia
Báxo de la correa larga y ancha
De su redondo escudo, cuyo peso
La mano le cansaba. Levantando
Esta larga correa, con el agua
Lavaba alli la sangre de su herida.
Esta Diosa se apoya sobre el yugo
De sus fuertes Caballos, y le dice:
„En verdad que Tydeo engendró un hijo
„Que en nada le semeja, ni parece.
„Tydeo era pequeño de estatura,
„Mas era gran guerrero. Quando á Thebas
„Le enviaron Legado los Argivos
„Contra los muchos jovenes Cadmeos,
„Aunque no le dexaba que pugnase,
„Ni que á ellos furioso acometiese,
„Y le mandé yo misma que tranquílo
„Con ellos á la mesa se sentase,
„No obstante conservando todavia
„Su natural aliento y arrogancia,
„Provocaba á los jovenes Thebanos,
„Y á todos los vencia facilmente:
„Tal socorro yo misma le prestaba.
„No hago menos por tí que por tu padre,

„Pues siempre te defiendo y acompáño;
„Pero quando te exhorto á que combatas
„Contra los fuertes Teucros, yo te encuentro
„O de una lasitud acobardado
„O lleno de temor. No, tú no eres
„Hijo de aquel magnánimo Tydeo,
„De quien yo no podia con frecuencia
„Contener el valor ni la impaciencia.”
El valiente Diomédes le responde:
„Yo te conozco, oh Diosa hija de Jove
„Y te hablaré por esto ingenuamente:
„Ni el temor que el aliento desaníma,
„Ni pereza, ni espánto me detiene;
„Pero me acuerdo bien de tus preceptos.
„Tú me tienes vedado que combata
„Con los beatos Dioses inmortales,
„A menos que no venga á la refriega
„La hermosa Venus, hija del gran Jove.
„A ésta me has permitido unicamente
„Que con mi aguda lanza herir yo pueda.
„Por esto ya al presente retrocedo,
„Y á los demás Argivos he mandado
„Que aqui todos se junten, pues conozco
„Que Marte impetuoso viene ahora
„Al frente del Exército contrario,

„Ostentando un furor extraordinario.”
La sábia y gran Minerva le responde:
„¡Oh Diomédes querido! nada temas
„A Marte, ni á otro alguno de los Dioses:
„Tal socorro dispuesta estoy á darte.
„Vamos, pues, estimúla tus Caballos
„Primero contra Marte, y con tu lanza
„Hierele desde cerca, y no respetes
„A este Dios tan demente, impetuoso,
„A todo mal dispuesto é inconstante,
„Que prometió hace poco á mí y á Juno
„Combatir contra todos los Troyanos,
„Y prestar su favor á los Acheos;
„Y ahora le ves aqui diversamente
„Defender de los Teucros el partido,
„Sin pensar en lo antes prometido.”
Despues de hablar asi, toma ella misma
De la mano á Esthenelo para hacerle
Descender de su carro. Salta en tierra
Esthenelo al momento, y esta Diosa
De su íra y enójo estimulada
Se pone en su lugar junto á Diomédes.
Gime el exe de haya fuertemente,
Pues llevaba una Diosa tan terrible,
Y un valiente guerrero. Toma Palas

El látigo y las riendas, y al momento
Dirige los Caballos ácia Marte,
Que entonces acababa de dar muerte
Al grande Periphante hijo de Ochesio,
El mas fuerte guerrero de la Etholia,
Y sus brillantes armas le quitaba.
La Diosa para hacer que no la viese
Toma del Dios Plutón el fiero yelmo.
Quando Marte, contágio de los hombres,
Ve al divino Diomédes, alli dexa
Al grande Periphante, donde antes
El alma le quitó dandole muerte,
Y al valiente Diomédes se encamina.
Quando ya cerca estaban uno de otro
Para entrar en combate, el fiero Marte
Primero le dirige su hasta aguda
Por encima del yugo y de las riendas
De sus bravos Caballos, deseoso
De quitarle la vida: mas la Diosa
Toma al punto la lanza con la mano,
La separa del carro, y frustra el golpe.
El hijo de Tydeo al mismo tiempo
Con su acerada lanza le acomete:
Minerva la conduce, y el acero
Penetra por debaxo de la ingle

Donde se unia el cinto, y alcanzando
A herirle en esta parte, le lacera
Su delicado cutis. Marte al punto
Saca la aguda lanza de la herida,
Y da un grito horroroso, semejante
Al que dan nueve mil ó diez mil hombres
Que en la guerra caminan presurosos
A invadir sus contrarios belicosos.
Al oírlo, el temblor, espánto y miedo
Sorprehendió á los Acheos y Troyanos:
Tan terrible fue el grito del Dios Marte.
Asi como aparecen por las nubes
Los oscuros vapores, levantados
En el ardiente Estío por el viento;
Asi á Diomédes Marte parecia
Subiendo al Cielo hermoso y estrellado,
De unas sombrías nubes rodeado.
Arriba en un instante al alto Olympo,
Morada de los Dioses, y oprimido
Su corazon de pena y de tristeza,
Se sienta cerca del Saturnio Jove,
Le manifiesta alli la inmortal sangre
Que corre de su herida, y exhalando
Un profundo suspíro, asi le dice:
„¿No excitará tu enójo, Padre Jove,

„El ver estas acciones violentas?
„A la verdad que siempre hemos sufrido
„Los Dioses del Olympo acerbos males,
„Por socorrer los unos y los otros
„A porfia á los hombres. Tú eres causa
„De que todos nosotros combatamos,
„Por haber engendrado por tí mismo
„Una hija demente y perniciosa,
„Que en iniquas acciones sólo piensa.
„Todos los demás Dioses del Olympo
„Están á tí sumisos y obedientes,
„Solo á ella contemplas y acaricias,
„Y nunca la contienes ni reprimes,
„Ni con castígo alguno ni amenazas,
„Y esto porque tú mismo has engendrado
„Esta hija pestífera, que acaba
„De incitar á Diomédes insolente
„A envestir á los Dioses inmortales.
„Primero ha herido á Venus desde cerca
„Encima de la palma de la mano,
„Y despues á mí mismo ha acometido,
„Semejante á algun Dios, de tal manera
„Que si mis pies veloces no me salvan,
„O mucho tiempo hubiera padecido
„Los dolores mas vivos y crueles

„Entre el horrendo estrago de los muertos,
„O tal vez aunque tengo inmortal vida
„Visto hubiera mis fuerzas enervadas
„A impulso de las lanzas aceradas.”
Mirandole el Tonante con enójo,
„¡Oh inconstante (le dice)! no aqui vengas
„Con tan lúgubre tono á lamentarte.
„De quantos Dioses el Olympo habitan
„Me eres el mas odioso y enemigo,
„Porque siempre te es grata la discordia,
„Los combates, estragos y batallas.
„Ese genio iracundo intolerable
„Que nunca ceder quiere, es propiamente
„El de tu madre Juno, á quien procuro
„Domar con mis palabras muchas veces,
„Y con todo presumo que tú mismo
„Padeces este mal por sus consejos.
„Mas no quiero dexarte que padezcas
„Mas tiempo unos dolores tan activos,
„Pues eres hijo mio. De qualquiera
„Otro Dios que lo fueses, tan perverso,
„Tan malo é impaciente como eres,
„Ya habria mucho tiempo que estarias
„En abismos mas tristes y profundos,
„Que aquellos á que yo muy irritado

„A los fieros Titanes he arrojado.”
Asi dice el Tonante, y al momento
Manda á Peon curarle. Este obedece
Sin pérdida de tiempo, y en la herida
Un bálsamo le pone muy precioso
Con que queda curado prontamente,
Porque nada mortal hay en los Dioses.
Como se ve quaxar la blanca leche
Quando en ella el Pastor mezcla algun xugo
Apto para quaxar, que en un instante
De líquida se vuelve muy espesa
Al paso que la mueve: tan de pronto
Sanó el impetuoso y fiero Marte.
Despues le lavó Hebe, y al momento
Le adornó con magníficos vestidos;
Y Marte muy contento de la gloria
Y honores de que estaba rodeado,
Fue á sentarse de Júpiter al lado.
Despues de reprimir Juno y Minerva
Del homicida Marte los furores,
Volvieron al palacio luminoso
De Júpiter supremo y poderoso.