La Ilíada (Luis Segalá y Estalella)/Canto II
1 Las demás deidades y los hombres que en carros combaten, durmieron toda la noche; pero Júpiter no probó las dulzuras del sueño, porque su mente buscaba el medio de honrar á Aquiles y causar gran matanza junto á las naves aqueas. Al fin, creyendo que lo mejor sería enviar un pernicioso sueño al Atrida Agamenón, pronunció estas aladas palabras:
8 «Anda, pernicioso Sueño, encamínate á las veleras naves aqueas, introdúcete en la tienda de Agamenón Atrida, y dile cuidadosamente lo que voy á encargarte. Ordénale que arme á los aqueos de larga cabellera y saque toda la hueste: ahora podría tomar á Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Juno con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza á los troyanos.»
16 Tal dijo. Partió el Sueño al oir el mandato, llegó en un instante á las veleras naves aqueas, y hallando dormido en su tienda al Atrida Agamenón—alrededor del héroe habíase difundido el sueño inmortal—púsose sobre la cabeza del mismo, y tomó la figura de Néstor, hijo de Neleo, que era el anciano á quien aquél más honraba. Así transfigurado, dijo el divino Sueño: «¿Duermes, hijo del belicoso Atreo domador de caballos? No debe dormir toda la noche el príncipe á quien se han confiado los guerreros y á cuyo cargo se hallan tantas cosas. Préstame atención, pues vengo como mensajero de Júpiter; el cual, aun estando lejos, se interesa mucho por ti y te compadece. Armar te ordena á los aqueos de larga cabellera y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar á Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Juno con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza á los troyanos por la voluntad de Júpiter. Graba mis palabras en tu memoria, para que no las olvides cuando el dulce sueño te abandone.»
35 Dijo, se fué y dejó á Agamenón revolviendo en su espíritu lo que no debía cumplirse. Figurábase que iba á tomar la ciudad de Troya aquel mismo día. ¡Insensato! No sabía lo que tramaba Júpiter, quien había de causar nuevos males y llanto á los troyanos y á los dánaos por medio de terribles peleas. Cuando despertó, la voz divina resonaba aún en torno suyo. Incorporóse, y, habiéndose sentado, vistió la túnica fina, hermosa, nueva; se echó el gran manto, calzó sus pies con bellas sandalias y colgó del hombro la espada tachonada con argénteos clavos. Tomó el imperecedero cetro de su padre y se encaminó hacia las naves de los aqueos, de broncíneas lorigas.
48 Subía la divinal Aurora al vasto Olimpo para anunciar el día á Júpiter y á los demás dioses, cuando Agamenón ordenó que los heraldos de voz sonora convocaran á junta á los aqueos de larga cabellera. Convocáronlos aquéllos, y éstos se reunieron en seguida.
53 Pero celebróse antes un consejo de magnánimos próceres junto á la nave del rey Néstor, natural de Pilos. Agamenón los llamó para hacerles una discreta consulta:
56 «¡Oíd, amigos! Dormía durante la noche inmortal, cuando se me acercó un Sueño divino muy semejante al ilustre Néstor en la forma, estatura y natural. Púsose sobre mi cabeza y profirió estas palabras: «¿Duermes, hijo del belicoso Atreo domador de caballos? No debe dormir toda la noche el príncipe á quien se han confiado los guerreros y á cuyo cargo se hallan tantas cosas. Préstame atención, pues vengo como mensajero de Júpiter; el cual, aun estando lejos, se interesa mucho por ti y te compadece. Armar te ordena á los aqueos de larga cabellera y sacar toda la hueste: ahora podrías tomar á Troya, la ciudad de anchas calles, pues los inmortales que poseen olímpicos palacios ya no están discordes, por haberlos persuadido Juno con sus ruegos, y una serie de infortunios amenaza á los troyanos por la voluntad de Júpiter. Graba mis palabras en tu memoria.» Dijo, fuése volando, y el dulce sueño me abandonó. Ea, veamos cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas. Para probarlos como es debido, les aconsejaré que huyan en las naves de muchos bancos; y vosotros, hablándoles unos por un lado y otros por el opuesto, procurad detenerlos.»
76 Habiéndose expresado en estos términos, se sentó. Seguidamente levantóse Néstor, que era rey de la arenosa Pilos, y benévolo les arengó diciendo:
79 «¡Amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Si algún otro aqueo nos refiriese el sueño, lo creeríamos falso y desconfiaríamos aún más; pero lo ha tenido quien se gloría de ser el más poderoso de los aqueos. Ea, veamos cómo podremos conseguir que los aqueos tomen las armas.»
84 Dichas estas palabras, salió del consejo. Los reyes que llevan cetro se levantaron, obedeciendo al pastor de hombres, y la gente del pueblo acudió presurosa. Como de la hendedura de un peñasco salen sin cesar enjambres copiosos de abejas que vuelan arracimadas sobre las flores primaverales y unas revolotean á este lado y otras á aquel, así las numerosas familias de guerreros marchaban en grupos, por la baja ribera, desde las naves y tiendas á la junta. En medio, la Fama, mensajera de Júpiter, enardecida, les instigaba á que acudieran, y ellos se iban reuniendo. Agitóse la junta, gimió la tierra y se produjo tumulto, mientras los hombres tomaron sitio. Nueve heraldos daban voces para que callaran y oyeran á los reyes, alumnos de Júpiter. Sentáronse al fin, aunque con dificultad, y enmudecieron tan pronto como ocuparon los asientos. Entonces se levantó el rey Agamenón, empuñando el cetro que Vulcano hiciera para el soberano Jove Saturnio—éste lo dió al mensajero Argicida; Mercurio lo regaló al excelente jinete Pélope, quien, á su vez, lo entregó á Atreo, pastor de hombres; Atreo al morir lo legó á Tiestes, rico en ganado, y Tiestes lo dejó á Agamenón para que reinara en muchas islas y en todo el país de Argos,—y descansando el rey sobre el arrimo del cetro, habló así á los argivos:
110 «¡Amigos, héroes dánaos, ministros de Marte! En grave infortunio envolvióme Júpiter. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no me iría sin destruir la bien murada Ilión, y todo ha sido funesto engaño; pues ahora me ordena regresar á Argos, sin gloria, después de haber perdido tantos hombres. Así debe de ser grato al prepotente Júpiter, que ha destruído las fortalezas de muchas ciudades y aún destruirá otras porque su poder es inmenso. Vergonzoso será para nosotros que lleguen á saberlo los hombres de mañana. ¡Un ejército aqueo tal y tan grande hacer una guerra vana é ineficaz! ¡Combatir contra un número menor de hombres y no saberse aún cuándo la contienda tendrá fin! Pues si aqueos y troyanos, jurando la paz, quisiéramos contarnos, y reunidos cuantos troyanos hay en sus hogares y agrupados nosotros en décadas, cada una de éstas eligiera un troyano para que escanciara el vino, muchas décadas se quedarían sin escanciador. ¡En tanto superan los aqueos á los troyanos que en Ilión moran! Pero han venido en su ayuda hombres de muchas ciudades, que saben blandir la lanza, me apartan de mi propósito y no me permiten, como quisiera, tomar la populosa ciudad de Troya. Nueve años del gran Jove transcurrieron ya; los maderos de las naves se han podrido y las cuerdas están deshechas; nuestras esposas é hijitos nos aguardan en los palacios; y aún no hemos dado cima á la empresa para la cual vinimos. Ea, obremos todos como voy á decir: Huyamos en las naves á nuestra patria, pues ya no tomaremos á Troya, la de anchas calles.»
142 Así dijo; y á todos los que no habían asistido al consejo se les conmovió el corazón en el pecho. Agitóse la junta como las grandes olas que en el mar Icario levantan el Euro y el Noto cayendo impetuosos de las nubes amontonadas por el padre Júpiter. Como el Céfiro mueve con violento soplo un campo de trigo y se cierne sobre las espigas, de igual manera se movió toda la junta. Con gran gritería y levantando nubes de polvo, corren hacia los bajeles; exhórtanse á tirar de ellos para botarlos al mar divino; limpian los canales; quitan los soportes, y el vocerío de los que se disponen á volver á la patria llega hasta el cielo.
155 Y efectuárase entonces, antes de lo dispuesto por el destino, el regreso de los argivos, si Juno no hubiese dicho á Minerva:
157 «¡Oh dioses! ¡Hija de Júpiter, que lleva la égida! ¡Indómita deidad! ¿Huirán los argivos á sus casas, á su tierra por el ancho dorso del mar, y dejarán como trofeo á Príamo y á los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueos perecieron en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos, de broncíneas lorigas, detén con suaves palabras á cada guerrero y no permitas que boten al mar los corvos bajeles.»
166 De este modo habló. Minerva, la diosa de los brillantes ojos, no fué desobediente. Bajando en raudo vuelo de las cumbres del Olimpo, llegó presto á las naves aqueas y halló á Ulises, igual á Júpiter en prudencia, que permanecía inmóvil y sin tocar la negra nave de muchos bancos porque el pesar le llegaba al corazón y al alma. Y poniéndose á su lado, díjole Minerva, la de los brillantes ojos:
173 «¡Hijo de Laertes, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! ¿Huiréis á vuestras casas, á la patria tierra, embarcados en las naves de muchos bancos, y dejaréis como trofeo á Príamo y á los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueos perecieron en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos y no cejes: detén con suaves palabras á cada guerrero y no permitas que boten al mar los corvos bajeles.»
182 Dijo. Ulises conoció la voz de la diosa; tiró el manto, que recogió el heraldo Euríbates de Ítaca, que le acompañaba; corrió hacia el Atrida Agamenón, para que le diera el imperecedero cetro paterno; y con éste en la mano, enderezó á las naves de los aqueos, de broncíneas lorigas.
188 Cuando encontraba á un rey ó á un capitán eximio, parábase y le detenía con suaves palabras:
190 «¡Ilustre! No es digno de ti temblar como un cobarde. Deténte y haz que los otros se detengan también. Aún no conoces claramente la intención del Atrida: ahora nos prueba, y pronto castigará á los aqueos. En el consejo no todos comprendimos lo que dijo. No sea que, irritándose, maltrate á los aqueos; la cólera de los reyes, alumnos de Jove, es terrible, porque su dignidad procede del próvido Júpiter y éste los ama.»
198 Cuando encontraba á un hombre del pueblo gritando, dábale con el cetro y le increpaba de esta manera:
200 «¡Desdichado! Estáte quieto y escucha á los que te aventajan en bravura; tú, débil é inepto para la guerra, no eres estimado ni en el combate ni en el consejo. Aquí no todos los aqueos podemos ser reyes; no es un bien la soberanía de muchos; uno solo sea príncipe, uno solo rey: aquel á quien el hijo del artero Saturno dió cetro y leyes para que reine sobre nosotros.»
207 Así Ulises, obrando como supremo jefe, se imponía al ejército; y ellos se apresuraban á volver de las tiendas y naves á la junta,211 Todos se sentaron y permanecieron quietos en su sitio, á excepción de Tersites, que, sin poner freno á la lengua, alborotaba. Ése sabía muchas palabras groseras para disputar temerariamente, no de un modo decoroso, con los reyes; y lo que á él le pareciera, hacerlo ridículo para los argivos. Fué el hombre más feo que llegó á Troya, pues era bizco y cojo de un pie; sus hombros corcovados se contraían sobre el pecho, y tenía la cabeza puntiaguda y cubierta por rala cabellera. Aborrecíanle de un modo especial Aquiles y Ulises, á quienes zahería; y entonces, dando estridentes voces, insultaba al divino Agamenón. Y por más que los aqueos se indignaban é irritaban mucho contra él, seguía increpándole á voz en grito:
225 «¡Atrida! ¿De qué te quejas ó de qué careces? Tus tiendas están repletas de bronce y tienes muchas y escogidas mujeres que los aqueos te ofrecemos antes que á nadie cuando tomamos alguna ciudad. ¿Necesitas, acaso, el oro que un troyano te traiga de Ilión para redimir al hijo que yo ú otro aqueo haya hecho prisionero? ¿Ó, por ventura, una joven con quien goces del amor y que tú solo poseas? No es justo que, siendo el jefe, ocasiones tantos males á los aqueos. ¡Oh cobardes, hombres sin dignidad, aqueas más bien que aqueos! Volvamos en las naves á la patria y dejémosle aquí, en Troya, para que devore el botín y sepa si le sirve ó no nuestra ayuda; ya que ha ofendido á Aquiles, varón muy superior, arrebatándole la recompensa que todavía retiene. Poca cólera siente Aquiles en su pecho y es grande su indolencia; si no fuera así, Atrida, éste sería tu último ultraje.»
243 Tales palabras dijo Tersites, zahiriendo á Agamenón, pastor de hombres. El divino Ulises se detuvo á su lado; y mirándole con torva faz, le increpó duramente:
246 «¡Tersites parlero! Aunque seas orador fecundo, calla y no quieras disputar con los reyes. No creo que haya un hombre peor que tú entre cuantos han venido á Ilión con los Atridas. Por tanto, no tomes en boca á los reyes, ni los injuries, ni pienses en el regreso. No sabemos aún con certeza cómo esto acabará y si la vuelta de los aqueos será feliz ó desgraciada. Mas tú denuestas al Atrida Agamenón, porque los héroes dánaos le dan muchas cosas; por esto le zahieres. Lo que voy á decir se cumplirá: Si vuelvo á encontrarte delirando como ahora, que Ulises no conserve la cabeza sobre los hombros ni sea llamado padre de Telémaco si, echándote mano, no te despojo del vestido (el manto y la túnica que cubren tus vergüenzas) y no te envío lloroso de la junta á las veleras naves después de castigarte con afrentosos azotes.»
265 Tal dijo, y con el cetro dióle un golpe en la espalda y los hombros. Tersites se encorvó, mientras una gruesa lágrima caía de sus ojos y un cruento cardenal aparecía en su espalda por bajo del áureo cetro. Sentóse, turbado y dolorido; miró á todos con aire de simple, y se enjugó las lágrimas. Ellos, aunque afligidos, rieron con gusto y no faltó quien dijera á su vecino:
272 «¡Oh dioses! Muchas cosas buenas hizo Ulises, ya dando consejos saludables, ya preparando la guerra; pero esto es lo mejor que ha realizado entre los argivos: hacer callar al insolente charlatán, cuyo ánimo osado no le impulsará en lo sucesivo á zaherir con injuriosas palabras á los reyes.»
278 De tal modo hablaba la multitud. Levantóse Ulises, asolador de ciudades, con el cetro en la mano (Minerva, la de los brillantes ojos, que, transfigurada en heraldo, junto á él estaba, impuso silencio para que todos los aqueos, desde los primeros hasta los últimos, oyeran el discurso y meditaran los consejos), y benévolo les arengó diciendo:
284 «¡Atrida! Los aqueos, oh rey, quieren cubrirte de baldón ante todos los mortales de voz articulada y no cumplen lo que te prometieron al venir de la Argólide, criadora de caballos: que no te irías sin destruir la bien murada Ilión. Cual si fuesen niños ó viudas, se lamentan unos con otros y desean regresar á su casa. Y es, en verdad, penoso que hayamos de volver afligidos. Cierto que cualquiera se impacienta al mes de estar separado de su mujer, cuando ve detenida su nave de muchos bancos por las borrascas invernales y el mar alborotado; y nosotros hace ya nueve años, con el presente, que aquí permanecemos. No me enfado, pues, porque los aqueos se impacienten junto á las cóncavas naves; pero sería bochornoso haber estado aquí tanto tiempo y volvernos sin conseguir nuestro propósito. Tened paciencia, amigos, y aguardad un poco más, para que sepamos si fué verídica la predicción de Calcas. Bien grabada la tenemos en la memoria, y todos vosotros, los que no habéis sido arrebatados por las Parcas, sois testigos de lo que ocurrió en Áulide cuando se reunieron las naves aqueas que tantos males habían de traer á Príamo y á los troyanos. En sacros altares inmolábamos hecatombes perfectas á los inmortales, junto á una fuente y á la sombra de un hermoso plátano á cuyo pie manaba el agua cristalina. Allí se nos ofreció un gran portento. Un horrible dragón de roja espalda, que el mismo Olímpico sacara á la luz, saltó de debajo del altar al plátano. En la rama cimera de éste hallábanse los hijuelos recién nacidos de un ave, que medrosos se acurrucaban debajo de las hojas; eran ocho, y con la madre que los parió, nueve. El dragón devoró á los pajarillos, que piaban lastimeramente; la madre revoleaba quejándose, y aquél volvióse y la cogió por el ala, mientras ella chillaba. Después que el dragón se hubo comido al ave y á los polluelos, el dios que lo hiciera aparecer obró en él un prodigio: el hijo del artero Saturno transformólo en piedra, y nosotros, inmóviles, admirábamos lo que ocurría. De este modo, las grandes y portentosas acciones de los dioses interrumpieron las hecatombes. Y en seguida Calcas, vaticinando, exclamó: «¿Por qué enmudecéis, aqueos de larga cabellera? El próvido Júpiter es quien nos muestra ese prodigio grande, tardío, de lejano cumplimiento, pero cuya gloria jamás perecerá. Como el dragón devoró á los polluelos del ave y al ave misma, los cuales eran ocho, y con la madre que los dió á luz, nueve, así nosotros combatiremos allí igual número de años, y al décimo tomaremos la ciudad de anchas calles.» Tal fué lo que dijo y todo se va cumpliendo. ¡Ea, aqueos de hermosas grebas, quedaos todos hasta que tomemos la gran ciudad de Príamo!»
333 De tal suerte habló. Los argivos, con agudos gritos que hacían retumbar horriblemente las naves, aplaudieron el discurso del divino Ulises. Y Néstor, caballero gerenio, les arengó diciendo:
337 «¡Oh dioses! Habláis como niños chiquitos que no están ejercitados en los bélicos trabajos. ¿Qué son de nuestros convenios y juramentos? ¿Se fueron, pues, en humo los consejos, los afanes de los guerreros, los pactos consagrados con libaciones de vino puro y los apretones de manos en que confiábamos? Nos entretenemos en contender con palabras y sin motivo, y en tan largo espacio no hemos podido encontrar un medio eficaz para conseguir nuestro objeto. ¡Atrida! Tú, como siempre, manda con firme decisión á los argivos en el duro combate y deja que se consuman uno ó dos que en discordancia con los demás aqueos desean, aunque no realizarán su propósito, regresar á Argos antes de saber si fué ó no falsa la promesa de Júpiter, que lleva la égida. Pues yo os aseguro que el prepotente Saturnio se nos mostró propicio, relampagueando por el diestro lado y haciéndonos favorables señales, el día en que los argivos se embarcaron en las naves de ligero andar para traer á los troyanos la muerte y el destino. Nadie, pues, se dé prisa por volver á su casa, hasta haber dormido con la esposa de un troyano y haber vengado la huída y los gemidos de Helena. Y si alguno tanto anhelare el regreso, toque la negra nave de muchos bancos para que delante de todos sea muerto y cumpla su destino. ¡Oh rey! No dejes de pensar tú mismo y sigue también los consejos que nosotros te damos. No es despreciable lo que voy á decirte: Agrupa á los hombres, oh Agamenón, por tribus y familias, para que una tribu ayude á otra tribu y una familia á otra familia. Si así obrares y te obedecieren los aqueos, sabrás pronto cuáles jefes y soldados son cobardes y cuáles valerosos, pues pelearán distintamente; y conocerás si no puedes tomar la ciudad por la voluntad de los dioses ó por la cobardía de tus hombres y su impericia en la guerra.»
369 Respondió el rey Agamenón: «De nuevo, oh anciano, superas en la junta á los aqueos todos. Ojalá, ¡padre Júpiter, Minerva, Apolo!, tuviera entre los argivos diez consejeros semejantes; entonces la ciudad del rey Príamo sería pronto tomada y destruída por nuestras manos. Pero Júpiter, que lleva la égida, me envía penas, enredándome en inútiles disputas y riñas. Aquiles y yo peleamos con encontradas razones por una muchacha, y fuí el primero en irritarme; si ambos procediéramos de acuerdo, no se diferiría un solo momento la ruina de los troyanos. Ahora, id á comer para que luego trabemos el combate; cada uno afile la lanza, prepare el escudo, dé el pasto á los corceles de pies ligeros é inspeccione el carro, apercibiéndose para la lucha; pues durante todo el día nos pondrá á prueba el horrendo Marte. Ni un breve descanso ha de haber siquiera, hasta que la noche obligue á los valientes guerreros á separarse. La correa del escudo que al combatiente cubre, se impregnará de sudor en torno del pecho; el brazo se fatigará con el manejo de la lanza, y sudarán los corceles arrastrando los pulimentados carros. Y aquel que se quede voluntariamente en las corvas naves, lejos de la batalla, como yo le vea, no se librará de los perros y de las aves de rapiña.»
394 Así habló. Los argivos promovían gran clamoreo, como cuando las olas, movidas por el Noto, baten un elevado risco que se adelanta sobre el mar y no lo dejan mientras soplan los vientos en contrarias direcciones. Luego, levantándose, se dispersaron por las naves, encendieron lumbre en las tiendas, tomaron la comida y ofrecieron sacrificios, quiénes á uno, quiénes á otro de los sempiternos dioses, para que los librasen de morir en la batalla. Agamenón, rey de hombres, inmoló un pingüe buey de cinco años al prepotente Saturnio, habiendo llamado á su tienda á los principales caudillos de los aqueos todos: á Néstor y al rey Idomeneo, luego á entrambos Ayaces y al hijo de Tideo, y en sexto lugar á Ulises, igual en prudencia á Júpiter. Espontáneamente se presentó Menelao, valiente en la pelea, porque sabía lo que su hermano estaba preparando. Colocáronse todos alrededor del buey y tomaron harina con sal. Y puesto en medio, el poderoso Agamenón oró diciendo:
412 «¡Júpiter gloriosísimo, máximo, que amontonas las sombrías nubes y vives en el éter! ¡Que no se ponga el sol ni sobrevenga la obscura noche, antes que yo destruya el palacio de Príamo, entregándolo á las llamas; pegue voraz fuego á las puertas; rompa con mi lanza la coraza de Héctor en su mismo pecho, y vea á muchos de sus compañeros caídos de bruces en el polvo y mordiendo la tierra!»
419 Dijo; pero el Saturnio no accedió y, aceptando los sacrificios, preparóles no envidiable labor. Hecha la rogativa y esparcida la harina con sal, cogieron las víctimas por la cabeza, que tiraron hacia atrás, y las degollaron y desollaron; cortaron los muslos, cubriéronlos con doble capa de grasa y de carne cruda en pedacitos, y los quemaron con leña sin hojas; y atravesando las entrañas con los asadores, las pusieron al fuego. Quemados los muslos, probaron las entrañas; y descuartizando lo restante, lo cogieron con pinchos, lo asaron cuidadosamente y lo retiraron del fuego. Terminada la faena y dispuesto el festín, comieron y nadie careció de su respectiva porción. Y cuando hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, Néstor, caballero gerenio, comenzó á decirles:
434 «¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres Agamenón! No nos entretengamos en hablar, ni difiramos por más tiempo la empresa que un dios pone en nuestras manos. ¡Ea! Los heraldos de los aqueos, de broncíneas lorigas, pregonen que el ejército se reuna cerca de los bajeles, y nosotros recorramos juntos el espacioso campamento para promover cuanto antes un vivo combate.»
441 Tales fueron sus palabras; y Agamenón, rey de hombres, no desobedeció. Al momento dispuso que los heraldos de voz sonora llamaran á la batalla á los aqueos de larga cabellera; hízose el pregón, y ellos se reunieron prontamente. El Atrida y los reyes, alumnos de Júpiter, hacían formar á los guerreros, y los acompañaba Minerva, la de los brillantes ojos, llevando la preciosa inmortal égida que no envejece y de la cual cuelgan cien áureos borlones, bien labrados y del valor de cien bueyes cada uno. Con ella en la mano, movíase la diosa entre los aqueos, instigábales á salir al campo y ponía fortaleza en sus corazones para que pelearan y combatieran sin descanso. Pronto les fué más agradable batallar, que volver á la patria tierra en las cóncavas naves.
455 Cual se columbra desde lejos el resplandor de un incendio, cuando el voraz fuego se propaga por vasta selva en la cumbre de un monte, así el brillo de las broncíneas armaduras de los que se ponían en marcha llegaba al cielo á través del éter.
459 De la suerte que las alígeras aves—gansos, grullas ó cisnes cuellilargos—se posan en numerosas bandadas y chillando en la pradera Asio, cerca del río Caístro, vuelan acá y allá ufanas de sus alas, y el campo resuena, de esta manera las numerosas huestes afluían de las naves y tiendas á la llanura escamandria y la tierra retumbaba horriblemente bajo los pies de los guerreros y de los caballos. Y los que en el florido prado del Escamandro llegaron á juntarse fueron innumerables; tantos, cuantas son las hojas y flores que en la primavera nacen.
469 Como enjambres copiosos de moscas que en la primaveral estación vuelan agrupadas por el establo del pastor, cuando la leche llena los tarros; en tan gran número reuniéronse en la llanura los aqueos de larga cabellera, deseosos de acabar con los teucros.
474 Poníanlos los caudillos en orden de batalla fácilmente, como los pastores separan las cabras de grandes rebaños cuando se mezclan en el pasto; y en medio aparecía el poderoso Agamenón, semejante en la cabeza y en los ojos á Júpiter, que se goza en lanzar rayos, en el cinturón á Marte y en el pecho á Neptuno. Como en la vacada el buey más excelente es el toro, que sobresale entre las vacas, de igual manera hizo Jove que Agamenón fuera aquel día insigne y eximio entre muchos héroes.
484 Decidme ahora, Musas que poseéis olímpicos palacios y como diosas lo presenciáis y conocéis todo, mientras que nosotros oímos tan sólo la fama y nada cierto sabemos, cuáles eran los caudillos y príncipes de los dánaos. Á la muchedumbre no podría enumerarla ni nombrarla, aunque tuviera diez lenguas, diez bocas, voz infatigable y corazón de bronce: sólo las Musas olímpicas, hijas de Júpiter, que lleva la égida, podrían decir cuántos á Ilión fueron. Pero mencionaré los caudillos y las naves todas.
494 Mandaban á los beocios Penéleo, Leito, Arcesilao, Protoenor y Clonio. Los que cultivaban los campos de Hiria, Áulide pétrea, Esqueno, Escolo, Eteono fragosa, Tespia, Grea y la vasta Micaleso; los que moraban en Harma, Ilesio y Eritras; los que residían en Eleón, Hila, Peteón, Ocalea, Medeón, ciudad bien construída, Copas, Eutresis y Tisba, en palomas abundante; los que habitaban en Coronea, Haliarto herbosa, Platea y Glisante; los que poseían la bien edificada ciudad de Hipotebas, la sacra Onquesto, delicioso bosque de Neptuno; y las ciudades de Arna en uvas abundosa, Midea, Nisa divina y Antedón fronteriza: todos estos llegaron en cincuenta naves. En cada una se habían embarcado ciento veinte beocios.
511 De los que habitaban en Aspledón y Orcómeno Minieo eran caudillos Ascálafo y Yálmeno, hijos de Marte y de Astíoque, que los había dado á luz en el palacio de Áctor Azida. Astíoque, que era virgen ruborosa, subió al piso superior, y el terrible dios se unió con ella clandestinamente. Treinta cóncavas naves en orden les seguían.
517 Mandaban á los focenses Esquedio y Epístrofo, hijos del magnánimo Ifito Naubólida. Los de Cipariso, Pitón pedregosa, Crisa divina, Dáulide y Panopeo; los que habitan en Anemoría, Hiámpolis y la ribera del divino Cefiso; los que poseían la ciudad de Lilea en las fuentes del mencionado río: todos estos habían llegado en cuarenta negras naves. Los caudillos ordenaban entonces las filas de los focenses, que en las batallas combatían á la izquierda de los beocios.
527 Acaudillaba á los locrenses, que vivían en Cino, Opunte, Calíaro, Besa, Escarfa, Augías amena, Tarfa y Tronio, á orillas del Boagrio, el ligero Ayax de Oileo, menor, mucho menor que Ayax Telamonio: era bajo de cuerpo, llevaba coraza de lino y en el manejo de la lanza superaba á todos los helenos y aqueos. Seguíanle cuarenta negras naves, en las cuales habían venido los locrenses que viven más allá de la sagrada Eubea.
536 Los abantes de Eubea, que residían en Calcis, Eretria, Histiea en uvas abundosa, Cerinto marítima, Dío, ciudad excelsa, Caristo y Estira, eran capitaneados por el magnánimo Elefenor Calcodontíada, vástago de Marte. Con tal caudillo llegaron los ligeros abantes, que dejaban crecer la cabellera en la parte posterior de la cabeza: eran belicosos y deseaban siempre romper con sus lanzas de fresno las corazas en los pechos de los enemigos. Seguíanle cuarenta negras naves.
546 Los que habitaban en la bien edificada ciudad de Atenas y constituían el pueblo del magnánimo Erecteo, á quien Minerva, hija de Júpiter, crió—habíale dado á luz la fértil tierra—y puso en su rico templo de Atenas, donde los jóvenes atenienses ofrecen todos los años sacrificios propiciatorios de toros y corderos á la diosa, tenían por jefe á Menesteo, hijo de Peteo. Ningún hombre de la tierra sabía como ése poner en orden de batalla, así á los que combatían en carros, como á los peones armados de escudos; sólo Néstor competía con él, porque era más anciano. Cincuenta negras naves le seguían.
557 Ayax había partido de Salamina con doce naves, que colocó cerca de las falanges atenienses.
559 Los habitantes de Argos, Tirinto amurallada, Hermíona y Ásina en profundo golfo situadas, Trecena, Eyonas y Epidauro en vides abundosa, y los jóvenes aqueos de Egina y Masete, eran acaudillados por Diomedes, valiente en la pelea; Esténelo, hijo del famoso Capaneo, y Euríalo, igual á un dios, que tenía por padre al rey Mecisteo Talayónida. Era jefe supremo Diomedes, valiente en la pelea. Ochenta negras naves les seguían.
569 Los que poseían la bien construída ciudad de Micenas, la opulenta Corinto y la bien edificada Cleonas; los que cultivaban la tierra en Ornías, Aretirea deleitosa y Sición, donde antiguamente reinó Adrasto; los que residían en Hiperesia y Gonoesa excelsa, y los que habitaban en Pelene, Egio, el Egíalo todo y la espaciosa Hélice: todos estos habían llegado en cien naves á las órdenes del rey Agamenón Atrida. Muchos y valientes varones condujo este príncipe que entonces vestía el luciente bronce, ufano de sobresalir entre los héroes por su valor y por mandar á mayor número de hombres.
581 Los de la honda y cavernosa Lacedemonia que residían en Faris, Esparta y Mesa, en palomas abundante; moraban en Brisías ó Augías amena; poseían las ciudades de Amiclas y Helos marítima, y habitaban en Laa y Etilo: todos estos llegaron en sesenta naves al mando del hermano de Agamenón, de Menelao, valiente en el combate, y se armaban formando unidad aparte. Menelao, impulsado por su propio ardor, los animaba á combatir y anhelaba en su corazón vengar la huída y los gemidos de Helena.
591 Los que cultivaban el campo en Pilos, Arena deliciosa, Trío, vado del Alfeo, y la bien edificada Epi, y los que habitaban en Ciparisa, Anfigenia, Pteleo, Helos y Dorio (donde las Musas, saliéndole al camino á Tamiris el tracio, le privaron del canto cuando volvía de la casa de Eurito el ecaleo; pues jactóse de que saldría vencedor, aunque cantaran las propias Musas, hijas de Júpiter, que lleva la égida, y ellas irritadas le cegaron, le privaron del divino canto y le hicieron olvidar el arte de pulsar la cítara), eran mandados por Néstor, caballero gerenio, y habían llegado en noventa cóncavas naves.
603 Los que habitaban en la Arcadia al pie del alto monte de Cilene y cerca de la tumba de Epitio, país de belicosos guerreros; los de Féneo, Orcómeno en ovejas abundante, Ripa, Estratia y Enispe ventosa; y los que poseían las ciudades de Tegea, Mantinea deliciosa, Estínfalo y Parrasia: todos estos llegaron al mando del rey Agapenor, hijo de Anceo, en sesenta naves. En cada una de éstas se embarcaron muchos arcadios ejercitados en la guerra. El mismo Agamenón les proporcionó las naves de muchos bancos, para que atravesaran el vinoso ponto; pues ellos no se cuidaban de las cosas del mar.
615 Los que habitaban en Buprasio y en el resto de la divina Élide, desde Hirmina y Mírsino la fronteriza por un lado y la roca Olenia y Alisio por el otro, tenían cuatro caudillos y cada uno de estos mandaba diez veleras naves tripuladas por muchos epeos. De dos divisiones eran respectivamente jefes Anfímaco y Talpio, hijo aquél de Ctéato y éste de Eurito y nietos de Áctor; de la tercera, el fuerte Diores Amarincida, y de la cuarta, el deiforme Polixeno, hijo del rey Agástenes Augeída.
625 Los de Duliquio y las sagradas islas Equinas, situadas al otro lado del mar frente á la Élide, eran mandados por Meges Filida, igual á Marte, á quien engendrara el jinete Fileo, caro á Júpiter, cuando por haberse enemistado con su padre emigró á Duliquio. Cuarenta negras naves le seguían.
631 Ulises acaudillaba á los magnánimos cefalenios. Los de Ítaca y su frondoso Nérito; los que cultivaban los campos de Crocilea y de la escarpada Egílipe; los que habitaban en Zacinto; los que vivían en Samos y sus alrededores; los que estaban en el continente y los que ocupaban la orilla opuesta: todos ellos obedecían á Ulises, igual á Júpiter en prudencia. Doce naves de rojas proas le seguían.
638 Toante, hijo de Andremón, regía á los etolos que habitaban en Pleurón, Óleno, Pilene, Calcis marítima y Calidón pedregosa. Ya no existían los hijos del magnánimo Eneo, ni éste; y muerto también el rubio Meleagro, diéronse á Toante todos los poderes para que reinara sobre los etolos. Cuarenta negras naves le seguían.
645 Mandaba á los cretenses Idomeneo, famoso por su lanza. Los que vivían en Cnoso, Gortina amurallada, Licto, Mileto, blanca Licasto, Festo y Ritio, ciudades populosas, y los que ocupaban la isla de Creta con sus cien ciudades: todos eran gobernados por Idomeneo, famoso por su lanza, que con Meriones, igual al homicida Marte, compartía el mando. Seguíanle ochenta negras naves.
653 Tlepólemo Heraclida, valiente y alto de cuerpo, condujo en nueve buques á los fieros rodios que vivían, divididos en tres pueblos, en Lindo, Yaliso y Camiro la blanca. De éstos era caudillo Tlepólemo, famoso por su lanza, á quien Astioquía concibió del fornido Hércules cuando el héroe se la llevó de Éfira, de la ribera del Seleente, después de haber asolado muchas ciudades defendidas por nobles mancebos. Cuando Tlepólemo, criado en el magnífico palacio, hubo llegado á la juventud, mató al anciano tío materno de su padre, á Licimnio, vástago de Marte; y como los demás hijos y nietos del fuerte Hércules le amenazaran, construyó naves, reunió mucha gente y huyó por mar. Errante y sufriendo penalidades pudo llegar á Rodas, y allí se estableció con los suyos, que formaron tres tribus. Se hicieron querer de Júpiter, que reina sobre los dioses y los hombres, y el Saturnio les dió abundante riqueza.
671 Nireo condujo desde Sima tres naves bien proporcionadas; Nireo, hijo de Aglaya y el rey Cáropo; Nireo, el más hermoso de los dánaos que fueron á Troya, si exceptuamos al eximio Pelida; pero era tímido y poca la gente que mandaba.
676 Los que habitaban en Nísiro, Crápato, Caso, Cos, ciudad de Eurípilo, y las islas Calidnas, tenían por jefes á Fidipo y Ántifo, hijos del rey Tésalo Heraclida. Treinta cóncavas naves en orden les seguían.
681 Cuantos ocupaban el Argos pelásgico, los que vivían en Alo, Álope y Traquina y los que poseían la Ptía y la Hélade de lindas mujeres, y se llamaban mirmidones, helenos y aqueos, tenían por capitán á Aquiles y habían llegado en cincuenta naves. Mas éstos no se curaban entonces del combate horrísono, por no tener quien los llevara á la pelea: el divino Aquiles, el de los pies ligeros, no salía de las naves, enojado á causa de la joven Briseida, de hermosa cabellera, á la cual hiciera cautiva en Lirneso, cuando después de grandes fatigas destruyó esta ciudad y las murallas de Tebas, dando muerte á los belicosos Mines y Epístrofo, hijos del rey Eveno Selepíada. Afligido por ello, se entregaba al ocio; pero pronto había de levantarse.
695 Los que habitaban en Fílace, Píraso florida, que es lugar consagrado á Ceres; Itón, criadora de ovejas; Antrón marítima y Pteleo herbosa, fueron acaudillados por el aguerrido Protesilao mientras vivió, pues ya entonces teníalo en su seno la negra tierra: matóle un dárdano cuando saltó de la nave mucho antes que los demás aqueos, y en Fílace quedaron su desolada esposa y la casa á medio acabar. Con todo, no carecían aquéllos de jefe, aunque echaban de menos al que antes tuvieron, pues los ordenaba para el combate Podarces, vástago de Marte, hijo del opulento Ificles Filácida y hermano menor del animoso Protesilao. Éste era mayor y más valiente. Sus hombres, pues, no estaban sin caudillo; pero sentían añoranza por él, que tan esforzado había sido. Cuarenta negras naves le seguían.
711 Los que moraban en Feras situada á orillas del lago Bebeis, Beba, Gláfiras y Yaolco bien edificada, habían llegado en once naves al mando de Eumelo, hijo querido de Admeto y de Alcestes, divina entre las mujeres, que era la más hermosa de las hijas de Pelias.
716 Los que cultivaban los campos de Metona y Taumacia y los que poseían las ciudades de Melibea y Olizón fragosa, tuvieron por capitán á Filoctetes, hábil arquero, y llegaron en siete naves: en cada una de éstas se embarcaron cincuenta remeros muy expertos en combatir valerosamente con el arco. Mas Filoctetes se hallaba, padeciendo terribles dolores, en la divina isla de Lemnos, donde lo dejaron los aqueos cuando fué mordido por ponzoñoso reptil. Allí permanecía afligido; pero pronto en las naves habían de acordarse los argivos del rey Filoctetes. No carecían aquéllos de jefe, aunque echaban de menos á su caudillo, pues los ordenaba para el combate Medonte, hijo bastardo de Oileo, asolador de ciudades, de quien lo tuvo Rena.
729 De los de Trica, Itoma de quebrado suelo, y Ecalia, ciudad de Eurito el ecaleo, eran capitanes dos hijos de Esculapio y excelentes médicos: Podalirio y Macaón. Treinta cóncavas naves en orden les seguían.
734 Los que poseían la ciudad de Ormenio, la fuente Hiperea, Asterio y las nevadas cimas del Títano, eran mandados por Eurípilo, hijo preclaro de Evemón. Cuarenta negras naves le seguían.
738 Á los de Argisa, Girtona, Orta, Elona y la blanca ciudad de Oloosón, los regía el intrépido Polipetes, hijo de Pirítoo y nieto de Júpiter inmortal (habíalo dado á luz la ínclita Hipodamia el mismo día en que Pirítoo, castigando á los hirsutos Centauros, los echó del Pelión y los obligó á retirarse hacia los etiquios). Con él compartía el mando Leonteo, vástago de Marte, hijo del animoso Corono Cenida. Cuarenta negras naves les seguían.
748 Guneo condujo desde Cifo en veintidós naves á los enienes é intrépidos perebos; aquéllos tenían su morada en la fría Dodona y éstos cultivaban los campos á orillas del hermoso Titaresio que vierte sus cristalinas aguas en el Peneo de argénteos vórtices; pero no se mezcla con él, sino que sobrenada como aceite, porque es un arroyo del agua de la Estigia que se invoca en los terribles juramentos.
756 Á los magnetes gobernábalos Protoo, hijo de Tentredón. Los que habitaban á orillas del Peneo y en el frondoso Pelión, tenían, pues, por jefe al ligero Protoo. Cuarenta negras naves le seguían.
760 Tales eran los caudillos y príncipes de los dánaos. Dime, Musa, cuál fué el mejor de los varones y cuáles los más excelentes caballos de cuantos con los Atridas llegaron. Entre los corceles sobresalían las yeguas del Feretíada, que guiaba Eumelo: eran ligeras como aves, apeladas, y de la misma edad y altura; criólas Apolo, el del arco de plata, en Perea, y llevaban consigo el terror de Marte. De los guerreros el más valiente fué Ayax Telamonio mientras duró la cólera de Aquiles, pues éste le superaba mucho; y también eran los mejores caballos los que llevaban al eximio Pelida. Mas Aquiles permanecía entonces en las corvas naves que atraviesan el ponto, por estar irritado contra Agamenón Atrida, pastor de hombres; su gente se solazaba en la playa tirando discos, venablos ó flechas; los corceles comían loto y apio palustre cerca de los carros de los capitanes que permanecían enfundados en las tiendas, y los guerreros, echando de menos á su jefe, caro á Marte, discurrían por el campamento y no peleaban.
780 Ya los demás avanzaban á modo de incendio que se propagase por toda la comarca; y como la tierra gime cuando Júpiter, que se complace en lanzar rayos, airado, la azota en Arimos, donde dicen que está el lecho de Tifoeo; de igual manera gemía debajo de los que iban andando y atravesaban con ligero paso la llanura.
786 Dió á los teucros la triste noticia Iris, la de los pies ligeros como el viento, á quien Júpiter, que lleva la égida, enviara como mensajera. Todos ellos, jóvenes y viejos, se habían reunido en los pórticos del palacio de Príamo y deliberaban. Iris, la de los pies ligeros, se les presentó tomando la figura y voz de Polites, hijo de Príamo; el cual, confiando en su agilidad, se sentaba como atalaya de los teucros en la cima del túmulo del antiguo Esietes y observaba cuando los aqueos partían de las naves para combatir. Así transfigurada, dijo Iris, la de los pies ligeros:
796 «¡Oh anciano! Te placen los discursos interminables como cuando teníamos paz, y una obstinada guerra se ha promovido. Muchas batallas he presenciado, pero nunca vi un ejército tal y tan grande como el que viene á pelear contra la ciudad, formado por tantos hombres cuantas son las hojas ó las arenas. ¡Héctor! Te recomiendo encarecidamente que procedas de este modo: Como en la gran ciudad de Príamo hay muchos auxiliares y no hablan una misma lengua hombres de países tan diversos, cada cual mande á aquellos de quienes es príncipe y acaudille á sus conciudadanos, después de ponerlos en orden de batalla.»
807 Así se expresó; y Héctor, conociendo la voz de la diosa, disolvió la junta. Apresuráronse á tomar las armas, abriéronse todas las puertas, salió el ejército de infantes y de los que en carros combatían, y se produjo un gran tumulto.
811 Hay en la llanura, frente á la ciudad, una excelsa colina aislada de las demás y accesible por todas partes, á la cual los hombres llaman Batiea y los inmortales tumba de la ágil Mirina: allí fué donde los troyanos y sus auxiliares se pusieron en orden de batalla.
816 Á los troyanos mandábalos el gran Héctor Priámida, de tremolante casco. Con él se armaban las tropas más copiosas y valientes, que ardían en deseos de blandir las lanzas.
819 De los dardanios era caudillo Eneas, valiente hijo de Anquises de quien lo tuvo la divina Venus después que la diosa se unió con el mortal en un bosque del Ida. Con Eneas compartían el mando dos hijos de Antenor: Arquéloco y Acamante, diestros en toda suerte de pelea.
824 Los ricos teucros que habitaban en Zelea, al pie del Ida, y bebían el agua del caudaloso Esepo, eran gobernados por Pándaro, hijo ilustre de Licaón, á quien Apolo en persona diera el arco.
828 Los que poseían las ciudades de Adrastea, Apeso, Pitiea y el alto monte de Terea, estaban á las órdenes de Adrasto y Anfio, de coraza de lino: ambos eran hijos de Mérope percosio, el cual conocía como nadie el arte adivinatoria y no quería que sus hijos fuesen á la homicida guerra; pero ellos no le obedecieron, impelidos por el hado que á la negra muerte los arrastraba.
835 Los que moraban en Percote, á orillas del Practio, y los que habitaban en Sesto, Abido y la divina Arisbe eran mandados por Asio Hirtácida, príncipe de hombres, á quien fogosos y corpulentos corceles condujeron desde Arisbe, de la ribera del río Seleente.
840 Hipótoo acaudillaba las tribus de los valerosos pelasgos que habitaban en la fértil Larisa. Mandábanlos él y Pileo, vástago de Marte, hijos del pelasgo Leto Teutámida.
844 Á los tracios, que viven á orillas del alborotado Helesponto, los regían Acamante y el héroe Píroo.
846 Eufemo, hijo de Treceno Céada, alumno de Júpiter, era el capitán de los beligeros cicones.
848 Pirecmes condujo los peonios, de corvos arcos, desde la lejana Amidón, de la ribera del anchuroso Axio, cuyas límpidas aguas se esparcen por la tierra.
851 Á los paflagones, procedentes del país de los énetos, donde se crían las mulas cerriles, los mandaba Pilémenes, de corazón varonil: aquéllos poseían la ciudad de Citoro, cultivaban los campos de Sésamo y habitaban magníficas casas á orillas del Partenio, en Cromna, Egíalo y los altos montes Eritinos.
856 Los halizones eran gobernados por Odio y Epístrofo y procedían de lejos: de Álibe, donde hay yacimientos de plata.
858 Á los misios los regían Cromis y el augur Énomo, que no pudo librarse, á pesar de los agüeros, de la negra muerte; pues sucumbió á manos del Eácida, el de los pies ligeros, en el río donde éste mató también á otros teucros.
862 Forcis y el deiforme Ascanio acaudillaban á los frigios, que habían llegado de la remota Ascania y anhelaban entrar en batalla.
864 Á los meonios los gobernaban Mestles y Ántifo, hijos de Talémenes, á quienes dió á luz la laguna Gigea. Tales eran los jefes de los meonios, nacidos al pie del Tmolo.
867 Nastes estaba al frente de los carios de bárbaro lenguaje. Los que ocupaban la ciudad de Mileto, el frondoso Ptiro, las orillas del Meandro y las altas cumbres de Micale tenían por caudillos á Nastes y Anfímaco, preclaros hijos de Nomión; Nastes y Anfímaco, que iba al combate cubierto de oro como una doncella. ¡Insensato! No por ello se libró de la triste muerte, pues sucumbió en el río á manos del Eácida, del aguerrido Aquiles, el de los pies ligeros; y éste se apoderó del oro.
876 Sarpedón y el eximio Glauco mandaban á los que procedían de la remota Licia, de la ribera del voraginoso Janto.