La Hermana de Caridad

​La Hermana de Caridad​ de Ricardo Gutiérrez


¿Quién eres tú, celeste criatura,
que descansas el vuelo
sobre la cárcel del linaje humano,
para abrir una fuente de ternura
y una puerta del cielo
donde se posa tu bendita mano?


¿Quién eres tú, que oras
junto al desierto lecho del que expira?
¿quien eres tú, que lloras
por la desgracia ajena?
¿quién eres tú, que arrulla y quien suspira
al infeliz que arrastra su cadena?
 

Quién eres tú, que en el estrago horrendo
de la feroz matanza,
el rastro de la muerte vas siguiendo
por el ¡ay! que se lanza,
y entre la sangre y el dolor perdida,
donde se da la muerte das las vida?

 
Madre del desvalido,
ángel del moribundo,
bálsamo misterioso del herido
y patria, en fin, del huérfano y el triste.
¿De qué estrella caíste
para enjugar las lágrimas del mundo?

 
¿Qué una piedad tu pecho anida
para que quepan en tu amor sagrado
todas las desventuras de la vida?
¡Oh, qué caudal de abnegación encierra.
que no acaba, regado
sobre todas las llagas de la tierra!

 
No pisa sobre el mundo
más que un ser, nada más, que templa y calma
tanto dolor profundo
con el insomne afán de su ternura...
¡Te adivina mi alma!...
¡eres mujer, sublime criatura!

 
Eres mujer, lo eres,
y no te abisma la borrasca humana
al mágico festín de los placeres
y los vivos albores
de la ilusión galana,
no alumbran el Edén de tus amores.

 
Y tu rostro tan bello
no es flor del mundo en el jardín viviente,
y tu blondo cabello,
en ondas melancólicas caído,
no es tesoro de un labio enardecido
ni espléndida corona de tu frente.

 
Y la angélica lumbre de tus ojos
tan sólo a Dios y al moribundo mira,
y la frescura de tus labios rojos
sólo se va perdiendo y marchitando,
la helada cruz besando
y la pálida frente del que expira.

 
¡Oh! ¿qué profundo encanto
en la divina abnegación se encierra?
¿Qué hondo placer se anida
en el consuelo del dolor y el llanto,
que el placer de la tierra
a cambio de él, el corazón olvida?


¡Ángel de la caridad! ¡alma templada
del mismo Dios en el amor fecundo,
tórtola de Noé desamparada!
eres flor bendecida,
bajo la sombra de la cruz nacida,
donde expiraba el Salvador del mundo.
 

Tu enternecido corazón sublime
es el arca del pobre:
allí busca consuelo el que gime,
allí pide lágrima el que llora,
y allí un pan y allí un cobre
aquel que con el hambre se devora.


Allí, los muertos de frío,
van a llamar el huérfano y la viuda,
con la carne desnuda
y el pie despedazado
bajo la noche del invierno impío,
sobre la nieve del invierno helado.


Y allí, cuando la muerte
se para junto al lecho de la vida,
lleva su mano inerte
el que está solo en su dolor horrendo,
para besar tu mano bendecida
y morir sonriendo!


Así tu vida en la piedad se encierra,
así la viertes sobre el lodo inmundo
sin pedir una lágrima a la tierra.
Así tu noble corazón sincero
sin patria sobre el mundo...
patria es del mundo entero.

 
¿Por qué levantas la mirada al cielo?
Yo también sólo allí busco mi palma:
voy donde el diente del dolor se encarne,
seco también las lágrimas del suelo
y cierro las heridas de la carne
como tú las del alma!

 
Alumbra mi destino
sobre la cárcel del linaje humano.
¡Ay! sólo pide mi ambición precaria
que en el último asiento del camino
ponga en mí tu mano
y levantes mi vida en tu plegaria.