La Fiesta del 10 de Marzo y Los Héroes de la Independencia

Don Carlos VII llama «Fiesta nacional» a la que instituyó en honor de los que han sucumbido en defensa de la bandera que en sus manos tremolara. El augusto Jefe de la Comunión carlista se expresó con rigurosa propiedad: la bandera «Dios Patria y Rey» no es bandera de partido, sino enseña nacional, y la fiesta del 10 de Marzo no viene a ser otra cosa que el complemento de la del 2 de Mayo. Una misma es la causa por la cual dieron su vida los héroes del año 1808 y la que ha producido los mártires a quienes se dedica la presente fiesta ; una misma la bandera que aquéllos y éstos levantaron; idéntico el grito que les lanzó a la pelea por Dios, por la Patria y por el Rey. Esta es la fe jurada en Zaragoza por el pueblo aragonés; esta es la que juraron Gerona, Lérida y los catalanes: este, en fin, el grito de Asturias y Galicia, de las Castillas y Extremadura, de las Andalucías y Valencia, y de todas las regiones y pueblos de España al levantarse como un solo hombre para combatir al tirano que había invadido pérfidamente nuestro suelo atentando a la vez contra la Religión y la independencia patria, y contra el de derecho nuestros Reyes.

La solidaridad de la causa tradicionalista con la que sostuvieron nuestros mayores en 1808 ha sido reconocida y confesada por hombres liberales tan conspicuos como el señor Cánovas del Castillo, quien, discutiendo con Castelar, decía en el Congreso de diputados el día 17 de Mayo de 1876:

«Señores diputados: el amor a la verdad tiene muchas veces condiciones dolorosas; y cuando se acude a ella, y cuando se llama y es preciso presentarla en toda su desnudez, hay que decir cosas que a muchos desagradan, que a uno mismo contrastan profundamente; pero lo primero es la verdad, cuando a la verdad histórica se apela.

»¿De qué pueblo habla el señor Castelar en 1808? ¿Con quién tenía más contacto el pueblo de 1808? ¿Qué anteponía a todo género de monarquías, no sólo las monarquías absolutas, sino constitucionales? Pues es imposible dudar que aquel pueblo tenía más contacto que con el pueblo liberal al que pertenezco yo, como pertenece Su Señoría, más contacto que con los que formamos los partidos liberales, con los que acaban de ser vencidos en las montañas del Maestrazgo, de Cataluña y de Navarra.» (Sensación).

»¡Qué! ¿Ignora S. S. que aquel Cura... que S. S. nos pintaba con tan negros colores, ese no es uno de los principales héroes de la, guerra de la Independencia? ¿ Cuando adquirió el clero español la cualidad que profundamente deploro y le distingue del de todos los países de Europa, para defender con trabuco en mano sus opiniones (?) y combatir con los enemigos de sus convicciones y de sus ideas? ¿Cuándo sino en la guerra de la Independencia? Entonces abandonaron los conventos y los coros de las catedrales para ir a los campos de batalla, y volvieron a los conventos y a los coros de las catedrales con sus títulos de jefes y hasta con sus entorchados de brigadiares.»

En efecto, el mismo espíritu religioso y patriótico que animó a la España de 1808 contra la invasión extranjera, es el que inspira a la Comunión carlista en su perseverante lucha contra el liberalismo, invasión extranjera de ideas, de leyes, de instituciones y de intereses, bajo cuya funesta y tiránica influencia ha sufrido el espíritu nacional la triste metamórfosis que ha cambiado, sin dejar apenas rasgo de su antigua fisonomía, el genio y el carácter de nuestra raza, hoy decaída, envilecida y sojuzgada. Nuestros padres, que con heroismo sin igual, lograron vencer al Napoleón físico, no consiguieron vencer al Napoleón moral, es decir, a la revolución en él personificada y por él importada a nuestro suelo en las bayonetas de sus soldados: este encargo nos lo dejaron a nosotros, y es cabalmente la empresa en que se halla empeñada la Comunión tradicionalista, heredera de la España antigua y representante de sus glorias. ¿Qué importaría para la honra y la independencia nacional que nuestros padres vencieran a los ejércitos extranjeros, si al fin y al cabo los extranjeros hubieran de continuar dominándonos por sus ideas, por sus leyes e instrucciones? ¡Menguado triunfo entonces el nuestro, indigno de un pueblo altivo e independiente; rechazar al enemigo invasor y dejar que siga ondeando orgullosa y triunfante en nuestro suelo su bandera! Más que triunfo, sería esto vencimiento; más que victoria, capitulación vergonzosa. La historia habrá de señalar dos períodos en la guerra de la Independencia española: el primero se cerró con la caída de Napoleón; el segundo terminará cuando hayamos hecho desaparecer su obra.

Tal es y no otro el carácter de la lucha que con heroica y sobrehumana constancia viene sosteniendo la Comunión carlista con los partidos e instituciones liberales, y tal y no otra la causa en cuyas aras sacrificaron su vida los mártires a quienes esta fiesta se dedica.

La manera de ver y de expresarse de los liberales de hoy respecto a los carlistas, idéntica a la manera de ver y de expresarse de los liberales de ayer respecto al pueblo español de 1808, es prueba patente de la paridad de ambas causas.

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