La Eneida (Graciliano Afonso)/Libro XII
La Eneida.
LIBRO XII.
Turno al ver los Latinos consternados,
Deshecho su valor y atrevimiento,
Y á cumplir se le estrecha sus promesas,
Y que fijos en él tienen, y atentos,
Todos los ojos; la ansia de venganza
Que le inflama y anima, un valor nuevo
Le presta. Tal se viera en la llanura
Del África abrasada un leon fiero,
Al que los cazadores han herido
Profundamente, mas que ya dispuesto
Al combate, con gozo sacudiera
Su espesa cabellera, y rompe al medio
El dardo que le aqueja, y ruge y abre
Sus fáuces que la sangre están vertiendo.
Tal en su ardor el Rútulo se muestra;
En el furor en que se abrasa el pecho,
«Adelante no lleves.» Pero Eneas,
Aunque fiero en las armas, revolviendo
Sus ojos de furor, detuvo el brazo,
Y el golpe suspendió del cruel acero.
Empezaba á dudar y con las súplicas
Sentir de compasion el movimiento;
Cuando descubre que en su espalda luce
El tahalí de Palas el guerrero,
Del jóven Palas á quien Turno diera
Muerte y le deja en el sangriento suelo,
Y victorioso viste sus depojos.
Con los ojos devora aquel trofeo
Eneas, y su cólera se enciende,
Su espiritu se ciega, y dice ardiendo:
—«¡Que! tú te has de salvar de estas mis manos,
«De mi amigo despojos te cubriendo?
«Palas sí, Palas él solo te hiere,
«Tu barbarie castiga.» Asi diciendo,
De furor poseido, le sepulta
La espada aguda en el temblante seno.
El frio de la muerte le domina,
Y su alma indignada vá al Averno.