La Eneida (Graciliano Afonso)/Libro VI
La Eneida.
LIBRO VI.
Lágrimas derramando Eneas habla,
Y navega la flota á vela llena;
A Cúmas llega en fin, en cuya rada
Las orillas encuentra de la Eubea.
Las proas ven la mar, de la ancla penden
Las naves que bordaban la ribera:
La ardiente juventud viva y alegre
Huella de Italia la anhelada tierra;
Unos del pedernal las chispas sacan
Que un tiempo se ocultáran en sus venas,
Otros el bosque abaten, las manidas
Que fueron antes de feroces bestias,
Y mas allá se muestran anchos rios
Que esta tierra fecundan tan risueña.
Entretanto sus pasos dirigia
Eneas hácia el monte, á dó la cueva
«Tú Marcelo serás. ¡Ah! dadme llenas
«Las manos con los lirios y las flores
«Mas hermosas, y colme de esta ofrenda
«De mi nieto la sombra, y que reciban
«De mi mano esta honra pasagera.
«Esas frias cenizas sin ventura;,
«Que respiran dolor y. angustia eterna.»
Anquises así hablando, recorria,
Con su hijo tierno la region aérea;
Y descubriendo inmensas maravillas,
En su gloria futura el alma ardiera;
De la guerra le hablaba que hacer debe
A los pueblos Latinos de Laurenta,
Y de medios y arbitrios poderosos
Con que le diera cima á tantas penas.
Dos puertas tiene el Sueño, una de asta
Que dá paso á las sombras verdaderas,
Otra de marfil blanco muy pulido,
Que el poder trabajó con arte estrema,
Por dó envian los Dioses infernales
Engañosas imágenes ligeras.
Anquises con su hijo y la Sibila
Hablando siguen y á la puerta llegan,
Y por la de marfil les dá salida.
A la armada se vuelve el pio Eneas,
Y se une á sus caros compañeros:
Despues sin demorarse en la ribera,
Recto camina de Gaeta al puerto;
El ancla de la proa está suspensa,
En la playa se miran los bajeles,
Y los recibe la brillante arena.