La Disgregación del Reyno de Indias/Capítulo 5 parte 2

III

Por razones de precedencia en el tiempo le toca a Buenos Aires el tercer lugar en el alistamiento de las ciudades del Continente, que establecieron la forma de Gobierno Juntista en 1810. Corresponde pues, que veamos si los hombres de Mayo – si no todos, algunos de ellos- sintieron la influencia de la proclama que estudiamos y se determinaron a la faena que culminará en gloria el 25, bajo el signo auspicioso del “Pueblo Libre” de Cádiz. También corresponde y previamente para no dejar el molde que hemos venido usando en este examen – que situemos la posición del Virrey Cisneros en el medio porteño, y tal como aparecía a los ojos y ante el concepto de la sociedad local. La impresión que para mí se deriva al respecto de la documentación édita de la época, es de que este Virrey ni intentó hacerse al ambiente platense, ni encontró tampoco en él, propagandistas voluntarios – más o menos sinceros – de sus altas condiciones de hombría, patriotismo, moralidad, etc. que le formasen pedestal de prestigio. Cisneros, fue, en mi concepto, un gobernante que ni se entregó al medio, ni tuvo procuradores que llevasen al pueblo hacia él. Ahora bien: la situación que señalamos de indiferencia recíproca entre el jerarca y los ciudadanos, podrá ser considerada con elogio, si se la mira desde un punto de vista abstracto e imparcial, pero si se la examina en la faz relativa, pero práctica, de los hechos, esto es, relacionándola con el lugar y el momento, no cabe duda que esa “política” era impropia para la atracción de simpatías y la más fácil para cosechar odios sin levante.

A los gobernantes, en general, no les basta con ser honestos y bien intencionados para alcanzar la adhesión y el seguro aplauso general. Les es preciso también tener diligencia para buscar y encontrar propagandistas activos y entusiastas de sus obras, por lo menos de las buenas. Cisneros parece que no se haya preocupado por este extremo y, él en el momento y dada la situación de dudas y expectaciones con que se encontró en el Buenos Aires de Alzaga y Liniers debió ser cuidadoso hasta la minucia, si quería ganar voluntades y asegurarse la confianza popular.

Con el decreto de Comercio Libre de 6 de noviembre de 1809, Cisneros se enajenó automáticamente la simpatía del fuerte núcleo de asociados, por intereses creados, a los monopolistas de Cádiz. Con el envío de tropas Patricias a sofocar y castigar el alzamiento de Charcas, el Virrey perdió la adhesión que pudieran haberle otorgado los milicianos de Buenos Aires ya entonces constituidos en cuerpos regulares y en cierto modo, dueños de la fuerza. Cisneros desdeñó asegurarse el apoyo de Alzaga que le hubiera valido, en cualquier ocasión, por fianza del auxilio de la clase poderosa de Buenos Aires, que era dueña del Cabildo y del Consulado. Alzaga estaba arrestado en su casa el 22 de mayo y es seguro que opinaba entonces a favor del desplazamiento del Virrey, pues consta que los partidarios de esa solución fueron a pedirle que concurriese al acto. A Cisneros, a mi juicio, lo perdió su ingenuidad y falta de sentido político. Pensaría que la partida se gana por añadidura de las buenas intenciones y obras y eso trájole la caída sin pena ni gloria…Su falta de tacto y hasta de picardía, terminaría por rodearlo de oposición general, oposición, en una primera etapa directa y diferenciada de los distintos grupos de intereses que, día a día, venía hiriendo con sus decretos y resoluciones. Oposición, en segundo término, general y por acuerdo espontáneo de todos los núcleos desconformes que por serlo llegaron fatalmente a unirse y concordar en el juicio desfavorable y en el ataque a su persona; observando por ejemplo, que era “creatura”de don Martín Garay, miembro de la Junta Central de Sevilla a quien impresos de la Península tachaban de mal fernandista y afrancesado. O que, al no tomar medidas en la frontera del Imperio, donde era fama rondaban millares de soldados listos para avanzarla…debía deducirse que lo poseía un secreto carlotismo o un fernandismo sólo aparente.

En resumen: nadie en Buenos Aires, ni aún la Real Audiencia estaba entonces satisfecha con el gobierno de Cisneros; aunque es verdad también que por falta de motivo serio, nadie se resolvía a enfrentarlo franca y resueltamente. De todos modos la cuestión es, que al sonar la hora de Mayo el Virrey no gozaba de la confianza popular. Era pues de los jerarcas de debían caer por adecuada aplicación de la Regla de Cádiz.

Ahora bien: cae Cisneros en Buenos Aires como antes Emparán en Caracas y Montes en Cartagena, pero en su caso ¿se puede asegurar que hubo influencia de la Proclama de 28 de febrero?

Investiguémoslo. El quid de esta averiguación debe estar en saber si Cádiz pudo comunicarse con Buenos Aires antes del 25 de Mayo, pero, naturalmente, por buque salido de aquel Puerto después del 28 de febrero. Esto extremando exigencias formales, porque también es cierto que desde que la Junta de Cádiz se estableció en 27 de enero en concepto de gobierno de “Pueblo Libre” (sin perjuicio de querer coordinación con los demás para la defensa de la Unidad Hispánica) no sería ilegítimo que prolongáramos hacia atrás el plazo de observación hasta detenernos en la última fecha mencionada. En este caso ¿qué noticias salidas de Cádiz antes del día de data de la proclama podrían haber llegado al Río de la Plata dentro del plazo que termina con la semana de Mayo? Por impresos, por cartas privadas, por informes verbales de viajeros, ¿qué versiones, qué datos, qué detalles habrían arribado y entrado a la circulación salpimentándose, naturalmente, de exageración y fantasía? Pues, con mirar lo que ocurría en el Cádiz de esos días de febrero tendremos seguro índice.

Erigida su Junta, los gaditanos desconocieron la autoridad de los restos de la Central que con el “promotor” del Virrey Cisneros al frente se habían refugiado en la Isla de León. Luego negáronse los gaditanos a someterse al predominio del Consejo de Regencia legado por la desprestigiada Central y para asegurar en lo posible, todavía, el éxito permanente de tal desacato, trataron de conseguir émulos en el mismo, mediante urgida propaganda en las demás Provincias y Ciudades que restaban al fernandismo en la Península. Al fin, Cádiz entró por la sumisión al Consejo de Regencia. Entró a regañadientes, formalmente y, todavía, imponiendo condiciones como la de que su Junta seguiría siendo la encargada del manejo de la Hacienda General. El embajador Wellesley le impuso la exigencia de subordinación y ella aparece solemnizada ya, como se ha visto, en la Proclama a los Pueblos Americanos de 28 de febrero pero, ¡con cuántas reticencias, con cuántos indicios de que a su juicio el reconocimiento es conveniente pero no obligatorio ni prueba única decisiva de lealtad a Fernando VII! ¿Y es entonces aventurado suponer que si no los mismos miembros de la Junta, los particulares de Cádiz vinculados a América, siguieran después de él sosteniendo subterráneamente la propaganda que hemos visto inicialmente? A mi me parece todo lo contrario; lo creo cuerdo y justificado porque no entiendo que obligue a nadie un hecho o una idea involuntariamente recibidos. Y aquí una pequeña precisión que no deja de tener su importancia. Me referí hace unos momentos en general a buques salidos de Cádiz después del 27 de enero y antes del 28 del mes siguiente. Ahora bien; de Cádiz, en realidad, no salieron buques con rumbo a América hasta mediado el mes de febrero porque la Junta mantuvo cerrado el Puerto por cerca de un mes y dióse lugar así, después, por consecuencias de una inadvertencia, a una situación en los Puertos de este Continente que debe ser apuntada y muy especialmente por nosotros, al tratar este caso de Buenos Aires.

La situación es ésta: en un mismo día llegaba correspondencia en pro y en contra del reconocimiento del Consejo de Regencia y entonces, por fuerza, se produjeron dudas, vacilaciones, desacuerdos, ante el pro y el contra procedentes de la misma fuente. ¿Qué noticia era falsamente tendenciosa: ésta o aquélla, la de que Cádiz había reconocido a la Regencia y exhortaba a los demás Pueblos a seguir su camino o la de que se negaba a la subordinación y estaba resuelta a mantenerse insumisa y reclamaba la adhesión de las otras ciudades para su causa? ¡Tremenda incertidumbre! En cambio, concordancia de todas las fuentes de versión en cuanto a la reinstalación de la Junta Gaditana con facultad de poder y representación delimitados por el ámbito de la Provincia. De algo de lo expresado nos habla Florez Estrada en su “Examen Imparcial” etc., Cádiz 1812, y, porque no está demás el apoyo de un casi testigo presencial de tanta jerarquía, séame permitido releer sus palabras:

“Los hombres de Cádiz para evitar en aquella ocasión los desastres con que los amenazaban la anarquía, y la aproximación del enemigo, crearon una nueva Junta. Esta, o temerosa del pueblo excesivamente prevenido contra la Junta Central, o más bien por una política mal entendida, tardó una porción de días en reconocer la Regencia lo que contribuyó en gran manera a agravar los males de la Nación tanto en la Península como en América. Al ver que la Autoridad más inmediata al pueblo donde residía el nuevo Gobierno, no quería o retardaba reconocerlo, las Autoridades de las otras Provincias, siempre prontas a exercer todo el poder posible imitaron su exemplo, y no quisieron reconocer la Regencia hasta pasados muchos días. La Junta de Cádiz había cerrado el Puerto, a fin de que no pudiese salir embarcación alguna para la América hasta que los negocios de la Península presentasen un aspecto más favorable, más no cuidó cuando llegó el caso de abrirlo que sólo saliesen los barcos Correos sin más correspondencia que la de oficio para hacer ver que se hallaba establecido un Gobierno legal y reconocido. En el mismo día en que se despachó el primer Correo a la América se abrió el Puerto a todas las embarcaciones detenidas, sin preveer que podrían llegar éstas antes, como sucedió, y causar el trastorno, por cuyo temor muy prudentemente se les había prohibido salir antes”.

Hasta allí, Florez Estrada. Retomemos ahora, nuestro propio camino y para empezar, fijándonos ya en el campo concreto de las investigaciones que correspondan al Río de la Plata, puntualicemos que durante el mes de Abril de 1810, según las “Marítimas” del Correo de Comercio, que para el caso tomaremos por guía, no arribaron hasta aquí buques con procedencia de España. Tampoco llegan en los primeros días de Mayo, y como, por otra parte, sabemos que el viaje desde Cádiz a Montevideo con escalas normales costaba alrededor de sesenta días, es preciso que sentemos desde ahora, por vía de conclusiones, estas dos deducciones que a mi entender son lógicas y justificadas:

:1º. Los buques que llegan al Plata en el mes de Mayo y antes de la “Gran Semana”, de haber hecho escala en Cádiz o proceder de allí directamente es seguro que habían dejado dicho Puerto en cualquiera de los días de la primera quincena de Marzo o , a más tardar , en los primeros de la segunda. :2º. Como el documento gaditano cuya influencia estamos estudiando fue fechado en 28 de febrero y como según se aclaró antes, durante casi todo ese mes el puerto de Cádiz estuvo clausurado, en los buques que llegan al Plata en el mes de mayo pero antes de la “Gran Semana”, pudo venir fácilmente la Proclama que examinamos y debieron llegar fatalmente – eso si - las noticias de la creación de la Junta y de sus propósitos de resistencia al Consejo legatario de la desacreditada – por cierto que con injusticia – Junta Central.

Siento las precedentes conclusiones sin temor de que se me tache de arriesgado. Bien me sé, por supuesto, que los memorialistas de la época que andan de mano en mano, no me apoyan con esclarecimientos corroborantes y bien me sé, también, que en la generalidad de la documentación oficial édita de los días de mayo que es la que ha estado a mi alcance hasta la fecha, no hay alusiones ni aún veladas, al Consejo de Regencia y a la Junta de Cádiz.

Pero, ¿y qué? Desde cuando esos silencios se vuelven contra la lógica y la razón, ¿no tendré derecho a atribuirlos a intención deliberada o a ocultación tendenciosa? Se me dirá, - lo sé de antemano – que no se explicaría el secreto en un motivo que, al fin y a la postre, viene a dar su mejor arma al cambio de régimen siendo así que nadie dudó en propalar, y hasta con exageración, las noticias de la disolución de la Junta de Sevilla, irrupción de las tropas francesas en Andalucía y sitio de Cádiz, llegando a atribuir a todo eso la determinación del movimiento y triunfo Juntistas.

Se explica, sin embargo, - para mi, por lo menos – con meridiana claridad. ¡Si podrá explicarse! Ciérrese el libro de la Historia en las páginas siguientes al relato de los sucesos alboreales de Mayo y vuélvase a abrir un capítulo adelante. ¿Qué veremos? ¿No nos vamos a encontrar, por si acaso, por años y más años, con la contradicción que parecía irrevocable de Unidad y Federación, integralismo y dispersión, los eternos temas que acusan pueblos de perfil diverso y de tradiciones propias y distintas? Y los Estadistas del 10 de todas las tendencias lo adivinaron, lo presintieron, y por una cautela patriótica que los honra desde luego, se libraron bien de publicar y difundir lo que les venía de Cádiz: arma de dos filos si no hubiesen sabido manejarla.

Lo vio el Oidor Cañete cuando, dirigiéndose al Virrey en dictamen fechado en Potosí justamente el 26 de Mayo, decía:

“…No está la América en estado de organizar una política sutil que pudiera servir de Matriz para un sistema original de Gobierno. Ya se ha dexado presentir que la Independencia es el proyecto favorito por los dechados de Filadelfia.

“Se puede afianzar con la cabeza, que en cuanto se aparezca este cometa funesto, y tienda su cauda sanguinolenta sobra la América, todos estos pueblos por un espíritu de imitación habrán de ejecutar idem per idem lo que se practicó en España desde el momento que se disolvió la junta de Gobierno, que dexo establecida nuestro adorado Soberano el Sr. D. Fernando VII al partir para Bayona”.

“Quiero decir: en las capitales de los Virreynatos, formarán una Junta Suprema tumultuariamente, y todas las demás cabeceras de provincia harán lo propio con el pretesto de armar sus territorios y ponerse en observación sobre la fidelidad de los Xefes y empleados públicos: matricularán milicias, nombrarán Xefes que las manden: y quien sabe si se avanzaran más allá de lo que executó Cádiz, Granada, y otras Poblaciones de la España en los momentos de sus primeras convulsiones. Y pues vemos que la Junta de Galicia pasó a despachar título de Teniente General al Sr. D. Pasqual Ruiz Huidobro, ya podemos presumir lo que podrá hacer cada Junta de América para alentar al patriotismo, alegando que todo es necesario mientras se concentra el poder nacional representativo de la Soberanía para constituir un Gobierno legítimo y útil a lo general del Estado”.

“Qualquiera confesará que es imposible que se reunan repentinamente por un movimiento espontáneo agitado por el amor de la Patria y del Rey unos Pueblos y familias que han vivido siempre aislados dentro de sus propios intereses sin cuidar de la balanza general, que influye a su conservación, y sin haberse estrechado en una confianza recíproca, que es la que debe hacer conocer a los hombres hasta el fondo de sus verdaderas opiniones”.

“Buenos Ayres ( digo lo mismo de las demás Capitales de Virreynato) querría ser el depósito de la Autoridad Soberana: por el contrario las Provincias del Perú intentarán fixarla en el centro de sus serranías, con color de que a esta distancia se mantendrá en mayor seguridad, sin los temores y sospechas que imputarán a los Puertos de mar por sus comercios y comunicación con los extranjeros, y por el mayor peligro de su disolución en sobreviniendo enemigos”.

“¿Dónde se buscará un garante de bastante consideración para conciliar este choque de tan opuestas pretensiones? Por acá no lo hay. Por consiguiente se dividirán las Provincias, perderá el Gobierno su unidad, y al paso de estas rivalidades civiles levantará su trono la anarquía. El Perú hará monopolio de sus preciosos metales estancando en Buenos Ayres todo el comercio ultramarino”.

Lo vio también, el doctor Manuel José García quien en carta privada escrita a su padre desde Chayanta, expresábale en 21 de mayo de 1810:

“Ud. dice que las tropas se encargarán de la defensa y que los sabios que formen las Cortes cuidarán de establecer la legislación y las relaciones exteriores que nos convengan: pero no hay tropas ni Cortes donde no hay una forma de Gobierno. ¿Y qual es la que conviene? Si las ciudades de América abundaran de gentes capaces de pensar en grande y de conocer sus verdaderos intereses, no sería tan difícil resolver el problema; pero los políticos de estos Países no extienden sus miras mucho más allá de los arrabales de su pueblo o de los confines de Provincia. Una etiqueta despreciable les hará sacrificar contentos el bien general. No hay que pensar en patriotismo; es pues necesario valerse con maña de sus mismas pasiones para hacerlos entrar en las grandes miras. Es preciso lisonjear la vanidad de cada pueblo, de cada departamento”.

“Lima y toda la parte baja tiene sus intereses; diversos son los de Sierra; otros, los de Chile y otros en fin los de Buenos Aires y baxo Perú. ¿Deberán pues formarse otros tantos estados y que todos formen un cuerpo federativo, así como los Beocios, Acheos, Athenienses y demás repúblicas griegas en los tiempos de Filipo y de los Romanos? ¿O todas estas Provincias formarán una República como la Romana? ¿O en fin llamaremos un Príncipe de la casa de nuestros Reyes para que gobierne como hasta aquí o como protector de nuestra República? Estas cosas exigen para resolverse la madurez de un sabio, que conozca los Pueblos, sus ideas, su genio y opinión; porque quienes formen repúblicas como Platón, no faltará en todas partes”.

Lo vio, igualmente, desde Buenos Aires el doctor José Tomás Anchorena, cuando decía, en discurso pronunciado en la Sala de Acuerdos del Cabildo, justamente un mes antes de la instauración de la Junta, las palabras siguientes:

“Voi a hablar a V.E. sobre un asunto que no puedo recordar sin gran dolor porque exige el examen de nuestra situación y creo que causará en V.E. la misma impresión que en mi; pero no puedo prescindir de él porque se interesa nuestra seguridad. Nos hallamos en la situación de un hombre que es amenazado de un accidente mortal cuio temor no le permite olvidarlo y el deseo de precaverlo le hace adoptar un remedio que mira con horror, pero que él solo le lisonjea la esperanza de su conversación – La Suprema Junta Central en su manifiesto de veinte i ocho de Octubre del año próximo pasado nos previene que una guerra obstinada como la presente, tiene apurados todos los medios ordinarios; que la creación, reparación y subsistencia de los Exercitos han absorvido, y con exceso, los fondos considerables que han ido de las Américas: que el egoísmo de los unos y la ambición de los otros debilitan y entorpecen la acción del Gobierno por su oposición e indiferencia: que se aspira a destruir por sus cimientos el principio esencial de la Monarquía, que es la unidad: que la hidra del federalismo acallada tan felizmente en el año anterior con la creación del poder central, osa otra vez levantar sus cabezas ponzoñosas, y pretende arrebatar la Nación a la disolución de la anarquía; y finalmente que la astucia de nuestros Enemigos está asechando el momento en que rompan las divisiones para arrojarse a destruir el Estado, y sentar su solio sobre la cima del oprobio que la proporcione los debates – ¡Que situación tan terrible! ¡No será dable otra más peligrosa!”.

Pero, después de todo, no se suponga que vengo carente de prueba material demostrativa del aserto relativo al indudable conocimiento en Buenos Aires y en los días de Mayo de la existencia y funcionamiento de la Junta de Cádiz. Tal cosa no podía ocurrirme porque, como expresa el dicho gráfico, la verdad que se echa por la puerta vuelve a entrar por la ventana. Pienso que hasta por el absurdo se podría demostrar que es verdad lo que he dicho. ¿Cómo se concibe, en efecto, que con procedencia de Gibraltar, Málaga, Cádiz, llegasen las noticias relativas a la disolución de la Junta Central y su huida a la Isla de León y con ellas no viniesen igualmente la de la reacción de Cádiz y sus aprestos de defensa contra el ataque de franceses y afrancesados? ¿ No era sólo por ahí que se podía llegar a los fernandistas americanos una débil lucecita de esperanza? Y los vecinos de Cádiz, ¿qué otro aliento mejor podían mandar a sus parientes y amigos del Río de la Plata? Pero no demoremos más la prueba material recién ofrecida.

Por lo que respecta a la existencia y funcionamiento del Consejo de Regencia, me remito, en primer término, al texto del voto formulado por el Presbítero Nicolás Calvo en el Congreso General del 22 de Mayo. Allí – nadie lo ignora – se dice literalmente: “que para la decisión de las gravísimas dudas de si ha caducado la autoridad de la Suprema Junta Central en la Regencia posteriormente nombrada”, etc. Véase que el buen Párroco de la Concepción, da el hecho por sabido por todos los reunidos, pero fue sin duda imprudente su alusión porque nadie la repite.

Otra prueba: Tengo en copia en mi Archivo una preciosa relación de autor anónimo fechada en Buenos Aires a 26 de Mayo y dirigida al fuerte comerciante de Montevideo Don Francisco Juanicó. En esa pieza leo: “el domingo (quiere referirse al 20 de Mayo) fue una Diputación del Cavildo a manifestar al Virrey que el Pueblo estaba en fermentación y que habiendo cesado la Junta Central y no reconociendo legítimo el nombramiento del Consejo de Regencia que aquella hizo a efecto del tumulto de Sevilla debía S.E. renunciar el mando”, etc.

Otra prueba más; En la noche del 13 de Mayo arribó al Puerto de Montevideo, - según comunica el gobernador Soria al Virrey Cisneros el 14 – la Fragata Hamburguesa nombrada “Juan París” (inglesa se dice en las “Marítimas” del “Correo del Comercio” donde aparece arribando el día 14). Interrogado su patrón David Wichart por el Capitán del Puerto de Montevideo en presencia del Mayor de Ordenes de la Plaza, conforme a reiteradas instrucciones del Virrey para ser cumplidas con todos los buques que arribaran, a la pregunta “si save que se ha hecho de la Junta Central dixo: que antes que los franceses entrasen en Sevilla se había transferido a la Isla de León, y que en el día está establecida la regencia e ignora quienes sean sus vocales”.

A Wichart que había salido de Gibraltar, según expresa, el 22 de Marzo, nada se le pregunta en este interrogatorio sobre la suerte y situación de Cádiz, lo que no quiere decir, naturalmente, que no lo haya puntualizado aparte o fuera de él.

Finalmente, en el conocido memorial elevado desde Canarias por los Oidores, proscriptos de Buenos Aires, al Consejo de Regencia ( “Revista de Derecho, Historia y Letras”, Tomo 43, pág. 327) estos que se habían librado de mentar el asunto en el Congreso General del 22 dicen: “La falta de buques de España haría temer algún suceso de aquella clase ( un posible levantamiento) en Buenos Aires o alguna Provincia interior y daba lugar a que se extendiesen noticias, que aunque falsas alarmaban los ánimos a la insurrección; más entre tanto que el Gobierno se desbelaba en desvanecerlas, llegó una Fragata Inglesa de Gibraltar el diez y seis de Mayo con la funesta noticia de haber ocupado las tropas francesas la mayor parte de las Andalucías, haberse disuelto la Suprema Junta Central y haberse establecido el nuevo Supremo Consejo de Regencia”.

Anotemos apenas – y termina esta prueba – que la fuente de información de los Oidores en este caso fue el interrogatorio hecho en Montevideo al patrón de la “Juan París” (“John Parish”).

Veamos ahora la prueba material relativa al conocimiento de la existencia de la Junta de Cádiz y de su Proclama a los americanos de 28 de febrero.

El suplemento de la Gazeta Extraordinaria del Sábado 9 de Junio, o sea, el segundo de los números publicados está consagrado integralmente a una transcripción parcial de la Proclama Gaditana, bajo el siguiente encabezamiento: “La necesidad de instruir al Público sobre los sucesos más importantes apenas nos dexa tiempo para coordinar las noticias y reducirlas a la Gazeta, de que no debieran separarse. Los siguientes párrafos forman parte de una Proclama impresa en Cádiz y que la Junta Superior de aquella Plaza dirige a los Pueblos de América; en primera oportunidad se imprimirá toda la Proclama; por ahora se publica la parte más necesaria, para que nadie dude la justicia y legitimidad de la instalación de nuestra Junta”. Permítaseme aquí un aparte aclaratorio que juzgo indispensable para ratificación del criterio que he venido exponiendo y que aquí, aunque parezca paradójico, se ha de afirmar más. La Junta no publicó nunca el impreso que acaba de prometernos. No lo publicó porque con ello daría un rudo mazazo a su propósito de mantener la unidad del Virreinato, fiel, por otra parte, al pensamiento de los próceres que la fundaron y al concordante del mismo Cisneros que por eso, por asegurar el éxito de aquél, habían tenido que callar anteriormente las noticias de Cádiz relativas a instalación del gobierno propio, pleito con la Regencia y exhortación a los Pueblos de América a darse Gobiernos similares. Creo tener buenas razones para sostener lo expuesto, derivándolas de una sola reflexión: la que inducen los párrafos publicados en el Suplemento a la Gazeta que – como se verá – no comprenden la proposición relativa a limitación de autoridad al solo “ámbito espacial” de la ciudad y su jurisdicción. ¡Temerario, por lo menos, hubiera sido divulgarla en esos momentos iniciales!

Los párrafos que transcribe la Gazeta y que, como lo he expresado no tendrían más adelante la prometida continuación, son los relativos al proceso de establecimiento de la Junta de Cádiz e incitación a los Pueblos de América a que desplacen del mando a los malos gobernantes e instituyan nuevas autoridades modeladas en el ejemplo de aquella; vale decir, los que convenían por todo motivo.

Véase, sino:

“Desde el momento que oyó que los enemigos habían invadido la Andalucía y se encaminaban a Sevilla, el Pueblo en vez de abatirse hizo ver una energía digna en todo de la augusta causa a cuya defensa se ha consagrado. Habló sola la voz del patriotismo, y callaron todas las ilusiones de la ambición. Xefes y subalternos a porfía daban muestras de desprendimiento y generosidad. Dio el primero exemplo de ello el Gobernador de la Plaza que al anunciar al Ayuntamiento la ventaja del enemigo y el peligro de Andalucía, se manifestó pronto a resignar el mando en quien el pueblo tuviese mayor confianza reservándose servir a la patria en calidad de simple soldado. No lo consintió el Ayuntamiento, ni a nombre del Pueblo el Sindico que le representa en él; y el General que tantas pruebas de desinterés, de valor y de patriotismo ha dado en el curso de esta Revolución quedo nuevamente encargado de la autoridad militar y política de la Plaza por la voluntad del pueblo, que ama su carácter, confía en sus talentos y respeta sus virtudes”.

“Mas para que el Gobierno de Cádiz tuviese toda la representación legal y toda la confianza de los ciudadanos, cuyos destinos más preciosos se le confían, se procedió a petición del pueblo y propuesta de su Síndico, a formar una Junta de Gobierno, que nombrada solemne y legalmente por la totalidad del vecindario, reuniese los votos, representase las voluntades y cuidase de los intereses. Verificóse así, y sin convulsión, sin agitación, sin tumulto, con el decoro y concierto que conviene a hombres libres y fuertes, han sido elegidos por todos los vecinos, escogidos de entre todos, y destinados al bien de todos los individuos que componen hoy la Junta superior de Cádiz: Junta cuya formación deberá servir de modelo en adelante a los pueblos que quieran elegirse un gobierno representativo digno de su confianza”.

“Desde el momento de su instalación vio las enormes dificultades que tenía delante de sí, y juró sin embargo corresponder a las esperanzas, de sus Comitentes. Despeñábanse los Franceses con su impetuosidad acostumbrada haber si podían sorprehender este Imperio que tanto codician. Delante de ellos traídos en las alas del terror, o sacudidos por el odio, venían millares de fugitivos que no tenían otro asilo ni otro refugio que Cádiz: dentro del pueblo, animoso sí, y confiado, en su bizarría y entusiasmo, pero receloso de la traza en que se hallaban las obras de defensa, y incierto del éxito de sus esfuerzos, y expuesto por lo mismo a los peligros de la efervescencia; resistir y rechazar a los unos, acoger a los otros, asegurar y fortalecer al último; proveer a la seguridad exterior, mantener dentro la tranquilidad, cuidar de que no falte nada a una población ya tan inmensa, fueron los objetos arduos y gravísimos a que la Junta tuvo que aplicar su atención, y en que tiene la satisfacción de asegurar que hasta ahora sus providencias y sus medidas han logrado un efecto correspondiente a su zelo”.

Hasta allí la transcripción de la Gazeta; pero, sea como fuere, es lo cierto que, finalmente, por esta transcripción ya logramos la seguridad de que la proclama gaditana vino, como no podía ser de otro modo a Buenos Aires y ese hecho nos devuelve otra vez al campo concreto del problema.

Ya sabemos que vino en los días de la Revolución, pero, ¿fue antes o después del 25 de Mayo? Por mi parte yo seguiré pensando, que fue antes hasta que vea prueba en contrario y seguiré creyendo por lo mismo, que influyó en el desarrollo de los sucesos de la “Gran Semana”, especialmente en la última y decisiva etapa, que, para mi, dicho sea de paso, no es hermana sino ajena a la primera. Seguiré creyéndola por basarme en las razones de lógica que apunté al principio de esta parte de mi estudio. El argumento de tiempo, no puede oponérseme contra ellas, porque es evidente que, da de sobra con el plazo que cerramos el 20 o el 22 de Mayo para que pudiera venir ella, y con más razón las noticias del establecimiento de la Junta y su enconada oposición a la Regencia, en todos y en cualquiera de los buques llegados al Plata, con procedencia de España, durante ese mes.

Las pudo traer el patrón de la “John Parish”, aunque ello no resulte de un interrogatorio que no se refiere por otra parte, a preguntas sobre Cádiz. Las pudo traer y las debió traer pasándolas por las narices del Gobernador Soria sin que éste las viera. Las pudo traer porque estuvo en Cádiz hasta el 22 de Marzo y la proclama del 28 de febrero circulaba en impreso, y las noticias de las rivalidades con la Regencia eran allí de comidilla pública. Debió traerlo todo, porque no se explicaría cuerdamente su indiferencia y máxime constándole que en los Puertos de arribada habría al respecto vivísimo interés.

Pudieron y debieron traerlas igualmente otros buques que, procedentes de España, arribaron a Montevideo o Buenos Aires en los mismos días.

Florez Estrada, que debió conversar en Londres con Guido o Moreno o Irigoyen acerca de los orígenes y desarrollo del movimiento Juntista de Mayo, nos aporta en el “Examen Imparcial” un dato sobre el tema en estudio que no deja de ser interesante.

Dice:

“Habiéndose sabido en aquella ciudad (alude a Buenos Aires) por una embarcación procedente de Málaga antes que se recibiese de oficio la instalación de la Regencia, los sucesos de la Península y que aquella no había sido reconocida por la Junta de Cádiz, el Cabildo convocó al pueblo el 22 de Mayo”, etc. Con procedencia de Málaga entró el 13 de Mayo en el Puerto de Montevideo el Bergantín Español “San Juan Bautista”, salido de aquel Puerto el 24 de Enero. Ese buque pudo y debió hacer escala en Cádiz y como dicho Puerto se clausura, según ya expresamos, hasta mitad de febrero, resulta que en caso de haberse producido efectivamente la escala quedaría sindicado, como el de la noticia de Florez Estrada.

Pero todavía hay más embarcaciones en situación de posibles portadoras de los elementos históricos que examinamos. Así está la Fragata Mercante Inglesa “Venerable” llegada a Buenos Aires el 18 de Mayo con procedencia de Londres de donde había partido el 13 de Marzo. La Fragata Española nombrada “Carmelita”, llegada a Montevideo el 17 de Mayo con procedencia de Tarragona de donde parte el 25 de enero, haciendo, sin duda, la escala de Cádiz. La Fragata Española “Maranzana” que arriba a Montevideo el 20 de Mayo habiendo partido de Tarragona a mediados de febrero haciendo también, sin duda, la habitual escala de Cádiz.

¡Sobraron los conductores! ¡Si tendremos razón para estimar segura la llegada antes de la Semana de Mayo de la Proclama Gaditana de 28 de febrero y las noticias anteriores y relativas a instalación de su Junta y caracterización de “Pueblo Libre”! ¡Si tendremos derecho a pensar que el documento parcialmente reimpreso en el Suplemento de la Gazeta de 9 de Junio ya estaba hacía rato largo en Buenos Aires! Pero, si después de todo, todavía se me exigiera más prueba justificativa de mis asertos o prueba directa y material de los mismos para admitirlos o aceptar, por lo menos, que reclaman serio examen, no me inmutaría; puedo darla de términos categóricos y precisos. Lo haré, pues, para terminar con ella este examen.

En el conocido periódico “El Argos” número correspondiente al día 21 de Julio de 1821, en los giros de un artículo de justiciero elogio a Buenos Aires madre, de todos modos, de la Revolución Americana del Sur, se dice lo siguiente:

“Buenos-Ayres que habiéndose defendido por si sola de 12 mil ingleses sin el menor auxilio de la metrópoli no se declaró independiente después de la victoria: Buenos –Ayres que había manifestado el mayor sentimiento cuando supo la prisión de Fernando VII y el mayor entusiasmo al recibir a Goyeneche como enviado de la Junta de Sevilla: Buenos-Ayres (¡nótese!) incitada por la Junta de Cádiz, y sabiendo la disolución de la Central a quien había obedecido hasta entonces, formó su Junta”, etc.