La Chapanay
de Pedro Echagüe
XVI

XVI


Durante dos años, Martina Chapanay se condujo correctamente en casa de su bienhechora. Parecía que su cabeza había recobrado el equilibrio propio de su sexo, y se evitaba hacer alusión ante ella a su vida y hechos anteriores.

Semanas enteras pasaba la oveja vuelta al redil al lado de su señora, encerrada por propia voluntad y entregada a las labores que ésta le enseñó. Lo único que pedía con frecuencia era que se le enseñase también a leer. Sin que se sepa por qué, la señora Sánchez iba aplazando siempre la satisfacción de este justo reclamo.

Entretanto la mujer parecía presa de decaimiento. Su semblante ostentaba signos de melancolía, y era visible que una idea o una pasión la trabajaba. Su estado moral no tardó en reflejarse en su físico, y no mostraba ya su aspecto atlético de antes. Su estatura parecía ahora más elevada y su rostro permanecía frío y sin expresión, mientras que sus ojos se mostraban como enturbiados por el matiz amarillento de la ictericia.

Al término del segundo año de reclusión, advirtiendo la señora Sánchez el desmejoramiento de Martina, fue asaltada por profundos escrúpulos.

Ella nada había hecho, en definitiva para redimir de verdad a su pupila. Se había contentado con enseñarle a rezar y darle uno que otro trapo usado, pero se había negado a enseñarle a leer. Así pues, se decidió a restituirle la libertad, si la interesada se la pedía. Una mañana la llamó y la dijo:

-Tiempo hace ya que vengo reparando la tristeza que te domina, y la flacura que te consume. Como no quiero ser yo causa de mayor mal, estoy dispuesta a complacerte, si lo que tú necesitas es independencia. ¿Qué es lo que ansías? ¿En qué puedo servirte?

-Creo, señora, que necesito aire y libertad... Pero no tengo recursos para irme.

-¿Los recursos a que te refieres, serían un caballo, una montura y un traje de gaucho?

La cara de Martina se iluminó.

-Así es, señora -contestó.

-¡Al fin te veo alegre, Martina! ¿Qué más te hace falta?

-Un lazo, una larga daga, unas boleadoras y unas espuelas.

-¿Y adónde irás?

-A los campos. Allí me convertiré en protectora del viajero extraviado, cansado o sediento... haré todo lo contrarío de lo que hacen los salteadores, y seré su peor enemigo.

-¿Por dónde piensas empezar tu campaña?

-Por la tierra en que nací. Tengo hambre de ver el suelo donde me alumbró por primera vez el sol, y sed del agua que corría junto al rancho de mis padres: tengo en fin, necesidad de recordar muchas cosas, vagando sobre aquellas arenas.

-Está bien Martina; yo te proporcionaré cuanto necesitas.

Y efectivamente, así lo hizo la señora Sánchez. Poco después, Martina Chapanay emprendía nuevamente el camino de los campos. Así la muy cristiana y buena señora doña Clara Sánchez, que no se había decidido a enseñarle a su protegida las primeras letras, se resolvía sin vacilaciones a armarla gaucha aventurera... Aberraciones son éstas, propias de nuestra humana condición.

Con las alforjas repletas y montada en un arrogante caballo obscuro, la Chapanay fue, antes de alejarse de la ciudad, a presentarse a la policía y declararle sus buenos propósitos. El Intendente reflexionó que aquella valiente mujer podría servir en adelante, si obraba de buena fe, como vigía y auxiliar de la autoridad en los campos. Le devolvió pues, el trabuco y el facón que le habían pertenecido, y la despidió con recomendaciones y consejos para que cumpliera honradamente sus promesas.