La Celestina: Razones 01
La Celestina. - Razones para tratar de esta obra dramática en la historia de la novela española. - Cuestiones previas sobre el autor y el texto, genuino de la «Tragicomedia de Calisto y Melibea». -Noticia de sus primeras ediciones y de las diferencias que ofrecen. - Noticia del bachiller Fernando de Rojas. - ¿Es autor del primer acto de la Celestina? - ¿Lo es de las adiciones publicadas en 1502? - ¿Fecha aproximada de la Celestina? - Lugar en que pasa la escena. - Fuentes literarias de la Tragicomedia: reminiscencias clásicas. - Teatro de Plauto y Terencio. - Comedias elegíacas de la Edad Media, especialmente la de Vetula: su imitación por el Arcipreste de Hita. - Comedias humanísticas del siglo XV: el Paulus, de Vergerio; la Poliscena, atribuida a Leonardo Bruni de Arezzo; la Chrysts, de Eneas Silvio. - La Historia de Euríalo y Lucrecia, del mismo. - Otras reminiscencias de escritores del renacimiento italiano: Petrarca; Boccaccio. - Literatura española del siglo XV que pudo influir en Rojas: el Arcipreste de Talavera, Juan de Mena, Alonso de Madrigal, la Cárcel de amor. - Análisis de la Celestina. - Los caracteres. - La invención y composición de la fábula. - Estilo y lenguaje. - Espíritu y tendencia de la obra. - Censuras morales de que ha sido objeto.- Historia póstuma de la Celestina. - Rápidas indicaciones sobre su bibliografía. - Principales traducciones. - Su influjo en las literaturas extranjeras. - Importancia capital de la Celestina en el drama y en la novela española.
Al incluir la Celestina y sus más directas imitaciones en esta historia de los orígenes de la novela española, y ofrecer en este tomo algunas muestras del género, no pretendo sostener que estas obras, y menos que ninguna la primitiva, sean esencialmente novelescas. En trabajos anteriores1 he manifestado siempre parecer contrario, y no encuentro motivo para separarme de él después de atento examen. La Celestina, llamada por su verdadero nombre Comedia de Melibea en la primera edición, Tragicomedia de Calisto y Melibea en la refundición de 1502, es un poema dramático, que su autor dio por tal, aunque no soñase nunca con verlo representado.
Por mucho que se adelante su fecha, hay que conceder que fue escrita por lo menos en el último decenio del siglo XV, y es probablemente anterior a las más viejas églogas de Juan del Enzina, a lo sumo coetánea de algunas de ellas. ¿Qué relación podía tener aquel escenario infantil con el arte suyo, tan reflexivo, tan maduro, tan intenso y humano? El autor escribió para ser leído, y por eso dio tan amplio desarrollo a su obra, y no se detuvo en escrúpulos ante la libertad de algunas escenas, que en un teatro material hubieran sido intolerables para los menos delicados y timoratos. Pero escribía con los ojos puestos en un ideal dramático, del cual tenía entera conciencia. Le era familiar la comedia latina, no sólo la de Plauto y Terencio, sino la de sus imitadores del primer Renacimiento. Este tipo de fábula escénica es el que procura no imitar, sino ensanchar y superar, aprovechando sus elementos y fundiéndolos en una concepción nueva del amor, de la vida y del arte.
Todo esto lo consigue con medios, situaciones y caracteres que son constantemente dramáticos, y con aquella lógica peculiar que la dramaturgia impone a la acción y a los personajes, con aquel ritmo interno y graduado que ningún crítico digno de este nombre puede confundir con los procedimientos de la novela. La Celestina no es un mero diálogo ni una serie de diálogos satíricos como los de Luciano, imitados tan sabrosamente por los humanistas del siglo decimosexto. Concebida como una grandiosa tragicomedia, no podía tener más forma que el diálogo del teatro, representación viva de los coloquios humanos, en que lo cómico y lo trágico alternan hasta la catástrofe con brío creciente. Fuera de algunos pasajes en que la declamación moral predomina, el instrumento está perfectamente adecuado a su fin. La creación de una forma de diálogo enteramente nueva en las literaturas modernas, es uno de los méritos más singulares de este libro soberano. En nuestra lengua nadie ha llegado a más alto punto; pero compárese esa prosa con la de Cervantes, y se verá cuánto distan el estilo del teatro y el de la novela, aunque tanto influyan el uno en el otro.
El título de novela dramática que algunos han querido dar a la obra del bachiller Rojas, nos parece inexacto y contradictorio en los términos. Si es drama, no es novela. Si es novela, no es drama. El fondo de la novela y del drama es uno mismo, la representación estética de la vida humana; pero la novela la representa en forma de narración, el drama en forma de acción. Y todo es activo, y nada es narrativo en la Celestina.
Pero ¿cómo prescindir de ella en una historia de la novela española? Así como la antigüedad encontraba en los poemas de Homero las semillas de todos los géneros literarios posteriores y aun de toda la cultura helénica, así de la Tragicomedia castellana (salvando lo que pueda tener de excesivo la comparación) brotaron a un tiempo dos raudales para fecundar el campo del teatro y el de la novela. Y si extensa y duradera fue la acción de aquel modelo sobre la parte que podemos llamar profana o secular de nuestra escena, no fue menos decisiva la que ejerció en la mente de nuestros novelistas, dándoles el primer ejemplo de observación directa de la vida: el primero, decimos, porque las pinturas de los moralistas y de los satíricos apenas pasan de rasguños, aun en las animadas páginas del Arcipreste de Talavera, uno de los pocos precursores indudables de Fernando de Rojas. La corriente del arte realista fue única en su origen, y a ella deben remontarse así el historiador de la dramaturgia como el que indague los orígenes de la novela. Y aun puede añadirse que en el teatro esa dirección fue contrastada desde el principio por una poesía romántica y caballeresca muy poderosa, que acabó por triunfar y dio su último fruto con el idealismo calderoniano; al paso que en la novela, vencidos definitivamente los libros de caballerías y relegados a modesta oscuridad los pastoriles y sentimentales, imperó victoriosa la fórmula naturalista, primero en la novela picaresca y luego en la grandiosa síntesis de Cervantes, que llamaba, aunque con salvedades morales, libro divino a la inmortal Tragicomedia.
Estas razones justifican, a mi ver, la inclusión de la Celestina en el cuadro que venimos bosquejando. Y admitida ella, que es sin duda la más dramática, no puede prescindirse de sus imitaciones, que lo son mucho menos, a excepción de la Selvagia, la Lena y alguna otra. Aun estas mismas fueron escritas sin contar para nada con la escena; y no lo digo solamente por las situaciones pecaminosas, pues iguales, ya que no peores, las hay en varias comedias italianas que positivamente fueron representadas, sino porque en todas esas imitaciones falta aquella chispa de genio dramático que inflama la creación del bachiller Rojas y la hace bullir y moverse ante nuestros ojos en un escenario ideal. En las Celestinas secundarias, el diálogo, aunque constantemente puro y rico de idiotismos y gracias de lenguaje, camina lento y monótono, se pierde en divagaciones hinchadas y pedantescas o se revuelca en los más viles lodazales. Sus autores calcan servilmente los tipos ya creados, pero rara vez aciertan a hacerles hablar su propio y adecuado lenguaje. Del drama sólo conservan la exterior corteza, la división en actos o escenas, pero introducen largas narraciones, se enredan en episodios inconexos y usan procedimientos muy afines a los de la novela. Algunas hasta carecen de verdadera acción. La Lozana Andaluza, por ejemplo, no es comedia ni novela, sino una serie de diálogos escandalosos, del mismo corte y jaez que los Ragionamenti del Aretino. Pero de los caracteres que distinguen a algunos de estos libros y les dan peculiar fisonomía se hablará en el capítulo que sigue. Ahora debemos atender sólo a la obra primitiva, que por ningún concepto debe mezclarse con su equívoca y harto dilatada parentela.
Trabajos muy importantes de estos últimos años han puesto en claro la primitiva historia tipográfica de la Celestina; nos han revelado que el libro pasó por dos formas distintas, y han levantado una punta del velo que cubría la misteriosa figura del que yo tengo por único autor y refundidor de la Tragicomedia, aunque personas muy doctas conserven todavía alguna duda sobre el particular.
Algo de bibliografía es aquí indispensable, pero la abreviaremos todo lo posible. La primera edición de la Celestina conocida hasta ahora es la de Burgos, 1499. ¿Existió otra anterior? Me guardaré de negarlo, pero no encuentro fundada la sospecha. Lo único que puede abonarla son estas palabras del prólogo de la edición refundida de 1502: «que avn los impressores han dado sus punturas, poniendo rúbricas o sumarios al principio de cada aucto, narrando en breue lo que dentro contenía: vna cosa bien escusada, segun lo que los antiguos scriptores vsaron». Es así que estas rúbricas o sumarios aparecen ya en la edición de Burgos, luego tuvo que haber otra anterior en que no estuviesen. El argumento no me convence. Pudo el primer impresor hacer esta adición en el texto manuscrito, y no enterarse de ello el autor hasta verlo impreso, puesto que no tenemos indicio alguno de que asistiera personalmente a la corrección de su libro.
Dejando aparte esta cuestión, que por el momento es ociosa e insoluble, conviene fijarnos en el inestimable y solitario ejemplar de la edición de Burgos, que nos ha conservado el texto primitivo de la Comedia de Melibea. Y en verdad que se ha salvado casi de milagro, pues no sólo ha tenido que luchar con todas las causas de destrucción que amagan a los libros únicos, sino con el ignorante desdén de aficionados imbéciles, que le rechazaban por estar falto, y hasta llegaron a dudar de su autenticidad.
Carece, en efecto, de la primera hoja, empezando por la signatura A-II (Argumento del primer auto desta comedia). Es un tomo en 4º pequeño, de letra gótica, con diez y siete grabados en madera, que convendría reproducir. En el folio 91 se halla el escudo del impresor con la siguiente leyenda: Nihil sine causa. 1499. F. A. de Basilea. Lo cual quiere decir que el libro salió de las prensas de Fadrique Alemán de Basilea, que estampó en Burgos muchos y buenos libros desde 1485 hasta 1517.
Pero este último pliego es contrahecho, según testimonio unánime de los que han tenido la fortuna de ver el precioso incunable. Quedaba, pues, la duda de si ese final fue copiado de otro ejemplar auténtico, o si el escudo y la fecha eran una completa falsificación. Pero tal duda no es posible después del magistral estudio del doctor Conrado Haebler, bibliotecario de Dresde, cuya pericia y autoridad en materia de incunables españoles es reconocida y acatada por todo el mundo. Haebler deja fuera de duda que los caracteres con que está impreso el libro son los bien conocidos de Fadrique Alemán de Basilea, usados por él en casi todas las ediciones que hizo en 1499 y 1500, e idéntico el escudo del impresor al que aparece en otros productos de sus prensas.
Aparte de esta demostración tipográfica, bastaba haber examinado el libro por dentro (lo cual no creo que hiciese nadie antes de don Pascual Gayangos, por quien fue redactada la interesante nota del Catálogo de Quaritch) para convencerse de que la edición era original y auténtica y anterior de fijo a la de 1502, que nos da ya el texto definitivo de la Celestina en veintiún actos. Los trece primeros se corresponden sustancialmente en las dos versiones, pero a la mitad del decimocuarto comienza una grande interpolación que dura hasta el decimonono; el vigésimo corresponde al decimoquinto de la edición primitiva, y el vigésimo primero al décimosexto. Se interpolan, pues, cinco actos seguidos, además de numerosos aumentos parciales, que unidos a las variantes equivalen a una refundición total.
Como el ejemplar de 1499 está falto de la primera hoja, no podemos saber cuáles eran sus preliminares; pero en tan corto espacio no se comprende que cupiera más que el título de la obra en el anverso, y a la vuelta el argumento general de la obra. En cuanto a la carta de El autor a un su amigo, sólo podemos decir con seguridad, que consta ya en la edición de Sevilla de 1501, tenida generalmente por segunda, y única que conserva la división en diez y seis actos.
Pero ¿puede negarse de plano que haya existido una edición de Salamanca de 1500? En las coplas de Alfonso de Proaza, que van al fin de la edición de Valencia, de 1514, una de ellas, la postrera, «describe el tiempo y lugar en que la obra primeramente se imprimió acabada:
El carro Phebeo despues de aver dado
Mil e quinientas bueltas en rueda,
Ambos entonces los hijos de Leda
A Phebo en su casa teníen possentado.
Quando este muy dulce y breue tratado
Despues de revisto e bien corregido,
Con gran vigilancia puntado e leydo,
Fue en Salamanca impresso acabado».
La reproducción de estos versos en la edición valenciana de 1514 no implica, en concepto de Haebler ni en el mío, que ésta sea copia de la salmantina de 1500, ni nos autoriza para creer que llevase el título de Tragicomedia, ni que contuviese los veintiún actos y el prólogo. Pudo tomarse el texto de otro ejemplar posterior, que acaso estaría incompleto, y añadirle los versos del de Salamanca. Tampoco es materialmente imposible que, después de publicada la refundición, prefiriese el impresor de Sevilla el texto de la Comedia al de la Tragicomedia, por ser más de su gusto o por tenerle más a mano. En bibliografía hay bastantes ejemplos de primeras ediciones que no han sido arrinconadas ni sustituidas por las segundas; que han coexistido con ellas, y que a veces han llegado a triunfar del texto enmendado por los propios autores. No fue éste ciertamente el caso de la Celestina, puesto que desde 1502 todas las ediciones tienen veintiún actos; pero ¿es tan irracional creer que el impresor de Sevilla pudo ignorar la edición de Salamanca? Hasta la circunstancia de haber omitido una de las octavas de Proaza induce a sospechar que no las tomó de allí. Hubo otras ediciones de que no ha quedado memoria: recuérdese que las nueve más antiguas que conocemos han llegado a nosotros en ejemplares únicos, como restos de un gran naufragio. Tres de ellas son de un mismo año, 1502, lo cual atestigua la inmensa popularidad de la obra. ¡Quién sabe las sorpresas que todavía nos guarda el tiempo!
Absteniéndonos de conjeturas y cavilaciones sobre un punto imposible de resolver por ahora, la que hoy hace veces de segunda edición es la de Sevilla, 1501, ejemplar completo e inestimable que posee la Biblioteca Nacional de París y ha publicado también el señor Foulché-Delbosc con todo el primor que pone en sus reproducciones tipográficas.
El título es Comedia de Calisto y Melibea con sus argumentos nueuamente añadidos la qual contiene, demas de su agradable y dulce estilo, muchas sentencias filosofales y avisos muy necessarios para mancebos, mostrándoles los engaños que estan encerrados en siruientes y alcahuetas.
A continuación se lee una carta de El Autor a vn su amigo, en que le manifiesta que «viendo la muchedumbre de galanes y enamorados mancebos que nuestra comun patria posee», y en particular la misma persona de su amigo, «cuya juventud de amor ser presa se me representa aver visto, y dél cruelmente lastimada, a causa de le faltar defensivas armas para resistir sus fuegos», las halló esculpidas en estos papeles, «no fabricadas en las grandes herrerias de Milan, mas en los claros ingenios de doctos varones castellanos formadas; y como mirase su primor, sotil artificio, su fuerte y claro metal, su modo y manera de labor, su estilo elegante, jamas en nuestra castellana lengua visto ni oydo, leylo tres o quatro veces, y tantas quantas más lo leya, tanta más necessidad me ponía de releerlo, y tanto más me agradava, y en su proceso nuevas sentencias sentia. Vi no sólo ser dulce en su principal hystoria, o ficion toda junta; pero avn de algunas sus particularidades salían delectables fontezicas de filosofia, de otras agradables donayres, de otras avisos y consejos contra lisonjeros y malos siruientes y falsas mugeres hechizeras. Vi que no tenia la firma del auctor, y era la causa que estaua por acabar; pero quien quiera que fuesse es digno de recordable memoria por la sotil invencion, por la gran copia de sentencias entretexidas, que so color de donayres tiene. ¡Gran filósofo era! Y pues él con temor de detractores y nocibles lenguas, más aparejadas a reprehender que a saber inventar, celó su nombre, no me culpeys si en el fin baxo que lo pongo no expresarse el mio, mayormente que siendo jurista yo, avnque obra discreta, es agena de mi falcultad; y quien lo supiese diria que no por recreacion de mi principal studio, del qual yo más me precio, como es la verdad, lo hiziesse; antes distraydo de los derechos, en esta nueva labor, me entremetiesse... Assi messmo pensarían, que no quinze dias de unas vacaciones, mientras mis socios en sus tierras, en acabarlo me detuiesse, como es lo cierto; pero avn mas tiempo y menos acepto. Para desculpa de lo cual todo, no sólo a vos, pero a quantos lo leyeren, ofrezco los siguientes metros. Y porque conozcays dónde comiengan mis mal doladas razones y acaban las del antiguo autor, en la margen hallareys una cruz, y es el fin de la primera cena.»
Los metros son once coplas de arte mayor, en que el autor insiste sobre sus propósitos morales y afirma de nuevo que ha proseguido y acabado una obra ajena:
Yo vi en Salamanca la obra presente;
Mouime a acabarla por estas razones:
Es la primera que estó en vacaciones;
La otra que oy su inventor ser sciente,
Y es la final, ver ya la más gente
Buelta y mezclada en vicios de amor...
A primera vista estas octavas no tienen misterio, pero otras de Alonso de Proaza, corrector de la impresión, que cierran el libro con pomposo elogio, declaran un secreto que el autor encubrió en los metros que puso al principio:
No quiere mi pluma ni manda raçon
Que quede la fama de aqueste gran hombre,
Ni su digna gloria, ni su claro nombre
Cubierto de oluido por nuestra ocasion;
Por ende, juntemos de cada renglon
De sus onze coplas la letra primera,
Las cuales descubren por sabia manera
Su nombre, su patria, su clara nacion.
Y en efecto, juntando las letras iniciales de los versos resulta este acróstico: «El bachiller Fernando de Royas (sic) acabo la comedia de Calysto y Melybea, y fve nascido en la puebla de Montalvan.
Quién fuese este bachiller Rojas, vamos a verlo en seguida. Pero desde luego conviene notar la contradicción en que incurren Rojas y su panegirista. El primero se da por continuador, al paso que Alonso de Proaza no reconoce más autor que uno.
Un año después, en 1502, aparecieron en Salamanca, en Sevilla y en Toledo tres ediciones cuyo orden de prioridad no se ha fijado todavía. Las tres llevan el título de Tragicomedia de Calisto y Melibea y constan de veintiún actos. Las variantes de pormenor son innumerables. Todo ha sido refundido, hasta el prólogo y los versos acrósticos. En el primero, después de las palabras vi que no tenía su firma del autor, se han intercalado estas otras, el qual, segun algunos dizen, fue Juan de Mena, e según otros Rodrigo Cota, pero quien quiera que fuese, es digno de recordable memoria. En los acrósticos se decía al principio:
No hizo Dedalo en su of ficio y saber
Alguna más prima entretalladura,
Si fin diera en esta su propia escriptura
Corta, un gran hombre y de mucho valer.
En la Tragicomedia se estampó:
Si fin diera en esta su propia escriptura
Cota o Mena con su gran saber.