La Casa de los Sueños: Capítulo 1
<< Autor: Rubén Hernández Herrera
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La cámara toma la ciudad a mil pies de altura, los edificios de la ciudad de Guadalajara resaltan sobre la mancha urbana. A las tres de la mañana son pocas las luces en su interior, Manuel se pasea sobre ellos viendo el panorama, tan real como si estuviera despierto, ubica la glorieta de Minerva y la avenida Lázaro Cárdenas, la González Gallo, vuela lenta y silenciosamente sobre la parte poniente de la ciudad, pasando por Tlaquepaque, muchas de las luces de la ciudad tintinean como estrellas, otras conservan su luminosidad constante, sólo se oye el sonido del viento en segundo plano. Al volar no produce ningún choque, lo que oye es el sonido natural del viento en esas alturas, solo aderezado por el ruido de uno que otro camión, que pareciera producirlo sólo con anónimos propósitos armónicos.
Puede subir, bajar, podría hasta pasar a través de los edificios si quisiera, estos vuelos los puede hacer desde hace varios años, viajar en ese extraño anonimato le producía un placer especial, al mismo tiempo que un temor constante. Veía la vida sencilla de quienes trabajaban a esas horas de la madrugada, apreciaba lo estético de una persona trabajando, tomar un café en una esquina con un tamal, ese placer de existir, de poder estar en algún lado, que no se podría haber imaginado de no estar en esas circunstancias, donde en cierta forma, no existía.
Girando suavemente hacia el cielo veía las estrellas, Orión y otras constelaciones que recién conocía, literalmente. Ahora las estrellas parecían estar pegadas a un inmenso techo, cuando al viajar entre ellas, pareciera que se vienen encima. La luna le parecía solitaria, después de ver planetas con varias de ellas que se acompañaban en su diario orbitar.
Empezaba a sentir ese frío curioso, sabía que tenía que empezar a regresar, sólo dio un paseo adicional por sus dos lugares favoritos y regresó a su casa, sin esfuerzo esta vez, entró de nuevo dentro de sí. Ya dormido, dentro de su inconciencia, decidió no despertar, no era como las primeras veces en que se angustiaba, ahora esperó el sonido de su celular.
Se levanta a la mañana siguiente, la cámara toma una espaciosa recámara, toma a Bit, la esposa de Manuel, dormida sobre su costado izquierdo, se pone su dispositivo auricular, prepara un desayuno ligero, baja a la cochera por una escalera de caracol de moderno diseño, sube a su auto, y sale con rumbo a su oficina, se ve a su esposa observándolo desde la ventana.
Avanza por la avenida con camellón que lo lleva a Avenida Vallarta, se detiene sin saber porqué y dos segundos después sale un pequeño niño de entre los coches, después de frenar el auto bruscamente, Manuel observa por el retrovisor, hay dos autos detrás de él, que alcanzan a parar apuradamente, la mamá corre tras el niño, muy asustada, ve a Manuel con una expresión que va de la sorpresa al agradecimiento, un ligero toquido de claxon hace reaccionar a Manuel que tarda en avanzar, continúa con la imagen del pequeño niño cruzando repentinamente la calle, corriendo a toda la velocidad que su escasa edad le permitía, una premonición mecánica lo había salvado, otras veces podía ver flashazos de lo que iba a pasar, pero en esta ocasión, la premonición fué automática, frenó el auto sin tener conciencia de lo que iba a pasar, se quedó con la imagen de la madre que angustiada y un poco desquiciada, abraza al niño que tiene en sus brazos. Manuel avanza y continúa su camino a la oficina.
Llega a una esquina de Avenida México, ve el puesto de jugos, a un lado del expendio de revistas y periódicos enfrente a la parada de autobús, había estado ahí unas horas antes. Le llevaban a doña Mari en taxi las naranjas, el atole y los tamales para el puesto, quien bajaba las cosas de la pequeña camioneta Nissan de modelo atrasado; la fuerza de Doña Mari, junto con su pericia para descargar las mismas cosas durante tantos años, hacían ver a su delgada sobrina como un alfeñique inútil con carácter de ayuda prescencial, haciéndose a un lado continuamente para no estorbar.
Manuel llega a su oficina, ve unos papeles arriba de su escritorio, son unas oficinas grandes, ―Lupita, háblele a la contadora por favor―, llega dos minutos después, cuando ya se está tomando una tasa de café; ―contadora, ¿ya revisó el estado de resultados? ―, ―sí contador―, ―no están bien, déle una revisada―, le dice desviando la mirada y extendiéndole los documentos, la contadora se aleja extrañada, poco después le llama Manuel por teléfono, le hace un comentario sobre una cuenta de resultados que no se ha afectado, en eso se ve que ella levanta un fólder grueso con una póliza que estaba afuera, en donde se ve “cuenta 505-001-002 Devoluciones sobre ventas”. La cámara toma a la contadora examinando los documentos y haciendo las correcciones.
Llama a su sobrino, ―¿que pasa en la sucursal de Monterrey?―, ―¿que pasa de qué?―, lo miró nervioso, ―no se, tú dime―, ―¿a que te refieres tío?―, ―tú dime―, ―¿quien te vino con el chisme?―, ―nadie, dime ¿que podemos hacer?―, ―¿de qué? ―, ―no te hagas güey―, el sobrino esquivó la mirada, ―bueno, dame chance de devolver el dinero, pero no le digas nada a mi mamá, ¿O.K.?―. ―Saca tus cosas de aquí, limpia tu oficina y comunícate a personal―.
Se alejó el sobrino desconcertado, Lupita observaba impávida….
Manuel se echó para atrás en su sillón, mirando la ciudad de Guadalajara, se ven las imágenes del niño pasando cuando él ya había detenido el coche, la cara de la mamá, luego la cara del sobrino recién despedido, suena el teléfono, es la secretaria, se oye que le pide permiso para retirarse, le dice ―sí: Lupita, me felicita a sus papás…―, ―perdón contador, muchas gracias, pero, ¿cómo supo lo de mis papás?, hoy cumplen cuarenta años de casados…―, ―me lo ha de ver dicho, si no, ¿cómo voy a saberlo? ―, se volvió a echar para atrás en su sillón y se quedó dormido.
Después de unos minutos, se desdobla y se ve a sí mismo, volteando hacia el ventanal, no aguanta el impulso y decide salir volando, siente frío, sigue volando, se pasea despacio y se deja llevar; sin saber cómo, llega a una casa grande, con grandes arcos de cantera, en Avenida Américas, y se detiene, llega al suelo, la cámara hace un close up, se le nota con actitud conformista, sin saber porqué, estaba bajando a esa casa.
De la casa, con fachada a sólo un metro de la calle, de un sólo piso, pero de dimensiones mas extensas de lo común, aún para esa colonia, se abre una enorme puerta de encino y sale un tipo como de 38 años, vestido con sobrio traje gris y corbata roja, lo saluda por su nombre y lo invita a pasar, Manuel acepta, la casa es ordenada, limpia, con una espaciosa recepción, pasa a una sala, que mas que sala, parece comedor, muy apropiada para tomar café. Chema, quien le abrió la puerta, le muestra parte de la casa, Manuel camina fascinado, observando el señorío y buen gusto reflejado en los espacios amplios y mas que suficientes para los muebles que los ocupaban, sin dar en ningún momento la sensación de desperdicio en los espacios. Con calma Chema le enseña toda la casa, respondiendo a las preguntas que Manuel le vá haciendo, al terminar lo mira con calma, como si no tuviera nada que hacer en los próximos años, en forma cortés señala la puerta, dando por terminada la visita, con la sensación de que se quedan cosas sin aclarar, Manuel se despide. Al salir se le queda viendo a la construcción, ve el número, ve la calle, unas estatuas de perros pointer adornan las cornisas, se despierta en su sillón, todo ha transcurrido en un instante, a pesar de que su vuelo había durado más de una hora, en tiempo convencional.
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