La Argentina
de Martín del Barco Centenera
Canto vigésimo cuarto: En este canto se cuenta de la ida de Sarmiento a Castilla por el Estrecho de Magallanes, y de la venida de Diego Flores al Brasil, y don Alonso de Sotomayor a Chile por el Argentino; y de la muerte del capitán Garay y del gobernador Mendieta



De escarmentados, dicen, los arteros
se hacen; nuestra madre la experiencia
nos presenta los casos verdaderos,
que muchos no alcanzaron por su ciencia.
Pilotos y muy buenos marineros
tenían entre sí gran diferencia;
del magallán Estrecho el Perú estaba
seguro de pensar se navegaba.


Francisco, como dije, lo atraviesa,
y en Lima dio rebate al de Toledo.
El descuido no dio lugar a priesa,
causó también su parte el grave miedo
de aquella gran desdicha tan aviesa.
Si lo que se sonaba decir puedo,
Francisco allá la vida bien dejara,
si de otra suerte el caso se guiara.


Pues ido de las manos el conejo,
tomando de Francisco el escarmiento,
juzgose por maduro y buen consejo
del Estrecho hacer descubrimiento.
Ofrécese que, dándole aparejo,
a Castilla por él irá derecho.
Despáchale el Virrey, que no debiera,
movido de Sarmiento y su quimera.


Al fin Sarmiento sale pertrechado
de Lima de lo que era necesario,
de su saber y estrellas confiado,
sin temor o recelo de corsario.
El Magallán Estrecho ya embocado,
con un ánimo cierto, temerario,
al mar del norte sale temeroso,
teniéndose en aquesto por dichoso.


Trató con los gigantes de Pancaldo,
que están por cima el Puerto de Leones.
Acuérdome yo ahora que Gibaldo,
soldado genovés, entre razones
que conmigo trataba, y con Grimaldo,
de su nación, discretos dos varones,
me dijo muchas veces que los viera
desde el navío llegar a la ribera.


Pancaldo fue el primero que los vido,
un genovés, astuto marinero.
Uno de ellos, decía, que metido
había por dentro del garguero
una muy larga flecha, y no rompido,
según que la sacaba; hechicero
el Pancaldo le juzga, y Pier Antonio
decía ser por arte del demonio.


A este Pier Antonio, que de Aquino
se llamaba, le oí aquestas cosas.
De buen entendimiento, buen latino
era, y me contaba milagrosas
e increíbles cosas del camino
que Pancaldo llevó, cuando preciosas
y ricas joyas dio a mal despecho,
pensando de pasar aquel Estrecho.


Más venturoso fue nuestro Sarmiento
con llevar una pobre navecilla;
en atravesar, digo que lamento
tendrá después al fin con su cuadrilla.
Llegó Sarmiento en paz, rico y contento,
del orbe nuevo al viejo de Castilla,
y dio cuenta de sí, y de su camino,
y la causa motriz de su designo.


Holgáronse en España con la nueva
de ver que ya el Estrecho navegaban,
y que hay sin Magallanes quien se atreva.
Con esto la tornada procuraban,
y queriendo hacerse de esto prueba,
las cosas de esta suerte se trazaban,
que salga Diego Flores con armada
que vaya a nuestro Estrecho enderezada.


Muchas armas se juntan y pertrechos,
proveyéndose todo el necesario,
que estaban los autores satisfechos
de dar en la cabeza al adversario.
Mas vemos que los fines y los hechos
suceden las más veces al contrario.
Al fin Diego de Flores ha partido,
y a Sarmiento consigo se ha traído.


También Sotomayor a Chile viene
con orden de pasar a Magallanes.
Y tanto aquesta armada se detiene,
pasando mil fortunas y desmanes,
que a la costa brasílica conviene
venir el general y capitanes.
Al Río de Janeiro han aportado,
y oíd aquesta armada en qué ha parado.


Salen de aquí contentos los que cuento:
Diego Flores, Valdés y el trujillano,
el buen Sotomayor, por cognomento
Chaves, y de la madre voz Mediano.
Con ellos, como digo, va Sarmiento,
cuya quimera vana salió en vano.
Al Yumirí llegaron, boca angosta,
y del reino argentino tierra y costa.


Tomaron la una boca de la banda
del norte, que la otra se endereza
al sur; cómo se diera suda y tanda
allí, y aun le quebraran la cabeza
al inglés, que en la boca del sur anda,
y estuvo allí surgido grande pieza.
Sucesos son de mar, y aun de la tierra,
que vemos que suceden en la guerra.


Al fin salió el inglés de allí primero,
sin que de nuestra armada fue sentido.
Un navío en aquesto del Jenero
al Río de la Plata hubo partido.
Encuéntrale el inglés, por prisionero
un piloto llevó muy conocido;
robando lo que halla en coyuntura,
dejó el navío y gente a su aventura.


Del Yumirí saliendo nuestra armada,
con los del navío encuentra, que dijeron
lo que el inglés les hizo. La tornada
procura Diego Flores, do salieron
a dar carena, dice, maltratada
que va la armada, presto se volvieron,
que a seguir el inglés yo cierto creo
que en él satisficieran su deseo.


El inglés su derrota y su camino
siguió, sin que persona le impidiera.
Después Diego de Flores tras él vino,
y viendo ser ya tarde, se volviera.
Tomó Sotomayor el Argentino.
Sarmiento caminó, que no debiera;
al Estrecho llegó do pretendía,
mas poco le ha durado su alegría.


Tomando el Argentino el trujillano,
la más gente que trae es extremeña,
salieron con gran gozo en aquel llano.
La gente les recibe paragüeña
con placer y contento soberano,
que es gente muy afable y halagüeña.
De allí atraviesa a Chile alegremente,
aunque se le ha quedado alguna gente.


Alegre está Garay con la venida
de aquesta armada al puerto paragüeño,
y puede por aquí ser socorrida
la gente y el gobierno del chileño.
De ser esta carrera más seguida
la gloria se le debe al extremeño,
que aunque en lengua de muchos esto estaba,
él fue quien a la obra mano echaba.



Garay de Buenos Aires ha salido
el río arriba, dicen, con mal pecho,
que desque uno se ve en gloria subido,
a tuerto ha de subir su casa al techo.
Y como en todo bien le ha sucedido,
de su ventura estaba satisfecho;
de guarda o centinela no se cura,
que fue causa de triste desventura.


Así estando una noche descansando
en tierra el Capitán con mucha gente,
algunos de temor se recelando
temían el suceso subsecuente.
Y el ánimo presago adivinando,
en lo futuro mal inconveniente,
el Capitán el sueño prometía,
como en Madrid, seguro en demasía.


Mas al revés sucede de su voto,
que el Mañuá, sin nombre ni valía,
salió con poca fuerza de un gran soto
al tiempo que el aurora descubría.
Veréis en breve espacio el campo roto,
y a Garay, que el seguro prometía,
envuelto le dejaron en olvido
del sueño que él había prometido.


Garay fue de prudencia siempre falto,
y así por no tenerla, feneciendo
en esta desventura y triste asalto,
fue causa de este caso tan horrendo.
Los Mañuaes descienden por un alto
con gran solicitud y sin estruendo,
al Capitán mataron el primero,
que nadie ha de fiar de buen tempero.


Comienzan de hacer cruda matanza
en los que en sueño estaban sumergidos.
¡Maldita sea la loca confianza!
¿Quién soldados en guerra vio dormidos?
Desque el indio sintió su gran pujanza,
levanta grandes voces y alaridos,
y a diestro y a siniestro va hiriendo
al cristiano, que al río va huyendo.


Con bolas, flechas, dardos y macanas
la guerra aquí se hizo lacrimosa.
El cristiano, que ve sus fuerzas vanas
y ser la resistencia peligrosa,
dejando su miseria en las sabanas,
los pies pone el que puede en polvorosa,
y al bergantín se acoge de corrida
por escapar si puede con la vida.


Murieron con Garay justo cuarenta
de la gente escogida paragüeña;
los indios eran solos ciento y treinta.
Iba con el Garay gente extremeña,
y entre ella algunos iban de gran cuenta.
Aquí murió Valverde, bella dueña,
que en quitarla la muerte, al mundo quita
tesoro, y el contento a Piedra Hita.


Llore mi musa y verso con ternura
la muerte de esta dama generosa,
y llórela mi tierra Extremadura,
y Castilla la Vieja perdidosa.
Y llore Logrosán la hermosura
de aquesta dama bella, tan hermosa
cual entre espinas rosa y azucena,
de honra y de virtudes también llena.


Las argentinas ninfas, conociendo
de aquesta Ana Valverde la belleza,
sus dorados cabellos descogiendo,
envueltas en dolor y gran tristeza,
están a la fortuna maldiciendo
las flechas y los dardos, la crueza
del indio Mañuá, que así ha robado
al mundo de virtudes un dechado.


Aquí Miguel Simón, el logrosano,
mostrado ha su valor y grande brío
librando de la muerte por su mano
a su mujer, que en brazos al navío
la trajo. Mas, herido del pagano,
está para ahogarse ya en el río.
Veréis a Cuevas triste y doloroso,
por salvar su mujer muy congojoso.


En el agua cayó cuando subía
el bergantín arriba la cuitada,
y viendo que ya casi se hundía,
su marido la juzga ya ahogada.
«¡Oh, Virgen!», ella dice, «en este día
valedme, mi Señora y abogada
de Guadalupe, en este gran aprieto,
que servir esta obra yo prometo».


La turbación que había no refiero,
las lágrimas, los gritos, el lamento.
El enemigo andaba carnicero,
por la cristiana sangre muy sediento.
Al bergantín afierra crudo, fiero;
el cristiano, que vido tal descuento,
sacando vivas fuerzas de flaqueza,
resiste al enemigo su fiereza.


Pero Alonso de Cuevas ha ayudado
muy bien al bergantín en el combate,
como valiente, fuerte y esforzado,
temiendo su mujer el indio mate.
Al fin nuestro Señor los ha librado;
huyendo el bergantín de este dislate,
nació en la tierra un bravo atrevimiento,
y oíd con atención el alzamiento.



El Mañuá, quedando victorioso,
aunque era indio sin cuenta y no valiente,
mas de ganar gran nombre codicioso,
levanta al Guaraní muy de repente,
y al Querandí, que es indio belicoso.
Acude cada cual muy diligente,
juntándose gran parte de la tierra,
alegres en oír cosa de guerra.


El Yamandú, que arriba su memoria
tenemos muchas veces celebrada,
es el que lleva aquí la palma y gloria,
por él va aquesta cosa gobernada.
Su voz despacha a guerra citatoria,
en toda la comarca publicada,
en breve muchos indios se han juntado,
y en su junta la guerra concertado.


Dejamos de contar cosas graciosas
que en este ayuntamiento han sucedido,
que a muchos les serán dificultosas.
Mas no puedo callar de que han reñido
dos indias de unas fuerzas espantosas,
que a espanto en este tiempo han conmovido,
que en ser de dos mujeres la pelea,
placer dará al discreto que la lea.




Tupaayquá la primera se decía,
de gran valor y esfuerzo y animosa;
la segunda se llama Tabolía,
astuta, muy gallarda y belicosa.
Entre estas dos se traba una porfía
en la junta, por cierto muy graciosa:
Tupaayquá su marido más bebiera
a Tabolía que el suyo le dijera.


Sobre esto entre las dos se han desmentido,
y a los arcos la mano luego echaron.
Mas entremedias muchos se han metido,
y el caso de esta suerte concertaron:
que en un palenque fuerte, muy fornido,
con dos padrinos, que ambas señalaron,
de buena a buena riñan la pendencia,
con que cese el rencor y diferencia.


De ver era las dos fuertes, membrudas,
de solas sus macanas arreadas,
que no tienen más armas, que desnudas,
al fin en el palenque ya encerradas,
comienzan de herir sus carnes crudas,
y dándose muy bravas cuchilladas
en sangre convertían tierra y suelo,
y sus golpes sonaban hasta el cielo.


Los dos maridos, vista la hazaña,
y el peligro presente de sus vidas,
metidos en furor y cruda saña,
con voces y palabras doloridas
que cese, piden ambos, la maraña.
Por los padrinos fueron despartidas,
y dándoles del vino y del brebaje,
cesó la diferencia y el coraje.


En la junta concluyen que conviene
que guerra a Buenos Aires hagan luego,
que si un punto la guerra se detiene
sujetos quedarán a pecho y ruego.
El Yamandú les dice, porque suene
en España la fama, a sangre y fuego:
«Perezca la memoria del cristiano
sin que dejemos dél un hueso sano».


De aqueste parecer es Querandelo,
con el valiente viejo Tanimbalo,
ayuda les ofrece Taboledo,
Yaguatatí, Terú con Manoncalo.
La grita y alarido hasta el cielo
levantan, y nombrando a Guazuialo
por general, del campo se han partido
y en breve a Buenos Aires descendido.


La gente que aquí baja es en gran suma:
Chiloazas, Beguaes, Querandíes
vienen creciendo siempre como espuma;
la flor de todos son los Guaraníes,
mil galas y lindezas de bel pluma
encima traen de sí. Mas no confíes
en gala, gentileza y hermosura,
que la verdura fresca poco dura.


Al puerto y fuerte llegan voceando
con trompas y bocinas y atambores.
Las centinelas andan rodeando
el fuerte y el poblado y rededores.
Tocan arma, en un punto peleando
con esfuerzo veréis los pobladores;
Rodrigo Ortiz de Zárate es Teniente,
hombre de presumpción y muy valiente.


No quieren que se suelte artillería,
que el una escuadra y otra anda mezclada;
parece resonar calderería,
o la fragua vulcana tan nombrada.
El tiempo la victoria entretenía,
la gente desflaquece de cansada.
A priesa viene ya aquella doncella
que a Tritón dio su queja, siendo bella.


El enemigo, viendo que amanece,
temiendo la pujanza del cristiano,
y que su gente toda desfallece,
procura retirarse por el llano.
El general Guazuialo perece
con parte del ejército pagano;
nuestra gente se queda victoriosa
y la contraria huye muy medrosa.


Acá los de Garay, viéndole muerto,
siguieron su viaje comenzado;
llegando a Santa Fe, seguro puerto,
el caso con dolor es celebrado.
La causa deste mal y desconcierto
los más dicen Garay haber causado;
perdónele quien puede, que provecho
sabemos que en la tierra mucho ha hecho.


Al Paraguay camina aquesta gente
en tres barcas, dejando allí el navío.
Una barca, vencida del corriente
que lleva muy veloz el ancho río,
perdido el gobernalle, de repente
se vuelca, no bastando poderío
humano a remediarla. Perecieron
cuarenta, y solos cuatro escabulleron.


De aquestos cuatro, dos, el uno Luna,
el otro Cosme, juntos han salido
a tierra, y travesando una laguna
al fin a la Asumpción Luna ha venido.
De rabiosa cruel hambre importuna
el Cosme sin ventura ha perecido;
al Luna, que escapó de aquesta suerte,
un caballo le dio después la muerte.


Mendieta, que dijimos fue dejado
del piloto mayor y marineros,
como era mozo mal considerado,
causó la muerte a sí y sus compañeros.
Un mestizo, que estaba amancebado
con una india, por celos mensajeros
del falso Dios de amor, que mal aprieta,
a siete dio la muerte con Mendieta.


Del cacique Martín, un indio tuerto,
era hija la india, y muy hermosa.
Por mujer se la dio, que andaba muerto
por ella. ¿A quién no mata aquella Diosa?
El mozo, como siente el grave tuerto
de Mendieta, que es burla muy penosa
el cuerno al ojo, hizo a los paganos
matasen a Mendieta y sus cristianos.


De Sarmiento tratar no quiero agora,
que, como referí, pobló el Estrecho.
Poblando, la fortuna burladora
no fue muy favorable de su hecho,
que habiendo de crecer siempre en mejora,
menguó muy de repente a su despecho.
Comienza a perseguirle de tal suerte,
que nunca le dejó hasta la muerte.


Mas paréceme que es historia ajena.
No quiero más decir, ni del famoso
y buen Sotomayor, que enhorabuena
le cupo por marido y por esposo
aquella que, de todos bienes llena,
procede de un linaje generoso.
No conviene yo trate, pues Arcila
en Chile con primor se despabila.


Y pues que a Chile cupo tal belleza
de pluma, de valor, de cortesía,
no es justo que se atreva mi rudeza
decir de Chile cosa, que sería
muy loca presumpción y gran simpleza
meter hoz en la mies, no siendo mía.
Volver quiero al estilo Chiriguana
y a su costumbre perra y muy tirana.